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4. Sigue latiendo Holland

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—Con que esta noche voy a conocer a tu ex —comenta Chloe a mis espaldas.

Intento aplicarme otra capa de rímel, pero es imposible con lo que me tiemblan las manos. Al final me rindo y cierro el neceser.

—No sé si estará allí —me limito a contestar.

«O si me atreveré a acercarme a él».

No tengo muy claro por qué he aceptado ir a la fiesta. Finn no ha querido contarme su plan y, a estas alturas, comienzo a dudar de que tenga uno. Por muy decidida que esté a ayudarlo a reparar la banda, no creo que una casa llena de gente y música sea el lugar más adecuado para mantener una conversación. Además, todavía no he conseguido que me cuente qué es lo que ha pasado entre ellos.

Me trajo a la residencia hace un par de horas. Estaba tan angustiada que, cuando me encontré con Chloe en la habitación, tuve que contárselo todo. Hice especial hincapié en lo mucho que me aterraba ver nuevamente a mi exnovio y a mis ex mejores amigos después de más de un año y medio.

En cuanto comprendió hasta qué punto me afecta el tema, me dijo que de ninguna manera iría a la fiesta sin ella.

—Sinceramente, espero que esté allí —dice, sacándome de mis pensamientos—. Me muero por darle una buena patada en las pelotas.

Vale. Tengo que contarle lo que pasó entre nosotros. Pronto.

Doy varios pasos hacia atrás para mirarme al espejo. Voy más sencilla que anoche, con unos vaqueros anchos y una camiseta. Mientras más desapercibida pase, mejor. He acompañado el atuendo con unas zapatillas por si tengo que salir corriendo otra vez. Ha sido un consejo de Chloe. Desde luego, la chica sabe lo que hace.

Al verme tan nerviosa, se acerca para ponerme las manos sobre los hombros.

—Relájate, ¿sí? Todo saldrá bien. Y estás guapísima. —Sonríe y me obligo a asentir, aunque no esté muy convencida—. ¿A qué hora dices que viene tu amigo?

—Debería estar a punto de llegar. ¿Seguro que no prefieres quedarte? No quiero ser una carga.

—¿De verdad crees que voy a perderme la oportunidad de meterme con tu ex? ¡Venga ya!

—No me hizo nada malo, Chloe.

Con toda seguridad, era lo último que esperaba. Se queda callada y leo las preguntas en sus ojos. Antes de que pueda decir nada, comienzan a aporrear la puerta.

—¡Holland, aquí estoy! —canturrea alegremente Finn desde el otro lado.

Intercambio una mirada con Chloe. Dolly no permite entrar a nadie ajeno a la residencia. ¿Cómo diablos se ha colado?

—¡Déjame entrar! —añade, poniendo voz grave esta vez.

—Menudo imbécil —gruñe Chloe.

Cruza la habitación para abrir la puerta. Mientras tanto, aprovecho para echarme un último vistazo frente al espejo, inquieta. Puedo con esto.

—Vaya. Hola. ¿Y tú quién eres?

—Alguien que no soporta tu actitud —le espeta Chloe. Me lanza una mirada por encima del hombro—. Te espero abajo.

Rodea a Finn para salir, cargada de irritación. Él se lleva una mano al pecho, afectado.

—¿Qué hay de malo en mi actitud? —cuestiona, mirando el pasillo por el que Chloe se ha marchado.

—No te preocupes. Es mi compañera de habitación. Ya te acostumbrarás.

Asiente, aunque todavía parece preocupado. Como si necesitara pensar en otra cosa, me mira de arriba abajo y suelta un silbido.

—Estás guapa —dice, tan amable como de costumbre.

—Gracias. Tú también.

—Yo siempre.

—Pues vale.

Comienza a reírse y logra sacarme una sonrisa. Lleva unos vaqueros ajustados y una camisa negra y, como he dicho, le sienta bastante bien. Me invita a salir primero haciendo una reverencia.

