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CXII

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Diciendo esto, le descubre y enseña a su mujer, la cual, viéndole tan robusto y hermoso, se echa a los pies de su marido, abraza sus rodillas, y anegada en lágrimas, le ruega encarecidamente que por ningún motivo piense en exponerle. Su marido responde que no puede menos de hacerlo así, porque vendrían espías de parte de Hárpago para verle, y él mismo perecería desastradamente si no lo ejecutaba. La mujer, entonces, no pudiendo vencer a su marido, le dice de nuevo: —«Ya que es indispensable que le vean expuesto, haz por lo menos lo que voy a decirte. Sabe que yo también he parido, y que fue un niño muerto. A éste le puedes exponer, y nosotros criaremos el de la hija de Astiages como si fuese nuestro. Así no corres el peligro de ser castigado por desobediente al rey, ni tendremos después que arrepentirnos de nuestra mala resolución. El muerto además logrará de este modo una sepultura regia, y este otro que existe conservará su vida.»

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