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Capítulo I

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No hay pueblo de la tierra, por más primitivo que sea, que bajo una forma u otra no tenga entre sus mitos la leyenda del Diluvio. Los Mapuches no han escapado a esta regla.

Diccionario comentado Mapuche-Español – Esteban Erize

–Vengan, siéntense acá, cerca del fuego, que esta ruca que levantamos con tanto esfuerzo entre los pehuenes nos protege del frío y del viento que viene del sur. En estas largas noches de invierno, como les prometí hace un tiempo, les voy a contar algunas historias que ustedes no conocen y deseo que se mantengan vivas en el recuerdo de nuestra gente.

–Abuelo –preguntó Nehuen–, ¿hace mucho que vivimos aquí, en esta ruca escondida en el bosque, cerca del lago?

–No, no hace tanto –contestó el viejo–. Vinimos hace seis inviernos, cuando ustedes eran muy chicos. Tuvimos que dejar la llanura, que era nuestro hogar porque los huincas nos empujaron hacia las montañas con sus soldados y sus armas de fuego.

Cuando llegaron las tropas nuestro pueblo ya estaba diezmado, debilitado y para no morir o ser prisioneros de los cristianos, los que pudimos escapamos al sur, a refugiarnos en las montañas. Algunos caciques se sometieron y se quedaron cerca de la frontera. Fue una huida muy penosa, porque los más viejos y las mujeres no resistían el tremendo esfuerzo. Los caballos estaban agotados y nos quedaban muy pocas provisiones porque huimos antes que nos dieran alcance las tropas.

El charque era escaso y no podíamos cazar por el camino para no retrasarnos. Muchos murieron al costado de la huella, dejando sus huesos como mudos testigos de esa tragedia y a los débiles o enfermos debimos abandonarlos a su suerte para no caer en manos de los soldados, que nos arrinconaron contra la cordillera.

Yo ya estoy viejo y no puedo pelear, y mi hijo mayor, Lipang Milla, el padre de ustedes dos, les dijo a Nahuel y Nehuen, murió por una bala de los soldados y sus huesos descansan sobre un médano, en la llanura que fue su cuna.

Mis dos hijas se fueron del lugar donde vivían con sus maridos, cuando supieron del ataque de las tropas y nunca más supimos de ellas. Con nosotros quedó Pehuen, el hijo de Millaray y de Zoilo, un gaucho que se escapó de la frontera buscando una vida mejor en la toldería. Tal vez algún día podremos reencontrarnos y reunir a la familia que hace mucho formamos con la abuela.

La abuela, mientras limpiaba los cacharros de la cocina escuchaba el relato de su compañero de tantos años y se le llenaban los ojos de lágrimas.

–Muchas mujeres, viejos y chicos emprendimos el largo viaje hacia las montañas, por una rastrillada, guiados por algunos guerreros que vivían del otro lado de la cordillera y que nos condujeron por caminos que solo ellos conocían, hasta llegar a las orillas del Aluminé y afincarnos aquí, entre los bosques de pehuenes, el lugar desde donde habían salido mis padres Pehuenches y al que regresamos ahora, vencidos y cansados.

Fueron días de marcha sin descanso, para alejarnos del peligro y mantener nuestra libertad. A orillas de la senda fueron quedando los más débiles pero seguimos sin detenernos, cruzando ríos y montañas y al fin llegamos.

Construimos la ruca en un lugar protegido, cerca del agua y con otras pocas familias formamos el pequeño poblado, lejos de las armas y de la ambición de los cristianos que deseaban nuestras tierras. Mejor dicho, las tierras que no eran propiedad de ningún hombre. Nosotros no entendíamos cómo puede uno ser dueño de la tierra, de una laguna, de una montaña o de un bosque. La naturaleza las creó y pertenecen a todos los hombres. Todos tenemos derecho a disfrutarla y a cuidarla, no a destruirla apropiándose de ella. Pero el hombre civilizado pensaba distinto y por eso peleamos tanto tiempo hasta que se agotaron nuestras fuerzas.

Ahora las cosas están más tranquilas, los ánimos se apaciguaron y podemos seguir con nuestro estilo de vida y nuestras costumbres, pero debemos estar siempre alertas, porque la ambición del hombre blanco es mucha y pueden volver para quitarnos lo poco que nos queda.

Los chicos escuchaban al abuelo y no comprendían como los cristianos los obligaron a dejar sus lugares de cacería, sus toldos y abandonar la llanura. ¿Por qué no pudieron quedarse y vivir en el suelo que los vio nacer? ¿Por qué no podían vivir todos en paz y armonía y aprender a trabajar la tierra donde nacieron?

