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Capítulo 1 Duerme, mi amada

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Un zumbido de neumáticos proveniente de la autopista cercana se filtró a través de los árboles hasta el cementerio. Agotado, Jim se dejó caer sobre un banco. Le costaba mucho moverse. No era consciente de sus pensamientos, solo del peso de las preguntas que le atravesaban la mente. Una de esas preguntas era tonta, tonta porque no había respuesta para ella. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a...? ¿Qué voy... a...? ¿Qué...?

Un pájaro cantó sin ser visto entre las flores de un aromo francés cercano, y luego cayó en un repentino silencio. Una ardilla, perturbada por la presencia de Jim, lo regañó mientras se precipitaba por el suelo crudo de una tumba nueva.

La muerte de Nan había sido inesperada. Un día, ella mencionó que se sentía cansada y pensó en acostarse por un rato. Acababan de recibir visitas, y se había dedicado a limpiar, cocinar y organizar paseos turísticos para todos. Habían sido dos días geniales, pero agotadores. No es de extrañar que estuviera cansada. Pero, al día siguiente, no pudo siquiera levantarse. Los eventos posteriores tronaron en su mente como un tren fuera de control. Los médicos descubrieron el cáncer en todo su cuerpo. Solo diez días después, Nan falleció.

Jim todavía no podía creerlo.

¿Qué sentido tenía todo esto? La muerte de Nan no tenía explicación. Jim era diez años mayor que su esposa. Él siempre había pensado que moriría primero. ¿De dónde había salido el cáncer, de todos modos? ¿Cómo podría este enemigo arrastrarse silenciosamente por todo su cuerpo hasta que fuera demasiado tarde? Su pensamiento lógico no podía entender lo que había sucedido. Que la muerte de Nan no tuviera sentido para él realmente profundizó su dolor.

Y después estaban los niños. Todo el infierno se había desatado desde la muerte de su madre. Jack había perdido su trabajo, un buen trabajo, con gran potencial, debido a la recesión económica. La situación de Patti era aún peor. Su matrimonio había terminado. Estaba destrozada. Y tres niños pequeños luchaban con las secuelas.

Jim tampoco entendía eso. ¿Qué les pasaba? Antes, la gente permanecía casada. ¿Y qué importaba si ya no sientes lo mismo? ¿No sabían los jóvenes que los sentimientos van y vienen? ¿Dónde quedaba el compromiso? Eso simplemente lo enfermaba. Patti y Gene. Gene y Patti. Vaya, ¡habían estado juntos desde que tenían 18 años! ¡Y las peleas! Las acusaciones que surgieron en la batalla por la custodia lo habían afectado profundamente.

Nunca lo diría, ni siquiera lo pensaría. Pero la verdad era que estaba contento de que Nan no supiera sobre esto. No sabía lo asustados que estaban los nietos. No podía ver sus caritas. ¿O quizá sí? ¿Estaba mirando todo esto desde el cielo o desde algún otro lugar? Enterró su rostro entre sus manos. Querido Dios, ¡cuánto la extraño!

Luego estaba Lucy, la bebé de la familia. Nan se había preocupado mucho por Lucy. Aunque su hija había tratado de ocultarlo, tenía un problema con el alcohol y, no es de extrañar, había empeorado desde la muerte de Nan.

Una discusión airada había estallado durante la cena después del funeral. Por supuesto, Lucy había traído su propia pequeña botella y Jack la había descubierto. (¡La verdad es que al menos podría haber dejado de tomar durante el funeral de su madre!) ¿En qué estaba pensando Nan? Pero ese recién era el comienzo. Ninguno de ellos, incluido él mismo, sabía cómo transitar el duelo sin cargar con su dolor a sus seres queridos.

Un viento suave sacudió la hierba alrededor de los pies de Jim. El sol estaba cálido y podría haber sido reconfortante, si lo hubiera percibido. Pero no lo hizo. Su cuerpo se estremeció con la brisa.

La hermana de Nan también había estado cargando su dolor sobre él. Estaba enojada con la muerte. Al menos eso es lo que su amigo Paul pensaba. No importaba. Lástima que la “Muerte” no pudiera escuchar sus diatribas de una hora. Lástima que Jim también fuera a menudo el objeto de ellas. La pobre Nan se sentiría muy mal por tener que lidiar con Donna también.

Cuando se descubrió el problema cardíaco de Jim, Nan se abalanzó sobre él, preocupándose constantemente por su salud. “Necesitas una niñera –se burlaba de él–. Alguien que se asegure de que hagas todos los deberes”. Siempre se había reído de eso, aunque trataba de seguir las órdenes del doctor lo mejor que podía. Tal vez se escabullía una rosquilla y una taza de café real de vez en cuando, pero eso era todo. Nan cocinaba como un chef, haciendo que, a pesar de tener una dieta restringida, Jim no extrañara su antigua alimentación. ¿Y ahora? No tenía la energía para preocuparse por lo que comía, o por cuándo lo hacía.

Las lágrimas llenaron los ojos de Jim. Cuánto lamentaría Nan ver a su amada familia desintegrarse así. ¡Lucy! Jack. Patti y Gene, y los niños. Su propia hermana. E incluso él. La pregunta seguía martillando en su mente: ¿Sabía ella todo lo que estaba pasando? ¿Estaba mirando desde el cielo? ¿Todo esto la estaba destrozando tanto como a él?

