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Capítulo 1 Mente fría

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La luz roja del semáforo lo obligó a detenerse en la esquina del edificio en el que vivía Alejandro. Exhorto en sus pensamientos y shockeado por lo que acababa de sucederle, Aquiles no se había percatado de que la luz verde lo estaba habilitando para avanzar, hasta que el bocinazo del auto que estaba detrás suyo lo sobresaltó y lo trajo nuevamente a la realidad. Rápidamente se puso en marcha y giró hacia la izquierda, tomando la avenida del Libertador hacia el norte, para dirigirse hacia su departamento. Como era usual, especialmente en esa época del año, los Bosques de Palermo se encontraban repletos de gente que los utilizaban para practicar deportes, o simplemente, los disfrutaban como lugar de esparcimiento. Las calles se encontraban repletas de autos, aunque en verdad, Aquiles no veía nada con atención y mucho menos con claridad.

Fuera de él, el mundo parecía transcurrir en un universo paralelo, ajeno a la explosión de emociones y de pensamientos que chocaban dentro de su cabeza.

Las imágenes de Alejandro sentado a su lado en el sillón y avanzando sobre él para darle un inesperado beso, que infructuosamente intentó esquivar, sumado a su propia, abrupta, impulsiva e inesperada actitud de haberle devuelto el beso antes de cerrar la puerta del departamento, se repetían en su cabeza como si fuesen un viejo disco de vinilo rayado.

Pensó en si todo eso había sido producto de su imaginación, de sus fantasías, o quizá, de sus deseos reprimidos, o si realmente era algo que acababa de sucederle. Se acercaba a sus cincuenta años, e inesperadamente, se enfrentaba al inquietante y perturbador hecho de haberse dado un beso en los labios con otro hombre, cosa que ni siquiera a modo de broma había hecho con sus amigos íntimos.

Con esas imágenes que se repetían una y otra vez dentro de su cabeza, sin saber cómo y de manera automática, había manejado hasta llegar al límite entre Capital y Provincia. Sintiendo la imperiosa necesidad de alejarse del tráfico y del ruido de la avenida, para poder bajar la ventanilla y respirar una bocanada de aire fresco, casi instintivamente, giró hacia su derecha para dirigirse hacia el río.

Llegó al Vial costero, estacionó el auto, apagó el motor y permaneció por unos instantes sentado mirando hacia el horizonte. Bajó el parasol y miró su cara en el espejito, enfocando su atención en sus labios, como buscando rastros del beso que le había robado Alejandro, más el que él mismo le había dado luego. Instintivamente, pasó la lengua por sobre sus labios, humedeciéndolos y percibió un dejo de sabor a café que había mezclado con la yerba del mate.

Saliendo de esa especie de estado hipnótico, abrió la puerta del auto y al bajar, sintió la fresca briza que, proveniente del este, había hecho descender la temperatura notoriamente.

Comenzó a caminar hacia el norte a paso lento, observando a lo lejos los parapentes de Kite que se desplegaban, recorriendo el cielo de un lado a otro como pájaros y dibujando de colores el paisaje. Era usual que los días en los que el viento soplaba fuerte, luego del trabajo y aprovechando el último tramo de la temporada estival, muchos hicieran escala en el río como para practicar este deporte.

Era una noche hermosa de verano, por lo que, al igual que en los Bosques de Palermo, el Vial costero estaba plagado de gente que lo utilizaba para caminar, para entrenar, o para practicar otras actividades recreativas.

Miró hacia el horizonte y vio que una brillante y enorme luna llena parecía colgar sobre el río y que se reflejaba sobre la movida superficie del agua. Hacia el oeste, aún se podía ver el resplandor de los últimos rayos de sol que pintaban de naranja y de rosa a las finas y dispersas nubes que se divisaban en el cielo.

Continuó caminando hacia el norte y vio venir en sentido contrario a un grupo de hombres que corrían como malón, realizando picadas que intercalaban con trotes más lentos. Por las vestimentas y por las contexturas físicas, supuso que se trataba de jugadores de rugby.

De pronto, se dio cuenta de que estaba prestando atención a cosas en las que nunca antes había puesto foco.

Todos vestían shorts bien cortos, algunos con calzas, dejando al descubierto o marcando sus musculosas piernas que, claramente, eran el resultado de un arduo trabajo en el gimnasio; brazos trabajados, al igual que los torsos. Algunos corrían en cuero, luciendo sus marcados y firmes pectorales.

En el momento en el que se cruzaron, con uno o dos del grupo tuvo un intercambio de miradas; incluso, uno de ellos esbozó una sonrisa que le pareció insinuadora y hasta provocadora. La situación lo hizo sentir un tanto incomodo, por lo que, rápidamente, desvió la vista hacia otro lado.

