Читать книгу Las tertulias de la orquesta - Hector Berlioz - Страница 6
ОглавлениеPrólogo
Recibo con alegría la noticia de esta edición de Las tertulias de la orquesta porque creo sinceramente que en la actualidad no hay excusa para que las principales obras literarias de Berlioz no se encuentren publicadas en español. Si bien la música del compositor francés ha gozado en las últimas décadas de un espléndido renacimiento que ha llegado hasta las salas de concierto españolas, sus obras literarias no son conocidas para el público hispanohablante debido a que prácticamente sólo están disponibles en otros idiomas en los que, en general, no estamos habituados a leer.
Guardo una especial admiración por Berlioz. Le considero uno de los compositores fundamentales de la historia y, como tal, siempre que tengo ocasión para ello, antepongo la programación de sus obras a otras opciones a la hora de perfilar mis programas. Cuando me fue propuesta la idea de prologar esta edición de Las tertulias, pensé que podría contribuir de forma diferente a la preservación de la memoria del compositor, más allá de mi responsabilidad como director para hacer que sus óperas y sinfonías sean escuchadas en teatros y salas de conciertos. Se trata de una aportación a su restauración como autor literario de calidad, uno de los más originales del romanticismo francés, según opinan varios estudiosos «berliozianos», entre ellos Enrique García Revilla.
Mi primer contacto con Berlioz fue también bastante original, porque tuvo lugar a través de una grabación de la recién redescubierta Misa solemne, una obra que compuso a los veinte años y que tras su estreno permaneció perdida hasta 1993. Conocí esta obra antes incluso de conocer la Sinfonía fantástica, obra que posteriormente he estudiado en profundidad y dirigido en múltiples ocasiones y en cuyo tercer movimiento reconocí con sorpresa material temático proveniente del «Gratias» de la Misa. Más tarde, tuve el honor de subir al podio de un marco entrañable para mí, como es el del Festival de Música de Granada, para llevar a cabo un hito de relevancia en la difusión de la obra de Berlioz como fue la primera interpretación en España de su cuarta sinfonía, la Sinfonía fúnebre y triunfal.
Desde el punto de vista creativo musical, quedo deslumbrado ante su exorbitante capacidad para aprender, que le permitió alcanzar en tres años desde que llegase a París en 1821, cuando aún apenas sabía en qué consistía una orquesta sinfónica, el dominio de las masas corales y orquestales que muestra en la mencionada Misa solemne (1824). Pero más impresionante resulta pensar que en otros cuatro años de aprendizaje, los que separan la Misa del comienzo de composición de la Sinfonía fantástica, iba a acometer él solo y sin contar con el amparo de ningún maestro una personal y brillante revolución en la concepción de la orquesta, con el empleo de unos timbres, unos colores y unas combinaciones instrumentales absolutamente vanguardistas para su época, además de una rompedora retórica expresiva orquestal que aún hoy puede considerarse moderna.
Desde un punto de vista artístico en sentido amplio, admiro en él su capacidad literaria en la música, concretamente la altura dramática que poseen sus obras. Fue un personaje con gran interés por la literatura y el teatro, un lector ávido, del mismo modo en que lo fueron también otros compositores que son esenciales para mí, como Gluck o Verdi. Gluck y Berlioz concibieron la literatura expresiva, el drama, como sustento de sus composiciones, y tanto estos como Verdi poseen una cualidad que aprecio sobremanera: ninguno de ellos se queda en lo superficial a la hora de narrar. Me gusta valorar en una obra la constatación de que cada uno de sus compases sea dramatúrgico, que no haya en ella nada superfluo como si fuera un simple dibujo de paisajes sonoros, y que el sentido dramático, la continuidad y la coherencia narrativa constituyan la base de la partitura. Berlioz representa el caso del compositor que al igual que Beethoven o Mahler es capaz de elaborar un verdadero drama artístico sin el empleo de palabras, pero que también posee esta cualidad creadora como escritor.
Me acerqué a comprender este reconocimiento de Berlioz como narrador en mi época de asistente en la Ópera de París, que tantas veces aparece citada en estas Tertulias. Allí comencé a ver la ópera desde dentro, pues se puede decir que vivía en la ópera, y conocí dos obras «berliozianas» que me marcaron de forma especial: Les Troyens y Romeo y Julieta. También caí presa del hechizo de otros compositores franceses, como Varesè y Pierre Boulez. Entre este último, del que tanto he aprendido, y Berlioz encuentro un paralelismo importante. En primer lugar, ambos son dos grandes figuras de la historia de la música francesa que han desarrollado una técnica de dirección orquestal por necesidad. Partiendo cada uno de su época y basándose en una mezcla de instinto y talento, se ponen a dirigir una música que escapa de los moldes académicos, fundando su propia técnica. Por añadidura Boulez, que es un director que no dirige todos los tipos de música, es un paladín de Berlioz, siempre lo ha defendido y gusta de dirigirlo.
Berlioz, a quien consideramos uno de los padres de la dirección orquestal moderna, se imagina a sí mismo al frente de la orquesta ficticia que protagoniza estas Tertulias y describe su apatía respecto a las obras abiertamente mediocres que se ve obligado a dirigir. Se me hace curioso el ponerme ante el dilema de pensar cuál sería mi reacción si me encontrase en aquellos años de 1840 dirigiendo en un foso a unos músicos que se aburren tanto como los que describe Berlioz. En principio, creo que no sería capaz de hacer como el director de la orquesta que ocupa estas páginas, que mientras sigue con un ojo la música de las óperas anodinas y grises que se encuentra dirigiendo, sonríe con el otro, de forma cómplice, a los animados relatos que allí se narran. Pero por otro lado, si verdaderamente lo que allí se interpretase no lograra despertar en mí ni siquiera el más mínimo interés, creo que me quedaría con las ganas de escuchar todas esas narraciones a las que se entregan con afán los protagonistas de las Tertulias de la orquesta.
Pablo Heras-Casado