—Adelante —dramatiza y, al verme tragar saliva, añade—: Estamos juntos en esto.

Me sigue fuera del dormitorio.

En definitiva, he subestimado sus habilidades. Cuando bajamos al primer piso, Finn no solo no intenta esconderse, sino que intercambia una sonrisa con Dolly al pasar junto al mostrador. Intento no mostrarme muy sorprendida. Chloe nos espera en el exterior.

—¿Tu amiga está libre? —me pregunta Finn, aprovechando que no nos escucha.

—De momento, sí.

—Buenas noticias. —Se frota las manos y me sonríe. Después, alza la voz para incluirla en la conversación—: Vaya, Holland, no sabía que teníamos una acoplada esta noche.

—Soy su amiga, friki —se defiende Chloe, malhumorada.

—Que utilices friki como insulto dice bastante de ti. No hay nada de malo en ser fanático de algo. Lástima que tu vida sea tan aburrida. —Chasquea la lengua y la mira de arriba abajo—. Intenta no ensuciar mi camioneta, ¿quieres?

Muy bien. ¿En qué momento se me ocurrió dejar que estos dos se conocieran?

Chloe me mira.

—No será este tu ex, ¿no?

—No —contesto rápidamente.

—Bien. Eso me da vía libre para darle una patada en los huevos.

—Vale, todos a la camioneta —ordeno. Agarro a Finn del brazo para que se monte en el vehículo de una vez.

Chloe y yo vamos en la parte de atrás. Aprecio que haya querido acompañarme, pero espero que no se pase toda la noche discutiendo. Cuando él nos pide que nos pongamos el cinturón, lanzo una mirada fulminante a mi amiga para que no rechiste. Obedece de mala gana.

Nos pasamos los siguientes minutos en silencio. Ha oscurecido y solo las farolas iluminan las calles de Londres. Pese a que había oído en boca de turistas que es una ciudad triste, mi concepción cambió cuando me mudé aquí. Puede que sea porque la veo con los ojos de un artista. Todo en este sitio hace que me entren ganas de dibujar.

Intento concentrarme en las vistas para no pensar en que dentro de poco llegaremos a la fiesta, pero no funciona.

—¿Cuál es el plan? —La voz de Chloe rompe el silencio.

Finn intercambia una mirada conmigo a través del espejo retrovisor. Asiento para confirmarle que puede confiar en ella. No parece muy entusiasmado con la idea.

—Los demás no saben que Holland está en Londres, así que el primer paso es que se enteren —explica de todas formas.

—Habría sido más fácil subir una foto a Instagram —comenta Chloe con ironía.

—Es mejor en persona. Además, habrá mucha gente en la fiesta, por lo que no tendrás que quedarte a solas con ellos si no quieres —prosigue Finn—. Estaría bien que acordásemos con quiénes quieres hablar primero.

Enarco las cejas. ¿Es una broma?

—¿De verdad pretendes que hable con todos esta noche?

—¿En una fiesta? Mala idea —me apoya Chloe.

Finn nos mira con cara de pocos amigos. Al parecer, no le hace gracia que nos hayamos unido en su contra.

—Necesito que te reconcilies con cada uno lo antes posible para que me ayudes a lidiar con lo demás. Que estés allí no puede empeorar las cosas, créeme.

—¿Cómo quieres que te ayude «con lo demás» si no me has contado nada?

—Lo haré cuando hayas hablado con todos —insiste.

Dudo. Eso implicaría a cuatro personas y todavía no estoy preparada para enfrentarme a una de ellas. Al notar el cambio en mi actitud, Finn suspira y giramos a la derecha.

—Y cuando digo todos también me refiero a Alex —añade para que me quede claro.

Tengo intenciones de replicar, pero Chloe se me adelanta.

—¿Alex? ¿Ese es tu ex? ¿Al que tengo que patearle el culo?

—¿Por qué le has pedido que le patee el culo? —inquiere Finn, confundido.

—No lo he hecho. —Lanzo una mirada de reproche a Chloe—. Quedamos en que nos saltaríamos esa parte.

