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Epistemología
II

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[ARTÍCULO][3]


La palabra “epistemología” tiene dos significados diferentes. El primero, muy en boga entre los autores anglosajones, corresponde al que entre los filósofos se denomina “teoría del conocimiento”. Su objeto es el de fundamentar todas las formas del conocimiento humano, aun de aquellas aparentemente obvias como las ideas ligadas a términos como “mundo físico”, “yo”, “otras mentes”. Se trata de una disciplina perteneciente al campo de la filosofía, aunque vinculada a estudios realizados en psicología, sociología, análisis del discurso y del lenguaje y otros temas. La segunda acepción de la “epistemología”, que es a la que concierne el presente trabajo, se refiere exclusivamente al conocimiento científico, a su producción, estructura y validación. Los recién mencionados autores anglosajones emplean más bien la designación “filosofía de la ciencia”, pero esta no parece conveniente. En primer lugar, porque no es claro que la epistemología sea una parte de la filosofía, pues tal vez constituya una disciplina totalmente autónoma. Por otra parte la filosofía de la ciencia es muy amplia en su temática, comprendiendo hasta tópicos metafísicos, en tanto la epistemología –en este segundo sentido– examina el conocimiento científico y especialmente una de sus manifestaciones más importantes y refinadas, las teorías científicas.

Tampoco hay que confundir la epistemología con la metodología de la investigación. La primera pone en tela de juicio todo el conocimiento científico, pretendiendo justificar tanto las teorías ya aceptadas por los hombres de ciencia como las recién propuestas. El metodólogo se propone otra cosa: la obtención de nuevo conocimiento. Él da por constituidas las teorías existentes en determinado momento, para utilizarlas con el fin de producir nuevo conocimiento. Como disciplina, la metodología de la investigación pretende establecer reglas para obtener nuevas informaciones o teorías.

Una primera distinción que cabe hacer es la referente a los “contextos”. Ellos se refieren al tipo de discusión que pretenden efectuar los epistemólogos. El primero a considerar es el “contexto de descubrimiento”. Aquí se examina la génesis y producción del saber, y hay que tener en cuenta cuestiones de fecha, de prioridad, y circunstancias psicológicas y sociales. Problemas como el de si el investigador diseña una determinada teoría en virtud de su peculiar ideología, o el de si una circunstancia sociológica favorece o no la aparición de determinadas teorías científicas pertenecen a este contexto. Escritores marxistas, como Louis Althusser por ejemplo, favorecen muy especialmente este tipo de estudios. Pero también esta problemática es característica de historiadores de la ciencia. Tenemos luego el “contexto de justificación”. Aquí no importa quién descubrió o inventó cierta teoría, sino más bien si la teoría es correcta, qué estructura posee, cómo es posible fundamentarla. En esto no importan –aparentemente– las cuestiones históricas sino más bien las lógicas, lingüísticas y experimentales.

Otro contexto es el de “aplicación”. Lo que ahora interesa son las aplicaciones de la ciencia, el valor instrumental de esta para actuar sobre la realidad, racionalizar la práctica y producir modificaciones.

Indudablemente, hay relaciones entre los contextos, y uno de los propósitos de la epistemología es precisamente examinar cuál es exactamente la índole de tales relaciones. No hay duda, por ejemplo, de que las aplicaciones de una teoría pueden ser el motivo que llevó a descubrirla. También es verdad que las aplicaciones exitosas de una teoría pueden constituir uno de los motivos para su justificación. No obstante, los contextos plantean problemas distintos y hay una acentuada independencia entre los tres. De aquí en adelante discutiremos especialmente las cuestiones relacionadas con el contexto de justificación.

Hay diversos puntos de vista no concordantes acerca de estos problemas. Permítasenos recordarlos brevemente.


1. El método demostrativo aristotélico. En esta concepción, expuesta por Aristóteles en su libro Segundos Analíticos y conocida actualmente como “axiomática clásica”, la ciencia consiste en disciplinas científicas, cada una de las cuales posee una estructura típica común a todas. En primer lugar tenemos los “principios”, que como el vocablo lo indica, son las afirmaciones que constituyen el punto de partida de la estructura. Entre ellos, los más típicos y destacables están los axiomas, afirmaciones simples y evidentes que se autojustifican. Luego tenemos deducciones a partir de tales proposiciones, y las nuevas afirmaciones que así se obtienen –indefinidamente– son los “teoremas”. Este punto de vista admite (continuando una tradición comenzada por Pitágoras y sostenida enfáticamente por Platón) que poseemos una facultad, la “intuición racional” o “intelección” que permite captar directamente con el pensamiento las relaciones entre ideas, especialmente en el caso de los principios. Una vez ejercida esa capacidad, lo demás depende de nuestra pericia deductiva.

