Читать книгу Harald Edelstam, Héroe del humanismo, defensor de la vida - Germán Perotti - Страница 8
Berlín
ОглавлениеPese a sus objeciones y posición respecto de la Alemania nazi, para el joven diplomático la Embajada en Berlín no dejaba de ser interesante. Se trataba de uno de los puestos más excitantes del momento. Ejercería la diplomacia en el país que intentaba dominar al mundo y, a la sazón, no había fuerza que lo detuviera. Iba imbuido ya de sus convicciones humanistas, las que se reforzarían, seguramente, al verse obligado a pasar la prueba de los formularios nazis acerca de sus orígenes raciales y vida privada para ser aceptado por el Gobierno de Hitler como representante de su país; incluso su esposa Louise debió experimentar tal denigrante indagación.
Lo esperaba una capital triunfalista. En todos los frentes las tropas alemanas avanzaban. En ese ambiente, la vida continuaba allí como siempre. A nivel diplomático se sucedían las fiestas y encuentros sociales, como reemplazo, tal vez, de los cabarets, los bailes públicos y las demás entretenciones que Hitler había prohibido. No obstante, y aunque había una apreciable afluencia de productos desde los países ocupados, la guerra había impuesto racionamiento a casi todos los alimentos y florecía el mercado negro. Pero, como es de esperar, esta situación no afectaba a las elites alemanas y al cuerpo diplomático, de manera que sus celebraciones y encuentros sociales mantenían un alto nivel.
Era el momento en que Alemania se encontraba prácticamente en la cúspide de su transitorio poderío. Casi toda Europa estaba siendo dominada por sus huestes, pero Hitler soñaba con más espacio vital. El tema del momento eran los avances territoriales y los triunfos del ejército teutón sobre las tropas y la resistencia soviéticas. Sin embargo, Harald parece haber captado correctamente, y a tiempo, la contradicción que existía entre el optimismo de la cúpula gobernante y algunos de sus generales y gente común, que presentía que Alemania había saltado al vacío. La experiencia de la Primera Guerra Mundial, apenas una veintena de años atrás, estaba fresca en muchos alemanes y se iba desarrollando una resistencia clandestina incluso al interior de los sectores militares.
La Embajada sueca, entonces al igual que ahora, estaba ubicada en el centro mismo del poder alemán, cerca del cuartel general de las Fuerzas Armadas, el Palacio de Gobierno, el Ministerio de Relaciones Exteriores y otras embajadas. El personal era numeroso, dada la magnitud de las relaciones sueco-alemanas. Tampoco escasearon las confrontaciones entre Harald y sus jefes allí, lo que era especialmente molesto para él cuando ciudadanos suecos tenían problemas con las autoridades locales. Según su hijo Erik, fue en esos casos en que aprendió lo que no debía hacer –aunque para hacerlo, según nosotros. No nos consta que haya seguido ese aprendizaje en sus cargos diplomáticos posteriores, tampoco en Berlín.
Al comienzo de su estadía, Harald y su amigo y colega Rutger von Essen, ambos con sus familias a buen resguardo en Suecia, entraron rápidamente en los ambientes sociales berlineses, lo que les proporcionó la oportunidad de conocer a opositores al régimen. Como es de esperar, se veían obligados a actuar muy discretamente, a pesar de que la posición de los dos jóvenes diplomáticos permitía abrir confianzas. Harald las fue aprovechando, tanto para su actuación como para sacar conclusiones. Y también para lograr la libertad, no sabemos con qué artificios, de amigos o parientes de los opositores que habían sido arrestados. Aquello vino a ser un verdadero entrenamiento de grado superior a lo ya experimentado en Roma y que pronto sería perfeccionado en la Noruega cautiva.
Es en ese entorno que Harald despliega sus dotes de gran señor. De buena apariencia, vestido elegantemente, discretamente comunicativo y gentil, a la vez que reservado, daba la impresión de ser un noble señor inglés. Era aceptado en todos los medios, en salones y reuniones. Estas características lo hacían también muy atractivo para las damas, atributo que no escatimó para conseguir sus propósitos. Se le atribuyen algunas historias sentimentales durante ese período, incluso su biógrafo Fors publica en su libro una foto de Harald en 1942, sonriente, del brazo de la princesa Agati Ratibur, dama que habría despertado las sospechas de Louise.
No cabe duda de que Harald no desperdició sus éxitos con el sexo opuesto a lo largo de su carrera, como veremos más adelante. Sin embargo, como ocurre en los casos de hombres de su posición, tales historias deben ir acompañadas por el beneficio de la duda, toda vez que la discreción usada en esos casos no permite confirmación y muchas veces sus detalles suelen ser usados en detrimento de la personalidad y valoración del o la personaje.
Con frecuencia, y a contrapelo de lo que pensaban sus superiores, Harald y su esposa, ya establecida esta en Berlín, se encontraban en eventos o recepciones con personas y grupos de conocida oposición al nazismo. Lo hacían al más alto nivel además. Esa intensa vida social, amparados en su inmunidad diplomática, les permitía, por otra parte, relacionarse también con la cúpula política y militar. Y por su relación con una variada gama de personas, las convicciones antifascistas del joven diplomático parecen haberse reforzado. Pensamos que la orientación de su profesión quedó definida en gran medida en Berlín, pues todas esas experiencias le permitieron captar en su verdadera dimensión el odio del nazismo contra demócratas y judíos.
Es así como una noche de otoño del año 1941, cuando todavía se encontraba solo en Berlín, Harald observa desde la ventana de su departamento que los esbirros nazis cercan la calle y van allanando casas previamente marcadas. Se trataba de familias que habían sido denunciadas. Al ver que la gente arrancaba sin dirección, bajó hasta la puerta de su edificio en bata y les fue indicando a todos los que pudo que se escondieran en su departamento. Tal acción, al parecer, fue repetida en varias oportunidades. Sin embargo, en esos casos lo frustra el no tener condiciones para proteger más allá a los perseguidos, viéndose obligado a dejarlos ir al amanecer.
En estas circunstancias, el estilo Edelstam va adquiriendo sus rasgos definitivos, especialmente en lo que se refiere a su fuerte posición en contra de la represión política. Experiencias similares e igualmente frustrantes tendrá en Indonesia años después. En Alemania lo conducen a proponer a sus superiores de la Embajada hacer algo para proteger a los perseguidos judíos, pero recibe un rotundo no: prevalecía el temor de irritar a las autoridades alemanas de entonces.