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El goce en el arte del justo amor (*) COMENTARIO BLANCA SÁNCHEZ El goce: entre centro y ausencia

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María Leonor Solimano (1) ubicó una serie de hitos en el recorrido de la enseñanza de Lacan hacia las fórmulas de la sexuación y la consiguiente formalización del goce femenino.

Quisiera retomar su punto de partida, que es la identificación al falo bajo la forma del ser y del tener. Como recordarán, se corresponde con el Lacan de “La significación del falo” y del Seminario 5. El falo organiza, divide a los sexos en los que, por no poder ser el falo, se entregan a la impostura de tenerlo, los hombres; y las que, por no poder tener el falo, se consagran a serlo en la mascarada, las mujeres. Tener por no poder ser; ser, por no tener. Claro que nadie lo tiene ni lo es.

Pero lo que me interesaría retomar de esa época de Lacan, es lo que podríamos situar como una anticipación del goce femenino. Me he orientado para ello con los desarrollos sobre la sexualidad femenina que Mónica Torres ha hecho en distintas oportunidades, en las cuales ubica un recorrido del que tomaré solo algunos hitos.

En “La significación del falo” Lacan señala que “…es para ser el falo, es decir, el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la feminidad, concretamente, todos sus atributos en la mascarada”; (2) no dice cuál es esa parte esencial, pero podemos deducirla a partir de otro texto más o menos de la misma época, “Ideas directivas para un Congreso sobre sexualidad femenina”, donde ubica a la sexualidad femenina “como el esfuerzo de un goce envuelto en su propia contigüidad”. Ese goce envuelto en su propia contigüidad es, a mi entender, lo que luego será el goce femenino, como más allá del falo. Lo que allí denomina su propia contigüidad, reaparece en el primer capítulo del Seminario 20, bajo la forma de la hipótesis de compacidad, (3) que permite entender lo que quiere decir que ese goce es infinito, que no conoce límites, pero un infinito muy particular. Para ilustrar ese infinito contiguo, propongo que pensemos en la diferencia entre dos infinitos. Uno se daría en la simple cuenta 1, 2, 3, 4, etc., en la que podemos no terminar nunca, pero en el que nos movemos entre elementos discretos y diferenciales, discontinuos. Pero también otro infinito, aquel comprendido entre el 0 y el 1, pues entre ambos hay infinitos números decimales: 0,1; 0,01; 0,001 etc. Es un infinito, podríamos decir, entre 0 y 1. (4) O entre centro y ausencia.

Esa será una de las maneras en las que podemos leer también lo que María Leonor ubicaba en la parte inferior de las fórmulas de la sexuación, es decir, las dos flechas que salen del , una hacia el falo y la otra hacia el significante del Otro barrado S(). Entre centro y ausencia es una expresión de Lacan en el Seminario 19 que toma del poeta Henri Michaux. Lo encontramos en la clase que Miller tituló “Lo que incumbe al Otro”, del apartado “El Otro: de la palabra a la sexualidad”. (5) Verán por qué estos títulos son importantes para lo que quiero remarcar.

Allí leemos en Lacan: “Ella es lo que de esta figura del Otro nos brinda la ilustración a nuestro alcance por estar entre centro y ausencia. ¿En qué se convierte para la mujer esa segunda barra que solo pude escribir como definiéndola como no toda?”. (6) Entre centro y ausencia sería su modo de presencia en la función fálica. Centro es estar en la función fálica, Uno, podríamos decir. Ausencia “es lo que le permite dejar de lado eso que hace que no participe de la función fálica, en la ausencia que no es menos goce por ser gozoausencia”, (7) Cero, podríamos agregar. Este goce que estaría del lado de ausencia –ilustrado en las fórmulas en la flecha que va del al S()–, es el que Eliana Amor (8) nos ha ilustrado con el goce místico de Hadewijch de Amberes; pero, fundamentalmente, es un goce referido a no cualquier figura de Dios, no al Dios padre sino, como ella misma dice, “un Dios deidad, discontinuidad, amor, lo inconmensurable”. (9) Una faz del Otro que Lacan nombra como ex-sistencia, como lo que existe fuera de. En su texto “El atolondradicho” va a remarcar de qué modo la experiencia mística como experiencia de goce estará vinculada al agujero, el agujero de la “función pulsional”; (10) una de las oportunidades en las que Lacan vincula a los místicos con el agujero, como nos recuerda Graciela Musachi en su libro El otro cuerpo del amor. (11) Esa otra faz del Otro nos habla de un Otro en el que lo importante no es que sea incompleto, pues sería susceptible de ser completado, sino del Otro en su inconsistencia. ¿También del Otro en su inexistencia?

María Leonor, en su texto, ubicaba que para hablar de lo propiamente femenino teníamos que pensar en una posición “totalmente desinteresada en el tener”. (12) En Hadewijch, tal como lo recortó Eliana (y es algo que se encuentra en las místicas), aparece, por ejemplo, bajo la forma de exilio del mundo, exilio que implica la paradoja de un más allá de su propia intimidad.

En un libro que he consultado para este tema, que se llama Mujeres trovadoras de Dios, de Georgette Épiney-Bourgad y Emilie Zum Brunn, (13) ubican a las beguinas como místicas del abandono, para quienes se trata de despojarse de un ser propio creado, separado, para encontrarse con su ser verdadero, increado, no separado, en Dios; sitúan un “no querer nada”, no desear nada diferente del propio Dios, en una vida ascética de trabajo en la que muchas de ellas vivían, aún proviniendo de castas nobles o burguesas, despojándose de sus bienes y volviéndose pobres mendicantes. La idea de despojarse del tener, es despojarse del tener fálico. Pero por otra parte, también sabemos que no hay límites para las concesiones que una mujer puede hacer: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes; un sin límites que se condice con ese sin límites del goce. Claro que el despojarse del tener que María Leonor nos recuerda con Medea y Madelaine, pareciera que se sigue sostenido en la lógica fálica, se corresponde, en ambos casos, con una idea de la repartición sexuada a partir de ser o tener el falo y, por otra parte, atacan el tener del Otro, no el propio, al menos en Madelaine, aunque Lacan los compare con el acto de una verdadera mujer. No dice nada de despojarse de su propio ser el falo…

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