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Si pudiera comer bellotas y que me salieran por las orejas

ramas de árbol. ¡Si pudiera comprar un hotel de mil

habitaciones y morir en cada una!

Paddy Chayevsky

Le dicen a Tatiana que no se da a respetar, que yo soy muy mandado, que les estoy cayendo gordo. Utilizo sus mismas palabras. Que prefieren que ande con un futbolista a que ande con un intelectual por cual: ése soy yo.

—¿Un intelectual?

Pero me interrumpe. Y por si fuera poco no se le ha presentado su menstruación. Enmudecí y sin talento para dar explicaciones preferí retirarme. Fui a la escuela. Encontré a Monsiváis cargado de libros y caminamos hasta su departamento. Dice que mi proyecto de novela es muy complicado y que primero tengo que pensar en atrapar lectores, y que cuando los tenga, entonces me puedo lanzar a hacer experimentos, por lo demás, completamente innecesarios.

Tatiana se porta mal. Me pidió que la buscara y a la hora que habíamos convenido no estuvo. La esperé inútilmente. Salí a comprar unas medicinas y la encontré. Eran las 8:30 y la cita había sido a las 4. Ah, pero es que salió con unos vecinos que le están enseñando a manejar moto…

—Moto es como mejor manejo —susurro, pero ella ni siquiera sonrió.

Ayer estaba guapísima. Hoy no. Se veía demasiado flaca y desgarbada, incluso mal peinada. La encuentro varias veces más, más tarde, y se porta grosera, antipática. Por fin, casi a las 10 de la noche, confiesa: faltó a la cita deliberadamente, y mañana también pensaba faltar, un poco por seguirle la corriente a su mamá, que sufre mucho porque ella sale conmigo. A medianoche nos despedimos.

—A ver cuándo nos vemos…

—¿Así? ¿A ver?

—Sí, ¿o cuándo quieres?

—¿Te parece el lunes por la noche?

—No.

—Entonces nos veremos mañana.

—Pero mañana no puedo.

—Entonces ahora. Quédate a dormir conmigo.

—¿Estás loco? No puedo.

—Sí puedes. Inventas algo.

Su madre me impone condiciones a través de ella porque no se atreve a hablarme directamente. Debo ir a la escuela, o por lo menos encontrar un trabajo. Tatiana me lo dice casi retándome. ¿Así que soy “un bueno para nada”? Y cuando la visite y mientras estemos en su casa, no debo tocarle ni uno de sus dedos. Y sobre todo no debo tratar de besarla otra vez. No debo ni siquiera desearla. Realmente piensa que lo único que me interesa es acostarme con ella. Y tiene razón, porque no me gusta en su papel de mujer ofendida. Tampoco me gusta su ropa, que tan malamente descompone su cuerpo, ni la manera como se maquilla. Parece que antes de salir siempre jugara luchas con un payaso. O con dos. Aludo entonces a su increíble vulgaridad, oculta hasta hoy por la exagerada vulgaridad de los que nos rodean, pero me confundo pronto, no encuentro las palabras que necesito, estoy obnubilado y casi histérico, me pierde algo así como el infierno de la fiebre, advierto que de seguir hablando puedo perderla realmente.

¿Y en verdad me importa? ¿De verdad me gusta más que todas las mujeres que conozco? ¿Se trata de un capricho? Ni siquiera puedo responder. Pero reconozco un como sentimiento que huye, o que se repliega, un sentimiento que se escabulle, o se transforma, se encoge, desaparece y reaparece con inusitada frecuencia. ¿Será el Amor? Es una especie de ansia, o desesperado nerviosismo que se disuelve a veces, que ni siquiera es permanente. Y lo peor es que no puedo preguntarle a nadie si esto es estar enamorado. Una como exaltación que me desborda…

De pronto creo que necesito a Tatiana, pero también tengo ganas de estar solo. A veces me gusta ella y a veces no. A veces tengo la certeza de que hay otras mujeres en alguna parte.

