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LO MÁS EXTRAORDINARIO: ¡EL PUEBLO!

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Sin el pueblo caleño, el Festival no sería nada. El pueblo mismo hace el Festival, es el alma del Festival. Los artistas solo ponemos el arte. Este pueblo no es una clase social, según lo dividen los conceptos económicos. Es el pueblo en su totalidad, como condición humana, como “espíritu”. En Cali se quebró el mito de que la cultura es privilegio de minorías, esas que generalmente degradan el arte en ostentación, en esnobismo. Vi espectáculos al aire libre en el Teatro Los Cristales: había cuarenta mil espectadores. Asistí al Gimnasio Olímpico: parecía una llegada de ciclistas. Aquello era una epopeya, evocación del mundo griego, la apoteosis de un pueblo que se humaniza, que toma conciencia de sus valores, de sus derechos. Era la naturaleza de un pueblo olvidado que se recuerda, y se lanza en la aventura de lo sobrenatural. Para decirlo sencillamente: era bello hasta las lágrimas.

Era el pueblo glorificando al arte. Era el arte glorificando al pueblo. Ya no será posible hacer cultura sin su participación. Inocente Palacios, el intelectual venezolano que se mezcló conmigo una de esas noches multitudinarias, me dijo que este acontecimiento de un pueblo congregado en torno de un escenario no se veía desde el teatro griego, que Colombia y América deberían sentirse orgullosas del pueblo caleño.

Por su parte, Sonia Sanoja contempló desde los reflectores el impresionante y silencioso espectáculo humano de Los Cristales, y lloró de emoción. Me dijo: “Si algún día hago mis danzas frente a un público de estos, me sentiré inmortal”.

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