Читать книгу Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre - Gonçalo M. Tavares - Страница 12

II. FRIED STAMM, LA REVOLUCIÓN

Оглавление

El hombre se llamaba Fried Stamm. Se había sentado frente a ellos. Viajaban en el mismo tren, en el mismo sentido. Fried aún no había dicho cuál era su destino, y ellos tampoco.

–En el fondo, lo que queremos es producir cierta confusión –dijo Fried, empezando a dar explicaciones como si Marius le hubiera hecho alguna pregunta.

Le contó que eran cinco hermanos, hermanos de verdad, la familia Stamm.

–Vinimos al mundo para boicotearlo –dijo–. Hacemos carteles y luego los pegamos en las paredes; somos cinco, pero nos movemos por toda Europa, como si fuéramos un ejército de cinco. Jamás nos detenemos, los que no lo saben han de pensar que somos cientos, tal vez miles, pero sólo somos cinco. Una mujer y cuatro hombres. Ella es la peor. No para. En el fondo –dijo Fred–, lo que intentamos es alertar a la gente, esa es nuestra función. Hay que evitar que las personas olviden, que sus mentes se paralicen, pero para eso es necesario que, primero, se detengan físicamente: por eso actuamos sobre todo en las ciudades, donde la velocidad promedio de la gente al caminar se ha incrementado mucho, no sé si lo habrá notado. Si calculáramos el ritmo al que se caminaba antes por las ciudades y lo comparáramos con la velocidad actual, concluiríamos que las piernas acompañan la evolución tecnológica: todo se vuelve más rápido, y las piernas no son la excepción; y por esta velocidad son indispensables los carteles, y carteles buenos, buenas imágenes, buenas frases, ellos son los que obligan a la gente a detenerse, a detenerse durante algún tiempo, el tiempo necesario para digerir ocularmente, digamos, la imagen, y para digerir después el texto, la frase, aunque tal vez ambos necesiten la misma cantidad de tiempo, y por eso buscamos imágenes y frases que se dirijan al cerebro y, dentro del cerebro, a esa parte en la que funciona la memoria; porque no podemos cometer el error de ofrecer imágenes a los ojos y frases al cerebro, debemos mezclarlo todo. No queremos causar escándalo, no se trata de eso, eso no es consecuente –dijo Fried–, sólo provoca alborotos localizados.

»Intentamos en parte recordar lo que sucedió y lo que está sucediendo en otro lado; excitar la memoria, a veces también es eso: mostrar lo que está pasando en el lado que no vemos. Ver lo que está muy lejos, querido amigo, esa es una de las grandes cualidades de la memoria, no se trata sólo de mirar hacia atrás, sino también de mirar hacia el fondo; la memoria tiene más que ver con el buen observador en el espacio que con el buen observador en el tiempo; y sí –prosiguió, sin que Marius dijera nada–, el ritmo de los pasos se ha incrementado mucho, pero lo que importa es la inmovilidad. No podemos observar mientras huimos.

»Intentamos ser discretos –dijo Fried–, pegamos los carteles en las calles laterales, secundarias, ahí es donde todo se va a decidir. En las calles principales no, hay dema siada luz, el ruido y la aceleración son excesivos; los carteles funcionan en lugares semioscuros, como esa calle en la que nos encontramos. Si hubiera venido con la niña por la calle principal, no nos habríamos cruzado, pero me caen bien las personas que llegan a las estaciones de tren por las calles secundarias, es una prueba de que tienen algo que ocultar, perdone que se lo diga, y eso me agrada.

»No se trata de provocar una revolución, no nos gusta esa palabra; se trata, ante todo, de un proyecto de acumulación: transmitir una inquietud progresiva, que crezca mes con mes, casi sin que nadie se dé cuenta. Repetir, no permitir que se instale ningún tipo de tregua o pausa, no rendirnos… para provocar una circulación de mensajes insatisfechos, de información indignada, repetir esos pequeños golpes para, al final, demoler: esa es, en parte, nuestra estrategia.