Por lo pronto dejo hablando sola a Tatiana, en un crescendo de su infatuación, verdaderamente ofendido.

Mis personajes empiezan a convertirse en símbolos precisos de mi drama íntimo.

Me siento como un lobo en celo…

LOS PERROS REPETIDOS

En casa se cuenta con frecuencia esta anécdota:

Nos regalaron tres cachorros en una canasta. Nos quedamos con ellos y yo los sacaba a correr todas las tardes. Eran de colores indefinidos, y las orejas les colgaban. Entonces mataron al papá de Gutenberg y lo dejaron a bordo de su coche. Los perros lo encontraron, y cuando se abrió la portezuela, se lanzaron a morder el traje del cadáver. Todo mundo trataba de ahuyentarlos. Les pegaban con los puños, les daban de patadas. Yo agarré al más renuente y, en mi desesperación de niño, tomé una de sus largas orejas y casi se la arranqué de una mordida…

Todos ríen en el momento en que los perros chillaban junto al cadáver…

Me gustaría poder trabajar más tiempo en mi libro, que a la mejor podría llamarse Mi vida entre los humanos. Hablando de lo que me rodea, y de aquello que intuyo o presiento, o de aquello que me atemoriza y no entiendo, y de lo que soy o de lo que me gustaría ser. O de lo que supuestamente fui, o dicen que fui…

Me gustaría poder llegar a conseguir un efecto de liberación psíquica, como para consolidar de algún modo mis precarias, mis casi inexistentes defensas…

Nada más insoportable que un libro con confesiones adolescentes…

Acompaño a Temístocles a cobrar a Editorial Novaro, en San Bartolo Naucalpan. Él hace traducciones de revistas de historietas, como Superman o Tom y Jerry, lo que no es fácil, pues debe ajustar el texto en español al espacio que permiten los globitos que indican lo que dice cada personaje. Con frecuencia los villanos de Superman se llaman Monsi, por Monsiváis, o Sofo, por mí, y hasta hay un ratoncito que también alude a mi nombre y al que le puso Sifo. Con el dinero de las traducciones de esta semana, Temístocles me invita a comer al restorán Zodiaco, en la Zona Rosa. Sin duda es mi mejor amigo.

Invierto la mañana interminable mirando por la ventana. De pronto aparece Herodotita que avanza hacia la casa de Tatiana y toca en la puerta. He aguardado pacientemente: La ventana indiscreta. Después de unos minutos salen las dos y yo bajo las escaleras precipitado y confundido para simular un encuentro casual: me siento en la banqueta y adopto un gesto displicente. Ellas tardan en salir. ¿Habrán ido a otra parte? Cuando por fin aparecen, Tatiana me invita a la iglesia. Uf, me niego a ir. La cera me da alergia, mi padre está por llegar, no estoy vestido adecuadamente. No me creen y se despiden, y yo regreso a casa a desayunar. Mi hermano me invita al Cine Club de Filosofía. Pasan una película de Bresson, y me cuenta que Bresson habló en una entrevista de “la fuerza eyaculatoria del ojo”. No puedo decirle que no, acepto acompañarlo y por el camino ajusto el proyecto para el total abandono de Tatiana. Mi hermano se alegra. Ella no le gusta, o le gusta para él y no para mí.

Tatiana: debes gastar lo que te dio la Madre Naturaleza antes de que te lo quite el Padre Tiempo…

Montar una película, dice Bresson “es enlazar a las personas unas con otras y con los objetos a través de las miradas”…

Dos personas que se miran a los ojos no ven sus ojos sino sus miradas. ¿Razón por la que uno se equivoca sobre el color de los ojos?

Adivinación, dice de nuevo Bresson, “esta palabra. ¿Cómo no asociarla con las dos máquinas sublimes de las que me sirvo en mi trabajo? Cámara y grabadora, llévenme lejos de la inteligencia que todo lo complica”…

Al volver a casa Tatiana aparece deshaciéndose en amabilidad y me da un beso en la mejilla. Huele a incienso. Todo el tiempo pongo mi mejor cara de enojado para rechazarla, arrugo el entrecejo, endurezco la mirada, fuerzo los labios en un permanente rictus de desprecio. Bah. Me pide que la acompañe a la tienda de la esquina. Nos despedimos de mi hermano que pasa.

