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UNA TEOLOGÍA PARA CONSEJERÍA PREMATRIMONIAL

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Todo lo que un cristiano hace debería tener una base teológica. Obviamente, cada práctica pastoral debería ser teológicamente defendible. Quizás muchos pastores han sido lentos en desarrollar un programa de consejería prematrimonial, tal vez porque no consideraban dicha práctica teológicamente sustentable o porque no han pensado en las implicaciones teológicas, aunque eso sea su responsabilidad. El diseño de este capítulo plantea un reto a estas dos posibilidades para la aparente falta de una consejería prematrimonial adecuada.

La institución divina del matrimonio

Vivimos en la era de lo desechable y hemos progresado desde tirar simples cosas a la basura, hasta considerar al matrimonio como prescindible. La píldora, la legalización del aborto y la era de las relaciones con significado han invalidado la necesidad del matrimonio, al menos eso es lo que dicen algunos sociólogos respetables. Pero el matrimonio no es desechable para ninguna época o sociedad. Es la responsabilidad del pastor que la gente comprenda la importancia del matrimonio y enfatizar su durabilidad determinada por Dios, tanto en sus prédicas, como a través de otros medios apropiados.

Nada presta mayores credenciales a la teología de la consejería prematrimonial que el hecho de que el matrimonio es una institución divina, divinamente diseñada. Es una institución divina porque Dios mismo la originó (Gn 2:22-23). Él ofició la primera ceremonia en el jardín del Edén. El establecimiento precede a la caída, y Dios lo afirma a través de su frecuente bendición después de ella. Además, dirigió su perpetuación. El hecho de que la relación de Adán y Eva llegara a ser el patrón para hombres y mujeres de la raza humana está claramente expresado como la voluntad de Dios a través de Moisés en Génesis 2:24. Allí leemos: «Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne». Nota que el hombre deja a su…y se une a su mujer… una sola carne.

No es solo que Dios estableció el patrón, además prescribió las reglas básicas. En Proverbios 2:17 y en Malaquías 2:14, Dios habla de la relación matrimonial como un pacto. En las Escrituras, un pacto es un acuerdo solemne entre un gobernante y un sujeto. Es impuesto por el primero sobre el segundo con bendiciones y maldiciones involucradas. Es evidente que Dios ve el matrimonio como una relación, los límites que Él mismo ha establecido e impuesto sobre la humanidad. Así que, cuando un hombre toma a una mujer y una mujer toma a un esposo, están comprometiéndose voluntariamente el uno al otro y ponen esta relación de pacto delante de Dios con todos sus derechos, privilegios y responsabilidades.

Dios ha mostrado sus razones para el matrimonio. El jardín del Edén estaba perfectamente diseñado para Adán (Gn 2:8-15). El tenía absoluto control y dominio sobre toda criatura viviente (vv. 19-20). Tenía una gran responsabilidad para desafiar su intelecto y una autoridad correspondiente a tal reto (vv. 15-16). Además Adán tenía comunión diaria con Dios, una relación no adulterada por el pecado. ¿Qué más podía Adán tener o desear? En Génesis 2:18, Dios da a los lectores de su divina Palabra la respuesta a esta pregunta y, en 2:19-20, nos muestra cómo hizo que Adán fuera consciente de esta necesidad.

Dos de las razones por las cuales Dios instituyó el matrimonio las podemos encontrar en estos versículos del capítulo 2 del Génesis. En primer lugar, al traer los animales delante de Adán, Dios le hizo conciente de que no existe nadie como el Creador. Dado que crecí en una hacienda aislada, puedo apreciar muy bien esta escena (mas que la mayoría de las personas). Todo el ruido de los animales debió haber causado en Adán un profundo sentimiento de soledad, al darse cuenta de que era único en su especie. Nadie más hablaba su idioma, no podía intercambiar una sonrisa con otra persona a la hora de ver jugar una ardilla o cuando la mamá canguro se presentaba con sus bebés dentro de su bolsa. En pocas palabras, Adán no tenía compañía.