»A veces –continuó Fried– distribuimos folletos de mano en mano, pero no lo hacemos como se acostumbra: elegimos una a una a las personas que recibirán los folletos; tenemos un poco de dinero, pero no somos millonarios; por lo demás, esa no es la cuestión, se trata de una decisión: cuando entregamos folletos, seleccionamos a sus receptores por sus caras; con los carteles no: la propia gente se autoselecciona. Claro que elegir a la gente que recibirá los folletos a partir de su cara es un método arcaico, como si estuviéramos otra vez en la Edad Media, donde noventa por ciento de las grandes decisiones se tomaba a partir de la fisionomía. Mis padres ya murieron –dijo Fried–, cada cual en su lado del mundo, somos cinco hermanos y todos estamos vivos, cada cual en su rincón de Europa, y déjeme decirle que no sé dónde andarán hoy; calculo que el mayor ha de andar más al sur, estuve con él hace una semana, me dijo que iba hacia allá, aunque nunca es posible saberlo con exactitud. Pero en el que tenemos más esperanzas es en el chico, se llama Walter, Walter Stamm. Es el más inteligente. Y el más convencido de los seis. En realidad somos seis, pero el sexto no cuenta. Ya tiene mucho que se alejó de nosotros. Nos encontramos todos, los cinco, cada tres meses, exactamente el día 12 (de marzo, junio, septiembre y diciembre) en la casa que nos dejaron nuestros padres, y ahí sí, si alguno no llega, nos asustamos, pero hasta ahora siempre hemos llegado, algunos más tarde, algunos incluso cuando el día 12 está a punto de acabarse, ya en la noche… pero siempre hemos llegado, los cinco.

»Sabe, esto de los carteles es una manía, claro, tal vez no tiene efectos prácticos, dirá usted, pero si sacamos cuentas con calma veremos que no es así. Evidentemente acaban arrancando los carteles… Si la ley más reciente de la ciudad dice que en ese muro está prohibido pegar carteles, aunque el cartel, supongamos, revelara un secreto importantísimo, aunque pudiera salvar miles de vidas, aunque en un caso extremo, supongamos, pudiera salvar precisamente la vida del hombre que lo va a arrancar de la pared, y aunque ese hombre lo supiera, si fuera un hombre civilizado, un buen cumplidor de la ley, arrancaría el cartel, y de este modo se diría que es un buen ciudadano, y en ese gesto podríamos ver una especie de sacrificio clásico, el del individuo por el orden de la ciudad; y ese es el conflicto realmente importante: el que existe entre los que quieren mantener el orden y los que quieren provocar, primero, pequeñas manifestaciones de protesta, y después, sí… algún día, eso es lo que to dos esperamos, la gente llegará de todas partes de Europa, se reunirá en un mismo camino y avanzará; hacia dónde, es una de las preguntas; hoy casi es imposible ubicar el lugar del orden, se dispersó demasiado, el orden, está por todas partes, ya no hay un palacio o un parlamento que valga la pena echar abajo. O tal vez sí, ya veremos cuando llegue el momento.

