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Pervivencia de las Sátiras desde el Renacimiento

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Ya hemos visto la importancia del Orazio satiro hasta los albores del Renacimiento, en nuestra panorámica de su pervivencia en la Antigüedad y en el Medievo 67 . Ahora trataremos de su fortuna en las modernas letras europeas, prescindiendo, naturalmente de su Fortleben puramente filológico. Enseguida veremos que esa pervivencia se encuentra estrechamente unida a la de las Epístolas y a la de otras vetas antiguas de la poesía epistolar, con lo que no siempre resulta fácil distinguir entre las diversas estirpes 68 .

G. HIGHET (1985: 309) da a entender que la recuperación de la sátira latina es un fenómeno, más que renacentista, barroco, incluyendo en esta época buena parte del siglo XVIII ; en efecto —afirma— la sátira no fue «plenamente comprendida hasta que Isaac Casaubon, en 1605, publicó una ilustración de su historia y significado aneja a su edición de Persio»; sin embargo, algunas líneas más abajo también reconoce que mucho antes los italianos ya habían redescubierto el género. En efecto, en la Italia renacentista «Más que desdibujarse, la imagen prevalente del Horacio sátiro —la cual reaparece como soporte, aunque sea fragmentario, de la ética humanística (vd., por ej., G. Pontano), para luego convertirse en punto de referencia de un cierto género satírico en el Renacimiento avanzado— se integra más y más con la imagen del ‘vate’ y del maestro del arte entendido sobre todo como entrega asidua, culto de la perfección, elegancia y sentido aristocrático de la forma expresiva» (F. TATEO , EO III: 571).

El humanista veneciano G. Correr (Corrarius , 1409-1464) fue autor, tal vez de los primeros en el Renacimiento, de un Liber Satyrarum 69 en el que encontramos las que «pueden considerarse como las primeras sátiras de la época moderna acreedo ras plenamente al calificativo de ‘horacianas’» 70 . También el florentino F. Filelfo (1398-1481) fue pionero en la imitación de la sátira antigua, que recreó en las suyas, también latinas y marcadamente horacianas —aunque para algunos más bien epístolas—, y de manera copiosa 71 . También fueron satíricos latinos en el s. XV italiano G. Tríbraco, L. Lippi (1442-1485) y T. V. Strozzi, que en sus Sermones , aunque escritos como epístolas, «representa la vuelta a Horacio y el abandono de Juvenal como modelo» 72 . G. Pontano (1429-1503), cabeza del Humanismo napolitano, nutrió sus diálogos latinos con ideas y palabras tomadas de los Sermones 73 y lo mismo hizo en sus obras en prosa G. Pico de la Mirandola (1463-1494). Ya en italiano escribió el gran L. Ariosto (1474-1533) sus Satire , que en opinión de muchos más bien son epístolas 74 , dirigidas a su propio mecenas, el cardenal Ippolito d’Este 75 . Por entonces también publicó las suyas el florentino Francesco Berni (c. 1497-1535, poeta políticamente incorrecto , de breve vida y siniestra muerte 76 ; y en su misma línea, y en la del propio Horacio escribió el venusino L. Tansillo (1510-1568), el amigo de Garcilaso del que ya hicimos especial mención al tratar de la pervivencia de las Odas 77 . Aunque practique la contaminatio de metros y temas en su imitación de Horacio, son claras las huellas de las Sátiras en los Carmina de Giovanni della Casa (1503-1556). También son dignos de mención los Sermoni de G. Chiabrera (1552-1638) 78 . Dicho esto, en el Renacimiento no le faltaron al Horacio satírico detractores en su propia tierra: el humanista G. G. Escalígero (1484-1558) lo consideraba inferior a Aristófanes en gracia, y a Juvenal también en elegancia 79 .

Aunque no fue un creador poético, G. V. Gravina (1664-1718), figura puente entre el tardo Humanismo y la Ilustración (al igual que su amigo y protegido el Deán Manuel Martí), sí fue un crítico y teórico literario prestigioso, que en su Ragion poetica hizo una syncrisis de las sátiras de Horacio y las de Juvenal, mostrando una clara preferencia por las primeras (M. CAMPANELLI , EO III: 270). Sí fue poeta satírico y horaciano, aunque mediocre, B. Menzini (1646-1704), autor de unas Sátiras y de un Arte Poética (cf . R. M. CAIRA LUMETTI , EO III: 352 ss). De bastante mayor altura son los Sermoni de G. Gozzi (1713-1786), confusamente horacianos (cf . D. NARDO , EO III: 264). Pero el más grande de los satíricos italianos no llegará hasta los tiempos del neoclasicismo. Hablamos del abate milanés Giuseppe Parini (1729-1799), que malvivió como profesor y preceptor privado, lo que no le impidió alcanzar un notable prestigio literario. Se distinguió además por su integridad moral y por el equilibrio con que supo mantenerse equidistante de los excesos revolucionarios y absolutistas que le tocó vivir. La larga sátira, estructurada en varios libros, que le valió a Paríni la fama se titula «Il giorno», y es «una descripción completa de la rutina diaria de un joven dandy italiano» (HIGHET , 1985: 315). La relación del Parini satírico con la sátira romana aún no ha sido debidamente analizada, según el propio HIGHET (loc. cit. ), que se inclina a considerarla inspirada más bien por Juvenal y Persio que por Horacio. Sin embargo, el amplio artículo que le ha dedicado M. CAMPANELLI (EO III: 377-388) ofrece una solución intermedia, aunque paradójica, bien argumentada: no discute la estirpe persio-juvenaliana de «Il Giorno», pero pone de relieve la importante cantidad de ecos del Horacio lírico —tan caro a Parini— que en ella aparecen.

