Читать книгу Sátiras. Epístolas. Arte poética. - Horacio - Страница 7
Horacio satírico: actitudes y temas
ОглавлениеLo ya dicho en nuestra Introducción general al autor nos dispensará de demoramos ahora en lo que se sabe sobre la fecha de composición de las Sátiras , que tampoco es mucho 17 , y sobre la de su publicación, que tuvo lugar, según parece, en los años 35/34 (libro I , con 10 sátiras) y 30 a. C. (libro II , con 8). En el primero de ellos y en de los Epodos está sin duda la que hemos llamado obra pre-mecenática de Horacio: la que le valió la estima y protección de Mecenas, al cual fue presentado en el a. 37 a. C. por Virgilio y Vario 18 , y que seguramente le permitió también dejar el puesto de scriba quaestorius con el que se venía ganando la vida. Cumple recordar, con todo, que las Sátiras aparecieron en forma de libros cuando Horacio ya había ingresado en ese selecto círculo, pues la primera de ellas, y con ella toda la colección, ya está dedicada al generoso protector.
El Horacio de las Sátiras es un observador crítico pero humano —no como el de los Epodos más yámbicos— de la sociedad de su tiempo; y eso aunque al hablar de ellas las llamara, además de Bioneus sermo , sal niger , «sal negra» (Epi . II 2, 60) 19 . Se nos presenta como un maestro 20 , como un ψυχαγωγός no muy severo, que, conforme al ideal de eudemonismo compartido por casi todas las filosofías de su tiempo, quiere ayudar a los hombres a ser más felices 21 . W. S. ANDERSON llamó al Horacio satírico «un sonriente maestro de cuestiones éticas importantes» 22 .
Sin embargo, en ciertas ocasiones, reflexionando sobre su propia tarea, Horacio también teoriza y polemiza sobre el origen, el papel y los límites del género satírico. Con esto quedan delimitados los dos campos temáticos capitales de la obra: el de las sátiras de costumbres y el de las sátiras literarias .
Al segundo grupo se adscriben solamente tres (I 4, I 10 y II 1 ), y ya en la segunda de ellas encontramos respuesta a las críticas que se habían hecho a la primera 23 , lo que prueba que el poeta las había dado a conocer aisladamente antes de publicarlas en formato de libro. Los tópicos que aparecen en las sátiras de costumbres son los que cabe suponer ya tradicionales en el género y que desde luego lo eran en la diatriba griega, sin ser muchos de ellos patrimonio exclusivo de una determinada escuela filosófica (por más que en Horacio se observe el consabido predominio de las ideas epicúreas). Son los tópicos del general descontento con la propia suerte y la envidia por la ajena, del afán insaciable de riquezas y medro social (con el que se conectan el de los cazadores de herencias, el de las relaciones con el amigo poderoso y el de los recuerdos autobiográficos del propio poeta); el de la obsesión imperante por los refinamientos culinarios, el de la pasión por los amoríos adúlteros, el de la doble vara de medir que aplicamos a los defectos ajenos y a los propios, el de la incoherencia entre palabra y vida, de la cual no escapan ni los filósofos; el de la superstición, el de la intransigencia extremada, y por ello estéril, de algunos moralistas 24 ; el de nuestra incapacidad para llevar una existencia auténtica dedicada a uno mismo y no al tráfago de las relaciones sociales (de donde el poco aprecio de muchos por la paz de la vida campesina); el del olvido del justo medio , evitando los extremos, y otros varios emparentados con ellos.
El repertorio de motivos de las sátiras literarias es, obviamente, más limitado. En primer lugar, tenemos el de la ancestral libertad de palabra del género, que, como decíamos, Horacio hace derivar de la parrhesía 25 de la Comedia Antigua de Aristófanes, Éupolis y Cratino; además, y en enfrentamiento crítico con Lucilio, el de la prioridad que en poesía debe darse a la calidad sobre la cantidad, aplicando estrictamente los principios de la estética alejandrina de Calímaco 26 ; y, en fin, su respuesta a quienes habían tomado a mal su censura al considerado como maestro del género. Por lo demás, y dado que hemos antepuesto a la traducción de cada sátira una nota sinóptica, nos excusamos de detallar aquí sus respectivos contenidos.