»Pero hablábamos de la eficacia de esto –dijo Fried–, si sacamos cuentas con calma, sin excesivo entusiasmo, si pensamos que un cartel pasará en promedio dos o tres semanas en su sitio –y digo en promedio porque algunos carteles los arrancan luego luego, al día siguiente, y en cambio hay otros que pegué hace años y que, tiempo después, cuando vuelvo al mismo punto de la ciudad, siguen allí, medio deshechos pero aún más fuertes, eso siento, como si su degradación amplificara intensidad de todo; están a punto de desaparecer, pero no se callan. Claro que por eso no pegamos los carteles en las calles principales; los arrancarían rápida, inmediatamente, y además sería un enfrentamiento de fuerza contra fuerza, luz contra luz; el cartel lucharía cuerpo a cuerpo con los anuncios de las tiendas, se confundiría con ellos, podría ganar o perder, y ganar equivaldría a llamar la atención de los que pasan, pero de cualquier manera sería una derrota, porque el cartel estaría haciendo frente a adversarios inútiles; elegir buenos adversarios es una de las tareas más difíciles, cualquiera puede ser un adversario y, al contrario, pocos de los que se cruzan con nosotros podrían ser nuestros amigos… Estamos hechos para el desacierto, para los desencuentros, encontrar enemigos es la actividad más fácil del mundo, no se trata precisamente de cazar un animal insólito; ¡nosotros, los cinco, elegimos bien a los adversarios de nuestros carteles! Pero haga usted las cuentas –dijo Fried–, si un cartel en promedio pasa dos o tres semanas en su sitio, y si durante tres semanas pasan por esa calle cinco mil personas… ¿le parecen muchas? No, son pocas. Cinco mil personas desde la mañana hasta la noche durante tres semanas son pocas. ¿Sabe cuánta gente hay en el mundo? Mucha. Y si de esas cinco mil personas la mitad se fija en el cartel, lee las palabras, mira la imagen durante uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete segundos, y siete segundos ya son mucho, pero mucho, mucho tiempo más del que la gente normalmente dedica a mirar una imagen, lo habi tual son milésimas de segundo, sí, así es, una mirada que mira y huye, como si la gente temiera quedarse ciega por ver demasiado tiempo la misma imagen, muy pronto quiere otra; como si las demás imágenes, las que esperan la mirada de la gente, las imágenes en lista de espera, fueran a vengarse de los ojos de los que pasan demasiado tiempo frente a una sola de ellas; pero le decía –dijo Fried–, que si logramos que la mitad de la mitad de la mitad de la gente que pasa por esa calle mire durante uno, dos, tres, seis segundos nuestra imagen y nuestra frase, ya será bastante. Haga las cuentas: la mitad de los cinco mil que pasan por la calle son dos mil quinientos; la mitad de dos mil quinientos son más o menos mil doscientos; la mitad de mil doscientos son seiscientos, es una cantidad asombrosa, sí, excesiva; pero llevemos a cabo una de las operaciones más radicales: quítele un cero, no digamos seiscientos, sino sesenta, y si usted quiere podemos quitarle un cero más: en vez de sesenta, seis personas; si ese cartel que acabo de pegar, y que usted y la niña vieron, lo ven seis personas como lo vieron ustedes, que se detuvieron, lo observaron, lo digirieron, es que algo va a suceder, porque aquello es un cartel, un solo cartel; y nosotros somos sólo cinco, aunque estamos en todas partes, algunos ya nos conocen: la familia Stamm, hemos pegado miles de carteles en todas las ciudades de Europa, multiplique el número de personas que sufren la influencia de este cartel por el número de personas que, en este momento, en las calles más escondidas de Europa, se cruzan con nuestros carteles: son multitudes, es un ejército lo que estamos formando; y no se trata de tomar las armas, yo llevo un arma en mi equipaje, pero no se trata de eso, no queremos que la gente tome las armas, al menos no por ahora, queremos que la gente tenga buena memoria, que observe los detalles, que alimente una cierta rabia, una rabia que tendrá que contener, controlar y concentrar, para luego dejarla salir con más fuerza, pero en el momento adecuado, en sincronía con otras miles de tensiones concentradas durante años. Se trata de hacer crecer la rabia individual, pero al mismo tiempo de controlarla, de decir: “No, aún no, ya llegará el momento, pero aún no”.

»Todo empieza con estas imágenes, con estas fotografías. Son nuestra introducción; nada de avanzar por el momento, nada de grandes cambios. Primero hay que lograr que el que va por allí vuelva atrás la cabeza, sólo eso, ligeramente, como un hombre que va caminando por la calle a gran velocidad o completamente distraído, que es casi lo mismo, y de pronto oye que lo llaman por su nombre, y como que despierta de repente y mira hacia atrás para ver quién lo llamó. Esto es lo que estamos haciendo, estamos llamando a los hombres uno a uno por su nombre, y esperamos que nos escuchen y miren atrás; sólo se trata de eso por ahora, ¿entiende? Pero tal vez pronto, muchos de los que fueron llamados por sus nombres se encuentren en el mismo espacio, con el mismo objetivo. Y entonces ya no será fácil mantener el orden, estoy seguro.

Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre

Подняться наверх