—Qué aburrimiento —grazna ella. Me parece ver a Finn sonreír. Chloe apoya la barbilla en el asiento del conductor para dirigirse a él—: ¿Puedes contarme por qué rompieron? Necesito ponerme en contexto. ¿Le puso los cuernos?

—¿Estás de coña? Alex jamás habría sido capaz de hacer eso. Estaba tan colado por ella que daba asco.

—¿Entonces? —añade Chloe, solo que esta vez la pregunta va dirigida a mí.

Se me forma un nudo en la garganta. No he hablado con nadie del tema, excepto con Martha, mi psicóloga. En Mánchester no tuve amigos como Chloe. La mayoría se limitaban a vivir el presente y olvidar el resto. Creía que eso era lo que necesitaba. Sin embargo, me he dado cuenta de que ignorar el pasado solamente nos lleva a cometer los mismos errores.

—Fue culpa mía. Tomé una decisión estúpida creyendo que hacía lo correcto. Aunque me perdonó, no quiso que volviéramos. Alex pensaba que no éramos buenos el uno para el otro. Me dejó porque decía que quería que fuera feliz.

«Porque era la persona, pero no el momento».

Nos sumimos en un silencio que me satura de incomodidad. No tendría que haber hablado tanto. Ahora no puedo sacarme esa noche de la cabeza. Nuestra historia se cerró de la peor forma posible. Ni siquiera pudo despedirse de mí al día siguiente, en el aeropuerto. Se marchó sin decir adiós.

—Joder —susurra Chloe y Finn asiente, tenso.

—Alex no nos lo había contado —dice.

Entonces, ¿por qué creen que rompimos?

—Diría que es bonito, aunque la verdad es que me parece una muy mala excusa —añade mi amiga—. Lo siento, pero todavía me cae mal.

Estoy de acuerdo con ella. Aunque tuviera buenas intenciones, esa noche acabó conmigo. Me pasé sola todo el verano. Empecé a pensar que no valía la pena, que el problema estaba en mi interior y no en mi físico, como había creído siempre. Que era mala para quienes me rodean. Traté de buscarlo en otros chicos porque necesitaba encontrar a alguien que me hiciera sentir bien, y eso, claramente, no pasó.

Así que decidí que yo misma tendría que ser esa persona.

Pero no fue «bonito». Ni por asomo. Me destrozó.

La conversación se extingue cuando Finn aparca frente al edificio. Se trata de un bloque de pisos situado en una calle poco transitada. Las luces del ático parpadean y cambian de color. Parece que hemos encontrado nuestra fiesta.

—¿Preparadas?

Es una suerte que Chloe responda por mí, ya que no puedo hablar.

—Preparadas y dispuestas a patear traseros.

Salimos y Finn nos conduce al interior. Cuando nos montamos en el ascensor, me miro al espejo una vez más, nerviosa. Me clavo las uñas en las palmas con tanta fuerza que me hago daño. Finn se da cuenta y me da un empujón suave para relajarme.

—Todo irá bien —me asegura.

—Mason, Blake, Sam, Alex —pronuncio de sopetón—. Hablaré con ellos en ese orden.

Frunce los labios con consecuencia.

—Es mejor que dejemos a Mason para la fase tres.

—No tengo ningún problema con él.

—Le rompiste el corazón a su mejor amigo y lo ignoraste durante un año y medio mientras se comía la cabeza por ti. Créeme, Holland, sí lo tienes.

Sus palabras me habrían dolido si no tuviera la sensación de que hay cosas que no me está contando. Cuando llegamos a la planta superior, Finn se asegura de que salga antes que él, como si temiera que en cualquier momento pudiera salir corriendo. Solo habla una vez más antes de llamar a la puerta del apartamento:

—Primero hablarás con Blake. Fase uno.

Aun cuando dudo que a ella no le importe el daño que le hice a su hermano, no lo menciono.

