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Capítulo 6 Un relato sorprendente

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Tal como había sucedido en la mañana del sábado, los rayos del sol pegando directamente sobre la cara de Aquiles, lo habían despertado.

Giró lentamente y vio que Marina aun dormía plácidamente, transitando un estado de serenidad que se reflejaba en su rostro.

Durante la noche habían mantenido nuevamente relaciones sexuales, solo que Aquiles había tenido un rol más activo y dominante. Quizá, el recordar el sueño erótico, había despertado sus instintos primitivos y lo llevó a tomar el control sobre la sesión de sexo, dominando todo el encuentro, cambiando posturas y dentro de los cuidados pertinentes, hasta poseyendo a Marina de manera salvaje.

Se incorporó, fue hacia el baño para orinar y para cepillarse los dientes y al salir, se acercó al ventanal, desde el que pudo ver que el cielo se encontraba completamente despejado.

Después de todo y salvo por la lluvia del viernes por la noche, el pronóstico del tiempo la había pegado y el fin de semana estaba resultando espectacular.

Se puso una bermuda de baño, una musculosa y salió del cuarto para dirigirse a la cocina, cerrando la puerta cuidadosamente como para no despertar a Marina. No había movimiento alguno ni se escuchaban ruidos, por lo que se preparó un café con leche, agarró un par de facturas que habían quedado del día anterior y se fue al muelle para desayunar al aire libre.

Pensó por enésima vez y como lo hacía cada vez que visitaban la casa de Adrián, en la opción de mudarse a ese barrio o a algún lugar similar. Quizá, la llegada de su hijo los impulsara a tomar esa decisión.

Si bien era una manera de vivir en contacto con la naturaleza y de poder disfrutar todos los días de ese entorno, también, en cierto modo, era una manera de aislarse del resto del mundo, lo que, sumado a los kilómetros de distancia con el trabajo, eran cosas que le ponía freno a la decisión del cambio.

–Que hacés querido –dijo Adrián, parado detrás suyo.

Aquiles, inmerso en sus pensamientos, no lo había escuchado llegar.

–Hola, buenos días, no te escuché llegar –dijo.

Adrián se sentó a su lado, dejando también las piernas colgadas por fuera del muelle y disfrutando de su café con leche y de las facturas que también había agarrado.

–¿Anoche también hubo acción? –preguntó Adrián.

–Sí, también garchamos... Creo que el recordar el sueño que tuve, me despertó al indio y le di duro y parejo. Me eché dos polvos magistrales –dijo Aquiles.

–Espero que no hayan roto la cama –dijo Adrián sonriendo.

–¿Y vos? –preguntó Aquiles.

–Sabés que me dejaste caliente con el relato de anoche y se ve que a Inés también le dio morbo. La muy perra comenzó a mamármela y me encremó todo. Cerré los ojos, me relajé y me entregué para que me lameteara las bolas, el perineo y la hija de puta, comenzó a colarme un dedito por el ano, cosa que me calienta mal y después empezó a juguetear en mi ojete con un juguetito, hasta que me hizo calentar al extremo y me lo terminó mandando entero, mientras que me la siguió mamando hasta hacerme eyacular –contó Adrián, tocándose la pija que se le notaba parada por debajo de la bermudas.

–Huy boludo, me la hiciste parar –dijo Aquiles.

–Me quedé tan caliente por esa especie de dominación a la que fui sometido, que cuando se me volvió a parar, la puse en cuatro en el borde de la cama, me paré en el piso, se la enterré entera de una y le di duro, hasta que llegamos a tener un orgasmo al mismo tiempo –dijo Adrián.

–Huy... mira como estoy boludo –dijo Aquiles, abriendo sus piernas y mostrando su miembro completamente erecto marcado por debajo de la bermuda.

–Flor de instrumento que tenés amigo –dijo Adrián.

–Che, ¿qué crees que pueda haber pensado Marina sobre el sueño que tuve? –preguntó Aquiles.

–Qué se yo... no soy psicólogo. La verdad es que si no hubiesen vivido aquella experiencia, quizá sí hubiese resultado muy extraño, pero como realmente la vivieron y esa pareja claramente quiso garchar con ustedes, tu sueño puede tomarse como una simple pesadilla... como el temor de que sucediera lo que ustedes en ese momento no dejaron que pasara –dijo Adrián.

–La verdad es que no sé qué sentí en el sueño; más allá de lo que les conté sobre la sensación de parálisis que impedía que me moviese –dijo Aquiles.

