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Capítulo 4 Noche de viernes improvisada

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Finalmente, Aquiles había procedido tal como lo tenía pensado. Cerca de las seis dejó su oficina, subió a su auto y se dirigió hacia el departamento de Alejandro; utilizó el estacionamiento de cortesía que tenía el edificio; bajó, le entregó el sobre al personal de seguridad, regresó a su auto y ya en camino hacia su departamento, le envió un audio por WhatsApp, avisándole que había dejado los documentos abajo. Prefirió manejarse de esa manera como para evitar llamarlo antes y darle la posibilidad de que Alejandro le propusiera subir.

El resto de la semana transcurrió de manera rutinaria, sin sobresaltos y el fin de semana resultaría más o menos lo mismo, ya que Aquiles no tomaría su clase de windsurf ni habría partido de fútbol; tampoco tenían nada planificado por hacer junto a Marina.

Llegó el viernes y el día en la oficina transcurría de manera tranquila, sin demasiado trabajo por delante, cosa que a Aquiles y a Marcos ya comenzaba a preocuparles.

Siempre habían tratado de mantener la estructura al mínimo posible, absorbiendo ellos el mayor caudal de trabajo que fuese apareciendo. A pesar de eso, llegó un momento en el que no tuvieron otra alternativa más que la de incrementar la cantidad de empleados. No obstante, a excepción de la recepcionista y del cadete que tenían un sueldo fijo, habían convenido con los profesionales colaboradores, que percibirían un porcentaje sobre las utilidades que generara el estudio, como para no verse obligados a desembolsar montos fijos.

Este sistema les funcionaba a todos, ya que, habitualmente, el estudio generaba ganancias como para hacer que embolsaran más dinero del que embolsarían cobrando un salario fijo y, además, tenían la libertad de manejar sus tiempos de manera flexible.

Apareció Marcos en la oficina de Aquiles, diciéndole que acababa de hablar con Alejandro, quien le había dicho que el lunes regresaría a trabajar; que había arreglado horarios de kinesiología al salir del trabajo y que ya estaba habilitado como para caminar normalmente.

Qué bueno, respondió Aquiles, pensando en que, finalmente, el momento de enfrentar lo sucedido había llegado.

Dejaron la oficina y cada quien emprendió camino hacia su casa.

Durante el trayecto, Aquiles recibió un llamado de Adrián. Puso su celular en manos libres y lo enlazó con el sistema de sonido del auto.

–¿Qué haces? –dijo Aquiles, respondiendo la llamada.

–Qué haces querido.... ¿todo bien? –preguntó Adrián.

–Todo en orden, regresando a casa –dijo Aquiles.

–Ah... bien ¿alguna novedad? –preguntó Adrián.

Aquiles no comprendía exactamente a que se estaba refiriendo su amigo, aunque supuso que pudiese estar hablando de lo acontecido el lunes con Alejandro.

–No, ninguna, salvo que el próximo lunes Alejandro se reincorpora a trabajar y sé que, para mí, va a ser una situación un tanto incómoda –dijo Aquiles.

–Y si... supongo que después de lo que pasó, va a resultar medio incómodo, al menos hasta que se rompa el hielo, o hasta que lo hablen –dijo Adrián y cambiando abruptamente de tema agregó– escuchame, creo que Inés iba a llamarla a Marina para proponerle si querían venirse hoy a casa; amasamos unas pizzas, se quedan a dormir y mañana disfrutamos del día juntos; si tienen ganas se quedan hasta el domingo, el pronóstico anuncia buen clima para todo el fin de semana.

–Ah... podría ser; llego a casa, hablo con Marina y les avisamos –respondió Aquiles, no muy convencido sobre si tendría ganas de volver a salir para manejar hasta la casa de Adrián.

–Ok, después hablamos –dijo Aquiles, cortando la llamada.

Continuó manejando hacia su departamento, imaginando en cómo sería el momento en el que volviesen a verse con Alejandro.

Más allá del saludo de cortesía y de que en la oficina nadie tenía la más mínima idea sobre lo que había sucedido entre ellos, estaba claro que deberían hablar sobre el tema. Eran dos personas adultas y claramente, no podrían continuar con el trato cotidiano como si nada hubiese pasado.

Aquiles llegó a su departamento y al entrar vio que Marina estaba tirada sobre el sillón de living, con la TV encendida y hablando por teléfono. Rápidamente se dio cuenta de que del otro lado de la línea estaba Inés.