Nos recibe un chico fortachón que debe de conocer a Finn, porque sonríe y chocan puños. No me pasa inadvertida la mirada descarada que nos lanza a Chloe y a mí. Dentro la música suena a todo volumen y parece que han instalado una bola de discoteca en medio del salón. Al verme tan sorprendida, el chico esboza una sonrisa burlona.

Se apoya contra la puerta, mirándome.

—¿Cuál de las dos viene contigo? —le pregunta a Finn, como diciendo «¿con cuál puedo quedarme?».

Chloe interviene antes de que él pueda contestar:

—Holland, ¿crees que tenemos cara de no saber hablar? Parece que este individuo piensa que no puede preguntárnoslo directamente a nosotras.

Finn se sorprende con su respuesta y a mí no me cabe la sonrisa en la cara. Me encanta esta chica. Antes de que el susodicho diga nada, me agarra del brazo y entramos juntas en el apartamento.

Estoy acostumbrada a estos ambientes, pero no estoy de humor para fiestas y no tardo en agobiarme. Hay demasiada gente. Nos abrimos paso entre la multitud, aunque ninguna sabe muy bien a dónde vamos. No deberíamos habernos separado de Finn. Siempre que me cruzo con un chico, temo que se dé la vuelta y sea Mason. O Alex. O Sam.

Ni siquiera he pensado en lo que voy a decirle a Sam.

Puede que Mason me odie por haber hecho daño a Alex, pero ¿y Sam? Era mi mejor amigo. Me esfumé después de prometer que seguiríamos en contacto. Su madre fue varias veces a casa para preguntar por mí, pero la mía daba largas. Y nunca se lo impedí.

Sé que estos últimos meses han sido duros para su familia. Todavía no sé por qué, pues no me atreví a preguntárselo a mamá, pero seguramente me necesitaba y no estuve ahí. Fui una amiga terrible. Aunque no me merezco que me perdone, tampoco puedo rendirme sin intentarlo. Ahora soy más madura y valiente. Puedo enmendar mis errores.

Tiro de Chloe para que paremos de andar sin rumbo. Cuando compruebo que Finn nos pisa los talones, se me escapa un suspiro de alivio.

—Id con cuidado. —Echa un vistazo al salón, como si buscara a alguien, y me agarra del brazo—. Vamos a por algo de beber.

En la cocina hay menos gente. Finn saluda a unos chicos que nos ofrecen cerveza, que rechazo sin pensármelo dos veces. Después del espectáculo de anoche, no probaré el alcohol en una temporada. Además, mañana empiezo la universidad y sería contraproducente no estar al cien por cien.

—¿Vamos a buscar a Blake? —le pregunto a Finn, que baila distraídamente a mi lado para no desentonar. Mientras antes acabemos con esto, mejor.

Sin embargo, niega y da un trago a su cerveza.

—De momento, basta con que nos quedemos justo aquí. Ten un poco de paciencia.

Parpadeo. Espero que me tome el pelo.

—¿Tienes un plan y no me lo has contado?

—Pues sí. Consiste en improvisar. Y está yendo sobre ruedas. —Entonces sonríe y, como si todo estuviera planeado, se acerca y me susurra—: ¿Te parece que pasemos directamente a la fase cuatro?

Sigo su mirada y me da un vuelco el corazón.

Alex está aquí.

Nuestras miradas se cruzan entre la multitud. Aunque sus amigos continúan hablando, parece que no los escucha. Se encuentra a varios metros de distancia, pero noto su presencia como si estuviera a mi lado. ¿Era así cuando salíamos? Acabo de darme cuenta de que no me acuerdo de cómo se sentía tenerlo cerca. Ni del sonido de su risa. Solo me quedan recuerdos borrosos.

He imaginado tantas veces este momento, en el que volveríamos a estar en la misma habitación, que me cuesta reaccionar. Mis sentidos olvidan la música y las luces, y parece que la voz de Finn suena lejana cuando se dirige a Chloe.

