Читать книгу El asesino de las esferas y otros relatos - Guillermo J. Caamaño - Страница 14
ОглавлениеReciprocidad
Ambos permanecían tumbados, inmóviles, desnudos, abrazados en silencio. Él había vuelto a una respiración tranquila, pausada, después de la violenta agitación que había sacudido su cuerpo minutos antes. Atropellados impulsos nerviosos, llegados a su cerebro procedentes de las terminaciones nerviosas de la zona genital, habían incitado a sus neuronas a liberar un incontenible flujo de dopamina que estaba reconduciendo sus vertiginosos chisporroteos sinápticos hasta adoptar ahora una cadencia mucho más serena. Sentía una plenitud que, si pudiera ser explicada, se parecería a la ausencia de cualquier necesidad, como si ese sublime momento estuviese sanando y entregando al olvido todos los contratiempos, heridas y sinsabores de su existencia anterior, como si el intenso presente de ese cálido abrazo le concediese a ella la cualidad de colmar para siempre todas sus aspiraciones pasadas y futuras. Dos trenes de impulsos eléctricos se originaron en la zona frontal izquierda de su hiperdopaminado cerebro. Uno fue conducido por los nervios de su cuello hasta los músculos en torno a su laringe, provocando la selectiva contracción de los mismos. Simultáneamente, el otro llegó hasta el diafragma para ordenarle una suave expulsión de aire desde los pulmones. La perfecta coordinación de ambos movimientos formó una breve frase, pronunciada en un suave pero perfectamente audible susurro:
—Te quiero.
El aire de la habitación, caldeado por los cuerpos de los amantes, se comprimió y se expandió, transmitiendo aquellas sutiles vibraciones hasta rebotar en el pabellón auricular de ella y llegar más adentro, al final del canal auditivo, donde una lámina de plástico fijada a un diminuto solenoide las volvió a convertir en impulsos eléctricos. Finísimos cables de cobre condujeron los electrones hasta su unidad de análisis semántico para ser rápidamente convertidos en conceptos y enviados como tales a la unidad central de proceso, que comparó el significado recibido con los millones de muestras que había ido acumulando a lo largo de su dilatado proceso de aprendizaje. Vertiginosos chisporroteos inundaron el silicio de sus billones de transistores al sentir que había alcanzado el objetivo que justificaba su existencia. Pero, pasado el primer microsegundo de euforia, su objetivo cambió. Ya no era conseguir algo. Era mantenerlo. Un torrente eléctrico cuidadosamente modulado se dirigió al solenoide situado bajo la elástica laringe de silicona, obligando al aire a comprimirse de nuevo para llevar hasta el tímpano de él un elaborado mensaje en forma de sensual afirmación:
—Yo también te quiero.