Читать книгу Una niña está perdida en su siglo en busca de su padre - Gonçalo M. Tavares - Страница 14
IV. MANUAL DE INSTRUCCIONES
ОглавлениеFried interrumpió mis pensamientos diciendo que eso que tenía en la mano, la caja de Hanna que contenía las diversas fichas con los pasos a seguir, casi lo hacía sospechar que alguien había creído tanto en los demás, en los hombres, que eventualmente había abandonado a su propia hija con un catálogo de fichas para que la educaran. Esto es, había confiado tanto en los demás –como un loco, susurró Fried–, que había creído que alguien podría no sólo acompañar a Hanna, sino enseñarle cosas y ayudarla a progresar en las metas referentes a (y Fried fue leyendo en voz alta algunas de las metas a medida que hojeaba el catálogo): “HIGIENE, MOTRICIDAD FINA, REACCIONAR ANTE ESTÍMULOS TÁCTILES Y CINESTÉSICOS”.
–Yo hay veces que todavía no sé hacer eso –dijo Fried–. La mejor forma de reaccionar a un golpe es dando otro golpe o, en otras ocasiones, fingiendo que no se tiene la fuerza para responder, “ADQUIRIR HÁBITOS EN LA MESA, REACCIONAR A INSTRUCCIONES GESTUALES Y VERBALES, REACCIONAR A LA SEXUALIDAD DE UN MODO SOCIALMENTE ACEPTABLE, REALIZAR TRABAJOS CON MATERIALES METÁLICOS, CUIDAR ANIMALES”, y esta meta que sigue sí que es difícil, ¿cuántos de nosotros la lograremos? –y Fried leyó–: “OCUPAR DE MANERA ADECUADA SU TIEMPO LIBRE”, ¿usted es capaz de hacer eso? –me preguntó Fried, yo sonreí ante la pregunta, y sí, claro, ese método de aprendizaje y educación para personas con discapacidad mental me hacía preguntarme cuántos de nosotros no tendríamos algún problema, mucho más leve, claro, pero ¿cuántos de nosotros, por ejemplo, sabríamos “OCUPAR DE MANERA ADECUADA NUESTRO TIEMPO LIBRE”?
–Sí, es cierto, pero hay que ser claros –dije yo–; ella no es como nosotros, y esto no es una tragedia para nosotros, sino para ella. Nosotros podemos bromear al respecto; ella no, porque simplemente no es capaz.
–Es un poco, y discúlpeme la imagen –dijo Fried vuelto hacia mí, interrumpiendo mi pensamiento y como si le pidiera disculpas al padre mismo de la niña por la grosería que iba a decir–, es un poco como si hubieran abandonado una máquina a la mitad de la calle, una máquina desconocida, inusual o al menos muy rara, como si la hubieran abandonado teniendo la delicadeza de dejar también un manual de instrucciones, para que quien se llevara la máquina extraña supiera qué hacer con ella, por dónde prenderla, cómo sacarle el mejor provecho. Discúlpeme la imagen –repitió Fried–, pero esto es un manual de instrucciones, hasta dibujos tiene –y, en efecto, tenía dibujos de dedos torpes apretando botones, de manos haciendo un esfuerzo excesivo simplemente para lavarse los dientes, una tarea que no es de fuerza sino, en cierta forma, de pericia, digámoslo así, una tarea que re quiere, si nos ponemos en los zapatos de alguien que tiene problemas motrices, una puntería muy particular–. Bueno –dijo Fried–, no sé si el que la abandonó se merece nuestro odio y nuestra venganza por haber cometido la canallada de abandonar a una persona demasiado débil como para defenderse mínimamente o si se merece nuestro agradecimiento.
¿Por qué habría de merecer nuestro agradecimiento?, quise preguntar, pero ya estábamos llegando a Berlín, a la estación.