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Me hubiera gustado decirles que mi cuaderno

era más útil que ellos, pero entonces habrían sabido

que escribo y ya no estaría a salvo.

Alessandra Luiselli

Invencible, extraordinario y poderoso Tlacaélel, ayúdame; Aquiauhtzin de Ayapanco-Amecameca, antiguo cantor de los dioses y el erotismo, atiéndeme y dame sin tardanza tu auxilio y favor; Chimalpopoca, ruega por mí; Escuela Nacional Preparatoria Uno, en el viejo edificio de San Ildefonso, abre mis labios y anunciaré tu alabanza; bella y encerrada Sor Juana Inés intercede por mí; Benito Juárez, desde tu carroza negra y austera ruega por mí; Francisco I. Madero, ruega por mí; Popocatépetl e Ixtlaccíhuatl, protéjanme con sus cumbres deslumbradoras; Castillo de Chapulte­pec, ten misericordia de mí; Emiliano Zapata, ruega por mí; José Clemente Orozco, despierta; Diego Rivera, dame tu fuerza e ironía; Octavio Paz, ayúdame; Lázaro Cárdenas, dame la mano; Tongolele, mueve tus caderas y vibra con violencia para que me aleje de especulaciones que todo lo complican; granizada de verano sobre el Palacio de Bellas Artes, arrástrame lejos; río atronador bajo las bóvedas del Chontacoatlán y el San Jerónimo, llévenme más lejos aún; noche de piedra en Cacahuamilpa, cúbreme…

¿ME OYES, PAPÁ? ¿Estás despierto? Acabo de llegar, fui a dejar a Tatiana. ¿Me oyes? Hubieras ido con nosotros, fuimos a Xochimilco y compré una orquídea. ¿Me estás escuchando? Los aztecas no concebían una fiesta sin flores. Fuimos con ese muchacho que vive en la calle Temístocles, el que tiene un ojo de vidrio, en su coche, y de regreso manejé yo, porque bebimos pulque y a él se le subió. No me gusta el pulque ¿sabes? Es pegajoso, dulce y pesado, por no decir que parece esperma. ¿Crees que exagero? Tú tampoco bebes pulque ¿verdad? En fin, estábamos sentados muy tiesos arriba de una chinampa, o creo que chinampas son nada más esas balsas de caña cubiertas de tierra, algas y flores cuyo olor no logra resaltar, bueno, pero estábamos en una trajinera, creo que les dicen trajineras, o chalupas, o como les digan, Tatiana y yo tomados de la mano, y una banda de mariachis acompañándonos durante buena parte del paseo, y a Temístocles se le salió el ojo. Hubieras oído el aullido que se aventó, hasta se encimó al falsete de los músicos. Siempre he querido poder gritar así, me gustaría realmente, un día lo voy a conseguir, ya verás. Pero Temístocles traía un ojo de reserva, y le dijo algo a Tatiana que la hizo reír, y yo escribí en el fondo de una cajita de cerillos que si ella quería ser mi novia, y cuando empezamos a fumar le extendí la cajita y ella leyó la pregunta y sonrió para mí, y me miró también con complicidad, y hasta con una muequita giocondesca, lo que interpreté como un Sí displicente, enorme y prometedor. Sí. ¿Me oyes? Aparte de esto lo único que me gustó fue la abundancia de flores. Las bugambilias se enredan en los postes del teléfono y corren por los cables. El agua era espesa y negra, casi lodo, y había muchos niños semidesnudos y panzones en el mercado, un perro muerto, y zopilotes sentados en las ramas más altas de los árboles. Temístocles siempre carga dos ojos de reserva en una bolsita de terciopelo. Y se podían ver los volcanes. ¿Hace cuánto tiempo que el Popocatépetl ya no echa humo? ¿Tú estabas en el volcán? ¿Fueron al Popocatépetl o al Ixtla? ¿Cuándo me vas a llevar al cráter? Y los limosneros se acercaban cada vez que parábamos el coche, tan desvalidos como amenazadores. O más bien conminatorios, pero ajenos a nosotros. Una viejita vendía orquídeas. Hubieras visto qué colores más extraordinarios, casi extraterrestres. No pude resistirlas y compré una para Tatiana. Los tres veníamos en el asiento delantero y de vez en cuando Temístocles le acariciaba las piernas a Tatiana sin importarle nada que yo estuviera manejando y, por evitarlo, la segunda o tercera vez, de regreso, atropellamos a una serpiente, es decir, la atropellé, pero fue sin querer, y todo el camino nos siguieron los zopilotes, pesados, negros, malévolos y como apáticos. Afuera deben todavía estar esperándome, estoy seguro, si es que no hay uno posado en la cabecera de mi cama. ¿Me oyes? Es como si tuvieran serpientes como señaladores de caminos. Y Temístocles dijo que eran animales que estaban del lado de Dios. Tatiana se molestó por eso. Y yo dije que me hubiera gustado más un Dios del lado de Adán y Eva. ¿Me entiendes? Dios del lado de las serpientes. ¿Tú qué crees? Y ¿fuiste al volcán? ¿Cómo te fue en tu excursión?

