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CXIV

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Cuando llegó a los diez años, una casualidad hizo que se descubriese quién era. En aquella aldea donde estaban los rebaños, sucedió que Ciro se pusiese a jugar en la calle con otros muchachos de su edad. Estos en el juego escogieron por rey al hijo del pastor de vacas. En virtud de su nueva dignidad, mandó a unos que le fabricasen su palacio real, eligió a otros para que le sirviesen de guardias, nombró a éste inspector, ministro (o como se decía entonces ojo del rey), hizo al otro su gentilhombre para que le entrase los recados, y, por fin, a cada uno distribuyó su empleo. Jugaba con los otros muchachos uno que era hijo de Artémbares, hombre principal entre los medos, y como este niño no obedeciese a lo que Ciro le mandaba, dio orden a los otros para que le prendiesen, obedecieron ellos y le mandó Ciro azotar, no de burlas, sino ásperamente. El muchacho, llevado muy a mal aquel tratamiento, que consideraba indigno de su persona, luego que se vio suelto se fue a la ciudad, y se quejó amargamente a su padre de lo que con él había ejecutado Ciro, no llamándole Ciro (que no era todavía este su nombre), sino aquel muchacho, hijo del vaquero de Astiages. Enfurecido Artémbares, fuese a ver al rey, llevando consigo a su hijo, y lamentándose del atroz insulto que se les había hecho. —«Mirad, señor, decía, cómo nos ha tratado el hijo del vaquero, vuestro esclavo;» y al decir esto, descubría las espaldas lastimadas de su hijo.

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