Se acercó, le dio un beso y luego de dejar su maletín en el vestidor, fue a la cocina para picotear algo.

–Era Inés –grito Marina, tras colgar la llamada.

Aquiles agarró la copa de Malbec que acababa de servirse y caminó hacia el living.

–Ah... hace un rato me llamó Adrián y me dijo que seguramente Inés te llamaría para invitarnos a pasar el fin de semana en casa de ellos –dijo Aquiles, mientras que se sentaba en el sillón, apoyando sus pies descalzos sobre la mesa ratona.

–Sí, me preguntó si queríamos ir a amasar unas pizzas y quedarnos a pasar todo el fin de semana con ellos –dijo Inés.

–¿Vos que tenés ganas de hacer? –preguntó Aquiles, acomodándose en el sillón y disfrutando del rico vino que estaba degustando.

–La verdad es que me seduce la idea de pasar el fin de semana más cerca de la naturaleza, sin ruidos, mirando el agua y los árboles. Además, con ellos me siento como si estuviese en casa –respondió Marina, que agregó– ¿vos que querés hacer?

–La verdad es que venía con la idea de quedarme tirado, disfrutando de un vinito y de no hacer nada de nada, pero si la propuesta es ir a amasar pizzas y compartir todo el fin de semana, me parece medio descortés no aceptar la invitación –dijo Aquiles.

–De todas maneras, tenés la suficiente confianza con Adrián como para decirle que no tenés ganas de salir y que, en todo caso, vamos mañana –dijo Marina.

–No, no, no hay problema, vamos. Está pronosticado buen clima para todo el fin de semana, así que podremos disfrutar de la pileta, de ir a remar y de algún partidito de tenis. Me doy una ducha para sacarme el día de encima y vamos; avisale a Inés que tipo ocho y media / nueve, estamos por ahí –dijo Aquiles.

–OK –respondió Marina.

Aquiles dejó la copa de vino sobre la mesa, se incorporó y fue directo al baño. Se quitó la chomba y observó su torso parado frente al espejo... Nada mal, se dijo así mismo, pensando en que iba en camino hacia sus cincuenta jóvenes años. Se quitó el pantalón y el bóxer e ingresó a la bañera para tomar una reconfortante ducha. Puso sobre la palma de su mano derecha unas gotas de jabón líquido corporal de Carolina Herrera, regalo que le había hecho Marina y que utilizaba solo en ocasiones especiales, o cuando tenía la certeza de que mantendría un encuentro sexual con su mujer.

Comenzó a pasar las palmas de sus manos por sobre su torso, haciendo que el jabón tomara volumen y que comenzara a emanar el aroma tan particular y exquisito, que le resultaba sumamente excitante y hasta afrodisíaco. Descendió con sus manos hacia su pelvis y siguió camino hacia sus testículos. Agarró su miembro, que lentamente comenzó a reaccionar.

El agua templada que acariciaba su cuerpo, sumado al sabor del Malbec que aún inundaba su boca y al aroma del jabón, lo hicieron entrar lentamente en un estado de placer orgásmico. Su miembro ya estaba completamente erecto; Aquiles lo tomó con una mano y comenzó a acariciarlo a un ritmo lento, mientras que, con la otra mano, continuaba el juego con sus testículos. Apretó firmemente su pene e inició el ritmo de subir y bajar, para alcanzar el premio anhelado y lograr una distención completa.

Apoyó su espalda contra la fría pared y vio como la espuma del jabón era arrastrada por el agua y se deslizaba por sobre la extensión de sus musculosas piernas cubiertas de vellos.

La imagen de su propio cuerpo masculino y viril, hizo que su excitación aumentara. Aceleró el ritmo de la mano que apretaba firmemente su miembro y por fin, sintió que un orgasmo invadía completamente su cuerpo, haciéndolo temblar de placer.

Aún sin que la eyaculación llegara, Aquiles comenzaba a atravesar un trance orgásmico imposible de controlar. Sin buscarlo, estaba experimentando un orgasmo eterno y hasta desesperante; quería explotar en una eyaculación incontrolable e inmediata, pero no podía.

Sintió que sus piernas se le aflojaban al no poder soportar ya tanto placer. Tuvo la necesidad de gritar como para desahogarse, pero debió contener el grito.

Preso de un estado de desesperación, acercó a su ano los dedos enjabonados de su otra mano y comenzó a jugar, hasta que, por fin, percibió como su esperma comenzaba a circular por la uretra, hasta que, finalmente, un chorro blanco salió despedido de la punta de su glande, llegando al otro extremo de la bañera.

