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El misterio de la vida

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Quizás en nuestro intento de comprender la naturaleza de la muerte, primero debemos considerar algo igualmente complejo y misterioso: ¿qué es la vida? En su nivel más básico, podríamos definir la vida como una complejidad creciente y sostenida. Un organismo vivo, ya sea un árbol de secuoya imponente, un elefante que brama por las sabanas de África o un ser humano, pasa la primera parte de su existencia en una etapa de crecimiento. Las células se dividen y se multiplican, formando tejidos, órganos y sistemas corporales cada vez más complejos, bajo la dirección del ADN ubicado en cada célula. Este ADN contiene información increíblemente detallada que le dice a un ser vivo cómo convertirse en lo que debe ser y luego mantenerse así.

Un ser vivo es siempre un sistema increíblemente organizado. Incluso las células individuales están intrincadamente estructuradas. Para la mayoría de los seres vivos, esa organización aumenta de manera constante, hasta que la planta o el animal alcanza su forma madura y luego se estabiliza. Pero entre los seres humanos, el impulso por una mayor complejidad puede continuar en el cerebro hasta la muerte. El cerebro humano siempre está organizando y almacenando recuerdos y otras formas de datos en la maraña de las sinapsis que conectan las innumerables células que componen su materia. Por lo tanto, ya sea vegetal o animal, la vida es un proceso de actividad y organización cuidadosamente mantenidas.

Pero a medida que los seres vivos envejecen y mueren, esa organización se interrumpe. El ADN ya no se replica perfectamente; arrastra errores. Los extremos de las cadenas de ADN que forman los cromosomas de cada célula comienzan a deshilacharse. Es como si el manual de instrucciones del cuerpo perdiera algunas páginas aquí y allá, y las células ya no pudieran hacer copias de seguridad completas. Curiosamente, cuando los científicos clonan una oveja o algún otro ser vivo, el nuevo organismo envejece mucho más rápidamente, porque su ADN comienza en la etapa de madurez de la criatura clonada.

Las células mismas pueden dividirse solo cincuenta veces, un número conocido como “el límite de Hayflick”. Entonces dejan de dividirse. A medida que pasa el tiempo, los tejidos y los órganos completos ya no funcionan tan eficientemente como antes. La estructura de la piel se rompe y forma arrugas o pliegues. Los vasos sanguíneos se obstruyen y el sistema inmunitario se debilita. Los pulmones captan cada vez menos oxígeno y disminuyen los niveles hormonales. El cerebro puede deteriorarse y caer en la demencia. El nivel de organización de los seres vivos entonces disminuye.

Cuando una planta o un animal muere, ese colapso en la organización se acelera. Incluso las estructuras microscópicas de las células explotan y extienden su contenido por toda la célula. La compleja organización que alguna vez fue un ser vivo se disuelve literalmente en un líquido nocivo.

Por mucho que la ciencia las haya estudiado, tanto la muerte como la vida siguen siendo un misterio. ¿Dónde está el límite exacto entre la vida y la muerte física? La línea es difícil de trazar. Pero, tarde o temprano, la muerte siempre gana.

¿Es la muerte el fin de cada personalidad humana? Algunos piensan que sí, pero otros no pueden aceptar una conclusión tan aterradora. Seguramente la vida debe tener más importancia que esta breve existencia. La mayoría no puede imaginar que realmente dejaremos de existir al morir. Algo debe continuar.

Algunos que miran la realidad únicamente desde una perspectiva científica concluyen que esta convicción es totalmente errónea. Jesse Bering argumenta que nuestra incapacidad para concebir que la mente o la personalidad dejarán de existir para siempre no es más que un mecanismo del cerebro humano que la evolución no borra, simplemente porque eliminarla no nos ayudaría para la supervivencia. Se afirma que nos es útil reconocer el cuerpo muerto de un animal salvaje o un enemigo, porque este ya no implica una amenaza, pero que la aceptación de que la mente ha dejado de existir no nos brinda ninguna ventaja evolutiva útil.3

Pero la mayoría de los lectores de este libro rechazarían instantáneamente este concepto. La convicción de que la personalidad humana es demasiado preciosa como para aceptar que se desvanece para siempre al morir es extremadamente poderosa y convincente para ignorarla sin más. ¿Existe alguna base para creer en este concepto?

Veamos primero lo que la Biblia tiene para decir.

El primer engaño

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