HIGHET (1985: 309) exageraba un poco al hablar, con referencia a la «high Renaissance», de «la ausencia de grandes escritores satíricos en países que estuvieron en parte al margen del Renacimiento, como España o Alemania». Dicho esto, el propio MENÉNDEZ PELAYO 80 reconoció que de los géneros horacianos, incluido el de la epístola, el de la sátira fue el que más tardó en encontrar eco en la literatura hispánica. Y lo hizo gracias a la que él llama «la escuela aragonesa», encabezada por los hermanos Lupercio (1559-1613) y Bartolomé (1561-1631) Leonardo de Argensola, que imitaron con gran dignidad las Epístolas y las Sátiras 81 . Pero entretanto ya había escrito sus diez Satyrae latinas, de forma epistolar, el humanista valenciano Jaime Juan Falcó (1522-1594) 82 . Al respecto del escritor satírico español por excelencia, F. de Quevedo, don Marcelino afirma: «he hallado algunos rasgos de Horacio, pero no una composición que remotamente pueda llamarse horaciana» 83 .

Aunque sin contribuciones de primer orden, la sátira clasicista se perpetúa también en la España dieciochesca. El imprescindible MENÉNDEZ PELAYO (1951. VI: 358 s.), tras saludar la aparición, en 1737, de la Poética de Luzán como el retorno de «la bandera del sentido común» a las letras españolas, reseña el que denomina «primer modelo de la sátira clásica en el siglo XVIII ». Se debe a la que ya antes había llamado «escuela salmantina» y fue escrita con el seudónimo de «Jorge Pitillas» por un jurista de aquella Universidad, al parecer apellidado Hervás; sin embargo, como el propio don Marcelino añade luego, se trata de una «sátira horaciana de segunda mano», dado que procede en gran medida de las de Boileau. Don Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780) escribió «tres sátiras medianas» muy deudoras de los satíricos españoles ya nombrados (cf . MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 361). En una de ellas puso en verso los principios dramáticos clasicistas ya expuestos en su discurso Desengaños del teatro español , al parecer tan influyente que motivó que en 1765 los autos sacramentales fueran expulsados de la escena. A la escuela de Moratín, al que dedicó sus tres sátiras, «de sabor asaz volteriano» perteneció M. N. Pérez del Camino (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 390). También los dos grandes fabulistas del XVIII español pagaron su tributo al Horacio satírico. Tomás de Iriarte (1750-1791) escribió unas Epístolas que, siempre en opinión de MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 362 s.), «son sermones a imitación del Venusino»; y F. M. de Samaniego (1745-1801), al menos por su fábula del ratón del campo y el ratón de la ciudad parece haber conocido las Sátiras de Horacio, aunque por entonces el famoso asunto ya hubiera rodado de pluma en pluma (cf . MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 364). Dentro de la escuela salmantina , ya reconstruida, del XVIII , don Marcelino elogia sin reservas las dos sátiras escritas por G. M. de Jovellanos (1744-1811), pero estima que «entrambas son de la cuerda de Juvenal, sin que ser perciban allí rasgos horacianos» (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 372). Tampoco la sátira del polémico J. P. Fomer (1756-1797) «es horaciana ni por asomos» (MENÉNDEZ PELAYO ,1951, VI: 374), sino que deriva de Polignac, Pope y Voltaire. También reclama un lugar en esta reseña, al igual que lo logró en la EO (II: 465 s., artículo de G. MAZZOCCHI ), tan parca en nombres españoles, el modesto poeta y preceptista F. Sánchez Barbero (1764-1819), que en el presidio de Melilla, en el que acabó sus días, entretuvo sus forzados ocios, al parecer debidos a los azares políticos del tiempo, componiendo unos Diálogos satíricos que algo deben a Horacio (cf . MENÉNDEZ PELAYO 1951, VI: 380 s.).

En Portugal no tuvo la sátira horaciana la fortuna que, como veremos en su lugar, alcanzó la epístola; pero no faltan algunas muestras de interés, que reseñaremos siguiendo, naturalmente, al propio MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 475 ss.). Entre las primeras, ya en el s. XVI , parecen estar las debidas a Andrés Falcâo de Rezende, entre las que cabe destacar la sátira dirigida al gran Camôes censurando a los poderosos que no gastan sus recursos en proteger a los hombres de letras (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 488). Ya en el neoclasicismo del XVIII escribió Correia Garçâo, poeta de depurado gusto, «dos hermosas sátiras horacianas, entrambas de re litteraria» (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 500). En el mismo ambiente escribió Nicolás Tolentino de Almeida, que al parecer disfrutó de un prestigio exagerado. Es autor de algunas sátiras horacianas, con más gracia que profundidad (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 501).

Tampoco en la Francia renacentista fue la sátira en verso un género precoz. Aparte de innegables rasgos satíricos que cabe observar en Rabelais 84 y en el gran Montaigne 85 , el primer poeta satírico propiamente dicho fue M. Régnier (1573-1613), eclesiástico que en Roma había conocido las sátiras de Berni. Algunas de las suyas muestran influencias claras de las de Horacio, y no menos de las de Juvenal. HIGHET (1985: 312) lo considera «mucho mejor en la sátira que su contemporáneo Donne» 86 , y añade que «No hubo vacío alguno entre Régnier y su formidable sucesor Boileau». Saltando sobre otros poetas deudores de Horacio, como el fabulista Lafontaine 87 y el jesuita R. Rapin (1621-1687) 88 , a Nicolas Boileau-Despréaux (1636-1711) se lo puede considerar como el gran restaurador moderno de la sátira horaciana, que recreó de cerca en los 12 libros de las suyas, publicados entre 1657 y 1667, además de reivindicar en los otros 12 de Epístolas , y en su Art Poétique los ideales clasicistas 89 . Como es sabido, fue Boileau quien hizo estallar la famosa querelle des anciens et des modernes; pero no parece que en las intervenciones en la misma haya alguna que quepa considerar satírica en el sentido que aquí nos interesa, a no ser, tal vez, la de Ch. Perrault (1628-1703), más conocido por sus colecciones de cuentos infantiles, presididos por la inmarcesible figura de Caperucita Roja. Perrault se mostró enconado enemigo de la poética clasicista e incluso de la del propio Horacio (cf . G. GRASSO , EO III: 546). Tampoco de la época de la Revolución parece haber recreaciones de las Sátiras dignas de nota, por más que en ella no decayera el interés por ellas ni por ninguna de las obras de Horacio (cf . J. MARMIER , EO III: 550 s.).