—¿Qué vamos a comprar?

—Nada…

Sonrío con la ocurrencia. Le digo que he padecido un ansia incontrolable de golpearla.

—¡Pégame! —dice.

—No, no puedo…

—¿Por qué?

—No vale la pena…

Pero cuatro pasos más y vuelvo al ataque.

—También me dan ganas de morderte, de arañarte, o más bien de desollarte, de retorcerte y luego comerte. Un deseo frenético de devorarte y después limpiarme los dientes con la astilla de uno de tus huesos…

—Pues cómeme —acepta y ofrece su brazo mordisqueable.

—Tampoco puedo…

—¿Por qué?

—Se me quitó el hambre…

Hinco los dedos de una de mis manos sobre su hombro derecho y la rasguño profundamente hasta el codo. Casi alcanzo a oír el rechinar de mis uñas.

—Te amo —murmura, y se acaricia el brazo rasguñado arrugando su carita por el dolor, pero también contenta, como si fuera a reír.

—¡Carajo! —protesto, como si me hubiera gustado que se quejara.

—Bueno, me tengo que ir…

Quedamos de vernos más tarde, sin precisar ninguna hora.

Cada vez con más fuerza quiero intentar convertirme en un lobo.


Pasión: estado de tensión absoluta de un ser hacia otro ser que encarna sus razones de vivir, y al que subordina su concepción del universo hasta en los más ínfimos detalles. “La verdad en un alma y un cuerpo”, decía Rimbaud.

A las cinco viene Temístocles y conversamos bajo el quicio de la puerta. Mi perra olfatea todos los árboles y las llantas de los coches estacionados. Llega Tatiana con su familia en la camioneta de su papá, y apenas se bajan, ella espera a que todos entren en su casa y viene hacia nosotros. Me llama mi abuelita. Tiene hambre y debo subirle de cenar. Cuando salgo de nuevo, Tatiana ríe con Temístocles, seguramente coquetea, cierra algún trato, conviene encontrarlo otro día, al salir de la escuela. Pero apenas aparezco se va. Lo de la cita me lo cuenta él, sinceramente regocijado. ¿Estará mintiendo?

Más tarde estoy jugando pelota con las amigas de mi hermana y aparece Tatiana invitándome a caminar.

Parece que no hago más que reprocharle cosas.

Ella me pide que calle: le duelen mis palabras.

—No hay nada más terrible que las palabras —le digo ­orgulloso—. Pegarte… Eso sí que sería faltarte al respeto. Pero hablar… Hablamos para reconocernos, para perder el miedo de acercarnos, para tantear posibilidades, arriesgar lo posible, es decir, nuestra realidad primera y última…

Ella se detiene y me besa.

Yo no aflojo los labios, tenso, no entreabro la boca, no cedo al beso.

—¿Y después de esto qué? Esperar que otra vez se te ocurra plantarme para salir con la babosa de Herodotita, o ver impasible cómo te citas con mis amigos en mis meras narices, ¿poner la otra mejilla? Y después otras tres cuatro veces y de nuevo poner la mejilla… ¡Hasta que se me acaben todas las mejillas!…

—Nada más tienes dos —arriesga tímidamente.

—Entonces se me acabarán pronto…

Estoy acalorado. La discusión me hace circular la sangre más rápido. Entonces nos besamos, francamente con desfachatez, con furia, con pasión. Le acaricio los senos bajo la ropa, ay. Y a pesar de esto no quedamos de vernos sino hasta el martes. Mis manos tibias. Regresamos al oscurecer. En esta época del año oscurece muy tarde, más allá de las 7:30. Mi padre diría las 19:30. No tengo reloj, se lo presté a Temístocles.

En la puerta de mi casa están mis hermanos esperando un taxi. Baja mi madrastra y me dice que va a dar una vuelta con sus hijos. Le hace duros reproches a mi padre.