Nuevamente tuvo que ahogar su grito para que Marina no lo escuchara. Sintió que sus piernas temblaban, justo en el momento en el que el resto de su carga salía dispara de su miembro.

Agitado y sintiendo que sus venas estaban a punto de explotar, se arrodilló en el piso de la bañera para recuperarse. Mientras que el agua caía sobre su espalda, percibió que su cuerpo aun temblaba por los resabios del inmenso orgasmo que acababa de experimentar.

Hacía mucho tiempo que no experimentaba un orgasmo semejante durante una sesión de autosatisfacción y no era frecuente que en ese contexto experimentase uno sin la presencia de eyaculación, cosa que si le sucedía frecuentemente cuando mantenía prolongadas sesiones de sexo con Marina.

Su miembro comenzó a aflojarse. Aquiles hizo un par de movimientos más con su mano como para hacer salir las últimas gotas de semen que aún quedaban dentro de su uretra.

Se incorporó y mientras que se recomponía, comenzó a lavar bien su glande y luego continuó con su cabeza.

Cerró los grifos, agarró un toallón blanco, se secó, luego se lo ató en la cintura y salió del baño para dirigirse al vestidor.

Al abrir la puerta, Marina pasaba hacia el cuarto y percibió el aroma del jabón que había utilizado Aquiles. Se le acercó, apoyó sus pechos contra el pecho desnudo de Aquiles y le dio un tremendo beso, al mismo tiempo en el que le agarraba el miembro con una mano.

–Pará amor... si comenzamos ahora con esto, no vamos a llegar nunca a casa de los chicos –dijo Aquiles.

–OK, pero esta noche no te salvas –dijo Marina, con un tono cargado de morbo y de lujuria.

Aquiles había zafado de la situación. Si Marina hubiese insistido, a pocos minutos de haber eyaculado, probablemente su miembro no hubiese podido responder.

Fue hacia el vestidor y eligió ropa bien cómoda. Agarró un bolso grande y puso dentro todo lo necesario como para cambiarse varias veces durante el fin de semana, considerando que se quedarían hasta el domingo y que, seguramente, harían deportes.

Marina ya se había duchado, por lo que solo tenía que preparar sus cosas como para disfrutar del fin de semana.

Aquiles regresó al baño para agarrar desodorante, cepillo, pasta dental, jabón y perfume. Puso todo dentro de su bolso y agarró su raqueta de tenis.

–Yo ya estoy listo –dijo Aquiles, dejando el bolso al lado de la puerta y tirándose sobre un sillón.

A los pocos minutos apareció Marina luciendo radiante, con su bolso preparado y lista para irse.

–¿Verifico que esté todo apagado y vamos? –preguntó Aquiles.

–Yo ya estoy lista –respondió Marina.

Aquiles hizo las verificaciones pertinentes, buscó una bolsa en la que puso algunas botellas de vino que tenía guardadas en una pequeña bodeguita que se había armado, unos packs de latas de cerveza, agarró su billetera, las llaves del auto, cargó con los dos bolsos y partieron hacia la casa de Adrián e Inés.

De camino, pararon en una heladería para comprar un par de kilos de helado y siguieron camino hacia el norte.

–¿No te comentó nada Inés sobre Marcos y Félix? porque me parece extraño que no le hayan dicho de ir mañana o el domingo –dijo Aquiles.

–En verdad sí. Adrián los quería invitar, pero Inés tiene ganas de pasar un fin de semana con compañía, pero tranquilos y decirles a ellos implica que vengan con los chicos –respondió Marina.

–Pero si ustedes dos están embarazadas... dentro de poco vamos a estar peor que ellos –dijo Aquiles.

–Una cosa es estar embarazada y otra es tener a pibes adolescente revoloteando por ahí –respondió Marina.

–Pero si los hijos de ambos son re tranquilos y buenos chicos –retrucó Aquiles.

–No digo que no lo sean, pero no es lo mismo dos parejas sin hijos compartiendo una cena, que cuatro parejas, más cuatro pibes, más un bebé de meses –insistió Marina.

–Eso es cierto –dijo Aquiles.

–Además, Marcos suele ponerse denso en ciertas oportunidades y Félix y Sofía se están quedando en el paleolítico con sus ideas. Esas cosas, de alguna u otra manera te van distanciando –agregó Marina.

–Ah, veo que estuvieron hablando largo rato antes de que yo llegara y que anduvieron sacándoles el cuero como dos brujas –dijo Aquiles.

