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INTRODUCCIÓN El género y su tradición

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En la panorámica comparativa de las literaturas griega y latina de su Institutio Oratoria (X 1) afirma Quintiliano: satura quidem tota nostra est , lo que suele interpretarse como una reivindicación de la estirpe netamente indígena de ese género poético (o al menos de la superioridad romana en él). Sin embargo, no están claros ni sus orígenes 1 ni el sentido que en los primeros tiempos tenía su propio nombre de satura ; un término que, además, ha llegado a nuestros días en una forma («sátira», «satire», etc.) alterada por una ya antigua etimología popular que lo relacionaba con el gr. σάτυρος, el nombre de los chocarreros dioses menores que formaban parte del cortejo del dios Dioniso y que comparecían en el género dramático griego del drama satírico , con el cual, al parecer, se le vio cierto parentesco a la sátira romana 2 .

Sí parece generalmente admitido —aparte hipótesis menos verosímiles 3 — que en el nombre de la satura tenemos la forma femenina del adjetivo satur («colmado», «harto»), genuinamente latino. Su acepción literaria, siempre según esa opinión predominante, derivaría de la elipsis de una metáfora culinaria: la de la satura lanx, un plato abundoso y variado, una especie de potpourri u «olla podrida», en el que casi todo tenía cabida (aunque, según otros, más bien sería un embutido de vario acarreo). En la literatura, la denominación satura designaría una obra de carácter misceláneo 4 .

Pero los datos antiguos, como apuntábamos, nos hablan de la satura en términos discutidos. Así, parece haber habido una de carácter dramático, a tenor de lo que Tito Livio cuenta sobre la prehistoria del teatro romano 5 . Para la época bien documentada de la literatura latina, tenemos noticias y fragmentos que apuntan al padre Ennio como cultivador e incluso como primus inventor de la sátira 6 . Su sobrino el trágico Marco Pacuvio (220-c. 130 a. C.) también aparece en los anales del género 7 . Pero no hay duda de que el primer autor de sátiras latinas bien conocido —y debidamente reconocido por la posteridad— fue el caballero romano Gayo Lucilio (c. 180-102 a. C.), modelo (y anti-modelo) declarado del propio Horacio, autor, nada menos, que de 30 libros de ellas, de las que nos ha llegado un importante contingente de fragmentos. No era, desde luego, el poeta enragé y contestatario cuya imagen pudieran sugerirnos ciertas noticias posteriores, incluidas las de Horacio, sino un hombre de buena posición social y aún mejores relaciones, que se podía permitir ciertas libertades al respecto de sus conciudadanos.

Lucilio escribió en los tiempos de la primera ola de helenismo directo , que afluyó a Roma a partir de mediados del s. II a. C., al socaire de la conquista de Grecia y de los gustos literarios de los círculos ilustrados como el de los Escipiones, al que él mismo pertenecía. Ello no le impidió adoptar y llevar a más un género autóctono, del que llegaría a ser considerado como el verdadero creador; pero lo hizo de manera que también dejó ver la influencia de géneros griegos como la Comedia Antigua y el yambo (el arcaico de Arquíloco y, sobre todo, el más literario del alejandrino Calímaco 8 ). De las sátiras de Lucilio tenemos, a través de sus fragmentos y de las documentación indirecta, una idea bastante clara; y cabe afirmar que no diferían en lo fundamental de la idea del género que nos dan sus manifestaciones posteriores bien conservadas y conocidas, las debidas a Horacio, Persio y Juvenal 9 .

Hay, sin embargo, en la historia de la sátira latina un eslabón intermedio tan importante como incierto: el que representaron las Sátiras Menipeas del polígrafo Marco Terencio Varrón ( 116-27 a. C.). Como se ve, las apellidó con un brindis al filósofo griego Menipo de Gádara, cuyo torpe aliño indumentario retrataría Velázquez de manera admirable. Menipo era un cínico sirio del s. III a. C., que, según la costumbre de su escuela, había fustigado de palabra y por escrito, en prosa y en verso, los vicios y contradicciones en que incurrimos el común de los mortales. Vemos, pues, también en este caso que el género genuinamente romano de la sátira había ido cediendo a la seducción de las letras griegas. Pero Horacio, y aunque cuando él escribió su Sátiras Varrón aún vivía y era toda una autoridad intelectual, no lo menciona para nada: salta sobre él, como si no hubiera existido, para conectarse y enfrentarse directamente con Lucilio 10 .

Los asuntos que la documentación histórica no nos permite conocer con el detalle deseable son campo propicio para las especulaciones reconstructivas; pero ateniéndonos a los datos que los testimonios conservados nos brindan, parece claro, como hemos dicho, que la sátira, tal como Horacio la concibió y practicó, era en sustancia del mismo género que la que Lucilio había concebido y practicado, aunque la refinara según la estética propia del helenismo maduro de un poeta de la época augústea. A Horacio habría que atribuir, además de las aportaciones de ese ambiente plenamente clásico en el que escribió y de su personal talento, la iniciativa de fijar el hexámetro dactílico —el metro épico, pero, en cierto sentido, también el metro no marcado 11 — como verso propio del género.

Dicho esto, hay que insistir en lo mucho que la sátira latina, ya desde Lucilio, debía a la literatura griega. En Grecia, ciertamente, no había un género poético que por los rasgos concordantes de metro, dicción y contenido pudiera considerarse como antecedente directo de la sátira latina (como lo eran los modelos épicos, líricos o bucólicos); pero también parece claro que este género latino se adscribió desde muy pronto a una tradición híbrida , abriendo la puerta a temas, ideas y actitudes presentes en varios de los ya consagrados por los cánones literarios griegos. El propio Horacio afirma (Sát . I 4, 1 ss.) que la esencia de la sátira de Lucilio venía de la libertad de palabra (la parrhesía) con que la Comedia Antigua ateniense había prodigado su censura pública y nominal entre los ciudadanos que se la me-recían (según el hábito del onomastì kōmōdeîn , «sacar a uno en la escena por su nombre»); y al definir retrospectivamente su propia sátira (Epíst. II 2, 60), habla de ella como Bioneus sermo , «charla» —o, si se prefiere, «sermón»— «al estilo de Bión». Con ello confiesa su deuda y la de la sátira con el género más popular —y, en opinión de muchos, el más socrático 12 — de la filosofía griega de época helenística y romana, cultivado sobre todo por los cínicos y lo estoicos: el de la διατριβή o diatriba , término que desde el sentido de «pasatiempo» había llegado a significar «plática» o «charla», y de donde tal vez Horacio tomó el nombre y título de Sermones que seguramente dio a sus sátiras 13 . Cínico o muy afín al cinismo era, en efecto, el antes nombrado Bión de Borístenes, un griego periférico y de origen humilde que en el s. III a. C. había llevado una vida de filósofopredicador, ambulante y contracultural , poniendo en solfa los vicios de las gentes. Similar a la de Bión debió de ser la personalidad de su contemporáneo el ya citado Menipo de Gádara, cuyos escritos, satíricos en sentido amplio y en los que, al parecer, mezclaba prosa y verso, había imitado Varrón. Como divisa de esa clase de diatribas —pues también existió otra más seria , representada, por ejemplo, por las que escribiría el estoico Epicteto (c. 50-c. 120 d. C.)— se suele hablar de lo σπουδογελοιον 14 , lo «serio-risible» o, más castizamente, «bromas y veras» 15 ; una divisa que Horacio recoge en su ridentem dicere uerum de Sát . I 1, 24 16 .

Sátiras. Epístolas. Arte poética.

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