En la Inglaterra renacentista las primeras huellas del Horacio satírico parecen hallarse en un poeta al que ya aludimos al tratar de la fortuna de las Odas : sir Thomas Wyatt (1503-1542), que en Italia se había familiarizado con el horacianismo y con la sátiras, más bien juvenalianas, de L. Alamanni (1495-1556), un poeta de la los tiempos de Berni 90 . Una mención especial merece el dramaturgo Ben Jonson (1572-1637), que en su comedia Poetaster , ambientada en la corte de Augusto, sacó a escena al propio Horacio como debelador del mal gusto de sus competidores 91 . Pero también aquí el género se afirmó en la época barroca con la obra del gran poeta y crítico J. Dryden (1631-1700), en el que, sin embargo, parece predominar la influencia de Juvenal, al que había traducido, sobre la de Horacio 92 . Contemporáneo y, por un tiempo, protector suyo fue J. Wilmot, conde de Rochester, el mayor libertino de sus tiempos (1647-1680), al que, al parecer, el cine ha relanzado recientemente a la fama. Escribió sátiras, y entre ellas una titulada Allusion to Horace en la que imitaba la 1 10 de Horacio para atacar a su antiguo protegido (cf . H. D. JOCELYN , EO III: 455). Jonathan Swift (1667-1680), el famoso autor de las utopías de Gulliver, también mostró en varias otras obras suyas su espíritu satírico hasta el sarcasmo, que lo había llevado a proponer como solución para resolver el problema del hambre en Irlanda la institución del canibalismo. Hizo una imitación de la Sátira II 6 de Horacio (cf . E. BARISONE , EO III: 480). Pero la cumbre de la moderna sátira horaciana llega con Alexander Pope (1688-1744), que, excluido de la vida académica por su condición de católico, supo agenciarse por su cuenta una prodigiosa cultura humanística; y pese a su escasa salud, fue un formidable polemista literario, que se atrevió con el propio Bentley 93 . Pope recreó todos los géneros cultivados por Horacio, pero con especial maestría el de los Sermones , en sus Satires y en sus Imitations of Horace 94 . Dentro del mismo siglo, el polifacético Samuel Johnson (1709-1784) perpetuó el género, aunque más según las huellas de Juvenal que las de Horacio 95 . Además, también siguieron ocasionalmente la estela de la sátira horaciana el gran H. Fielding (1707-1754), que con su Tom Jones revolucionó la novela inglesa (cf . H. D. JOCELYN , EO III: 222), y el poeta W. Cowper (1731-1800) (ibid ., 180 s.).

En cuanto a Alemania, en el más amplio de los sentidos, empecemos por recordar que, junto con España, y precisamente a cuento de la sátira clasicista, HIGHET (1985: 309) la situaba en la zona marginal del Renacimiento. Y, en efecto, no es mucho lo que las tierras germánicas parecen aportar a nuestro asunto. Cierto que las Sátiras figuran entre las primeras obras de Horacio traducidas al alemán, ya en el s. XVI , por A. W. von Themar y D. von Pleningen, miembros del «círculo humanístico de Heidelberg» (cf . E. SCHÄFER , EO III: 551); pero hay que llegar hasta el s. XVIII para encontrar verdaderas huellas del Horacio satírico. Así, Fr. von Hagedorn (1708-1754), poeta muy celebrado en su tiempo y horaciano de pro, en sus Moralische Gedichte , y en la pieza que tituló «El Charlatán», recreó admirablemente la Sátira I 9 (cf . L. QUATTROCCHI , EO III: 554; EO III: 277 s.). Ya en los tiempos de la Aufklärung , G. J. Herder (1744-1804), poco afín a la misma, y más bien precursor de la línea popularista del Romanticismo, aparte de traducir a Horacio completo, dedicó a las Sátiras un importante ensayo crítico (cf . L. QUATTROCI , EO III: 282). Por su parte, M. Wieland (1733-1813), cima del rococó alemán y uno de los grandes horacianos de todos los tiempos, pagó su tributo a las Sátiras con su excelente traducción de 1786 (cf . G. CHIARINI , EO 111: 519).

Y pasemos, ya para terminar, a la influencia de la sátira horaciana en la época contemporánea, entendiendo por tal la que viene desde la Revolución Francesa hasta nuestros días. Quizá sea extremado el aserto de M. R. LIDA (1975: 263) de que «en el siglo XIX la influencia de Horacio perdura de veras sólo en las literaturas de ritmo retrasado, como la húngara y la rumana, o por razones políticas, en las literaturas de las naciones nuevas...». Parece, con todo, que la de las Sátiras fue más bien escasa, al menos en la forma de la sátira poética , que no sobrevivió al destrozo del sistema de los géneros literarios clásicos que trajo consigo el Romanticismo. Además, si esos tiempos no fueron propicios para la obra lírica de Horacio en cuanto que clasicista por excelencia, menos razón había aún para que lo fueran a la satírica, ejemplo, como antes decíamos citando a García Calvo, de poesía impura , una especie prácticamente inexistente en las letras modernas. De hecho puede verse que el capítulo de HIGHET (1985: 303-321) dedicado al género no pasa de la sátira de finales del XVIII ; y que algunos de los capítulos que la Enciclopedia Oraziana dedica a panorámicas nacionales de su recepción, a partir de esa fecha se limitan a la de la lírica o bien derivan hacia la crónica filológica , en sí digna del mayor interés, pero no del que en estos momentos nos mueve.

Recomenzando por Italia, donde ya vimos en su lugar (MORALEJO , 2007: 220 s.) que siguió siendo importante la huella del Horacio lírico hasta el umbral del s. XX , citaremos, por citar algo, la obra de T. Salvadori (1776-1833), un aristócrata ilustrado afín al bonapartismo, entre la que se cuenta una traducción completa de Horacio en verso, al parecer especialmente feliz en las Sátiras , que fue importante en la historia de la lengua italiana y apareció citada a menudo entre las autoridades del diccionario de la famosa Accademia della Crusca (cf . A. DI PILLA , EO III: 462 ss.).