–No, no... para nada; hablamos un largo rato sí, pero no le sacamos el cuero a nadie, simplemente le pregunté a Inés si les había dicho a los demás de ir y me dio la respuesta que te estoy contando; viste que ella es una persona muy directa y no anda con muchas vueltas –dijo Marina.

En el fondo, y a pesar de que los cuatro eran amigos desde la temprana infancia, Aquiles debía admitir que Inés tenía razón en todas sus apreciaciones. Con Marcos, Aquiles mantenía un trato cotidiano por cuestiones laborales, que, por causa de la amistad, se mezclaban con temas personales, pero era cierto que en ocasiones solía ponerse denso y por eso es que ni loco le hubiese contado lo que le había sucedido con Alejandro el pasado lunes. También era cierto lo que Inés opinaba sobre Félix y Sofía. En las últimas reuniones en las que se habían planteado algunos temas relacionados con la sexualidad, la cuasi pacatería de ambos había quedado en evidencia. De hecho, ese fue uno de los motivos por los que había descartado inmediatamente a Félix como hombro en el cual apoyarse, tras lo sucedido con Alejandro.

–Bueno... probablemente sea como lo ven ustedes, pero sinceramente, me siento incómodo por la situación –dijo Aquiles.

–Pero escúchame, no es nuestra casa y vamos como invitados. No sabía que para ir a cenar con amigos debíamos ir sí o sí los cuatro para un lado, los cuatro para el otro; además, en todo caso, si alguien debería sentirse incómodo, no serías justamente vos, sino que Adrián, que es el dueño de casa –dijo Marina.

–Y... fíjate que Adrián quería decirles, pero la que no quiso fue Inés –replicó Aquiles.

–Sí, es cierto...Bueno, hablo con ella a ver si afloja y les dice que vengan el domingo a compartir el almuerzo y listo, así nadie se siente dejado de lado ni se enoja –dijo Marina.

Aquiles sabía que a Félix no le importaría nada si le decían de ir o no; no le prestaba atención a estas cosas. El que sí se fijaría, era Marcos, que era extremadamente celoso y no quería quedar fuera de nada, fuesen salidas, reuniones o chismes.

Llegaron a casa de Adrián, que salió a recibirlos y los ayudó a entrar las cosa que iban bajando del auto.

–Andá para la cocina que Inés ya está con la harina sobre la mesada, y no levantes nada que yo me ocupo de entrar tus cosas –dijo Adrián, luego de saludar a Marina.

Marina agarró la bolsa conteniendo el helado y entró a la casa.

Adrián se acercó a Aquiles y se saludaron con un abrazo.

–¿Mucho tráfico? –preguntó Adrián.

–No tanto, normal –contestó Aquiles.

–Se te ve relajado –dijo Adrián.

–Lo estoy... la verdad es que me siento relajado. Llegué a mi departamento, tomé una copita de vino y después me clavé tremenda paja mientras que me duchaba –respondió Aquiles.

–Ah chanchito... y si, son vicios que no se abandonan y vienen muy bien como para descargar tensiones –dijo Adrián.

–Sí, ya lo creo que si –respondió Aquiles.

Entraron y llevaron todo a la habitación de huéspedes.

–Bueno, supongo que Inés debe haber dejado todo preparado; de todas maneras, hay confianza, así que cualquier cosa que necesiten, no tienen más que avisar –dijo Adrián.

–Dale, no te hagas problema, cualquier cosa que necesitemos les decimos –dijo Aquiles, que agregó, alcanzándole dos bolsas– esto es para la cocina, vino y cerveza.

–Ok, vamos así ayudamos a las chicas –dijo Adrián.

Caminaron hacia la cocina, Aquiles saludó a Inés y junto a Adrián se sumaron a la tarea de preparar los toppings, mientras esperaban que levara la masa.

–¿Vino o cerveza? –preguntó Adrián.

–A esta altura, ya ni deberías preguntármelo... para la pizza, siempre cerveza –respondió Aquiles.

–Para ustedes chicas, lo lamento en el alma, pero agua mineral, gaseosa, jugo... no sé, ustedes dirán que toman, pero nada de alcohol –dijo Adrián.

–Para mí gaseosa –dijo Marina.

–A mí también servirme gaseosa, pero te juro que después de que nazca este pendejo, me voy a poner en pedo y me vas a tener que levantar a upa –dijo Inés.

Todos rieron por el comentario.

