Читать книгу La voluntad de morir - Gracia María Imberton Deneke - Страница 15
Diversificación productiva, presencia del Estado, nuevas opciones religiosas y políticas
ОглавлениеEntre las décadas de 1960 y 1980 hubo otras transformaciones relevantes en la región. Conforme la producción de café se expandía y consolidaba entre los ejidatarios, el Estado extendió su presencia hacia estas localidades, por medio de diferentes instituciones. Algunas impulsaron programas de desarrollo de la agricultura. En los setenta, el Instituto Mexicano del Café (Inmecafé) trabajó de modo relevante brindando apoyo a los ejidatarios en la producción y la comercialización. Por un lado, les proporcionaba asistencia técnica sobre nuevas variedades de café, los cuidados que se debía dar a los cafetales y viveros o el manejo de fertilizantes y agroquímicos. Y, por otro, pretendía romper la dependencia que tenían respecto de los comerciantes y acaparadores locales; éstos daban préstamos antes de la cosecha, a condición de recibir el pago con café a precios que ellos estipulaban. Para contrarrestar esta dinámica, el Inmecafé instituyó programas de crédito a modo de anticipos a cuenta de cosecha, que se otorgaban en diferentes momentos del proceso productivo (para la fertilización y limpia de cafetales, y luego para el corte del café), a la vez que garantizaba la compra de la cosecha a partir de un precio mínimo que fijaba (García y Pontigo, 1993b). Sin embargo, muchos campesinos reclaman que la corrupción y la ineficiencia de la burocracia del Inmecafé impidieron que cumpliera a cabalidad sus objetivos.
Otras instituciones como la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (sarh) y el Instituto Nacional Indigenista (ini) impulsaron programas de crianza de puercos (con razas mejoradas) y granjas de pollos o la instalación de apiarios, entre otros. Se estableció además la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), con tiendas rurales que vendían productos de la canasta básica, a precios más bajos que en las tiendas de ladinos en las cabeceras y pueblos cercanos.
Ante la escasez de tierras,[36] el crecimiento demográfico y la necesidad de dinero, nuevas actividades lentamente complementaron la agricultura. En Río Grande y Cantioc surgieron especialidades como la carpintería, albañilería, confección de ropa y producción de pan. Algunos ejidatarios abrieron pequeñas tiendas de abarrotes o de ropa. Además, el trabajo asalariado se volvió una opción, pues garantizaba el ingreso monetario que ahora se requería para la compra de mercancías que estaban al alcance. Si en estos poblados ya se daba la contratación de fuerza de trabajo asalariada durante la cosecha, muchos buscaron empleo en los pueblos o ciudades cercanas, ya fuera temporal o definitivo. En este sentido, antes que los hombres, las mujeres laboraron por un salario, como empleadas domésticas en Tila o en poblados de Tabasco. Aunque los hombres, llegado el momento, comenzaron a emigrar para buscar trabajo en la agricultura, la construcción, o como cargadores y pescadores, entre otras alternativas, en pueblos cercanos, y en Tabasco y Quintana Roo. Algunos viajaban a diario a su lugar de trabajo, mientras que otros permanecían allí durante meses, para regresar a su localidad de origen esporádicamente. En la actualidad, muchas familias combinan trabajo agrícola y asalariado, aunque difiere el peso que le dan a uno u otro. Incluso existen familias que ya no dependen de la agricultura para su sobrevivencia.
De las instituciones del Estado, la escuela ha jugado un papel muy importante en los cambios operados en la dinámica local. En Río Grande incluso se atribuye a un maestro la iniciativa de promover entre los ejidatarios la conformación de un pueblo centralizado en torno a la escuela y abandonar así el estilo de vida disperso. En la década de los sesenta se abrieron las primeras aulas en ambas poblados, cada una con un maestro de primaria.[37]
De este modo, la escuela posibilitó la castellanización de niños y jóvenes, lo que tuvo el beneplácito de los padres de familia pues consideraban que el español les permitiría desempeñarse mejor en el medio urbano y en las relaciones con los ladinos.[38] Además, la escuela abrió un espacio de convivencia entre jóvenes (hombres y mujeres), al margen de la supervisión familiar, lo que dio pie a relaciones de noviazgo y matrimonios por “huida”, en lugar de los matrimonios por “compromiso” establecidos por las familias de los cónyuges.[39]
Asimismo, la educación alcanzada permitió que algunos continuaran estudios de educación media y superior fuera de sus localidades, y obtener un empleo. Otros optaron por formarse como maestros bilingües de nivel primaria.[40] La educación formal se volvió un medio para el ascenso social, el más importante durante décadas. Como resultado, los maestros indígenas —que ahora contaban con un salario quincenal regular superior a los ingresos de la mayoría de campesinos— comenzaron a jugar un importante papel en las relaciones entre los ejidatarios indígenas y el medio ladino, pues hablaban español, conocían los manejos de la burocracia y sabían desenvolverse en los pueblos y ciudades vecinos con población ladina.[41] En poco tiempo los maestros se ganaron un prestigio y participaron activamente en los asuntos locales. Paulatinamente emprendieron otras actividades económicas (comercio, transporte) a la par de su trabajo docente, y entablaron relaciones con las organizaciones políticas de la región. Hacia las décadas de los ochenta y noventa, los maestros bilingües choles entraron en disputa directa por los espacios económicos y políticos controlados por los ladinos de Tila (Agudo, 2005a; 2005b).
