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LA MANSEDUMBRE I

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¿Era caliente el líquido viscoso que te dejaron ahí?

¿Caliente?

–Tibio. Viscoso. ¿Era un líquido como la clara del huevo? La clara, Elise, cuando recién quiebras el cascarón…

–Sí. Creo que sí. No lo sé. Pensé que era sangre del mes.

–Y sin embargo no era. Era la semilla de un varón.

–Sí, Pastor Jacob. Digo la verdad.

–La verdad siempre es más grande que los siervos. Y más si la sierva se ha distraído, si no se ha cuidado como lo exige el Señor. Nosotros vamos a determinar cuál es la verdad. Según hemos grabado en tu primer testimonio, tú estabas sumida en un sopor extraño como si hubieras ofrecido tu voluntad al diablo.

–Yo jamás le ofrecería mi voluntad al diablo, Pastor Jacob.

–No digas “jamás”, Elise. Somos débiles. Tú eres muy débil, ya ves.

–Yo estaba dormida, Pastor Jacob.

–Eso lo tenemos en cuenta.

¿...Vendrá mi padre a la reunión de los ministros?

–No. El hermano Walter Lowen no puede formar parte de la reunión. Ya la deshonra y la tribulación lo tienen muy ocupado. Anda, Elise, dile a tu madre que traiga las sábanas de esa noche, vamos a examinarlas. Que ya nadie las toque. Todo es impuro ahora, ¿me entiendes?

–Sí, hermano Jacob.

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