—Yo trabajo —se queja—. Me paso diez horas diarias en un hospital para poder pagar todo lo que debemos. Desgraciadamente estoy ahogada en deudas, si no, me iba inmediatamente, ponía mi propia casa. Y por si fuera poco, hace una semana me llegó una carta, un anónimo y hablando de las infidelidades de tu padre, y hoy otra carta de Marina, nada menos que de Marina. Es imposible ya, mira, aquí las tengo. Yo no puedo soportar más…

Abre su bolso y de un montón de papeles saca uno más arrugado que los demás. Alcanzo a ver el sobre. Yo lo recibí cuando llegó. Si hubiera sabido…

Señora, dice la carta, una página mal arrancada de un cuaderno cuadriculado, creemos nuestro deber ponerla alerta… Busco la firma. Un lacónico asta luego.

Un anónimo es un puñal construido con palabras, pero generalmente tan mal construido, tan, tan mal construido, que causa toda clase de estropicios…

La carta de Marina es más tranquilizante. Si la hoja del anónimo la arrancaron con la mano, a la de ella la ajustaron, le dieron forma con un cuchillo. Debe haber formado parte de una bolsa de pan, y resultó bastante irregular. Por si fuera poco, aparece escrita a veces con lápiz y a veces con bolígrafo, con letras de dos renglones de alto que no respetan ninguna horizontalidad, para no hablar de discreción, o de dignidad, o de honor. Se las devuelvo con rapidez, como si me fueran a contagiar una enfermedad, un poco asustado. Ella me cuenta lo que dicen, hasta que llega el taxi.

—Es una señora que ha venido a lavarme los trastes —dice—, y que tu papá la quiere mucho, y que han ido al cine, y que el día de su santo le llevó serenata… Tu padre ahora sí que ya ni la amuela…

Cuando el taxi parte me siento culpable, como si yo hubiera cometido un delito. ¿Qué tiene de malo ir al cine? ¿O llevar serenata? Y la verdad es que esta Marina está bastante guapa…

Tomo dos frascos vacíos de refresco y voy a la tienda, pero al cruzar frente a la casa de Tatiana veo salir a su familia y falta ella. Espero a que la camioneta se pierda de vista y toco el timbre. Abre Tatiana en bata.

—Estaba acostada —dice.

No la dejo continuar, la beso, la abrazo desesperadamente, la beso y se le abre la bata. Está desnuda debajo de la bata. Con el pie alcanzo a cerrar la puerta. La trato de arrastrar hacia su recámara, pero caemos al suelo, se caen las botellas vacías de refresco. Es como si buscara a otra mujer adentro de ella, como si quisiera oprimirla, o desgarrarla para hacer brotar a otra mujer. Cuando la dejo respirar, advierte:

—Mis padres no deben tardar, nada más fueron a dejar a mi tía polaca…

Una de sus tías es polaca y la otra checoeslovaca. Su mamá es judía rusa y su papá también es polaco. Se oyen los frenos de la camioneta. Recojo mis botellas y me escondo tras la puerta, para escabullirme apenas entren, sin que me descubran.

Termino comprando dos coca-colas terriblemente agitado. Luego subo a mi cuarto dispuesto a leer Las tribulaciones del estudiante ­Törless, libro estrujante y provocador.

Mi padre llega como a las nueve. Me mira, deambula alrededor de mí, quiere decirme algo pero no se atreve, sondea, dice algo así como:

—Lo que no sabe defender como esposa lo quiere defender como…

Pierdo sus últimas palabras.

