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Un reencuentro en el campo de la Salud Mental

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Promediando el siglo XX comenzó a desplegarse un nuevo y decisivo elemento que inauguró un interesante acercamiento entre el psicoanálisis y la universidad. A partir de la terminación de la segunda guerra mundial se fue institucionalizando un nuevo campo de saberes y de prácticas que, se denominó Salud Mental. Este desarrollo generó un acercamiento entre el psicoanálisis y la universidad: médicos, psicólogos y académicos de distintas disciplinas se familiarizaban con el psicoanálisis para iniciar un trabajo conjunto interdisciplinario sobre la salud mental.

Epistemológicamente, Salud Mental es un objeto difícil de definir, de límites imprecisos. Sus orígenes en la Psiquiatría se remontan al siglo XIX, cuando empezó a abrirse paso la idea de un trato humano y considerado a los enfermos mentales hacinados en manicomios. Pero sus comienzos abrevaron de muchas fuentes. Fue el primer paso, nunca plenamente logrado de cuidar y sostener la salud, de pasar de la idea de enfermedad a la del sujeto que la padece, de la observación a la escucha, de tener en cuenta los lazos y estructuras sociales del paciente.

El empuje definitivo lo dieron las masacres globales y los sufrimientos inimaginables de las poblaciones inocentes, en especial de la segunda guerra mundial: entonces, la OMS, bajo la égida de las UN. impulsó un movimiento mundial: salud mental, para todos. Años después lo propuso para el año 2000, como una meta deseable a sabiendas de que era inalcanzable. La acompañó con una definición no menos ambiciosa: la salud mental debía estar acompañada por el más completo bienestar, físico, psíquico y social. Retengamos, ‘completo bienestar´ para todos. Más atenuado, el postulado prosperó como un impulso a sostener, mantener y recuperar la salud del individuo, los grupos y las comunidades, como también a darle visibilidad al sufrimiento, al desamparo, la marginalidad y a la segregación, todo en el marco del respeto por los derechos humanos. En este caso, Salud Mental es un amplio campo de prácticas y dispositivos interdisciplinario, donde el psicoanálisis se integra con otros saberes.

El advenimiento de la democracia en la Argentina le dio un impulso definitivo a la salud mental: porque, en rigor de verdad, no hay salud mental plena sin democracia. Un psicoanalista y Profesor de Salud Mental de la Facultad de Medicina, el Dr. Vicente Galli fue nombrado director del flamante Departamento de Salud Mental de la Nación.

Otro acontecimiento fue la incorporación en 1985 de un inédito Departamento de Salud Mental en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Luego de un riguroso concurso donde participaron más de 130 profesionales, se nombró a un grupo de treinta profesores, en gran parte analistas miembros de instituciones de la IPA3. Como analistas, conformaron un grupo docente dedicado a la formación de los futuros médicos, en el pre y posgrado. Contrariando la idea clásica de añadir psicología a la formación, como si eso fuera lo que les faltara, los estudiantes son familiarizados con todos los instrumentos teóricos del psicoanálisis que les lleven a comprender más efectivamente su tarea profesional: la idea de conflicto, el inconsciente, la transferencia en el vínculo paciente médico, el valor de la palabra, el sujeto y su historia, la circulación de los afectos, el cuerpo biológico y el cuerpo erógeno, el valor del encuadre médico, etc.4

Las ideas del psicoanálisis problematizaron y enriquecieron el naciente campo de la salud mental. Le aporto una teoría del lazo social desplegado en vínculos, intra e interpersonales y le suministro un necesario eje integrador a sus múltiples prácticas. Se planteaban también interrogantes. Fuera del consultorio, ¿cómo puede el analista intervenir en las novedosas prácticas que se requerían en el ámbito de la salud mental? Se retomó la idea de procedimiento de Freud, el psicoanálisis como interpretación, como una herramienta única que se cruza y se determina con otras variables. Interviene en un campo estructurado desde otros saberes profesionales: el derecho, la educación o la medicina: cuando es llamado, el analista responde teniendo en cuenta la tarea específica profesional y que les pasa y como se mueven los profesionales alrededor de ella. Aquello ignorado o desmentido de la tarea que hizo síntoma y al que hay que atender.5