—Sé que no me soportas, pero es un buen momento para que tú y yo nos larguemos.

—¿Qué? —mascullo. Cuando me giro, descubro que han desaparecido.

Genial.

Mientras tanto, Alex también se aleja entre la multitud.

La experiencia me ha enseñado a no posponer las cosas importantes. Confiamos en que después tendremos tiempo para pronunciar todos los «te quiero» que callamos en su día y dar todos los abrazos que nos guardamos, cuando no es así. El tiempo se te escurre entre los dedos antes de lo que esperas. De pronto, ya no puedes volver atrás y hacer aquello que un día te prometiste que harías.

No puedo desperdiciar esta oportunidad. Y a pesar de que sé que no es una buena idea, me abro paso entre la gente para seguirlo.

Es una suerte que su estatura lo haga destacar, porque camina tan rápido que parece que intente despistarme. Avanzo entre empujones y procuro no perderlo de vista. Me conduce a unas escaleras que dan a un pasillo a oscuras. No ha mirado atrás, por lo que supongo que no sabe que estoy aquí. Subo a toda prisa y cuando llego arriba ya ha desaparecido.

¿Habrá entrado en alguna habitación? Es imposible que haya alcanzado la puerta del fondo en tan poco tiempo, así que me decanto por la más cercana. La abro esperando no encontrarme con algo que hubiera preferido no ver. No obstante, no lleva a una habitación, sino a un estrecho pasillo con más escaleras. Arriba hay una puerta entreabierta y distingo luz al otro lado. Subo con cuidado de no tropezarme y salgo a una especie de terraza.

Hace frío aquí fuera. Aunque ha anochecido, hay tanta contaminación lumínica que parece que en el cielo no queden estrellas. El corazón me va muy deprisa y no es porque haya venido corriendo. Alex se encuentra apoyado contra la valla, de espaldas a mí, y creo que aún no se ha percatado de mi presencia.

No me atrevo a cerrar la puerta por si necesito escapar. La terraza no tendrá más de cinco metros cuadrados, por lo que me sorprende que no me haya oído llegar. Estamos a tanta altura que vemos los tejados de los edificios contiguos. Nunca había tenido la oportunidad de ver Londres desde arriba, pero, desde luego, no estoy en condiciones de ponerme a apreciar las vistas.

Pienso en echarme atrás y volver a la fiesta. Justo entonces, su voz rompe el silencio:

—¿No vas a decir nada?

—Hola —respondo inmediatamente.

—Hola.

No pienso dejar que se dé cuenta de lo mucho que me afecta su presencia, así que me esfuerzo en actuar con normalidad. Me acerco y me apoyo en la barandilla, a su lado.

—Estabas en el pub anoche —dice—. Te fuiste sin decir adiós.

—Tenía prisa —miento.

Teniendo en cuenta lo que pasó hace quince meses, no creo que sea el indicado como para recriminarme que no me despidiera.

—Pensé que era imposible que fueras tú. Di por hecho que, cuando volviésemos a vernos, al menos te dignarías a saludar.

Vaya, empezamos pronto con los reproches.

—No esperaba veros allí.

—Que yo recuerde, somos nosotros los que llevamos un año y medio viviendo en la ciudad.

No respondo y nos miramos en silencio.

Es extraño que parezca tan diferente y que, a la vez, no haya cambiado nada. Aún conserva ese aspecto rebelde; ahora, incluso, tiene el flequillo más largo. Lleva una camiseta negra y unos vaqueros oscuros. Estudio su rostro, como recuperando y memorizando de nuevo los detalles y, cuando mi repaso recae sobre su boca entreabierta, me obligo a apartar la mirada.

Me envuelven los recuerdos. Pienso en cuando cantó «Es tuyo» y me di cuenta de que la había escrito para mí. Dormimos juntos en mi jardín esa noche y me burlé de que todavía no había dado su primer beso. Y acabé siendo yo. Hubo una época en la que mi única preocupación era que me invitase a salir. Después vino su cumpleaños y me pasé semanas planeando cómo terminar el piano que su madre comenzó a pintar en su habitación. Me pregunto si acaso seguirá allí.