En segundo lugar, en este mismo pasaje, se sugiere la intimidad sexual como un propósito de Dios dentro del matrimonio. Génesis 2:24 dice que el hombre dejará (cortará relaciones primarias con) sus padres y se unirá (totalmente adherido a) su esposa, y serán una sola carne. «Una sola carne» se refiere a la unión sexual. Podría referirse a más, pero básicamente la idea es de unión sexual. Un estudio detenido de la intimidad sexual en la Biblia establecerá claramente que Dios la delimitó para existir dentro del matrimonio, y para que fuera libre, frecuente y fascinante para los esposos (1 Co 7:15). La palabra conocer, la cual Dios ha usado para describir la relación sexual, detalla maravillosamente su carácter íntimo. No es posible dudar que esta intimidad es una relación moral cuando el escritor de Hebreos declara el matrimonio como honroso y su lecho sin mancilla (Heb 13:4).

El tercer designio divino para el matrimonio es la procreación de hijos (Gn 1:28). En medio de su intimidad, esposo y esposa son capaces de crear vida, tanta como para llenar la tierra. Tim y Beverly LaHaye ofrecen un acertado comentario de Hebreos 13:4, que enfatiza este privilegio (que al mismo tiempo también es responsabilidad), dado por Dios. Escriben así:

Esto cambió cuando descubrí que la palabra en Hebreos 13:4 en griego era koite, que significa «cohabitar mediante la implantación del espermatozoide masculino». Koite tiene su raíz en la palabra keimai, que significa «acostarse» y tiene parentesco con la palabra koimao, que a su vez significa «causar sueño». Aunque nuestra palabra «coito» proviene de la palabra latina coitio, la palabra griega koitetiene el mismo significado e indica la relación experimentada por una pareja casada en la cama al «cohabitar». Basado en este significado, el texto de Hebreos 13:4 se traduce de esta manera: «El coito en el matrimonio es honorable en todo y es sin mancilla». La pareja, en el coito, se apropia del privilegio posible y dado por Dios de crear nueva vida para otro ser humano, como un resultado de la expresión de su amor. 24

De acuerdo a los dos testamentos, Dios ha declarado con claridad que el matrimonio debe ser permanente (Gn 2:24-25; Mt 19:1-15). Dios lo ha instituido. Él ha delineado sus propósitos o diseño. Él ha declarado su permanencia.

Si el matrimonio es instituido por Dios, ¿no debería el pastor que habla en nombre de Él para establecer este pacto entre hombre y mujer (“los declaro marido y mujer”) ser muy cuidadoso y estar razonablemente seguro de que la pareja que él une comprende la naturaleza y responsabilidad del matrimonio? ¿No deberíamos preocuparnos de que estén concientes de las implicaciones prácticas y las demandas que vienen sobre ellos? ¿No hará Dios responsable al pastor por un pacto que se ha ejecutado ignorantemente? Creo que una evaluación teológica y honesta demanda una respuesta afirmativa a cada una de estas preguntas.

La naturaleza del hombre y la naturaleza del matrimonio

El cristiano es aquel que tiene el poder de romper el pecado en su vida por estar unido a Cristo Jesús a través de la fe (Ro 6:1-10). Sin embargo, él es un pecador salvo por la gracia. El pecado no ha sido erradicado de su vida. Demasiado a menudo el cristiano escoge no disfrutar de los beneficios de su unión con Cristo y prefiere ponerse bajo el control de ese dictador defenestrado: el pecado. Siempre que esto suceda, se volverá egoísta, resentido, amargado y capaz de cometer cualquier pecado tales como el adulterio o el asesinato. En general, se podría decir que se vuelve orientado a sí mismo.

Jane es una mujer cristiana cálida, afectuosa y dinámica. Usualmente, ella escoge ejercitar su libertad de la atadura del pecado en términos de su matrimonio. Pero periódicamente, la responsabilidad que tiene sobre cuatro niños pequeños, además de un esposo vendedor que viaja tres o cuatro días por semana, hacen que sienta autocompasión, la cual pronto se convierte en resentimiento. Para cuando Pablo llega a casa el jueves o el viernes por la tarde, Jane está totalmente orientada a sí misma. Sus palabras son agudas y llenas de resentimiento, no es afectuosa y no responde como compañera sexual.

