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EL CONCEPTO CRISTIANO DE UN YUGO IGUAL

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Mi experiencia como pastor joven, pastor y consejero ha logrado en mí una fuerte convicción de que el matrimonio con otro creyente no necesariamente significa estar en yugo igual. Hace poco, por ejemplo, Mike vino a mi oficina buscando ayuda para su matrimonio. Él y su esposa Nancy son creyentes. Mike quería involucrarse regularmente, mantener comunión en una iglesia local y reordenar su familia. Nancy, sin embargo, deseaba mantener un estilo de vida más mundano. Mike estaba frustrado.

Recientemente, un profesor del seminario me dijo que algunos de los varones en la escuela estaban allí porque sus esposas querían esto. Otros, como en un caso que conozco, han sido presionados por sus esposas a trabajar secularmente dejando de lado su vocación para el trabajo cristiano, tomando así decisiones cruciales que cambiarán el curso de sus vidas bajo la presión de sus parejas.

Otras personas encuentran que su matrimonio con otros creyentes terminan en divorcio después de pocos años; y si no es divorcio, una gran infelicidad cuando la personalidad de su esposo parece cambiar completamente al pasar el altar.

Algo está muy mal, estas personas se han casado basados en la realidad de que los dos profesan ser cristianos. Aun así, este yugo igual no parece ser suficiente para mantener a una pareja de acuerdo y caminando juntos.

Con estas trágicas verdades en mente, me gustaría sugerir que el pastor-consejero en su consejería prematrimonial discierna si existe realmente un yugo igual. Mi concepto de un yugo igual puede representarse en cuatro círculos concéntricos (ver figura 2).


En primer lugar, un yugo igual debe comenzar con las dos partes profesando la misma fe en Cristo. Sus estilos de vida deben respaldar su fe. Si la pareja viene de trasfondos doctrinales o denominacionales diferentes, sería sabio explorar cómo han manejado estas diferencias. En segundo lugar, el señorío de Cristo debería ser una realidad en sus vidas. Si alguno de los dos no está comprometido con el gobierno de Cristo, inevitablemente habrá enfrentamiento. Si ninguno lo está, también habrá problemas.

En tercer lugar, debe existir un verdadero compromiso con el orden bíblico de las prioridades en el matrimonio. Estas son Dios, esposo, hijos, iglesia, trabajo, sociedad. El orden no debería ser tan estricto. Existen períodos en mi ministerio, en los que he tenido que dejar a mi familia por algún tiempo. Sin embargo, busco la manera de dirigir mi hogar desde donde esté. Llamo y escribo a mi esposa regularmente y, cuando regreso, planifico un tiempo especial con ellos para compensarlos por mi ausencia.

En cuarto lugar, debe existir un compromiso para solucionar los problemas bíblicamente. Esto significa tener una disposición a someterse a la Palabra de Dios en cualquier asunto. Significa que hablaré con mi pareja. Compartiré mis luchas y sentimientos sin usarlos para manipular al otro. Significa también que escucharé —oiré y consideraré— a mi pareja. Significa que juntos tomaremos los principios bíblicos que atañen a nuestros problemas y nos someteremos voluntariamente a ellos.

El consejero prematrimonial haría bien en mantener estos círculos en mente y preguntarse si la pareja está bajo yugo igual. Recordemos que Amós pregunta: «¿Andarán dos juntos si no están de acuerdo?» (Am 3:3).

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