Читать книгу El asesino de las esferas y otros relatos - Guillermo J. Caamaño - Страница 19
ОглавлениеEmisario
La melancolía me invadió casi en el mismo momento en que Viriato me ordenó ir a Roma para negociar la paz con el procónsul. Debería agradecer tan alta muestra de confianza, pero después del fracaso de mis antecesores no puedo hacerlo, cuando me enfrento a un viaje que con seguridad resultará inútil para sus propósitos y mortal para mí. Desde que salí de Lusitania, en solitario para intentar pasar inadvertido entre las tropas que luchan en uno y otro bando, me he escondido en las sombras para no ser detectado y he tenido que avanzar de forma errática, dando prioridad a la seguridad por encima de la lógica que recomienda la ruta más directa, prolongando así un trayecto que debería haber concluido hace mucho.
Probablemente sea mi absoluta falta de fe en el éxito de esta misión lo que haya provocado que en este momento me encuentre rodeado de enemigos e incapaz de imaginar una escapatoria. Si me dejan hablar, quizá tenga una oportunidad. Me despojo de todas mis armas, pulso el botón rojo y alzo los brazos mientras con un grave zumbido la escotilla de mi nave personal se va abriendo poco a poco. Atrapado en la zona de carga de su astronave de mando, veo perfilarse ante mis ojos la imagen de un oficial romano que apunta su desintegrador diestramente hacia mi entrecejo mientras varios soldados le cubren, atentos a cualquier movimiento.
—Viriato me envía a vuestro planeta como emisario de paz. Debo entrevistarme con el procónsul —digo al comprobar que sigo vivo cuando cesa el zumbido.
—Tu jefe se llama Harper, por si no lo sabes. Lo de adoptar nombres perdidos en la historia antigua se ha convertido en una costumbre malsana en esta zona de la galaxia. Date la vuelta — me grita.
Sobre mis pies, doy una vuelta completa hasta quedar de nuevo frente a él. Creo que ha comprendido que no soy una amenaza. Me pregunto si ha sido una buena estrategia.
—Esta nave es justo lo que necesito para mis excursiones a las lunas del placer —dice pensando en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular.
Creo detectar un leve movimiento en sus dedos. Veo un intenso resplandor que me ciega por completo. Y después, nada.