Pablo, frecuentemente, tiene tensión en su trabajo, los clientes están insatisfechos con las entregas, los aviones fallan en sus itinerarios, y esa mujer sexualmente provocativa le ha hecho aún más difícil mantener su mente pura. Todo esto le da la oportunidad de cuestionar por qué Dios ha permitido que tenga una existencia tan anormal.

Tales situaciones representan la realidad del cristianismo, y es este conocimiento el que la pareja debe tener antes de entrar al matrimonio cristiano.

El matrimonio es una relación íntima y permanente. No se trata de una relación en la que las personas puedan esconder lo que son en algún momento, tampoco se puede tolerar el egoísmo. El matrimonio es la relación más desinteresada que los humanos conocen. Todo lo que uno es, toca e influencia al otro. Es nuestra oportunidad suprema para lograr compañía; pero como el Señor mismo lo diría: «¿Pueden dos caminar juntos a menos que estén de acuerdo?». Esta compañía demanda unidad, y la unidad requiere amor, y el amor es posible solo en la unión con Cristo (Ro 6:11; 1 Co 13: 4-8). La emoción romántica pronto se verá afectada por las responsabilidades y tentaciones de la vida.

La consejería prematrimonial puede ser usada efectivamente para clarificar a cada pareja joven que la naturaleza humana no puede ser cambiada por una ceremonia nupcial. Presenta la oportunidad para el pastor-consejero de cultivar el aprecio de la pareja por la naturaleza del matrimonio y de enseñar a los dos a aplicar las soluciones de Dios frente a las dificultades creadas por sus propias naturalezas pecaminosas salvas por gracia.

Hallarás que este programa se orienta a la solución de problemas. Es un esfuerzo para ayudar a las personas a enfrentar, de manera realista, la naturaleza humana y la del matrimonio. Está diseñado para tratar problemas reales —como los de Pablo y Jane— y buscar soluciones desde la perspectiva de Dios.

La responsabilidad del pastoreo

¡Las ovejas necesitan un pastor! La comprensión de las ovejas en nuestra cultura moderna es muy limitada. Pero cuando las Escrituras fueron hechas, la sociedad agraria a la que pertenecían sentía el impacto cuando Dios hablaba a su pueblo como a ovejas y a sus ministros como pastores. Como personas modernas que somos, podemos aprender mucho acerca de ovejas y pastoreo; sin embargo, podemos hacerlo simplemente observando las figuras que Dios emplea para describirse a sí mismo y a sus siervos.

En Isaías 40:11 y Ezequiel 34:14-15, Dios habla de su liderazgo y cuidado, diciendo: «Como pastor apacentará su rebaño. En su brazo llevará los corderos, junto a su pecho los llevará; y pastoreará con ternura a las recién paridas». «En buenos pastos las apacentaré y en los altos montes de Israel estará su pastizal; allí dormirán en buen redil y con pastos suculentos serán apacentadas sobre los montes de Israel. Yo apacentaré mis ovejas y les daré aprisco, dice Jehová, el Señor».

Todo buen asistente de la iglesia está familiarizado con la figura del Salmo 23; pero podría no estar conciente de sus implicaciones en el contexto histórico. En el Nuevo Testamento, el Señor Jesucristo en Juan 10 se refiere a sí mismo como el buen pastor que lleva, va delante y que, incluso, da su vida si es necesario. ¡Cómo requieren pastoreo las ovejas! Son esparcidas cuando no lo tienen (Ez 34:5). Una vez que el rebaño es desparramado, las ovejas se confunden, «cada una irá por su camino» y «vagarán» (Isaías 47:15).

