Читать книгу Ancor - Guillermo A. Cabrera Moya - Страница 12
ОглавлениеUna mañana temprano el Mencey de su pueblo, de nombre Bencomo, lo mandó llamar y le dijo:
—Ancor, te he estado observando y creo que eres un muchacho muy valiente, decidido y observador, por lo que a partir de este momento acompañarás a mi hijo Bentor en todas sus actividades.
Ancor se sentía muy contento de convertirse en el mejor amigo de Bentor, por lo que no supuso ningún problema estar con él y pasar tanto tiempo juntos jugando, aprendiendo las costumbres de su pueblo, cazando y cuidando de los animales.
Para su familia su elección era todo un privilegio. Su padre, orgulloso, no paraba de repetirle:
—¿Lo ves hijo?, el Mencey te ha elegido a ti. Sigue así y serás un gran guerrero, una persona importante, ya que el joven príncipe algún día llegará a ser el Mencey y tú estarás a su lado.
—Sí, padre, así lo haré. Estarás muy orgullo de mí. Haré todo lo que pueda por complacer al Mencey y a su hijo. Pero ¿qué pasa si Bentor no quiere ser mi amigo?
—Eso no va a ocurrir. Todos los muchachos necesitan amigos y tú eres un chico formidable. Sabrás muy bien cómo ganarte su amistad. Ya lo verás.
Y así fue como ocurrió. Tras las presentaciones oficiales los dos chicos empezaron a pasar juntos muchas horas hasta que comenzaron a convertirse en inseparables.
Juntos se lo pasaban estupendamente. Los días transcurrían rápida y felizmente jugando, riendo y corriendo de aquí para allá.
Pero no todos eran buenos momentos. Bentor tenía cierta facilidad para meterse en líos y, claro, arrastraba a Ancor, por lo que asiduamente lo castigaban sin él haber hecho nada.
Cierto día, los dos niños estaban entrenándose en su juego favorito, «El tiro de la Bimba», que consistía en que los dos contrincantes se colocaban sobre dos montículos y se arrojaban piedras alternativamente intentando esquivar o parar la que le lanzaba el contrario, por lo que en más de una ocasión la herida o el chichón en la cabeza estaba garantizado.
—Cuando tires, hazlo por encima de mi cabeza con mucha fuerza, que yo la dejaré pasar —dijo Bentor.
—Pero el juego no es así. Tengo que intentar darte, y si lo hago como tú dices, es probable que le dé al viejo Acorán.
—Ya lo sé, por eso lo digo; además, no me discutas y hazlo.