En ese momento, recordó el comentario que Alejandro le había hecho sobre las situaciones particulares que sucedían en los gimnasios y sobre los cruces de miradas en busca de algo especial; incluso, recordó la experiencia que él mismo había tenido en el vestuario del Gym al que concurría todas las mañanas.

Ciertamente, hacía apenas una hora que acababa de atravesar una situación altamente movilizadora, que lo había dejado desconcertado y había bajado a caminar por allí, con la única intención de serenarse antes de regresar a su casa.

De manera automática y teniendo la necesidad imperiosa de contarle a alguien lo que le acababa de suceder, agarró su celular y comenzó a recorrer su lista de contactos, aun sabiendo que era ridículo lo que estaba haciendo, ya que tenía claro que no encontraría a nadie a quien llamar como para poder contarle lo ocurrido. Su grupo de íntimos amigos eran la opción más viable, pero ciertamente, no se animaba a contarles lo que acababa de vivir.

Si bien les había contado lo acontecido con Ethan y con Cristie aquella noche en México, esto era algo completamente diferente.

También se había animado a contarle a Marcos lo sucedido en diciembre, aquel mediodía en el departamento de Alejandro luego de la carrera, cuando se habían hecho una paja compartida, cosa que ya le había resultado una situación extrema, pero que tampoco llegaba a ser lo de hacía una hora atrás.

A Félix lo descartaba como opción; su mente estructurada y cerrada, nunca le permitiría entender algo semejante, por lo que no le sería de mucha ayuda. Marcos, definitivamente se deleitaría ante tamaña confesión, aunque tampoco le sería de gran ayuda ni de soporte, ya que, seguramente, su mente morbosa lo haría poner foco en lo libidinoso de la situación y no en entender lo que le estaba sucediendo a su amigo y a la necesidad de contención que tenía.

Ciertamente, si había uno del grupo a quien podría confiarle de una manera adulta y madura lo que le acababa de suceder, ese era Adrián.

Buscó su número y luego de dudarlo un rato, apretó la tecla para hacer la llamada. Un ring, dos, tres... Adrián no contestó y Aquiles rápidamente cortó la llamada.

Aunque parecía contradictorio, ya que necesitaba hablar con su amigo, sintió cierto alivio por el hecho de que no le hubiese atendido la llamada... Le daba mucha vergüenza contarle la experiencia que acababa de vivir.

Estaba guardando su celular en el bolsillo y comenzó a sonar; era Adrián que devolvía el llamado.

–Qué haces querido –dijo Aquiles.

–Hola nene... no me diste tiempo para llegar al teléfono y cortaste –respondió Adrián.

–Sí, pensé que quizá estuvieses ocupado y corté –dijo Aquiles.

–¿Qué contás? –preguntó Adrián.

–Acá andamos... venía del centro y bajé en el Vial costero para despejarme un rato –dijo Aquiles, sin saber muy bien como decir lo que quería decir.

–¿Bajaste para correr un rato por ahí? –preguntó Adrián.

–No, no... solo bajé –respondió Aquiles de manera cortada.

–¿Estas bien? –preguntó Adrián, que lo conocía de memoria y notaba que Aquiles se estaba comportando de una manera extraña.

–Sí, si... estoy bien... solo que me acaba de suceder algo que me dejó un tanto perturbado y necesito contárselo a alguien –dijo Aquiles.

–Pero ¿qué te pasó? ¿tuviste un accidente? ¿querés que vaya para ahí? –preguntó Adrián preocupado.

–No, no... no te quiero hacer venir hasta acá, quédate tranquilo que no tuve ningún accidente ni nada parecido –dijo Aquiles.

–Me dejás preocupado... te escucho extraño, me llamás para decirme que te sucedió algo, que se lo tenés que contar a alguien y no largás nada –dijo Adrián con tono acusador.

–No te preocupes... quizá no sea algo tan tremendo; solo que me dejó descolocado –dijo Aquiles, aumentando la intriga de Adrián y prolongando su propia agonía al no animarse a contar lo sucedido.

–Dale boludo... nos conocemos desde los cuatro años... decime que te pasó –dijo Adrián, increpándolo.

–Vengo del departamento de Alejandro y me sucedió algo con él que me dejó confundido –dijo Aquiles, comenzando a largar el rollo que tenía dentro.

–¿Alejandro tu empleado? –preguntó Adrián.

–Sí, ese Alejandro –respondió Aquiles.

–Y dale boludo, contame que te pasó con Alejandro como para que te haya dejado así –dijo Adrián apurándolo.

Aquiles respiró profundo y exhaló, miró hacia el horizonte y sin dar más vueltas dijo:

–Me dio un beso...

Unos segundos de absoluto e incómodo silencio dejaron en pausa la conversación.

–¡Cómo que te dio un beso...! –dijo Adrián, retomando el diálogo.