La ardilla, después de observarlo durante unos minutos, se acercó ligeramente a Jim, ladeando la cabeza hacia un lado, como si lo estuviera estudiando. Luego, volvió a parlotear y salió disparada.

Jim suspiró. Si no hubiese sido por Paul, hubiera sido aún peor. Paul no era un gran conversador. Simplemente tocaba el brazo de Jim o le daba palmaditas en el hombro. Lo mejor de todo era que se sentaba en silencio con él todo el tiempo que Jim quisiera. Algunas veces, su amigo le pasaba un texto bíblico en silencio. Aparentemente, percibió el terrible temor de Jim de que Nan estuviera observando de alguna manera desde el cielo, o desde donde sea que ella hubiera ido, mientras su familia se hacía añicos e incluso se volvía contra sí misma.

Jim sacó un trozo de papel del bolsillo, lo desdobló, lo extendió sobre su rodilla y comenzó a leer. Le había llevado un tiempo comprender las implicaciones de lo que su amigo había compartido con él. Pero pensó que por fin estaba comenzando a entender.

“Señor y Dios mío, mírame y respóndeme; ilumina mis ojos. Así no caeré en el sueño de la muerte” (Sal. 13:3, NVI).

“Un hombre llamado Lázaro estaba enfermo. Vivía en Betania con sus hermanas María y Marta. […] Así que las dos hermanas le enviaron un mensaje a Jesús que decía: ‘Señor, tu querido amigo está muy enfermo’. [...] Jesús dijo: ‘Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero ahora iré a despertarlo’. ‘Señor –dijeron los discípulos–, si se ha dormido, ¡pronto se pondrá mejor!’ Ellos pensaron que Jesús había querido decir que Lázaro solo estaba dormido, pero Jesús se refería a que Lázaro había muerto. Por eso les dijo claramente: ‘Lázaro está muerto’ ” (Juan 11:1-14).1

¿Qué significa que la muerte es como un sueño? “Los que están vivos al menos saben que un día van a morir, pero los muertos no saben nada. [...] Lo que hayan hecho en su vida –amar, odiar, envidiar– pasó ya hace mucho. Ya no son parte de nada en este mundo” (Ecl. 9:5, 6).

“Vuelve, oh Señor, y rescátame; por tu amor inagotable, sálvame. Pues los muertos no se acuerdan de ti; ¿quién puede alabarte desde la tumba?” (Sal. 6:4, 5).

“Tú siempre puedes más que ellos, y desaparecen de la escena. Los desfiguras cuando mueren y los despides. Ellos nunca saben si sus hijos crecen con honor o si se hunden en el olvido” (Job 14:20, 21).

“Los muertos no pueden cantar alabanzas al Señor porque han entrado en el silencio de la tumba” (Sal. 115:17).

¿Los muertos ya no son conscientes de lo que les sucede a los vivos? ¿Es eso lo que la Biblia está tratando de decirnos? ¿Que –de hecho– no saben nada?

Jim pensó durante mucho tiempo. Sí, finalmente decidió que Nan estaba dormida. No vería lo que le estaba sucediendo a su familia, no tendría que angustiarse por su dolor, y el dolor aún mayor para ella de no poder ayudar, consolar, hacer lo correcto como siempre lo había hecho. Entonces un pensamiento aterrador sobresaltó a Jim. Pero ¿es eso todo lo que hay: un sueño interminable? ¿Es la muerte el fin de todo lo que hemos sido el uno para el otro?

Volvió a mirar el papel, buscando consuelo en sus palabras, las palabras que había leído una y otra vez desde que Paul se lo había pasado.

“Y ahora, amados hermanos, queremos que sepan lo que sucederá con los creyentes que han muerto, para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza. Pues, ya que creemos que Jesús murió y resucitó, también creemos que cuando Jesús vuelva, Dios traerá junto con él a los creyentes que hayan muerto.

“Les decimos lo siguiente de parte del Señor: nosotros, los que todavía estemos vivos cuando el Señor regrese, no nos encontraremos con él antes de los que ya hayan muerto. Pues el Señor mismo descenderá del cielo con un grito de mando, con voz de arcángel y con el llamado de trompeta de Dios. Primero, los creyentes que hayan muerto se levantarán de sus tumbas. Luego, junto con ellos, nosotros, los que aún sigamos vivos sobre la tierra, seremos arrebatados en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Entonces estaremos con el Señor para siempre” (1 Tes. 4:13-17).

Las sombras se movían lentamente debajo de los árboles. Finalmente, Jim se levantó y se pasó la mano por los ojos.

Duerme, mi amada, hasta que escuches el llamado a despertarte de parte de Dios. Tengo muchas preguntas sobre esta muerte en la que descansas, pero sé que volveré a verte.

Volvió a meterse la hoja de papel en el bolsillo y se dirigió a su automóvil. Todavía se preguntaba por muchas cosas. La muerte era un tema aterrador y misterioso. Pero seguramente a tiempo encontraría suficientes respuestas para darle sentido a todo.

El pájaro invisible comenzó a cantar de nuevo.

1 Las referencias bíblicas usadas en el libro corresponden a la Nueva Traducción Viviente (NTV), a menos que se indique otra versión.

El primer engaño

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