Mientras Dios describe su relación con su pueblo como la de un pastor con sus ovejas, emplea la misma figura para tratar las implicaciones con sus ministros. Pablo, escribiendo a los ancianos en Éfeso, en Hechos 20:28 dice: «Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre». Posteriormente, en su carta a los efesios, habla del pastor-maestro como uno de los individuos dotados por el Espíritu Santo y dado a la iglesia para capacitar a los santos (Ef 4:11-12). La palabra que se traduce como pastores es literalmente «pastor de ovejas». La forma en infinitivo para la misma palabra es la que Pablo usa en Hechos 20:28, en donde se traduce «apacentar», haciendo referencia a la responsabilidad que tenían los ancianos hacia la iglesia de Dios. Acerca de esta palabra, el obispo Trench comenta: «… todo el oficio del pastor, guiar, guardar y cuidar del rebaño, así como alimentarlo»25 es a lo que a esto se refiere. Entonces, es el pastor, bajo el pastoreo de Dios, quien tiene la responsabilidad de cumplir con estas obligaciones hacia la grey.

¿No requiere tal cuidado que el pastor se involucre en la consejería prematrimonial? ¿No es esta una justificación teológica para que el pastor involucre a la pareja en la exploración de las aplicaciones prácticas de los principios bíblicos que se relacionan con el matrimonio?

Si el Pastor en jefe guía a su rebaño a «sendas de justicia», entonces, como sus siervos, también es lo menos que nosotros podemos hacer. Así como Dios nos guía hacia una meta (léase pastos verdes y agua fresca en el lenguaje del Salmo 23), así mismo la consejería prematrimonial nos guía para evitar la tendencia de vagar y, al mismo tiempo, para cimentar metas y objetivos que mantengan a la pareja sujeta a ellos.

Mayordomía de las vidas y riqueza

En el capítulo 19 del libro de Lucas, el Señor Jesús enseñó acerca de la mayordomía en una parábola. Habló sobre cierto hombre noble que entregó dinero a tres de sus siervos mientras él se iba de viaje a un país lejano. A su regreso, llamó a los siervos para pedirles cuentas de su mayordomía en su ausencia y para recompensarlos de acuerdo a los resultados. La mayordomía es un tema importante en el Nuevo Testamento y tiene que ver con la teología de la consejería prematrimonial.

Desde el punto de vista de un pastor, se debe recordar que aquellas personas que Dios ha puesto a su cuidado son su responsabilidad. Debe estar determinado a invertir su vida sabiamente en estas personas y así lograr los mejores réditos para su Señor. El pastor además tiene la responsabilidad de extender estos principios para que estas personas también sean buenos mayordomos de sus vidas (Heb 13:17). Si él descarga esta responsabilidad, pero ellos no son buenos mayordomos, entonces deberán rendir cuentas ellos y no el pastor. La consejería prematrimonial provee al pastor una excelente ocasión para actuar como mayordomo de los hijos de Dios. Habrá pocas oportunidades más en la vida de una pareja cuando estén tan altamente motivados a responder a la guía de un pastor como lo están ahora que se preparan para el matrimonio. Por ejemplo, cuando estaba enlistando parejas para participar en mi proyecto de doctorado, un hombre joven escribió: «Beth y yo queremos que nuestras vidas sean para el Señor Jesús, y creo que su programa de consejería prematrimonial nos podría ayudar». El pastor que logre capitalizar esta motivación tendrá la oportunidad de desarrollar una mayordomía que irá mucho más allá de este contacto inicial. Este encuentro de siete a doce horas puede proveer el fundamento para la continua construcción de una vida productiva en pareja. Tal vez no habrá mejor tiempo ni mejores circunstancias para que el pastor tenga la ocasión de invertir directamente en la vida de los futuros cónyuges. Podrá probar las actitudes, el desarrollo espiritual y el conocimiento bíblico de estas personas. Dado que está en control, podrá dirigir el curso de las sesiones para potenciar una vida cristiana creativa. Este intercambio personal coloca además al consejero en una posición única para un ministerio duradero.

Otro asunto en el que la teología impacta en la consejería prematrimonial es el uso o la administración de la riqueza. Una pareja promedio de clase media en los Estados Unidos llegará a ganar cerca de novecientos mil dólares en conjunto durante toda su vida. ¿Cómo usarán esta riqueza? ¿Destinarán la mayor parte en gastos médicos y psiquiátricos como resultado de una relación equivocada entre los dos? La guía del pastor será un factor determinante. ¿Podrá él cumplir, por lo menos en parte, efectivamente su deber a través de un buen programa prematrimonial?