Tengo hambre y no hay nada de comer. Me enfundo en mi amada gabardina a lo Humprey Bogart y salgo a comprar tortas. En mis manos siento todavía la temperatura de la piel de Tatiana. Mi padre mira televisión. Parece realmente interesado en las aventuras de Peter Gun…

Apenas acabo de regresar cuando llegan mi madrastra y mis hermanos en un taxi. Cargo a la niña y la acuesto sobre el sillón. Venía dormida. Mi hermano ni siquiera saluda y se encierra en su cuarto. Mi padre y su esposa se encierran por su parte e inician una discusión acalorada como si hubiera sonado una campana y se iniciara un nuevo round. A veces salpican su gritería con palabras en otros idiomas. Pongo un disco de jazz a todo volumen y ni siquiera me reclaman. La perra está nerviosa, no consigue dormir, da vueltas y vueltas, como si tuviera que decidirse y tomar partido. Creo que todo se calma como a la 1:30. Mi padre ronca.

Perfume: composición química de olor agradable y seductor. El ele­mento adherente de los perfumes procede de ingredientes ­animales, extraídos de las secreciones sexuales del macho. Los olores corporales estimulados por el uso de los perfumes son afrodisiacos. Según los osmólogos, las cinco partes del cuerpo más erógenas en su seducción olfativa son las sienes, el cuello, las muñecas, la articulación de la rodilla y el lóbulo de la oreja. El olfato, escribió Rousseau, es el sentido de la imaginación.

El miércoles me levanto como a las 10 y acudo a encontrarme con Tatiana. La espero media hora en la librería Zaplana de San Juan de Letrán. Ella llega puntual, soy yo quien llegó antes. Caminamos mucho. Hace calor. Yo satisfecho porque encontré un nuevo libro de Broch que andaba buscando desde hace mucho, y además apareció la nueva Revista de Literatura Mexicana con un fragmento de una nueva novela de Carlos Fuentes.

Tatiana resuelve que realmente la odio porque prefiero hablar de libros y no de ella. No la contradigo. Gastamos 11 pesos en un restorán, y al llegar a la calle de Ejército Nacional, me despido y la dejo seguir sola hasta su casa.

En la mía mi padre está filmando una película en 16 mm. Me pongo un pollo en la cabeza y salgo bailando. Todos participan en este alboroto, menos mi madrastra. Mi padre me asusta al decirme que quiere tomarme una foto junto a su coche, y cambia la cámara de cine por una de fotografías. Salimos, y mientras enfoca su cámara, o finge enfocarla, me pide ayuda.

—Siempre se va. A ver si tú la puedes convencer, carajo. Le hace caso a cualquier anónimo. Marina ni siquiera sabe escribir…

—A mí no me digas nada —le digo—. No me debes explicaciones… Por mí no te preocupes, deveras. Yo estoy contigo…

Se organiza la cena. Mi madrastra sirve los platos, pero no se sienta a la mesa. Sube y baja las escaleras. Camina de un lado a otro en el piso de arriba hablando en voz baja consigo misma. Distingo la palabra infeliz, dicha con ira, y algunas otras expresiones que no entiendo. Mi padre cena en silencio. Cuando termina y pasa una servilleta por sus labios, antes de levantarse, dice que ya no comprará el departamento en condominio, que va a devolver el contrato. La compra la iban a hacer entre los dos…

La perra aúlla…

Ay, si pudiera convertir mi cuerpo en el cuerpo de un lobo…

Cambio la concepción de mi novela Mi vida entre los humanos. O quizás sería mejor decir Los perros jóvenes, o Mi proyecto. En torno de un hecho central: Sofocles en la cárcel, por ejemplo, el día de visitas: las reacciones de un grupo de muchachos y muchachas entre los 14 y los 17 años de edad. Soy incapaz de creer que en lo llamado trabajo literario, las cosas puedan aclararse, siquiera algunas cosas, ciertos acontecimientos (digamos). En mis frases, ya que no se podría en ninguna otra parte, la tradición señala que va a saberse casi de qué se trata. Pero yo no lo creo. Si escribo bien, terminaré diciendo lo que la gramática me permita, no lo que verdaderamente quiero decir. Es como si mi vida corriera al margen de la lengua, cierta clase de vida que no es transformable en palabras, y que es precisamente la que yo quiero contar…