Tampoco es mucho lo que al respecto de la recepción de las Sátiras logra rebañar MENÉNDEZ PELAYO (1951, VI: 417 ss.) en nuestro siglo XIX , en el cual, y como arriba apuntábamos, a causa de la revolución romántica «las ideas literarias se confundieron» para dar lugar a un tiempo «poco propicio para Horacio». Pero algo halló el erudito patriotismo de don Marcelino; así, las sátiras del que llama «el rey de nuestro moderno teatro cómico», Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873), autodidacto —y además tardío— en cuanto a cultura clásica. Pero las encabezaba con una contraseña horaciana inconfundible: la del ridentem dicere uerum . Bretón supo combinar con cierta gracia el espíritu satírico clásico con el de raíz popular; pero no pasa de ser «el último vástago» de la tradición dieciochesca de Hervás y Moratín (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 421). Poco más hay que reseñar en ese siglo: las sátiras políticas y literarias de Eugenio Tapia, que parecen acusar la influencia de Parini (MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 416); el proverbial gracejo gaditano de algunas piezas de J. J. de Mora, al parecer terciado de humorismo británico (cf . MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 424), y los versos políticos, aunque más bien juvenalescos , de un tal Cañete del que nada más hemos averiguado (cf . MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 431).

También en el Romanticismo francés vino a menos el interés por Horacio, y en especial por el satírico, aunque cabría hablar a su respecto de una cierta inercia residual (cf . G. GRASSO , EO III: 546 s.). Alguna huella de las Sátiras parece haber en Víctor Hugo (1802-1885), pero no parece muy significativa la de la consabida fábula del ratón del campo y el de la ciudad (cf . J. MARMIER , EO III: 288). Tampoco el gran crítico Sainte-Beuve (1804-1869), pese a su gran cultura clásica y horaciana, dejó en su obra más que algunas reminiscencias de los Sermones (cf . J. MARMIER , EO III: 460 s.).

En la crisis del horacianismo que también afectó a la Inglaterra del XIX , «las Sátiras perdieron su autoridad» (RUDD , EO III: 562); y realmente cuesta trabajo imaginarse a Byron o a Shelley recurriendo a ellas para hacerse una norma de conducta o de escritura. Por ello no es de extrañar que, como apuntábamos antes, la panorámica general que sobre el horacianismo británico de esa época traza el citado Rudd derive hacia la crónica filológica, llevando de paso —y dicho sea cum mica salis — el agua a su molino. Sin embargo, puestos a rastrear en los trabajos ajenos, algo podemos encontrar. Así, el propio Byron (1788-1824), que había salido de la escuela con una auténtica indigestión de Horacio, no dejó de pagarle su tributo, y en particular a sus Sermones; e incluso parece que de ellos pudo tomar el recurso de dialogar con su lector, al modo tradicional de la diatriba (cf . H. D. JOCELYN , EO III: 148 s.). En cuanto a S. T. Coleridge (1772-1834), aunque dejó claro que Horacio y Virgilio no eran sus clásicos preferidos —pues, como los arcaístas del s. 11, prefería a Plauto, Terencio, Lucrecio y Catulo—, no deja de citar las Sátiras (cf . H. D. JOCELYN , EO III: 170ss.). En fin, R. Browning (1812-1889) acusa de su formación horaciana la huella especialmente visible de las Sátiras y las Epístolas (cf . H.D. JOCELYN , EO III: 145). Y a falta de mayores noticias, cerraremos este apartado británico con un número musical . Los lectores melómanos recordarán que las operetas (musicals ) del irlandés J. Sullivan (1842-1900) animaron durante muchos años la aburrida vida del Londres Victoriano. El libretista preferido de Sullivan fue el gran humorista sir William S. Gilbert (1836-1911); y resulta que Menéndez Pelayo, en su Horacio en España (1951, VI: 501), cita, aunque de pasada, a Gilbert, contemporáneo suyo, como modelo de poeta satírico, al lado de Jovellanos y Parini. No cabe duda de que don Marcelino estaba al día, incluso en las cosas menos serias.

Entretanto, la cultura clásica, y el horacianismo, también habían arraigado en los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica. Ya hemos recordado en su lugar (MORALEJO , 2007: 232) las traducciones de su segundo presidente J. Adams (1735-1826). Por entonces el texto de Horacio ya circulaba por los colegios y universidades americanas, si bien sometido a unas purgas puritanas que nada tenían que envidiar a las de las viejas ediciones ad usum Delphini ; pero ello no fue obstáculo para que pronto influyera de forma manifiesta en la naciente literatura de aquellas tierras. Valga como testimonio de la huella de las Sátiras el caso del poeta romántico W. C. Bryant (1794-1878) que recreó en sus versos, y transfiriéndolos a su propia experiencia, los recuerdos que Horacio guardaba de su buen padre (cf . A. MARIANI , EO III: 605). El gran E. A. Poe (1804-1849) se había formado en Escocia, en un colegio en el que el Horacio satírico era materia obligatoria (ibid. ). En fin, O. W. Holmes (1809-1894) escribió, al menos, una sátira en la que evoca las descripciones horacianas de su finca en la Sabina (ibid. ).

Y volvamos, para concluir, a las tierras de Germania, en las cuales, como ya vimos en su lugar (MORAIJEJO , 2007: 234), el Romanticismo no arrinconó al Horacio lírico. No tuvieron la misma fortuna las Sátiras , de las que en esa época y en las posteriores no hay mucho que decir en el plano estrictamente literario. Quizá el más explícito reconocimiento es el que le tributó el gran lírico E. Mörike (1804-1875), en su epístola An Longus , que, pese a su título, recrea una vez más la sátira del encontradizo (I 9; cf . L. QUATTROCCHI , EO III: 361).