El psicoanálisis, en especial a partir de la segunda mitad del Siglo XX intervino decididamente en el movimiento de salud mental. No sin antes enfrentar debates internos sobre el lugar y función del analista fuera de su ‘tierra madre’, en principio del resguardo como exclusivamente método terapéutico, sin tener en cuenta que el psicoanálisis, en la definición de Freud, no solo es un método terapéutico y una teoría, sino “un procedimiento para indagar procesos inconscientes de otro modo inabordables”. También el psicoanálisis tenía argumento para objetar y con razón algunos de los postulados sostenidos en salud mental: 1. Problemas con el término: salud es difícilmente definible y mental remite a una ilusoria unidad 2. Salud mental es sostenible como un derecho humano inalienable para todos pero siempre cuando se lo entienda como el caso por caso. 3. Para el psicoanálisis el bienestar es poco menos que inalcanzable y lo que predomina es el malestar, a veces encubierto por la ilusión de una supuesta unidad de la mente.

El analista logro un lugar legítimo para intervenir en el campo de la salud mental. Tuvo que aprender algo novedoso y ajeno a su práctica original: asistir a los que asisten. Se logró en medicina con la experiencia clínica de los médicos: de la llamada Interconsulta médico psicológica. Su modelo espeja en la tarea médica el de la supervisión en psicoanálisis. La experiencia de las últimas décadas confirma una de las propuestas freudianas del trabajo de 1919: el psicoanálisis puede mejorar la calidad de la formación médica y de los agentes que integran el campo de la salud.

Pero el trabajo de Freud de 1919 proponía otra tarea para el psicoanálisis: generar una transformación profunda en la Psiquiatría. La Psiquiatría clásica, desde su condición de especialidad de la Medicina, pensaba las enfermedades mentales como trastornos individuales, generados por causas etiológicas conocidas o desconocidas pero de naturaleza básicamente orgánica. La atención estaba basada en el consultorio médico psiquiátrico o en una internación en un hospital monovalente. Su rol estaba centrado en el síntoma y su clasificación. En aquellos tiempos, para los cuadros más graves no había terapias efectivas, salvo algunas drogas inespecíficas, dietas, reposo, insulina, luego EST.

Con la influencia del psicoanálisis en la Psiquiatría se configura la participación del padecimiento de un sujeto que sufre, que tiene conflictos en vínculos intra e interpersonales, la angustia es un síntoma cardinal. Se establece una corriente de saberes que cristalizó en la llamada Psiquiatría dinámica. El dispositivo de la atención paso a ser individual, grupal y comunitario. Se empezó a reconocer que el vínculo y la palabra tienen efecto terapéutico (aunque también patológico). El paciente debe ser escuchado, que intervienen distintos profesionales del equipo de salud, la asimetría profesional se limita al mínimo. Los dispositivos de atención son funcionales a las nuevas ideas: equipos interdisciplinarios de Salud Mental en todos los servicios de salud, integralidad de los cuidados, etc. Los recursos terapéuticos basados en la palabra se multiplican y se pasa del hospital monovalente a la asistencia en el hospital general y se despliega en la comunidad. Esta orientación es funcional a los recientes criterios de la llamada por la OMS Atención Primaria de la Salud.

De este modo la atención psiquiátrica abandonó el aislamiento manicomial, pasó a integrar servicios en el hospital general y a funcionar con el resto de las especialidades médicas. Fue la época dorada de algunos servicios hospitalarios como el legendario ya mencionado Policlínico de Lanús, dirigido por el profesor Mauricio Goldemberg. Esos lugares congregaron a jóvenes profesionales que compartían un campo de prácticas asistenciales novedosas, se formaban en las asociaciones psicoanalíticas y/o recurrían a los estudios académicos de contenidos psicoanalíticos que ofrecían los posgrados universitarios. La presencia de analistas en los servicios hospitalarios les permitió compartir con el resto de las restantes especialidades médicas el cuidado asistencial de los pacientes. La tarea se hizo posible por la introducción desde el psicoanálisis de un nuevo instrumento metodológico, la llamada Interconsulta Médico Psicológica.6

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