Este esquema fue muy influyente en la historia, pero tiene una dificultad que constituye su talón de Aquiles. Y es que tal intuición racional no parece existir como procedimiento probatorio, y ello se evidencia en la gran cantidad de teorías equivocadas y descartadas que exhibe la historia de la ciencia. No obstante, dos grandes procedimientos epistemológicos actualmente muy en boga, parecen ser los herederos del método aristotélico. El primero es el “método axiomático formal”, que desempeña un papel central en la matemática contemporánea, y que constituye un juego (pero no un mero juego en vista de sus aplicaciones) que consiste –para cada posible sistema matemático– en hacer suposiciones convencionales y ver luego qué se deduce de ellas. Así, la geometría euclidiana sería uno de esos juegos, pero, para cada una de las geometrías no euclidianas tendríamos otro juego. Puede suceder que en ciertos casos se descubra que las suposiciones se hagan verdaderas en un ámbito especial, en cuyo caso las consecuencias también, y entonces el sistema deja de ser mero juego de la matemática pura y se transforma en matemática aplicada.

Otro procedimiento heredero del método demostrativo aristotélico es el conocido como “método hipotético-deductivo”. Ahora los principios son meras hipótesis. Nos ocuparemos enseguida de este punto de vista.


2. El método inductivo. Propuesto entre otros por filósofos como Francis Bacon y John Stuart Mill. El problema planteado aquí es el de cómo es posible establecer leyes científicas, puesto que son proposiciones universales, en tanto que los datos que en cualquier momento poseemos son en número finito. Problema difícil, cuya única solución consiste en admitir que cuando los datos son en número suficientemente grande y no hay ningún caso en contra, entonces es legítimo pasar a la ley y a la generalización. Es verdad que en la práctica científica hacemos inducciones, pero más bien para pasar de los datos a hipótesis generales. Hacer una inducción no tiene valor probatorio, puesto que la muestra de datos, por grande que sea, no agota la población. Y es bien posible que fuera de la muestra esté escondida la oveja negra, el contraejemplo que invalida la generalización. En realidad, no hay ninguna inferencia correcta que permita verificar una generalización a partir de un número finito de datos. El método inductivo pertenece al contexto de descubrimiento, ya que en sus aplicaciones la que realmente se obtiene es una hipótesis, que no pasa de ser una conjetura que habría que investigar para saber si es o no válida.

Actualmente el método inductivo se relaciona con el cálculo de probabilidades y la inferencia estadística. Es un paso importante, pero en sentido estricto sigue sin ser un método probatorio. Aquí se trabaja con probabilidades más que con verdades, y estas no se sabe cuán válidas son ni lo que lógicamente representan. Hay epistemólogos que niegan todo valor al método inductivo (una actitud un poco exagerada), entre ellos Karl Popper.


3. El método hipotético deductivo. Esta concepción metodológica es mencionada ya por el filósofo del siglo XVII Wilhelm Leibniz y en el siglo XIX por el historiador de la ciencia Pierre Duhem. Pero el pensador que defendió con más entusiasmo y sistematicidad este punto de vista fue, sin duda, Karl Popper, en nuestro siglo.

Un “sistema hipotético deductivo” es una estructura muy semejante a la de una ciencia demostrativa aristotélica. También en ella tenemos principios, deducciones y consecuencias. Pero hay dos importantes diferencias. Los principios no son proposiciones simples, evidentes y necesarias, sino hipótesis. Una hipótesis es un enunciado cuya verdad o falsedad no se conocen, pero que se supone verdadera. Esto no implica creencia; se trata de una mera suposición, hecha para establecer qué es lo que pasaría si el enunciado en cuestión fuera cierto. Las consecuencias de los principios son también hipótesis (en la mayoría de los casos), lo cual hace que el sistema semeje más a un modelo provisorio de la realidad investigada que a un conocimiento verificado. Digamos de paso que los que adoptan esta manera de concebir las cosas denominan preferentemente un tal sistema con la palabra “teoría”.

La otra de las diferencias mencionadas consiste en la exigencia de que la teoría tenga “consecuencias observacionales”. Son enunciados deducibles de los principios, pero sujetos a dos condiciones. Deben ser singulares, en el sentido de referirse a una entidad, o a un número finito pequeño de entidades o a una muestra (un conjunto accesible de casos). Además, salvo los términos lógicos, los vocablos que figuran en ellos deben referirse exclusivamente a entidades observables. Esto hace que en general estas consecuencias observacionales sean decidibles, en el sentido de que en principio sea posible –mediante observaciones– dirimir por sí o no el problema de la verdad o falsedad de ellas. Si se realizan las observaciones oportunas, las denominadas “observaciones pertinentes” podrá saberse si ciertas consecuencias observacionales son verdaderas o falsas. Cuando se establece la falsedad de una consecuencia observacional, alguno de los principios debe ser falso; pues si todos ellos fuesen verdaderos, como la deducción lógica transmite la verdad de las premisas a la conclusión, la teoría solo podría ofrecer conclusiones verdaderas, y ese no es el caso. Esta es la manera de probar que una teoría está equivocada y debe descartarse. Pero cuando las consecuencias observacionales hasta ahora controladas resultan ser verdaderas, no puede decirse que la teoría ha quedado verificada. Pues podría suceder que hubiera principios falsos, y en lógica está claro que de premisas falsas es posible deducir correctamente consecuencias verdaderas (y, por supuesto, también falsas). Cuando estamos en esta situación, seguimos sin saber si la teoría es o no adecuada. Pero como no pasó nada malo, podemos seguir investigando con ella, y decimos que la teoría ha sido “corroborada”. Hay una asimetría; podemos decir terminantemente que una teoría es falsa, pero no que la hemos verificado sino que ella ha sido corroborada.

