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Agradecimientos

Este libro se nutre principalmente de dos fuentes, y es gracias a la gentileza y entusiasmo de esos caudales vigorosos que este tema de la ópera nacional pudo ser más que las habituales páginas que la han tratado hasta hoy. Me refiero principalmente al Archivo de Música de la Biblioteca Nacional, representado hoy en la entusiasta persona de Cecilia Astudillo. Seguidamente, a la documentación preservada en el Teatro Municipal. Por favor no confundir con el teatro mismo —tumba de tanta ópera nacional— sino a aquella maravilla florecida a partir del olvido, el Centro de Documentación de Artes Escénicas (DAE) que le está asociado. Gracias, gracias, gracias.

A Juan Pablo González, quien supo casi antes que nadie de este proyecto, y creyó en él, comunicándolo a la Universidad Alberto Hurtado. A José Manuel Izquierdo, reivindicador del pasado, por su mucha gentileza, muchos conocimientos y compartida conversación, todo mezclado en porcentajes diversos. A Daniela Maltraín y especialmente Gabriel Rammsy, quienes me orientaron y ayudaron con aspectos formales de investigación y citación. A Víctor Rondón, que cobijó y dirigió académicamente mi proyecto de magíster en musicología sobre este tema.

Si bien la escritura de este libro fue un trabajo egoístamente solitario, durante esos años hubo gente invaluable socorriéndome en aspectos imposibles para mí: por ejemplo, las traducciones que aparecen en el libro son mías, sin embargo Raoul Hügel y sus óperas tienen un pie en Alemania, y el alemán es un idioma que ya no se me dio en esta vida, así que encendiéndome la luz castellana en su diario están Judith Blank y Paola Durán; el maestro y barítono Gonzalo Simonetti aportó la trama de Ghismonda; Elke Zeiner y el recordado y prematuramente ausente maestro pianista Mario Lobos me ayudaron en la claridad de los libretos. Silvia Colitti, del Instituto Italiano Chileno de Cultura, sobrevoló mis traducciones y pertinencias italianas. Los programas computacionales de escritura musical, tan necesarios para la transcripción de la antología, fueron manejados principalmente por mi hermano y músico Nicolás Cuadra y también por mi alumno y cantante Igor Hernández. El tenor y amigo Sebastián Ferrada —Lautaro en nuestro concierto de óperas chilenas realizado en 2015— hizo que su residencia en Milán aportara la alegría de corroborar los datos de estudiante en Italia de Ortiz de Zárate y la tristeza de darnos cuenta de que hasta el momento no existe ninguno sobre la estadía de don Remijio. Finalmente, la gentileza y diligencia del maestro argentino Lucio Bruno Videla me hizo posible hallar y recibir la ópera de Casanova Vicuña.

Son pocas personas en Chile que creen en la ópera chilena histórica; yo sí, y debo esta credulidad a todo lo compartido con el maestro Miguel Patrón Marchand, quien apoyó siempre al cantante y la creación local ya fuere en Chile o en su Uruguay natal. Si estuviera aún con nosotros hubiera apoyado y dirigido encantado alguno de estos títulos con su experiencia y convicción.

Escribir durante tantos años conlleva soluciones cotidianas y aportes domésticos imprescindibles, como los de la señora Lucía Muñoz guiando mi casa, o mi compañero Pablo, testigo del proceso de escritura e insistiendo todos estos años en que debía cesar de nadar en la interminable información y concluir de una vez el libro. Finalmente a mi alumno y amigo, el tenor Rony Ancavil, cuyo entusiasmo y talento, su asistencia en la investigación de citas y su constante compañía canora en charlas y conciertos sobre el tema de la ópera nacional me hicieron sentir menos loco.

A todo y todos ellos, gracias.

Ópera Nacional: Así la llamaron 1898 - 1950

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