Tanto Lucilio como sus antecedentes griegos de la Comedia Antigua, habían fustigado sin reparos y por su nombre a los ciudadanos a los que consideraban merecedores de censura, por importantes que fueran. También Horacio saca a la escena en sus Sátiras muchos nombres propios; pero su caso era distinto, al igual que lo eran las circunstancias sociales y legales en que escribió (lo mismo que los Epodos ); y además sus sermones ya eran en gran medida poesía literaria , al modo helenístico, en la cual la imitación de un género consagrado pesaba más que las viejas funciones o licencias propias del mismo. A este respecto es ilustrativo el capítulo «The Names» de la clásica monografía de N. RUDD (1966: 132 ss.), que ofrece una especie de prosopografía de la sátira horaciana. Resulta ser una prosopografía mixta en la que pasado y presente, realidad y ficción se combinan y se interfieren. Rudd distingue en los nombres propios que aparecen en las Sátiras hasta seis categorías: a) personas vivas; b) personas muertas; c) personas que aparecen en Lucilio; d) «nombres significativos»; e) nombres de otros personajes típicos; f) seudónimos. En el primer apartado, y entre los que cabe suponer personajes reales, no aparece ningún notable de la Ciudad; a no ser que el Salustio de I 2, 48 —un apasionado por los amoríos con las libertas— sea al famoso y moralizante historiador, que más bien dejó fama de su afición por las casadas, o bien su homónimo sobrino-nieto e hijo adoptivo y confidente de Augusto, algo menos probable por su cronología 27 . Tampoco se ve a ninguna figura de primer orden en el grupo de las personas que Rudd da por fallecidas, grupo con el cual, como es obvio, se solapa el de las ya nombradas por Lucilio. Entre éstas estaba el pauper Opimius de II 3, 142 ss. que, a su vez, reaparece entre los «nombres significativos», que vienen a corresponderse más o menos con los que otros llamarían «parlantes» o nomina ficta , creados o escogidos para reflejar las características personales y morales de un personaje o tipo humano; y Rudd nos recuerda que ése también ha sido un recurso habitual en la literatura satírica moderna. Así, Opimio, opulento pero miserable, sería algo así como «el pobre Sr. Rico»; por su parte, el Porcio de II 8, 23, el gorrón que llega al banquete acompañando a Mecenas y a sus amigos, haría honor al étimo de su apellido, porcus ; de manera similar, el gracioso y ávido Pantólabo de I 8, 11 y II 1, 22 justificaría su nombre arramblando con todo lo que se le pusiera delante. El apartado de los «nombres de otros personajes típicos» presenta menos interés, por estar mayoritariamente formado por personajes de la cantera mítica, como Orestes, Ulises, Agamenón y otros. Y, en fin, el de los seudónimos, bajo los que se supone que Horacio camufla a personas a las que no quería o no se atrevía a sacar nominatim a la escena —que Rudd compara acertadamente con los que Catulo, Tibulo y Propercio habían dado a sus Lesbias, Delias y Cintias— también presenta ejemplos interesantes: así, el de Alpino para el épico Furio en I 10, 36, y sobre todo el de la siniestra bruja Canidia (al parecer Gratidia) de I 8,24; 48; II 1,48 y 8, 95, también citada ampliamente en los Epodos 3 y 5 28 (aunque este seudónimo también tiene algo de parlante o, para ser más exactos, de latrante , vista su clara relación con canis ).
En resumidas cuentas, aparte de que la prosopografía satírica de Horacio resulta ser de notable complejidad, es claro que él estaba muy atento a no infringir la legalidad que en su tiempo proscribía el libelo y la difamación; y también, como decíamos, que su propia concepción literaria del género había dejado en un segundo plano los tradicionales instintos agresivos del mismo 29 .