¿De veras no te habías dado cuenta de que Temístocles usa un ojo de vidrio?

En el periódico se lee que Fidel Castro prometió liberar a 1 197 sobrevivientes del asalto a Bahía de Cochinos a cambio de una indemni­zación consistente en 500 tractores. Las fuerzas del gobierno cubano derrotaron a los invasores en una batalla que duró 72 horas. Aparece la fotografía de tres jefes de la fallida invasión que lograron escapar y regresar a Miami.

Al final del primer capítulo de mi novela en proyecto, si es que la divido en capítulos o jornadas o partes, o quizás en una nota de pie de página, debo pasar lista en el salón de clases. Predominarán los nombres de doble sentido. Seleccionar entre:

Tulio Vergara

Hugo Vélez Ovando

Kommo Tehiede

José Boquitas de la Corona

Bartolomé Topene

Tanyecto Mokito

Guillermo Costecho

Tomás de la Veiga Fuerte

Lola Meráz

Michaira Sakkudas

Martín Cholano

Agapito Melórquez

Yotago Tuy Jito

Etcétera.

Tatiana rompe mis cartas de amor en pequeños pedazos. Los atraviesa con un cordón y se los cuelga como collar antes de bajar a la fiesta. Bailo con ella, respiro sobre los pedazos de papel. Los reconozco. Ni siquiera he tenido que mirarlos con atención. Me detengo.

¿Y si yo fuera un cabrón, un reverendo hijo de la chingada?


Liberalia: fiesta de la liberación. Nada se prohíbe.

De Puebla, mi padre me trae un volante que le dieron el domingo. Es una lista de 146 catedráticos liberales de la Universidad “que por apoyar a los que retienen ese centro de cultura, se han declarado comunistas o filocomunistas”. También se exhorta al público a no comprar el diario La Opinión, y a abstenerse de publicar anuncios en él “porque es un posible mercenario comunista que ha puesto sus columnas al servicio de los rojos”.

Fui como se puede ser en la juventud; hay un momento en la juventud en que todo es posible, en que todo es poco dada la inmensidad de nuestra vida.

Adolfo Bioy Casares: Clave para un amor.

Miro a Tatiana y le digo:

—Estoy desperdiciando los mejores años de tu vida…

Cito a Tatiana en la esquina de Herodoto y Ejército Nacional, junto a la tienda de mi madre. Se retrasa. Entro en la tienda y advierto:

—Si vienen a buscarme avisen que estoy en el departamento…

Voy al departamento y están los viejitos húngaros que hospeda mi madre. Hago diversas llamadas telefónicas, pero sobre todo espero a Tatiana, que no llega.

Regreso a la tienda, recorriendo las paradas de autobuses, mirando a un lado y otro de las calles. En la tienda la vendedora me dice que la vio, que la llamó por su nombre e incluso que se preparaba a describirle el camino al departamento cuando ella dijo:

—Ya sé por dónde ir, señora, muchas gracias…

—Y también conocía el número de teléfono, joven, deveras…

Corrí de nuevo al departamento. A mi madre le extrañó mucho.

—¿No la encontraste? Acaba de estar aquí…

Los viejitos me miraban con asombro.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó la anciana, refiriéndose a mi amiga.

—Trece —mentí…

—Ah… —rechinó—, si tuviera quince ya estaría buena…

Tengo miedo y vuelvo a correr hasta la tienda, pensando que los viejitos húngaros son unos asesinos y la han capturado. Quizás Tatiana estaba encerrada en el clóset y oyó nuestro diálogo. Pero no ha vuelto a la tienda, y la vendedora y un muchacho repiten cuidadosamente todo lo que supuestamente le dijeron y lo que ella respondió. Desesperado, vuelvo otra vez al departamento y la busco en el clóset, casi histérico y bañado en sudor, pero no está. Entonces tomo un taxi y le pido que me lleve a su casa y la encuentro mirando televisión muy quitada de la pena. Se pone contenta cuando le cuento que tenía miedo de los viejitos. Ay, esa sonrisa maravillosa de Tatiana…

Recordar: la pared en el cuarto de la tía de Tatiana cubierta con imágenes de los 365 santos del año.

Me cuenta Francisco Tario que la mordedura de los Niños (especie de grillos voladores con diminutas manos casi humanas) es tan atrozmente ponzoñosa que ningún medicamento conocido puede salvar de la muerte a su víctima. Y agregó:

—Solamente con la cura de los violines se obtienen buenos resultados…

Se trata de hacer sonar un violín dulce y generosamente, tantas horas como sean necesarias en la cabecera del moribundo. Al parecer, esta música debe ser tierna, insignificante y sin prisas.

Himeneo meo, dijo el gato Miau…

Muchacho en llamas

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