Redimiendo el tiempo

El mandato de Efesios 5:16 —«... aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos»— tiene su fuerza contextual, la cual es compatible con algunos argumentos de la consejería prematrimonial y aquí se usa teológicamente. El pastor-consejero siempre tendrá más demandas de las que pueda cumplir, por lo tanto la consejería prematrimonial debería tener una alta prioridad en ayudarlo a redimir el tiempo. Un amigo pastor me dijo un día: «Pastoreo un iglesia de 500 personas y soy el único en mi equipo. No tengo tiempo para consejerías prematrimoniales». Lo tendría si sus prioridades estuvieran en orden. Un programa bien diseñado no le tomará, en la mayoría de los casos, más de siete horas. En otra conversación, este mismo amigo se quejaba de las numerosas horas que tiene que dedicar en consejerías para remediar problemas. Muchos de los casos que él mencionó involucraban a parejas y a sus familias. Me pregunto cuántos de estos casos serán producto de su sobreocupación como pastor y podrían ser prevenidos a través de la consejería prematrimonial. Mi experiencia personal en ella me ha convencido que el pastor promedio podría aumentarle a su futuro un número indefinido de horas a través de un correcto programa de consejería prematrimonial.

Otro aspecto de este concepto es la responsabilidad de guiar a los futuros esposos de su rebaño para que puedan redimir su propio tiempo. Un mal ajuste en el matrimonio resulta en una cantidad no determinada de tiempo perdido en cuanto a servicio a Jesucristo. El caso de Joe y Ruth es un buen ejemplo.

Joe y Ruth llegaron al centro de consejería después de tres años de matrimonio. Su relación se había deteriorado desde que Joe presionó a Ruth para que se casaran. Los dos eran cristianos cuando se casaron, sin embargo, tenían pocos conceptos de lo que es la vida cristiana en general y un matrimonio cristiano en particular.

Cuando entraron en la oficina de consejería, Ruth estaba enfadada y gritaba, Joe estaba molesto y callado. Ambos trabajaban; Ruth era una secretaria, y Joe trabajaba para una agencia legal, hacía varios turnos. Para evitar la tensión en su hogar, él además tomó un trabajo a tiempo parcial que le permitía trabajar las horas que él quería. Esto efectivamente los mantenía separados bajo el mismo techo.

Como cristianos, esta pareja nunca se involucró activamente en la vida de la iglesia. Cuando llegaron buscando consejería, ante la insistencia de Ruth, asistían irregularmente a la congregación. Luego la consejería revelaría un desconocimiento virtual del diseño de Dios para la iglesia local así como para la institución del matrimonio.

Después de la segunda sesión, Joe desertó jurando nunca regresar a una consejería. Ruth solo volvió para reportar que lo había dejado y que había «regresado con su madre». Durante la hora de charla, ella se convenció de su responsabilidad delante de Dios de regresar con su esposo y dijo: «Está bien, si eso es lo que Dios dice, debo hacerlo, y lo haré. Pero no me gusta». Ruth había aprendido cómo funcionar como una esposa cristiana, independientemente de la respuesta de Joe. Cuatro sesiones más tarde (ocho semanas) Joe retomó la consejería. Reportó que los cambios en su esposa lo habían convencido de que no todo estaba perdido.

Seis semanas más tarde, el consejero preguntó: «Joe, ¿qué más te gustaría que haga por ti?». Él respondió: «Puede enseñarme más acerca de lo significa vivir una vida cristiana». ¿No podría haberse evitado tres años de agonía para esta pareja con una correcta preparación para el matrimonio? ¿No es posible que esto hubiera prevenido su falta de compromiso en el servicio? ¿No sería esto redimir el tiempo tanto para el pastor como para la pareja?

Esta discusión acerca de la teología de la consejería prematrimonial busca dos cosas: (1) demostrar la responsabilidad teológica del pastor de realizar una consejería prematrimonial y (2) animar a futuras exposiciones, ideas y escritos acerca de la obligación pastoral desde un punto de vista teológico.

Tres para Estar Listos

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