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ОглавлениеChile
Agustín Squella
Cuando pienso en Chile, ¿en qué pienso? Casi nunca pienso en Chile, y algo parecido debe ocurrirles a los habitantes de otros países, salvo a aquellos que tienen una conciencia demasiado impetuosa del país en el que nacieron por casualidad. A mí los nacionalismos exacerbados me producen vergüenza ajena.
De manera que no pienso en Chile, o no mucho. Simplemente vivo en Chile. Con agrado, por cierto. En la zona central, a pocos kilómetros del océano que veo todos los días al desplazarme entre Viña del Mar y Valparaíso. Veo los colores del agua y de las embarcaciones, la coloratura de la bahía, a veces cálida, a veces herrumbrosa. Incluso un container puede lucir hermoso si el sol le da de determinada manera. Este lugar del país ha hecho de mí un sedentario. ¿Para qué moverse de un sitio así? Cada vez que voy al norte quedo hipnotizado por la luz y me siento gratificado por ese calor que se pega a la piel y hace que sienta que nunca voy a enfriarme. Y el sur está bien, es bello, tiene parajes impresionantes. Pero a mí me gusta acá.
Se dice: Chile es un país de contrastes, Chile es sobre todo un paisaje. Es cierto, pero se ha vuelto un lugar común, un cliché. Los clichés nos permiten decir rápidamente algo que no necesitamos pensar demasiado. Nos sacan de apuros, aunque también nos dejan cautivos de una idea que impide el hallazgo de otras. También decimos que en Chile —país de contrastes— tenemos clase media alta, media-media y media-baja. Es una manera de acariciar la idea de que en nuestro territorio ya no hay pobres. ¿Cómo los va a haber si la obesidad hace estragos, sobre todo en los sectores humildes?
Hoy, en Chile, predomina cierto grado de desmesura. Al hablar, al celebrar, al reír, al llorar, al comer, al ingerir bebidas espirituosas; al sepultar a los amigos en medio de cánticos, chistes, aplausos y globos lanzados al aire; al juzgar al prójimo; al respaldar tribunales populares o mediáticos para condenar sumariamente a cualquiera; al aplaudir dictaduras; al animarnos y al desanimarnos; al declararnos felices y al desconocer que otros también lo son; al regatear los salarios de los trabajadores y al abultar el de los ejecutivos y, sobre todo, al avivar a nuestro equipo de fútbol, la única afiliación incondicional que nos va quedando a todos.
Pienso en los recados de Gabriela Mistral, en los recados a Chile que ella hacía cada tanto: “Nadie desea con más fuerza que yo un Chile sólido y cuerdo, un Chile de política inteligente y, sobre todo, coherente, que amar y que obedecer”. Apuntó ella también que la historia patria se parece más a un cóndor carroñero que a un sensible huemul, y pidió entonces, para Chile, “menos cóndor y más huemul”.
Y en la hora presente eso es lo que nos falta: menos cóndor y más huemul.