–Aún después de que nazca, vas a tener que bancártela sin tomar alcohol hasta que dejes de amamantarlo –dijo Adrián.

–Bueno, hasta cuando sea, pero te juro que me pongo en pedo con una botella de espumante –dijo Inés.

Aquiles y Marina no conocían esa faceta de Inés. Siempre la habían visto más formal y jamás la habían escuchado emitir una mala palabra o actuando de manera grosera.

–Esta masa ya está lista –dijo Inés.

Agarraron las asaderas, las aceitaron y comenzaron a extender la masa en cada una.

–Acá tenés masa como para quince pizzas –dijo Marina.

–Y si... cocinamos todas y las que no usemos las guardo en el freezer –dijo Inés.

–Yo diría de hacer por lo menos cinco o seis; al menos yo, estoy muerto de hambre y si quedan, mañana se tuestan para el desayuno –dijo Adrián.

–Sí, totalmente... pizza del día anterior tostada para el desayuno y con mate, es lo más –dijo Aquiles.

–Comemos acá adentro o prefieren ir a la galería –preguntó Adrián.

–Yo prefiero toda la vida afuera, pero no sé si las chicas no tendrán frío –dijo Aquiles.

–No hay problema, nos abrigamos –dijo Inés.

–Listo, entonces comemos afuera –dijo Adrián.

Cocinaron las quince prepizzas y separaron seis, a las que comenzaron a ponerle los toppings. Inés puso el resto dentro en una bolsa que guardó en el freezer.

Prepararon la típica de Mozarella, una con queso solo y otra con jamón, una de cebolla, otra con Mozarella y huevo duro, una con champignones y otra con queso azul y apio. Variado para todos los gustos y como para dejar satisfechos a los paladares de todos.

Adrián y Aquiles comenzaron a llevar la vajilla a la mesa de la galería, junto con las latas de cerveza y las botellas de agua y de gaseosa.

Comenzaron a salir las pizzas del horno y Adrián encendió el horno eléctrico que tenía en la galería, al lado del horno a leñas y lo puso al mínimo, ya que lo utilizaría solo a los efectos de mantener las pizzas templadas.

Sacaron la última pizza y los cuatro dejaron la cocina para sentarse a la mesa de la galería y disfrutar de lo que, seguramente, resultaría una amena y amigable velada.

Llenaron las cuatro copas y brindaron por su amistad y por los hijos que estaban en camino.

–Parece mentira, pero dentro de poco seremos padre; va quedando menos tiempo –dijo Adrián.

–Sí, cambio de vida para siempre; ya nada será lo mismo –agregó Aquiles.

–Ayy... bueno, lo decís como si fuese algo tremendo –dijo Marina.

–No, para nada... solo fue un comentario realista; no lo dije como algo tremendo, sino que como una descripción realista de lo que va a suceder –respondió Aquiles.

–De todas maneras, ya no hay devolución –dijo Adrián, acariciándole la panza a Inés.

–Pensé en que quizá les decían a los muchachos –dijo Aquiles, recibiendo una patada que le daba Marina por debajo de la mesa.

–Pensé en decirles, pero Inés no tenía ganas de multitud –dijo Adrián.

–Es cierto, soy la culpable; tenía ganas de compartir algo tranquilo con ustedes. Además, estamos atravesando la misma situación de vida y siento que tenemos más cosas en común –dijo Inés.

–Es cierto, me parece que hay más puntos de contacto, más allá de que está todo bien con todos –comentó Marina.

–Si, por supuesto... que no se mal interprete lo que digo. Está todo bien con todos, solo que siento mayor afinidad con ustedes. De todas maneras, podemos decirles que vengan a almorzar el domingo –agregó Inés.

–Bueno, dale, vamos viendo –dijo Adrián.

–Deliciosas las pizzas, la masa esta crocante y en el punto justo –comentó Aquiles.

–Riquísimas –dijo Marina.

–¿Seguís con las clases de windsurf? –preguntó Inés, dirigiéndose a Aquiles.

–Están en stand by por la lastimadura de Alejandro –respondió Aquiles.

–Ah, cierto... y ¿cómo anda ese muchacho con el pie? ¿aún no va a trabajar? –preguntó Inés.

Adrián miró a Aquiles para ver si el tema lo incomodaba o si lo transitaba con naturalidad.

–Justamente regresa a la oficina el lunes próximo; aunque, de todas maneras, esta semana estuvo trabajando desde su casa. El único cambio en realidad fue que Marcos tuvo que arreglárselas solo con las audiencias programadas en Tribunales –contestó Aquiles.