¡Si boludo! me dio un pico, me dio un beso en la boca –dijo Aquiles, escupiendo su angustia, sin prestar atención en la gente que pasaba cerca suyo.

Nuevamente, unos segundos de incómodo silencio dejaron en suspenso la conversación.

–No sé qué decirte... me dejás sorprendido –respondió Adrián.

–Bueno... si vos te quedás sorprendido, imagínate cómo me quedé yo –dijo Aquiles, omitiendo la parte de la devolución del beso segundos antes de salir del departamento, actitud que había dejado a Alejandro absolutamente descolocado.

–¿Querés que nos juntemos a cenar y me contás bien lo que sucedió? –preguntó Adrián.

–No, no... anda a tu casa con Inés y yo me voy a la mía, que Marina debe estar esperándome para cenar –dijo Aquiles.

–Escuchame... por qué no nos juntamos mañana a desayunar o a almorzar y me contás bien que es lo que sucedió –le propuso Adrián.

–Dale... después de cenar veo como me organizo y te llamo, así arreglamos y charlamos –dijo Aquiles.

Se despidieron y cortaron la llamada.

Aquiles se sentía más aliviado y claramente, Adrián había sido la elección correcta como para desahogarse. Estaba seguro de que lo sabría escuchar y comprender, sin juzgar y sin caer en comentarios chabacanos.

Pensó en que, si iba a utilizar a Adrián como apoyo psicológico, debería contarle la historia completa y no sólo parte de lo recientemente acontecido, corriéndose de la posición de víctima que había sido sorprendida ingenuamente como si se tratase de un adolescente inexperto.

Si bien él nunca había sido el generador de ninguna situación confusa, la realidad era que tampoco le había puesto un límite o un freno cortante a las insinuaciones o actitudes medio zafadas que venía teniendo Alejandro.

Un mensaje de Marina acababa de entrar en su celular preguntándole por dónde andaba. Aquiles le respondió que estaba en camino de regreso. Se dirigió hacia el auto, puso música y emprendió tranquilamente el trayecto hacia su departamento, sintiéndose más sereno, casi como si nada hubiese sucedido.

Dejó el auto en la cochera, subió a su departamento y saludó a Marina, que se encontraba en la cocina preparando la cena.

–Te quedaste hasta tarde en la oficina –dijo Marina.

–No, en verdad no... me fui más temprano, sólo que Marcos me pidió si de camino podía dejarle a Alejandro unos documentos para que trabajara en su casa.

–Ah... ¿y cuando regresa a la oficina? –preguntó Marina.

–Supongo que la semana próxima... de todas maneras, lo que hace en la oficina lo puede hacer en su departamento; sólo que Marcos debe arreglárselas solo en Tribunales –respondió Aquiles, dando por cerrado el tema.

–Vos ¿todo en orden? –preguntó Aquiles.

–Todo tranquilo, sin novedades –respondió Marina.

–¿Tengo tiempo de bajar un rato a nadar? –preguntó Aquiles.

–Cuarenta y cinco minutos y cenamos –respondió Marina.

Aquiles le dio otro beso y se dirigió al vestidor para cambiarse. Tenía la necesidad de relajarse luego de haber vivido momentos cargados de tensión. Se quitó la ropa, que dejó tirada en el piso y agarró la indumentaria de natación.

–En un rato vuelvo –gritó, mientras cerraba la puerta del departamento.

Era el horario de la cena, por lo que en la piscina no había nadie. Dejó sus pertenencias sobre una reposera y se sumergió en el agua para comenzar a nadar, sintiendo como le temperatura templada comenzaba a relajarlo.

Pasados unos cuarenta minutos, regresó al departamento, se dio una rápida ducha y se sentó en el comedor diario frente a Marina para compartir la cena.

–Te sonó el celular y como vi que era Adrián contesté –dijo Marina.

–Ah sí, hoy hablamos y quedamos en que quizá mañana nos juntásemos a desayunar o a almorzar –respondió Aquiles.

–Raro durante la semana –dijo Marina.

–Sí, no lo hacemos nunca, pero hoy se dieron un par de temas sobre los que queríamos charlar, y para no hacerlo por teléfono ni esperar al fin de semana, decidimos vernos mañana –respondió Aquiles.

–Me parece bien –dijo Marina.

Terminaron de cenar y Aquiles le dijo a Marina que se tirara en el sillón a ver un poco de TV, mientras que él se ocupaba de levantar las cosas de la mesa y de lavar la vajilla.

Terminó de ordenar todo y agarró el celular para contactarse con Adrián, quedando en que se encontrarían a desayunar en el puerto de Olivos tipo nueve.

Aquiles se dirigió al living, y luego de permanecer un rato haciéndole compañía a Marina, tras una escala en el baño, se metió en la cama y rápidamente quedó dormido.

Aquiles

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