–Entre nosotros, creo que ambos sabemos en realidad que fue lo que te disparó ese sueño... teniendo la información completa, que hasta donde me contaste no lo sabe nadie más que los involucrados y yo, no hace falta ser muy inteligente como para entenderlo –dijo Adrián.

–Te referís a los besos con Alejandro... –dijo Aquiles.

–Obvio... el canadiense se convirtió en Alejandro, o para decirlo de otra manera, lo que en realidad te sucedió con Alejandro, en tu sueño lo hizo el canadiense –dijo Adrián.

–Puede ser que venga por ese lado –dijo Aquiles, que agregó– ¿y lo de Marina besándose en la cama con Cristie?

–Qué se yo... fue la parte en la que tu mente recreo el ambiente y a los protagonistas... hizo que sucediera lo que en verdad no sucedió... Además, quizá sea una fantasía tuya que nunca la dijiste en vos alta o que te da pudor admitir –dijo Adrián.

–¿Qué cosa? ¿hablas sobre el morbo de ver a Marina besándose con otra mujer? –preguntó Aquiles.

–Sí, estamos hablando de eso. ¿nunca tuviste el morbo de incorporar a otra mina a tu pareja? es un tema que ya lo hemos hablado, incluso frente a las chicas –dijo Adrián.

–Puede que sea eso; quizá sea una fantasía que tengo guardada en mi subconsciente –dijo Aquiles.

–Bueno, al menos ya la cumpliste en un sueño, quizá algún día lo concretes, si es que Marina te acompaña –dijo Adrián.

–Che, decime... el otro día, cuando nos juntamos a desayunar y te conté todo lo que me había sucedido con Alejandro, me hablaste sobre una historia tuya en época de la facultad y al final me quedé intrigado con ese tema... –dijo Aquiles.

–Buenos días –dijo Inés, acercándose al muelle.

Aquiles puteo por dentro, porque nuevamente se quedaba con las ganas de que Adrián le contase aquella historia; realmente, deseaba saber de qué se trataba esa experiencia.

–Buenos días –respondieron ambos.

Inés le dio un beso en los labios a su marido y otro en la mejilla a Aquiles.

–¿Marina no apareció? –preguntó Aquiles.

–Está en la cocina exprimiendo unas naranjas y preparando más café –dijo Inés, que agregó– ustedes no perdieron el tiempo y arrasaron con lo que había.

–La verdad es que yo me levanté muerto de hambre –dijo Aquiles.

–Vamos para la galería así compartimos el desayuno ahí –dijo Inés.

Ambos se incorporaron y los tres comenzaron a caminar hacia la galería. Aquiles continuó hacia la cocina para ayudar a Marina.

–Buenos días amor –dijo Aquiles, acercándose y dándole un beso en los labios.

–Ni escuché cuando te levantaste –dijo Marina.

–Estaba profundamente dormida y traté de no hacer ruido como para no despertarte –dijo Aquiles.

–Pongamos todo esto sobre una bandeja así la llevamos a la galería –dijo Marina.

Salieron de la cocina y se unieron a Adrián y a Inés para compartir el desayuno. Marina saludo a Adrián con un beso y le ofreció el primer mate amargo.

–Huf.... para agujerear el estómago de lo fuerte que está la yerba –dijo Adrián.

–¿El próximo lo querés con azúcar? –preguntó Marina.

–No, no... en la próxima ronda ya va a estar un poco más lavado –respondió Adrián.

–Durmieron bien –preguntó Inés.

–Espectacular –respondió Aquiles.

–¿Tienen planificada alguna actividad para hoy? –preguntó Marina, dirigiéndose a los hombres.

–No; por mi parte, quizá un poco de kayak, además de eso, domingo de descanso; no tenis, no correr... nada –dijo Aquiles.

–Coincido –dijo Adrián, que agregó– creo que después del almuerzo va a ser tarde de siesta sobre una reposera y bajo los rayos del sol.

–Plan perfecto como para un domingo por la tarde –dijo Aquiles.

Concluido el desayuno, Aquiles se levantó para ir hacia su habitación. La madre naturaleza lo estaba reclamando, por lo que apresuró su paso para llegar al baño. Adrián siguió sus pasos y subió la escalera.

Las chicas permanecieron en la galería compartiendo algunos mates más.

–¿Tuviste alguna molestia después de aquellas pérdidas o algún antojo? –preguntó Inés.

–La verdad es que, salvo esos días de perdidas, nunca más nada, ni molestias ni antojos... Me suena a que esa historia de los antojos la debe haber inventado alguna viva como para que la atendiesen –dijo Marina.

Aquiles

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