–Increíblemente, jamás hablamos de los nombres elegidos para nuestros hijos –dijo Inés, cambiando completamente de tema.

–Es cierto –contestó Marina, que agregó– ustedes ¿qué tienen en mente?

–Estamos entre dos posibilidades y aún no definimos. Si es varón, una de las opciones es Carlo y la otra Franco –dijo Inés.

–Lindos los dos... italiano y español, cortos y fuertes; ambos son lindos –dijo Marina, que agregó– ¿y si es nena?

–A mí me gusta Ana, pero ella no está muy convencida... de todas maneras, hasta los cinco meses no tendremos certeza sobre el sexo –dijo Adrián.

–Bueno, el mes que viene ya lo van a saber ¿no? –dijo Aquiles.

–Si, en abril se cumplen las veinte semanas –contestó Inés, que preguntó– ¿y ustedes?

–Felipe si es varón –dijo Marina.

–Contundente... de la realeza española –dijo Adrián.

–A mí siempre me gustó ese nombre –agregó Aquiles.

–¿Y si es nena? –preguntó Inés.

–A mí me gusta Catalina, pero Marina tampoco está convencida, así que mejor esperar a saber el sexo antes de pelearnos por el nombre –dijo Aquiles.

En medio de la charla, sin darse casi cuenta, las seis pizzas estaban desapareciendo, como también las latas de cerveza.

–Voy a traer más cerveza –dijo Adrián, levantándose y caminando hacia la cocina.

–Qué raro... pronosticaron un fin se semana con buen clima y en el horizonte se ven relámpagos –dijo al regresar.

–Quizá sea una lluvia pasajera, o quizá esté yendo hacia otro lado –dijo Aquiles.

–Probablemente –contestó Adrián.

–¡Que modorra que me agarró! entre la cerveza, la panza llena y la hora, estoy a punto caramelo como para dormir como un oso –dijo Aquiles.

–Pará que traemos el helado y preparo café –dijo Inés, levantándose para ir hacia la cocina, seguida por Marina.

–Che, ¿Alejandro no te contactó después de lo que sucedió? –preguntó Adrián, aprovechando que sus mujeres se habían retirado.

–Me envió un mensaje de Gym pidiéndome disculpas y le contesté que ya lo hablaríamos personalmente, que no me enviara mensajes para hablar de ese tipo de cosas... me puso OK y ese fue el único contacto –contestó Aquiles.

–Supongo que para él tampoco va a ser sencillo, considerando que está el trabajo de por medio –dijo Adrián.

–Supongo que no –comentó Aquiles, agregando– al día siguiente, Marcos necesitaba nuevamente enviarle unos documentos y me preguntó si se los podía alcanzar; en un principio, pensé en inventarle algo para decirle que no podía y finalmente, decidí dejárselos en la garita de seguridad del edificio para que se los subieran. La verdad, es que no daba como para subir a su departamento y estar nuevamente solos –dijo Aquiles.

Adrián escuchaba atentamente y no hizo ningún comentario.

Las chicas regresaban de la cocina con una bandeja cargada con el pote de helado, los bowls y todo lo necesario como para tomar un rico café.

–Parece que se viene la lluvia nomas –dijo Inés, mirando el cielo que comenzaba a cubrirse con nubes medio rojizas.

Sirvieron el helado y el café. Junto con las primeras gotas, se levantaron e ingresaron a la casa, dejando todo en la galería como para levantar al día siguiente.

–Quizá mañana, en lugar de día al aire libre, termine siendo un día para Flow y Netflix. –dijo Adrián.

–Eso parece –comentó Aquiles, mientras que observaba la capa de vapor que comenzaba a formarse sobre la superficie del agua de la piscina.

–Bueno chicos, creo que les dejé todo preparado; cualquier cosa que necesiten avisan con confianza. Yo me voy a la cama; mañana nos vemos –dijo Inés, saludando con la mano y dirigiéndose hacia la escalera.

–Yo te sigo –dijo Adrián, que luego de saludar a Marina con un beso y a Aquiles con un abrazo, también subió la escalera.

Marina y Aquiles se quedaron por un instante parados al lado del ventanal, observando como la lluvia, cada vez más intensa, caía sobre el césped y sobre la superficie del agua de la piscina.

Era el complemento perfecto como para disfrutar de una noche de relax, en un entorno de naturaleza y de tranquilidad.

Aquiles

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