Durante los setenta se amplió en esta zona el espectro de partidos políticos en la contienda regional, y la oferta de opciones religiosas. Por un lado, el recién llegado Partido Socialista de los Trabajadores (pst) se enfrentó al oficial Partido Revolucionario Institucional (pri), y promovió acciones para contrarrestar las prácticas del intermediarismo en la compraventa del café, a la vez que postuló candidatos indígenas para cargos políticos.[42] En oposición a la oficial Confederación Nacional Campesina (cnc) y al Inmecafé, se hizo presente la Unión de Uniones, con asesoría técnica y organizativa a los pequeños productores de café. En su discurso, tanto el pst como la Unión de Uniones se referían a los actores como indígenas y ya no sólo como campesinos.[43] Pobladores tanto de Río Grande como de Cantioc se afiliaron a estas organizaciones, las cuales provocaron divisiones dentro de algunas localidades y fricciones entre éstas. A fines de la década de 1980, el Partido de la Revolución Democrática inició un trabajo político en la región.
Al mismo tiempo, nuevas organizaciones religiosas aparecieron en la región. Una de las primeras fue el grupo evangélico Profecías, que consiguió algunos adeptos, y continúa activo hasta la fecha, junto con varios grupos más. La Iglesia católica, por su parte, jugó un papel político muy importante, principalmente a raíz de las líneas de trabajo pastoral promovidas por la teología de la liberación y la teología india. Bajo estas directrices, algunos ejidatarios pudieron formarse como catequistas, lo que les permitió ganar un nuevo e importante espacio de liderazgo político y moral entre los campesinos. En las décadas de los ochenta y los noventa, estos líderes gozaron de amplio reconocimiento local, semejante al que habían tenido los principales, e impulsaron la organización y movilización comunitaria. Además, implementaron medidas tendientes a aglutinar a sus seguidores: por ejemplo, promovieron la revalorización y rescate de las costumbres y tradiciones indígenas choles, como una manera de enfrentar a los grupos evangélicos. Contribuyeron, junto con algunas organizaciones políticas, a redefinir los términos de las relaciones étnicas entre comerciantes y ejidatarios choles, a los que ahora se referían como ladinos e indígenas; igualmente sucedió con el término “colonia” con el que antes se hacía referencia a las localidades rurales, el cual se sustituyó por el de “comunidad”.[44]
En síntesis, los cambios experimentados por Cantioc y Río Grande entre 1934 y 1980 apuntan en varios sentidos. La transición de una economía de autosubsistencia a una de mercado generó una mayor demanda de tierras por parte de los ejidatarios, lo que sumado al crecimiento demográfico, evidenció los límites de la agricultura como fuente principal de subsistencia. Muchos ejidatarios tuvieron que buscar ingresos monetarios en otras actividades productivas, dentro y fuera de sus localidades. La presencia del Estado, primero con la formación del ejido, y después por medio de sus instituciones educativas y de fomento a la producción agrícola y pecuaria, contribuyó a la diversificación productiva y ocupacional. Estas nuevas actividades permitieron cierta movilidad social a algunos individuos —en particular a los maestros bilingües— y propiciaron una mayor diferenciación socioeconómica. Surgieron nuevos estilos de vida y consumo inspirados en aquellos de las ciudades cercanas que ahora frecuentaban, o en la televisión, una vez que Cantioc y Río Grande contaron con el servicio de electricidad.[45]
A la par de estos cambios aparecieron nuevas formas de autoridad y prestigio locales. El cabildo, la mayordomía y los principales fueron desplazados por las autoridades municipales, pero sobre todo por las ejidales que ocupan hasta la fecha una posición relevante. Si antes se reconocía la autoridad de los hombres de palabra con experiencia probada en los asuntos comunitarios, después fueron los criterios del manejo del español y la habilidad para desempeñarse en el medio ladino los requeridos. El ámbito de acción de los curanderos, cuyas opiniones antes tenían reconocimiento, se redujo exclusivamente a cuestiones de salud o rituales ceremoniales. Los espacios político y religioso se ampliaron progresivamente con la presencia de organizaciones, partidos e instituciones emergentes, mismos que entraron en disputa con los ya establecidos, y provocaron en algunos casos divisiones. Éstos también introdujeron otras posiciones sociales de prestigio y liderazgo: las figuras del catequista y de las autoridades civiles, y los puestos políticos partidistas.
Asimismo, el agotamiento de la agricultura como fuente de subsistencia trajo consecuencias directas al grupo doméstico. Como la autoridad masculina se basaba en el control sobre la tierra, el jefe de familia vio disminuido su poder frente a las nuevas generaciones que encontraron su sustento en un trabajo distinto al agrícola. El grupo doméstico perdió relevancia tanto en su papel de organizador del trabajo como del reparto de sus frutos. Las jerarquías de edad y de género comenzaron a cuestionarse seriamente, lo que incluso alcanzó al ámbito del matrimonio.[46]