–Yo extraño la llanura –dijo el viejo–, aunque mis padres nacieron entre los pehuenes y siendo jóvenes se fueron al desierto, cuando también cruzaron los chilenos. Extraño la inmensidad de la pampa, porque yo nací y viví en ella hasta que debimos partir, pero aquí, en esta tierra de pehuenes, a orillas del Aluminé pienso terminar mis días. Pero eso está lejos todavía, quiero verlos crecer y hacerse hombres para que aprendan a defender nuestras tradiciones. Después me iré contento. Les voy a contar como apareció nuestro pueblo sobre esta hermosa tierra. De dónde venimos y cómo fuimos creados por los dioses. Es una larga historia.

Nahuel y Nehuen escuchaban atentos, mientras que el pequeño Pehuen dormitaba bien abrigado por un quillango.

–Hace mucho tiempo, cuentan los viejos pehuenches, la tierra estaba toda cubierta de agua. Los primeros pobladores no tenían lugar donde vivir y conseguir alimento y para salvarse y no morir de hambre tuvieron que subir a las montañas. En grandes caravanas, llevando lo poco que tenían llegaron a las partes más altas y secas, tratando se salvarse de la gran inundación que amenazaba con tapar toda la tierra.

La lluvia caía en forma continua y siempre era de noche, todo lo cubría la oscuridad. Kai Kai Filu, la serpiente mala hacía subir las aguas que querían tragarse todo a su paso y Tren Tren Filu, la serpiente que protegía a los hombres arqueaba el lomo para que las montañas se elevaran sobre las aguas.

También se refugiaron en las montañas todos los animales que pudieron salvarse, los guanacos, los ñandúes y los peludos y así nuestros antepasados encontraron con que alimentarse mientras esperaban que bajaran las aguas.

Como el cielo siempre seguía negro y los hombres tenían que pasar a otros cerros a buscar leña para calentarse y cocinar los animales que cazaban, le pidieron al Antü el padre Sol que les alumbrara el camino para no ahogarse en las lagunas y los pozos llenos de agua.

También querían la luz del sol para que los pillanes, espíritus de los muertos malos que rondaban en la oscuridad no entraran en el corral de los muertos. Entonces Antü, el Sol, rey de los cielos, mandó a su esposa Kuyen, la Luna para que alumbrara las tinieblas y los espíritus de los muertos malos no pudieran entrar. Pero como la luna inició su camino en épocas de tantas lluvias y tempestades, llevando el fuego en sus manos, el fuego se enfrió en el largo camino y por eso la luna alumbra con luz fría y no da calor. Pero se cumplió con el propósito y los muertos malos no pudieron entrar en el corral de los muertos y quedaron para siempre vagando en el aire. A medida que las aguas descendían, los hombres fueron bajando de las montañas y ocupando la llanura donde también llegaron los guanacos, los ñandúes y todos los demás animales y así pudieron reiniciar su vida, cazando en los grandes pastizales.

Así fue como nuestros antepasados comenzaron a poblar la región a ambos lados de la cordillera. La gente del oeste, que los cristianos llamaron Araucanos, y la gente del este, los puelches, que formaron varios grupos y de acuerdo a la zona que ocupaban se los llamaba picunches a los del norte, vecinos de los huarpes, más abajo los pehuenches, en los grandes bosques de pehuenes, donde ahora estamos nosotros y en el sur los huiliches.

Los ranculches, que también llamamos ranqueles son la gente de los totorales y montes, que bajaron de los faldeos de la cordillera para ocupar los montes del centro de la gran llanura y las salinas grandes, que eran codiciadas por los cristianos. Algún día les contaré como eran las caravanas que enviaban los huinca a buscar sal a nuestros territorios.

Más abajo y al naciente estaban los pampas, parientes de los querandíes, que habían llegado a poblar las tierras al oeste del Salado, pero que fueron desplazados por las tribus que bajaron de las montañas. Yo no alcancé a conocerlos, pero lo supimos por los viejos de la toldería, que contaban esas historias. Ellos fueron los primeros en enfrentarse a los cristianos, cuando bajaron de los barcos que los traían desde el otro lado de las aguas grandes.

La primera vez los huinca se fueron y abandonaron todo, hasta los caballos y las vacas, pero al tiempo volvieron, ocuparon el este de la llanura y después de muchas luchas nos empujaron hacia la cordillera.

Mañana les voy a contar donde nací y como fueron mis primeros años en la toldería. Ustedes vayan a dormir que yo lo voy a acostar a Pehuen, que se quedó dormido escuchando la historia. Él todavía es muy chico y no comprende bien todo lo que pasó con su familia.

El abuelo pampa

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