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La muerte en el Nuevo Testamento
ОглавлениеEl resto del Antiguo Testamento, aunque reconoce en Génesis 2 y 3 que la muerte no formaba parte del plan original de Dios, sigue considerándola una conclusión normal de la vida, a pesar de que hemos visto algunas excepciones, tales como Eclesiastés 9:3.17 La gente disfrutaba de una buena vida, honraba a Dios y era enterrada con sus antepasados. Las Escrituras hebreas rara vez aluden a la posibilidad de la resurrección. Era importante que haya descendientes para mantener vivo el “nombre” de la familia, ya que nadie regresaba de la tumba (Núm. 27:4; Deut. 25:6).
Sin embargo, en el Nuevo Testamento se considera la muerte con mayor horror. Los discípulos gritan con miedo a la muerte durante la tormenta en el Mar de Galilea (Mat. 8:23-27; Mar. 4:35-41; Luc. 8:22-25). En Mateo 4:16 y Lucas 1:79 se emplea la frase “sombra de muerte” en un sentido negativo. Jesús resucita a los muertos pero llora por la muerte de Lázaro (Juan 11:35). Cristo se acerca a su propia muerte con angustia (Mat. 26:36-44; 27:46; Mar. 14:32-39; 15:34; Luc. 22:39-44). Los escritores del Nuevo Testamento elaboran más completamente la idea de que Dios no creó a la humanidad para morir. La muerte nos acecha por el pecado humano y la falta de obediencia: “La paga que deja el pecado es la muerte” (Rom. 6:23). Adán fue el causante de traer la muerte sobre la raza humana (Rom. 5:16, 18; 1 Cor. 15:21), y finalmente ella se cierne sobre todos (Heb. 9:27). El Nuevo Testamento también la vincula con el Juicio, especialmente el que deberán afrontar los impíos (Rom. 2:1-11; Apoc. 20:6; 21:8).
Pero si bien la muerte no estaba en los planes iniciales, Cristo vino a traer la solución. Él revirtió la maldición que Adán infligió a la humanidad (Rom. 5:10) y obtuvo para nosotros la vida en lugar de la muerte (vers. 18). Su crucifixión destruyó “el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte” (Heb. 2:14). El Nuevo Testamento asocia estrechamente a Satanás con la muerte. Y mientras que el Antiguo Testamento conectaba al pecado con la muerte (Eze. 18: 4, 20), el Nuevo Testamento explica más detalladamente esa relación (Rom. 3:23; 5:12-21).
Pero va todavía más allá: ve a Cristo como la solución a ambos problemas. Su muerte no solo nos trajo perdón por nuestros pecados, sino que también “destruyó el poder de la muerte e iluminó el camino a la vida y a la inmortalidad por medio de la Buena Noticia” (2 Tim. 1:10).
A diferencia de la de los seres humanos caídos, la muerte no pudo retener a Jesús en su tumba (Hech. 2:24). Por su muerte y resurrección victoriosa, Cristo adquirió el derecho a ser “Señor de los vivos y de los muertos” (Rom. 14:9). Porque experimentó la misma muerte, hoy tiene “las llaves de la muerte y de la tumba” (Apoc. 1:18).
Quizás lo más importante de todo es que el Nuevo Testamento reconsidera a la muerte dentro –ahora– del contexto de la victoriosa resurrección de Jesús. El adjetivo griego para “muerto” es nekrós. Setenta y cinco veces nekrós es el objeto de egeiro (“despertar”) o anastasis (“resucitar”). El Nuevo Testamento describe a Cristo como “el primogénito de entre los muertos” en el sentido de que fue el más importante en levantarse de la tumba (Col. 1:18; Apoc. 1:5). Incluso si llegamos a morir, la muerte no nos separa de Cristo (Rom. 8:38, 39). Así, Pablo puede comparar metafóricamente la muerte con estar “en el hogar celestial con el Señor” (2 Cor. 5:8), o afirmar que la muerte es “ganancia” (Fil. 1:21, RVR), y como “partir y estar con Cristo” (vers. 23).
En cada caso, Pablo está diciendo que no debemos preocuparnos por la muerte, ya que ni esta ni nada en la vida puede interponerse entre nosotros y Dios. Es su manera de describir su confianza en Cristo y su plan de salvación, no alguna hipotética etapa intermedia entre la muerte y la resurrección. “En pocas palabras, Pablo describe que la muerte del cristiano no es amenazante ni implica el final de la existencia”.18 Esta es una imagen que no debe ser forzada, especialmente no en una doctrina que contradiga el resto de la enseñanza bíblica sobre la naturaleza de la muerte y de los muertos. Sin Cristo, la muerte es amenazante y definitiva.
¿Qué pasa con un pasaje como 1 Pedro 3:19, que afirma que Cristo “fue a predicarles a los espíritus encarcelados”? La tradición ha sostenido durante mucho tiempo que Cristo fue al infierno durante su entierro y predicó a los muertos allí. Paul J. Achtemeier, sin embargo, presenta un creciente consenso académico de que la proclamación de Cristo en este pasaje no tuvo lugar entre su muerte y su resurrección, sino después de haber resucitado. Los “espíritus” no fueron las almas de los muertos, sino poderes del mal, y Cristo no les predicó el evangelio, sino que los juzgó a la luz de la Cruz.19
Además, Achtemeier considera a los muertos de 1 Pedro 4:6 como cristianos que habían aceptado el evangelio antes de su muerte, y la Cruz les asegura que ellos resucitarán en el futuro y vivirán con Dios.20
El Nuevo Testamento también utiliza la muerte como símbolo del pecado y sus efectos. Uno puede estar “muerto en pecado” (Efe. 2:1; Col. 2:13; Apoc. 3:1) o ser prisionero del poder del pecado (Rom. 7:24). La conversión a Cristo, la liberación de la esclavitud del pecado, se convierte en un nuevo nacimiento (Rom. 6:5-11; Gál. 2:20).
Pero aunque todos enfrentamos la perspectiva de la muerte hasta el regreso de Cristo, aquellos que están “en Cristo” tienen la promesa del don Dios de la inmortalidad. Es una esperanza maravillosa (Rom. 8:31-38; 1 Cor. 15:58; 1 Tes. 4:18), porque sabemos que recibiremos “vida nueva” (1 Cor. 15:22). Así, el foco deja de estar en la muerte para concentrarse en la resurrección, en el poder de Cristo para vencer la muerte; y también en la necesidad del creyente de ser fiel a Cristo.