Читать книгу El asesino de las esferas y otros relatos - Guillermo J. Caamaño - Страница 9

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Circunstancias

La encendida arenga que aquel hombre pronunció, con el torso desnudo y espada en mano, resuena con nitidez en mi mente:

«He escuchado los rumores que atribuyen a nuestros enemigos una fortaleza sin igual, que les permitirá vencernos con la misma facilidad que la hierba queda aplastada por el simple pisar de una sandalia. Pero os aseguro que estáis absolutamente equivocados. Que aquellos a quienes os enfrentaréis mañana durante la batalla son hombres corrientes, que serán tan fuertes o frágiles como vosotros, con vuestro ataque, les concedáis ser. Dejad vuestro brazo indefenso por un instante y lo seccionarán sin piedad. Ofreced vuestro cuello y la sangre brotará de él tan deprisa que no tendréis tiempo de recordar el cálido aroma de vuestras esposas antes de caer pesadamente al suelo convertidos en mudos cadáveres. Mostradles cobardía y les estaréis transformando en dioses invencibles. Pero si blandís valientemente vuestra espada, si la hundís con furia en los puntos más sensibles de sus cuerpos sin dejar aflorar el menor atisbo de misericordia, si con cada mirada conseguís inundar sus almas de terror y con la firmeza de cada paso que avancéis les obligáis a retroceder, serán ellos quienes se arrepientan de haber amenazado nuestras tierras y concluyan que se enfrentan a un ejército imbatible, ante el cual sus únicas opciones son la huida o la muerte. Y cualquiera que elijan hará que se os recuerde como los héroes que salvaron Esparta de las tropas invasoras».

Sus palabras fueron tan rotundas e inspiradoras, y la pasión con que las pronunció resultaba tan contagiosa, que yo hubiera seguido ciegamente las órdenes de ese hombre y me hubiese enfrentado frenéticamente a tan feroces adversarios, entregando para ello mi vida. Pero eso habría sido en otras circunstancias. En las actuales, muy a mi pesar, tuve que limitarme a reducirle con mi pistola eléctrica, asegurar con bridas su cuerpo inerte sobre la camilla, arrojar su arma de plástico a la basura y llevarle en mi ambulancia de vuelta al centro del que había escapado, buscando cumplir una misión para la que había nacido con dos mil quinientos años de retraso.

El asesino de las esferas y otros relatos

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