En el método hipotético deductivo el conocimiento en cierto modo se obtiene por la negativa, refutando teorías y sabiendo cada vez mejor cómo la realidad no es.


4. El método hipotético deductivo versión compleja. En realidad, la situación metodológica que hemos descrito es demasiado simple como para coincidir con lo que efectivamente hacen los científicos. En el procedimiento de poner a prueba las consecuencias observacionales para conocer si hay verdad o corroboración, procedimiento conocido como “contrastación”, los principios no están solos. Hay la compañía de las “hipótesis presupuestas”, las de las teorías antecedentes en las que nos apoyamos para poder enunciar los principios de nuestra teoría. Así la teoría de Newton presupone geometría, las teorías químicas presuponen física, y así sucesivamente. Además, están las hipótesis sobre el material de trabajo que hemos elegido para contrastar, conocidas como “hipótesis auxiliares”. Cuando hay refutación, ya no está claro que la culpa sea de la teoría; la falsedad puede originarse en alguna de las hipótesis presupuestas o en las auxiliares. Así es posible salvar una teoría, cosa que se hace hasta tanto no se repitan hasta el cansancio los inconvenientes, y la teoría sea reemplazada por otra con menos dificultades. Al científico en las situaciones desfavorables le queda siempre una alternativa: conservar la teoría y cambiar alguna hipótesis auxiliar o presupuesta, o rechazar la teoría.


5. Paradigmas y ciencia normal. Algunos epistemólogos, como Thomas Kuhn, prefieren adoptar una visión más sociológica de todas estas cuestiones. En vez de aspectos lógicos como las deducciones, importa más la conducta de la comunidad científica. Si ella alcanza un estado de consenso alrededor de una especialidad, entonces diremos que se está en una etapa de “ciencia normal”. En ella los avances son profundos, y la tarea principal es resolver “enigmas”. La concepción que ha unido la comunidad es una combinación de teoría, modos de valorar, concepciones metafísicas, manera de ver la experiencia, y demás. Todo ello constituye un “paradigma”, el modelo que toda la comunidad ha adoptado para investigar.

Pero cuando hay anomalías el paradigma se resiente y finalmente es reemplazado por otro, que constituye un nuevo período de ciencia normal. El paso se denomina “revolución científica”. La historia de una disciplina es una sucesión cíclica de períodos de ciencia normal y de revoluciones científicas. Es un cambio muy importante el del paso de un paradigma a otro, pues en cierto modo cambia la concepción del mundo. La inducción y el método hipotético deductivo es cosa de la ciencia normal, pero la importante es en realidad el propósito y actividad de resolver enigmas. No hay nada parecido a la inducción para pasar de un paradigma a otro, y tampoco es posible para ello hacer contrastaciones. El paso de un paradigma a otro es un salto estructural y es siempre relativo ya que no hay paradimas neutrales o absolutos.

Además de las posiciones descriptas hay una gran variedad de alternativas. Los “programas de investigación” de Imre Lakatos, la resolución de problemas según Harry Laudan, o el “anarquismo metodológico” de Paul Feyerabend constituyen importantes ejemplos. Puede afirmarse que no existe consenso y unanimidad entre los epistemólogos. Una serie de problemas dividen el campo. Está la cuestión de si los términos observacionales son absolutos o neutrales, o poseen “carga teórica”. También está el problema de los términos teóricos, es decir, los no observacionales (¿Son legítimos? ¿Qué significan? ¿Significan algo?). ¿Es legítima la distinción entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación? ¿Es indispensable la historia de la ciencia para el contexto de justificación? ¿Cuál es la relación entre epistemología y sociología? Y así otros ejemplos.


Bibliografía

Popper, K. R.: La lógica de la investigación científica. Editorial Tecnos, Madrid. Traducción de Víctor Sánchez de Zavala, 1962.

Kuhn, T. S.: The Structure of Scientific Revolutions. The University of Chicago Press, 1962.

Lakatos, I.: La metodología de los programas de investigación científica. Alianza Universidad, Madrid. Traducción de Juan Carlos Zapatero, 1963.

Feyerabend, P.: Against Method. Verso Edition, London, 1975.

Klimovsky, G.: Las desventuras del método científico. Editorial A-Z, Buenos Aires, 1994.

Klimovsky, G., Hidalgo, C.: La inexplicable sociedad. Editorial A-Z, Buenos Aires, 1998.

Mill, J. S.: Système de logique déductive et inductive, F. Alcan. Traducción de Locis Peissé, París, 1896.

Epistemología y Psicoanálisis Vol. I

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