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Dicho esto, envió sin dilación un propio a uno de los pastores del ganado vacuno de Astiages, de quien sabía que apacentaba sus rebaños en abundantísimos pastos, dentro de unas montañas pobladas de fieras. Este vaquero, cuyo nombre era Mitradates, cohabitaba con una mujer, consierva suya, que en lengua de la Media se llamaba Espaco y en la de la Grecia debería llamarse Cino, pues los medos a la perra la llaman espaca. Las faldas de los montes donde aquel mayoral tenía sus praderas, vienen a caer al Norte de Ecbatana por la parte que mira al ponto Euxino, y confina con los Sapires. Este país es sobremanera montuoso, muy elevado y lleno de bosques, siendo lo restante de la Media una continuada llanura. Vino el pastor con la mayor presteza y diligencia, y Hárpago le habló de esto modo: —«Astiages te manda tomar este niño y abandonarlo en el paraje más desierto de tus montañas, para que perezca lo más pronto posible. Tengo orden para decirte de su parte, que si dejares de matarle, o por cualquiera vía escapare el niño de la muerte, serás tú quien la sufra en el más horrible suplicio; y yo mismo estoy encargado de ver por mis ojos la exposición del infante.»

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