1 De entre la bibliografía que citamos infra , deben considerarse como fundamentales en este punto, al menos, las monografías de HIGHET , 1962; VAN ROOY , 1966; WITKE , 1970; COFFEY , 1976; KNOCHE . 19824 ; RUDD , 1966; ANDERSON , 1982, y FREUDENBURG , 2001.

2 Con todo, la forma deformada más frecuente entre los gramáticos antiguos parece ser satira y no satyra . Para las relaciones de la sátira y de su nombre con el drama satírico véase VAN ROOY . 1966: 124 ss.

3 Como las que la hacen derivar de la lengua etrusca. Para otras, véanse VAN ROOY , 1966: 1 ss.; FREUDENBURG 2001: 28 y n. 18.

4 Trata con detalle el tema VAN ROOY , 1966: 50 ss. Véase, de entre los muchos testimonios gramaticales al respecto, el locus classicus de DIOMEDES , Arte gramática III 458, 34 ss. (KEIL ): «Y la sátira se ha llamado así porque también en ese género se dicen cosas chuscas y desvergonzadas, como si fueran los sátiros quienes las profirieran e hicieran; o bien se la llamaba satura por la lanx satura [“fuente harta”] que, llena de muchas y variadas primicias, se incluía entre los antiguos en el sacrificio a los dioses, en razón de su abundancia y de la saciedad que producía; género de fuentes que también cita Virgilio en las Geórgicas [II 193 s.; 394), cuando dice: ‘y en curvadas fuentes ofrendamos las entrañas humeantes’ y ‘llevaremos las fuentes y tortas’; o bien por cierta clase de embutido, relleno de muchas cosas, que Varrón dice que se llamaba satura ». Para la verdadera etimología de la palabra véase A. ERNOUT -A. MEILLET , 19674 , Dictionnaire Étymologique de la Langue Latine , París, Klincksieck: s. u. satur .

5 TITO LIVIO VII 2, 7, a propósito de los histriones que, tras abandonar los versos improvisados, ya ejecutaban impletas modis saturas , «sátiras con música ininterrumpida, con un canto regulado ya por la flauta y un movimiento acompasado» (trad. de J. A. VILLAR , en el vol. 145 de esta B. C. G.).

6 Véase el capítulo de VAN ROOY , 1966: 30-49, «Quintus Ennius and the Founding of a Literary Genre». De Ennio tenemos ahora la traducción de J. MARTOS , Ennio, fragmentos , en el vol. 352 de esta B.C.G.: 493 ss., con bibliografía. Es discutida la interpretación de HOR . Sát . I 10 66 (cf . nuestra nota al pasaje), donde, en relación con las Sátiras de Lucilio, algunos creen que hay una alusión a las de Ennio; véase nuestra nota ad loc .

7 Al menos, así lo afirma el gramático DIOMEDES , 481, 32 KEIL I.

8 La influencia directa de Arquíloco en Lucilio ya fue señalada por su editor F. MARX (1904-1905). A esa tesis, y reivindicando también a Calímaco como modelo decisivo, se sumó M. PUELMA -PIWONKA , 1949, Lucilius und Kallimachos. Zur Geschichte einer Gattung der hellenistischen Dichtung , Frankfurt a M., V. Klostermann. Al respecto de esa cuestión, que aquí no podemos tratar en detalle, remitimos al informe crítico de J. CHRISTES , 1972, «Lucilius: ein Bericht über die Forschung seit F. Marx (1904/5)» en ANRW I.2: 1234-1236, y a D. MANKIN , 1987. «Lucilius and Archilochus: Fragment 698 (Marx)», Am. Journ. Phil . 108:405-408.

9 Dicho sea pace Uldarici von WILAMOWITZ , que en su Die Verskunt der Griechen . Berlín, 19214 (reimpr. Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellsachaft): 42, n. 1, afirmó que «No existe en absoluto una sátira latina, sólo existen Lucilio, Horacio, Persio, Juvenal». Ese aserto hiperbólico del gran maestro se comprende a la luz del contexto en el que lo emitió: en su opinión, frente al carácter colectivo y tradicional de los géneros griegos, en la literatura latina «todo se reduce a las personas», lo que no parece que deba entenderse como un elogio. Para las relaciones de Horacio con Lucilio sigue siendo de interés la monografía de FISKE que citamos en nuestra BIBLIOGRAFÍA .

10 Véase al respecto A. TOVAR , «Horacio y las Menipeas varronianas», Emerita 4 (1936): 24-29.

11 Lo decimos recordando que otros géneros de vieja solera, como la lírica monódica y coral, el yambo y la poesía escénica, habían nacido con sus metros propios, en tanto que el ritmo dactílico, a partir de su condición épica primitiva, había sido aplicado también a la poesía didascálica y, mediante leves manipulaciones. a la elegíaca, En la Edad Media latina el hexámetro llegaría a convertirse por entero en el verso por defecto del que aquí hablamos : el que se empleaba de no mediar causa justificada en contrario.

12 Por ello no le falta razón a W. S. ANDERSON , cuando escribe sobre «The Roman Socrates: Horace and his Satires», en J. P. SULLIVAN (ed.), 1963. Critical Essays on Roman Literature. Satire , Routledge & Kegan Paul: 1 ss.; de la estirpe socrática de la diatriba trata en 23 ss.

13 Según ya decíamos en nuestra Introducción general (MORALEJO , 2007: 28 s.). aunque tal vez debiéramos haber atendido a la afirmación de HEINZE , 1921 : XV . en su Introducción, de que ya Lucilio se refería a sus propios poemas como sermones . Sobre el género de la diatriba véase el artículo de C. CODOÑER en EO II: 686-688.

14 Aunque se refiera especialmente a la Edad Media, vale la pena consultar sobre este tema el excurso «Bromas y veras en la literatura medieval» de E. R. CURTIUS . 1955, Literatura Europea y Edad Media Latina , México, Fondo de Cultura Económica: 594 ss., que incluye observaciones sobre sus raíces clásicas.