Ahora sí que basta de novelas realistas poseídas por el ánimo de la costumbre, poseídas por el ánimo de lo verosímil, de lo cronológico, de las apariencias. ¡Satisfechas en su imitación chata de la vida! Yo tengo propósitos absolutamente distintos…

Para empezar, que mi novela sea vida ella misma, riesgo, equivocaciones, aventuras…


El vampiro de Düsseldorf: Peter Kuerten (1883-1931). Famoso asesino. Confesó 23 asesinatos, pero fue ejecutado sólo por 9 de ellos. “No he matado para violar. He matado y violado para vengarme de la mezquindad de la humanidad, de su maldad, de su egoísmo. Pero cuando la idea de matar se apoderaba de mí, no se separaba del deseo de mancillar a mis víctimas”.

Sofocles muere al caer en las aspas de una lavadora.

Se me ocurre que la tía polaca, en mi libro, sea una fanática católica, y que la tía checoeslovaca sea evangelista o protestante. Tatiana no se llamará Tatiana, sino Greta. Su padre, en vez de tener una fábrica de bolsas de polietileno, será taxista. A Temístocles le pienso poner Vulbo.

Sofocles muy contento porque a Greta le ha llegado su menstruación.

Sofocles se orina en su pantalón, de pie frente a su casa. ¿Por qué no? Está contento, casi encantado, con temor casi de moverse y romper ese encantamiento.

Despierto y miro la hora. Oigo a mi padre discutiendo con su esposa. ¿Nunca descansan? Pero cuando entro a bañarme advierto que no están. Sus voces eran fantasmas. Estoy tan acostumbrado a oírlos discutir que los oigo aun cuando no están. La hermosa voz grave de mi padre (su felicidad está en escucharse), y la de mi madrastra en un reproche permanente, demasiado alta, de mal gusto, casi un chillido.

Sus voces flotan en la casa.


Beso: aplicación de los labios sobre los labios del ser amado con el fin de un regodeo y de hacer una ligera succión, permitiendo el juego acariciador de las lenguas. Deben cerrase los ojos para no distraer al sentido del tacto, “que se pavonea secretamente”. (Jean-Claude Silbermann)

Recitan los nombres de los nuevos becarios del Centro Mexicano de Escritores en la televisión. Como es obvio, yo no estoy, y había depositado grandes esperanzas en ganar esa beca. Pero como era de esperarse, no califiqué. Sensación terrible de inseguridad, de vulnerabilidad, de frustración. Necesidad de soluciones rápidas, confirmaciones, certezas. ¿Me suicido o encuentro un trabajo? ¿Por qué no viene nadie a ofrecerme un trabajo?

Mi libro debe dar la impresión de un campo en ruinas.

Las catástrofes serán el principio formal de mi narración.

El texto implicará un sinnúmero de esquirlas y fragmentos.

Representaré muchas formas de escritura: el dossier, la crónica familiar, el aforismo, la descripción, la anécdota, el acta, la narración clásica, el informe, la página de diario, el epigrama, la cita, la inscripción en un baño público, slogans, recortes de periódico, confesiones, crónicas, en fin.

Formas logradas, redondas, clásicas, tranquilizadoras, no aparecerán por ninguna parte.

Tampoco habrá extensiones excesivas: será como si se leyeran simples resúmenes, extractos, sinopsis, notas, treatments…

No dejaré que se hable de montaje. En realidad, si hago algo con los acontecimientos que narro, es precisamente desmontarlos.

Citas de escritores y de canciones de moda como pedazos de chatarra…

La sirvienta me pide que le escriba una carta en la máquina de mi papá. Me entrega un original manuscrito en una libretita de taquigrafía:

ReSPeTADO SeÑOR mORALeS SAVIÑOn:

La preSente es cOn el fin de SuplicarlE me PerdOne

SeñOR el MotivO de EstA es Suplicarle me perdOne y al mismO tiempO si esTa a Su AlcanSe me allude tengo una iJa que nO TienE TravaJO ya ase muchO

