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V. DECIR ADIÓS

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Fried, que se había quedado en la estación para esperar otro tren –su viaje continuaría–, nos recomendó un hotel no muy lejos de ahí, barato, propiedad de una pareja que protegía a su familia desde hacía muchos años y que, según dijo, nos cuidaría bien; y Hanna y yo nos dirigimos al hotel después de cenar, con la dirección escrita en un papel por el puño y letra de Fried, que había añadido al reverso (“No puedo”, había dicho, “escribir puras cosas útiles”) las enigmáticas palabras “LA VIBRACIÓN DEL PAISAJE NO IMPEDIRÁ LA VIDA” , y enseguida: “de Fried Stamm, con cariño”. Nos despedimos en la estación, extrañamente –pues apenas si lo conocía, no habíamos tenido más que unas horas de plática– con un fuerte abrazo, y después Fried repitió la acción con Hanna, pero muchas veces y estrujándola con tanta fuerza que temí lo peor, que reaccionara de manera imprevisible –¿gritará, empezará a moverse sin control?–. Pero no: ella respondió como pudo, golpeando repetidamente con sus brazos gorditos las ancas de Fried, como si este fuera un instrumento de percusión amigable, un instrumento que, al recibir golpes, lo abrazara a uno; y lo raro –otra persona diría lo bello, pero no lo era, al contrario: si se analizaba fríamente resultaba, a fin de cuentas, terrible– era que Fried, al igual que yo, parecía pedirle disculpas por no ser como ella, por ser normal y entender las cosas; por tener plena conciencia de que nosotros podríamos salir de nuestra tristeza fuese cual fuese su profundidad, al tiempo que ella no podría salir de la cantidad de incapacidades que tenía, como si la rodeara un exceso de mundo –porque el mundo es el mismo para todos, pero a ella le sobraba mundo y a nosotros a veces nos faltaba–. Aunque lo que más vergüenza me dio fue el último gesto de despedida de Fried y mi respuesta. Se despidió como si yo, Marius, fuera un hombre bueno, alguien que estuviera llevando a cabo un acto de una generosidad insólita, pero yo sabía que no era así, no obstante, ¿cómo explicárselo ahí y por qué habría de hacerlo? Entonces traté –y eso es lo que me avergüenza– de hacer también un gesto de des pe dida como si mi mano fuera realmente la mano de un hombre bueno; en el fondo, a veces estamos vivos sólo para eso; para aceptar lo que va sucediendo y avanzar.

Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre

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