15 Véase nuestra nota ad loc .; además, von ALBRECHT , 1986.

16 No entraremos aquí a distinguir dentro de las Sátiras de Horacio entre las propiamente diatríbicas y las que poco o nada tienen de tales (las literarias y las narrativas), asunto para el que nos remitimos a nuestra notas previas y al texto de cada una.

17 Véase J. L. MORALEJO . 2007, Horacio, Odas, Canto Secular , Madrid, Gredos (B. C. G. vol. 360): 28 s., 33. De la cronología de las Sátiras trata especialmente M. VON ALBRECHT , «Horaz», en J. ADAMIETZ (ed.), 1986: Die römisihe Satire , Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellsachaft, 1986. FRAENKEL , 1957: 124. opina que, tras haber escrito las Sátiras I 7, 8 y, probablemente, 9, Horacio «se buscó nuevos temas que pudieran ayudarlo a dar variedad al contenido de su libro y a redondearlo»; véase también COFFEY , 1976: 66 s.

18 Véase MORALEJO , 2007: 22 ss.; de entre las Sátiras , una de las primeras parece ser I 2.

19 En I 10, 4 nos recuerda que Lucilio «refregó a toda la ciudad con abundante sal». Con una metáfora parecida, en I 7, 32, a propósito de la discusión entre el griego Persio y el romano Rupilio. Horacio habla del Italum acetum , «el vinagre itálico», con que el segundo «remojó» al primero en sus improperios.

20 Así KRENKEL , 1966: 472, apud VRUGT -LENTZ . 1981: 1834, n. 34

21 A este respecto brinda interesantes ideas el ya citado VRUGT -LENTZ , 1981: ni por razones de orden político-ideológico ni de profesión filosófica o religiosa tenía Horacio motivos para sentir un cierto compromiso social que inspirara su obra satírica; no pone en cuestión las estructuras existentes, y su sátira «se dirige al individuo en consideración a su felicidad, no en consideración a su responsabilidad».

22 Essays on Roman Satire . Princeton, Princeton University Press, 1982: 29; tomo la cita de F. MUECKE , en CH : 107. Anderson ha encabezado la tendencia crítica que ha puesto en cuestión la importancia de los aspectos autobiográficos de las Sátiras frente a la idea de que el autor se revestía de una cierta persona ; véase HARRISON . 1993: 12. Por su parte, G. HIGHET , 1962, The Analomy of Satire , Princeton. Princeton Un. Pr.: 235, distinguía dos tipos de satiristas: «Al uno le gusta la mayoría de la gente, pero piensa que está un poco ciega y loca. Cuenta la verdad con una sonrisa, de manera que no los ahuyentará sino que los curará de esa ignorancia que es su peor defecto. Tal es Horacio. El otro tipo odia a la mayoría de la gente, o la desprecia. Cree que la picaresca triunfa en su mundo; o dice, con Swift, que aunque ama a los individuos detesta a la humanidad. Por eso su objetivo no es curar, sino herir, castigar, destruir. Tal es Juvenal»; el cabreado crónico , que diría un castizo.

23 Así, en I 10. 1 ss., con relación a lo dicho en 4, 7 ss.

24 Especialmente la de los que FREUDENBURG , 2001: 16, llama «Stoic zealots».

25 Sobre este concepto véase el artículo de G. SCARPAT en EO II: 724-726.

26 La simple comparación entre la sencilla maestría con que Horacio maneja el metro y la manera, mucho más ruda, en que lo hace Lucilio permite suponer que ése era uno de los aspectos fundamentales en que consideraba digna de censura la obra de su predecesor.

27 En este sentido también FREUDENBURG , 2001: 20, afirma: «está claro ya desde el primer verso que personas de verdadera significación social y política aparecen en los Sermones de Horacio de vez en cuando. Pero resulta que éstas son siempre amigos del poeta, o potenciales amigos, más que enemigos»; las personas realmente criticadas suelen ser nobodies .

28 Véanse nuestras notas a los mismos.

29 En honor a la verdad, las conclusiones a que llega RUDD , 1966: 149 ss., son algo más complejas.

30 En nuestras traducciones de esas sátiras, y al igual que otros han hecho para mayor claridad, hemos introducido unas notae personarum similares a las que se emplean en los textos dramáticos. Naturalmente, también hay diálogo en las sátiras del libro I, pero siempre dentro del que hemos llamado marco narrativo . En ellas el interlocutor puede ser tanto un personaje determinado como el interlocutor fingido típico de la diatriba.

31 Se ocupa de este asunto con más detalle al artículo de H. J. CLASSEN en EO I: 276 s.

32 Recuérdese que este término italiano deriva del latín desultor , el volatinero que en los espectáculos del circo saltaba sobre la marcha de un caballo a otro. HARRISON (1995: 12), a propósito de RUDD , 1966, habla de las Sátiras «en las que la secuencia del pensamiento es a menudo difícil de seguir».

33 Sigo, como es obvio, la Introducción de HEINZE : XXII .

34 Véase HEINZE : XXIII .

35 Sigo aquí el resumen crítico de DOBLHOFER , 1992: 92.

36 «La composition d’ensemble du livre I des ‘Satires’ d’ Horace», Rev. Ét. Lat . 49 (1971): 179-204. que da una completa historia quaestionis hasta su fecha.

37 De los principales de ellos damos cuenta infra , en nuestra BIBLIOGRAFÍA .

38 Véase nuestra referencia a los realizados con las Odas en MORALEJO , 2007: 163 ss. Nos reiteramos en la conveniencia de sustituir los híbridos «numerología» y «numerológico» por «aritmología y aritmológico», independientemente de que para algunos se trate de meros flatus uocis .

