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CVIII

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Viviendo ya Mandane en compañía de Cambises, su marido, volvió Astiages en aquel primer año a tener otra visión, en la cual le pareció que del centro del cuerpo de su hija salía una parra que cubría con su sombra toda el Asia. Habiendo participado este nuevo sueño a los mismos adivinos, hizo venir de Persia a su hija, que estaba ya en los últimos días de su embarazo, y le puso guardias con el objeto de matar a la prole que diese a luz, por haberle manifestado los intérpretes que aquella criatura estaba destinada a reinar en su lugar. Queriendo Astiages impedir que la predicción se realizase, luego que nació Ciro, llamó a Hárpago, uno de sus familiares, el más fiel de los medos, y el ministro encargado de todos sus negocios, y cuando le tuvo en su presencia le habló de esta manera: «Mira, no descuides, Hárpago, el asunto que te encomiendo. Ejecútalo puntualmente, no sea que por consideración a otros, me faltes a mí y vaya por último a descargar el golpe sobre tu cabeza. Toma el niño que Mandane ha dado a luz, llévale a tu casa y mátale, sepultándole después como mejor te parezca.» «Nunca, señor, respondió Hárpago, habréis observado en vuestro siervo nada que pueda disgustarlos; en lo sucesivo yo me guardaré bien de faltar a lo que os debo. Si vuestra voluntad es que la cosa se haga, a nadie conviene tanto como a mí el ejecutarla puntualmente.»

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