TienpO no sAve cuantO lO neCesitO tenemOs cuaTrO iJOs son muchOS lOs

GastOs y un sOlO SuelDO para tODOS los gaStOS TODOs

SeñOR si eSta de su alCanSe Tiene sU pObre caSa en el cuarTO nUmerO

QuaTrO en la aZOTea del eDifiCiO aQui al OtrO laDO

DiOs se lO a de pAgaR

S. S.

Toda la noche y toda la mañana mi padre y mi madrastra siguen discutiendo. Ella le reprocha principalmente “su juventud perdida”. Él llora. Entre muchas frases inútiles dice algunas que me impresionan. Por ejemplo:

—La vida nos ha convertido en extraños para nosotros mismos…

—Hemos manejado impunemente nuestra propia felicidad…

—No dejemos que nuestras vidas se rijan por los pasos que no nos decidimos a dar…

—Vivir contigo es como despreciarme a mí mismo…

Y sobre todo:

—Soy como mi propio prisionero.

Paso en limpio la carta de la sirvienta y se la llevo a su cuarto. No está, pero su hermosa hija adolescente, la que hace la limpieza en casa de Tatiana, duerme con la puerta abierta. A los pies de la cama hay un osito de peluche. Me acerco y le toco discretamente un brazo, pero no se mueve. Veo que tiene puesta una falda muy amplia, que podría alzar sin ninguna dificultad, y se la levanto muy despacio y miro sus piernas, mi corazón batiendo a toda prisa, y quiero besarla en el interior de uno de sus muslos pero ella se despierta en cuanto presiono la cama con mi rodilla.

—Estaba soñando con usted —dijo, sobresaltada.

Me asombra su picardía, su capacidad de adaptación, la rapidez con que pensó esa respuesta…

—¿De veras?

—Sí… ¿Cree que digo mentiras?

—Sí… —disimulando mi erección.

—¿Y le gusta que diga mentiras?

—Sí…

—Entonces voy a decirle siempre mentiras…

Quería besarla, pero mejor convine verla por la noche. Ay.

En casa, mientras madrastra hacía la comida, abrí su bolso y revisé las cartas que originaron el conflicto. Tengo muy poco tiempo. Leo:

…va por mí todos los días a Donceles…

Huyo con precipitación.

El comandante soviético Yuri Alexaievich Gagarin, a bordo de un vehículo interplanetario de 4 725 kilos, se colocó en órbita, con un apogeo de 302 kilómetros y un perigeo de 175 kilómetros, y dio una vuelta alrededor de la Tierra. El vuelo duró 89.1 minutos. Dicen que los rusos dieron la noticia de que Gagarin estaba en órbita cuando en realidad ya había regresado a la Tierra.


Deslumbramiento: cortocircuito de dos miradas. Enceguecimiento en pleno día o en plena noche. Luz en la que se ve en posible erupción el reflejo de dos deseos.

Ayer por la noche, cuando subí a acostarme cerca de la una de la mañana, mi padre me pidió que tratara de interceptar todas las cartas, y principalmente un telegrama que posiblemente llegaría hoy, y que por favor se las guardara en su escritorio.

Salí a acompañar a Temístocles al correo y al volver vi la motocicleta de Telégrafos, pero no conseguí alcanzarla ni a interceptar nada.

Por la tarde vamos al cine: Gutenberg, Sudermann, Hesíodo, Arquímedes, Herodotita y Temístocles, que tiene una chamarra nueva. Al volver a casa encuentro a mi padre en la esquina. Caminamos hasta la puerta del edificio y volvimos hacia la esquina una y otra vez. Está muy nervioso.

Que su esposa no estaba y que dijo que había ido a casa de su tía María Luisa, pero que él tomó un taxi y ha ido hasta la casa de la tía María Luisa y su mujer tampoco estaba allí. Que Marina, a quien llama “flaca desgraciada”, mandó un telegrama citando a mi madrastra en alguna parte para romperle la cara o algo así. Pero mi madrastra está “muy ponchada” y además carga un cuchillo en su bolsa…

Guau, me alucina la posibilidad de un crimen pasional.

Muchacho en llamas

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