39 Die Dialeklik von Inhalt und Form bei Horaz, Satiren Buch I und Epistula ad Pisones (Schriften zur Geschichte und Kultur der Antike. 20) , Berlín, Akademie-Verlag, 1979; non uidimus . Además. véase su importante artículo «Form und lnhalt in der frühaugusteischen Poesie» en ANRW II.30.1 (1982): 181-253, en el que también aplica su método al análisis de textos de Virgilio. Propercio y del Horacio lírico. De la Sátira II I hace un detallado estudio en 206-221, que sí hemos podido valorar. Por lo demás, ya VAN ROOY (1970: 47 ss.), y frente al escepticismo de RUDD (1966) a este respecto, había sostenido, en su análisis de I 6, que la misma se estructuraba en tres secciones dobles de 44 versos.

40 Así DOBLHOFER , 1992: 95, que luego se hace eco de algunas críticas poco favorables de las que el primer trabajo de Hering ha sido objeto.

41 Horace: A Study in Structure , Hildesheim-Zürich-Nueva York, Olms-Weidmann: 32 ss.

42 En MORALEJO . 2007: 165 ss.

43 A su respecto remitimos al artículo de F. SERPA , «Struttura» en EO II: 750-752, con bibliografía. Para mayores detalle sobre la misma, véanse KISSEL , 1981: 1467; 1994: 145 s: y DOBLHOFER . 1992: 90 SS .

44 En el mismo sentido se pronuncia MUECKE , EO II: 755; véase al respecto MORALEJO , 2007: 170 ss.

45 El más completo repertorio de materiales para el estudio de la lengua y el estilo de Horacio parece seguir siendo el que ofrece D. Bo en el volumen III (Indices ) de su edición de 1960 (Turín, Corpus Parauianum ), que completaba y revisaba la de M. LECHANTIN DE GUBERNATIS (Odas y Epodos ). Una caracterización sintética de las lengua de las Sátiras puede verse en sus págs. XX-XXIII . Ahora disponemos también del artículo de F. MUECKE «Lengua e stile», en EO II: 755-787, extenso aunque todavía demasiado esquemático, que proporciona una completa bibliografía hasta su momento. Véanse también KISSEL , 1981: 1463 ss; y 1994: 144; y DOBLHOFER , 1992: 1992: 75 s.; 90 ss.

46 En este punto permítasenos recordar especialmente el trabajo de nuestro añorado colega y amigo L. NADJO , «Un fait de langue et de style dans les Satires d’Horace: I’archaisme», en J. MARMIER (ed.), 1988, Présence d’Horace , Tours, Centre de Recherches M. Piganiol: 211-225.

47 Obviamente, la cuestión del dialecto no se plantea en la poesía latina, que ésta sólo surge cuando la lengua ya estaba unificada. A este respecto QUINTILIANO (l. O I 5, 29) subrayaba la radical diferencia entre el latín y el griego.

48 Por lo demás, y como ya recordábamos en MORALEJO , 2007: 172 ss., siguiendo a WASZINK , WILKINSON , DOBLHOFER y otros, incluso el Horacio de las Odas se vale sobre todo del latín usual de su tiempo, más que de una lengua poética estilizada, como habían hecho los poetae noui .

49 Véase al respecto, por ejemplo, CORTÉS TOVAR , 1997: 149.

50 Véase también BRINK II. 1971: 445 s., que, con expresa referencia a las Sátiras y Epístolas afirma que «Un coloquialismo ocasional no basta para invalidar la consistente lengua poética que Horacio emplea. La que puede quedar invalidada es la paradoja del propio poeta de llamar ‘prosaicos’ a los poemas hexamétricos».

51 G. BONFANTE , «Los elementos populares en la lengua de Horacio», I, II y III Emerita 4 (1936a): 86-119; 4 (1936b): 207-247: 5 (1937): 17-88. No hemos podido ver la traducción conjunta italiana conjunta de los tres artículos La lingua parlata in Orazio , pref. de N. HORSFALL , trad. de M. VAQUERO , Venosa, Edizioni Osanna, 1994 (por cierto, por polémica que pueda resultar su personalidad política, creemos que la labor filológica de Bonfante en España no ha recibido el reconocimiento debido, ni siquiera tras su tarda y reciente muerte). Sobre su obra véase el artículo de C. A. CINCAGLINI en EO II: 137 s. Anteriormente ya se habían ocupado del tema F. RUCKDESCIIEL , 1910-11. Archaismen und Vulgarismen in der Sprache des Horaz , Erlangen. M. Mencke, 19112 ; y J. BOURUIEZ , 1927. Le ‘sermo cotidianas’ dans les Satires d’Horace , París-Burdeos, Féret

52 Fundamentalmente, al artículo «Lingua d’uso» de L. RICOTILLI EO II: 897-908, aunque véase también J. MÜLLER -LANCÉ , «Die Funktion vulgärlateinischen Elemente in den Satiren des Horaz am Beispiel von sal. 2, 5», en M. ILIESCU -W. MARXGUT (eds.). Latin vulgaire-Latin tardif III (Actes du Colloque... de Innsbruck) , Tübingen. 1995. M. Niemeyer: 243-254.

53 RICOTILLI . EO II: 906, con alusión al precedente de J. B. Hofmann.

54 Así HEINZE . 1921: XXV, y MUECKE , EO II:784.

55 Artículo «ipotassi/paratassi», en EO I: 864 ss, en el que maneja datos de DELATIE -GOVAERTS -DENOOZ .

56 Así CALBOLI , art. cit . 868 s., con bibliografía pertinente; véase también RICOTELLI , EO II: 902.

57 MUECKE , EO II: 784, con referencia particular a la sintaxis, aunque la observación tiene validez general.

58 Sobre la de las Sátiras trata detalladamente C. FACCHINI TOSI , EO II: 841-850.

59 «Horace, artiste des sons». Mnemosyne 4 (1936-37): 85-94, traducido y reeditado como «Horaz als Meister der Lautmalerei», en H. OPPERMANN (ed.). 19722 , Wege zu Horaz (Wege der Forschung) , Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft: 62-73, versión de la que nos hemos servido.

60 «Pues un pudor infantil me impedía hablar más.»

61 MORALEJO . 2007: 179, aunque con referencia a las Odas .

62 Recogemos aquí, muy resumidas, las ideas expuestas por MUECKE . EO II: 771, que a su vez se basa en las de Nilsson y Norden.

63 Sigo a grandes rasgos el inventario de CALBOLI , «figure retoriche e tropi», en EO 1: 838 ss., sobre la base de los datos de BRUNORI , 1930: 127 ss., con amplia bibliografía. MUECKE , EO II: 785 s. se ocupa en particular de las metáforas y los símiles.

64 Al respecto de ésta CALBOLI , EO I: 839, hace notar que «en realidad no es una figura antigua», y recuerda el cómputo de Habenicht según el cual hay alguna en el 58% de los versos de Horacio, con un predominio en Sátiras y Epístolas (nada menos que un 77%) frente a Odas y Epodos (38%).

65 MUECKE . EO II: 785.

66 «The Three Worlds of Horace’s Satires», en C. D. N. COSTA (eel.). 1973, Horace , Boston, Routledge & Kegan Paul: 87 ss.

67 Junto con la del resto de la obra de Horacio, en MORALEJO , 2007: 57 ss.

68 A este respecto véase B. POZUELO CALERO , «De la sátira epistolar y la carta en verso latinas a la epístola moral vernácula», en B. LÓPEZ BUENO (ed.). La Epístola (V Encuentro Internacional sobre Poesía del Siglo de Oro ..., Sevilla, Universidad de Sevilla, 2000: 61-99).

69 Cf . A. ONORATO . EO II: 179 ss.: POZUELO , 2000: 74.

70 F. NAVARRO ANTOLÍN : L, Introducción a su edición de las Epístolas que citamos infra , en la correspondiente BIBLIOGRAFÍA de las mismas.

71 Al parecer, escribió unas cien de cien versos cada una. Hay edición crítica y bilingüe de las contenidas en un manuscrito de la Biblioteca Colombina de Sevilla por J. SOLÍS DE LOS SANTOS , 1989. Sátiras de Filelfo (Biblioteca Colombina 7-1-13) , Sevilla, Altar. Sobre él véase el artículo de G. ALBANESE en EO II: 223-226. Por cierto, vemos que McGANN (CH : 310, n. 18) recoge el parecer de Haye de que Filelfo es «más luciliano y juvenaliano que horaciano». Para la pervivencia italiana de Horacio véase el artículo de F. TATEO en EO II: 570-575.

72 POZUELO . 2000: 78.

73 Véase el artículo de F. TATEO en EO II: 441-444.

74 Véase NAVARRO ANTOLÍN : LII y la bibliografía allí citada.

75 Véanse MC GANN , CH: 310, y el artículo de R. ALHAIQUE PETTINELLI en EO II: 95-100.

76 Parece ser que murió envenenado por Alejandro de Médicis por negarse a matar a su enemigo el cardenal Salviati. HIGHET , 1985: 309, lo considera como el satírico de más éxito del Renacimiento italiano.

77 En MORALEJO 2007: 201: sobre su obra satírica véase TATTEO . EO II: 573.

78 Cf . TATEO , EO II: 574.

79 Véase J. IJSEWIJN , EO II: 470 s.

80 Horacio en España II, que citamos por su reedición en Bibliografía Hispano-Latina Clásica VI, Santander, C. S. I. C., 1951: 301. En dicho lugar hace notar también que «Bartolomé de Torres Naharro, Cristóbal de Castillejo, son admirables satíricos, pero no imitan a Horacio».

81 Véanse sobre ellos MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 339 ss.; sobre sus traducciones de Sátiras : 94; G. CARAVAGGI . EO II: 603; sobre Bartolomé, también los trabajos de P. PEIRÉ SANTAS -E. PUYUELO ORTIZ , J. C. PUEO , y R. M. MARINA , en Alazet, Revista de Filología , 14 (2002): 406-441 y, sobre todo los de esta última, en el volumen R. M. MARINA SÁEZ -J. C. PUEO DOMÍNGUEZ -E. PUYUELO ORTIZ . El Horacianismo en Bartolomé Leonardo de Argensola , Madrid. Huerga & Fierro. 2002.

82 Véase la excelente edición de D. LÓPEZ -CAÑETE QUILES . 1996, Jaime Juan Falcó, Obras Completas, vol. I: Obra poética . León, Universidad de León.

83 MENÉNDEZ PELAYO , 1951, VI: 353.

84 Naturalmente, nos referimos a rasgos atribuibles a la sátira clásica, y en particular a la horaciana, sobre los cuales véase G. GRASSO , EO II: 544 s.; y HIGHET , 1985:311.

85 Véase F. GARAVINI , EO II: 361 ss.: G. GRASSO , EO II: 545.

86 Véase E. BALMAS , EO II: 450 s.

87 Véase J. MARMIER , EO II: 303 s.

88 Véase J. MARMIER , EO II: 447 s.

89 Véanse HIGHET . 1985: 314: E. BALMAS . EO II: 136.

90 Sobre WYATT véanse HIGHET , 1985:319 s., y H. D. JOCELYN , EO II: 522 s.

91 Lo que valió la réplica de uno de éstos, Dekker, que en su Satiromastix ridiculizó al buen Horacio, que ninguna culpa tenía; véase H. D. JOCELYN , EO II: 297 ss. y, para mayor detalle, MC GANN , CH :: 313 ss.

92 Véanse HIGHET 1985: 314 s.; E. BALMAS , EO II: 202; D. MONEY , «The seventeenth and eighteenth centuries», en CH : 320.

93 Remitimos a lo ya dicho al respecto en MORALEJO , 2007: 227.

94 Véanse HIGHET , 1985: 315: E. BARISONE , EO II: 444 s.; N. RUDD , EO II: 561 s.; y D. MONEY , 2007: 330 s., que lo considera «an outstanding individual example of creative receptive reception».

95 Véanse HIGHET , 1985: 315; H. D. JOCELYN , EO II: 294-297.

Sátiras. Epístolas. Arte poética.

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