La noche que rompimos, le hice creer que no lo quería. Le rompí el corazón presumiendo que tomaba la decisión correcta. Supongo que nunca me perdonó del todo, porque entonces habría vuelto conmigo. O al menos se habría despedido antes de mudarse a la otra punta del país. Alex fue el único que creyó en mi cuando ni yo misma lo hacía y ahora parecemos desconocidos.

Intento librarme del nudo que tengo en la garganta. Él aparta la mirada.

—¿Qué haces aquí? —pregunta. No había pensado en cuánto extrañaba su voz.

—¿En Londres o en la fiesta?

—En ambas.

—Finn me invitó. Pensó que sería buena idea.

—Vaya, me alegro de que con él sí que hayas mantenido el contacto.

—No tienes por qué portarte como un gilipollas conmigo, ¿sabes? —estallo—. No he venido a discutir.

Alex me taladra con la mirada.

—¿Así que soy yo el que se porta como un gilipollas?

—No paras de echarme cosas en cara. Para tu información, llevo sin hablar con Finn desde que os fuisteis. No habría venido si no me hubiera llamado esta mañana. He arreglado las cosas con él y pensaba hacer lo mismo con los demás, incluido tú, pero si piensas guardarme rencor para siempre, dímelo y te dejaré en paz.

Aun cuando entiendo que esté enfadado, no pienso tolerar esa actitud. No espero a que conteste y me giro para marcharme. Buscaré a Finn para que nos larguemos. Ya he tenido suficientes fracasos en una noche. Lo único que me apetece ahora mismo es encerrarme en mi habitación y no volver a salir.

Sin embargo, en el fondo, sé que es solo una fachada y que no quiero dejarlo en paz, por eso siento un torrente de alivio cuando escucho su voz a mis espaldas:

—Creo que tengo derecho a estar molesto, Holland.

Me he pasado el último año y medio fingiendo que no existían. Claro que no esperaba que me recibiera con los brazos abiertos.

—Lo tienes —concuerdo, volviéndome hacia él—. Pero eso no significa que puedas hablarme mal.

—No pretendía hablarte mal.

Nuestras miradas se encuentran y veo que es sincero. Si bien dudo, al final me acerco y vuelvo a apoyarme en la valla junto a él. Intento ponerme en su lugar. Esto no es fácil para mí, y seguramente para Alex tampoco lo sea.

Guardamos silencio durante unos instantes, hasta que dice:

—Finn me contó que estudias aquí. Bellas Artes.

—Supongo que es mejor tarde que nunca. —Fuerzo una sonrisa, aunque se asemeja mucho más a una mueca.

—Pensaba que seguirías en Mánchester hasta que terminaras la carrera de Derecho.

—La abandoné. Es una larga historia.

—¿Vuelves a tener prisa o es que simplemente no quieres contármela?

Ahora usa un tono más suave, como si no quisiera que volviera a sentirme atacada.

—No —respondo, sin romper el contacto visual—. Ninguna de las dos.

—En ese caso, te escucho.

Trago saliva. Por mucho tiempo que haya pasado, aún conserva ese «algo» que me hace sentir que puedo confiar en él. Y es muy peligroso.

—Me perdí a mí misma cuando llegué a la ciudad —confieso, sin rodeos. No tiene sentido maquillar la realidad—. Arrastraba problemas de ansiedad desde el instituto que empeoraron cuando os marchasteis. Quise buscar ayuda profesional, pero mis padres no me dejaron. Acabé yéndome a Mánchester y, cuando pasaron unos meses y me di cuenta de lo sola que estaba, decidí tirar la toalla. Mi vida empezó a consistir en salir con chicos, ir a fiestas y beber. No estudié para los exámenes y suspendí todas las asignaturas. También dejé de dibujar. Cuando mis padres me llamaron para averiguar qué diablos pasaba, les dije que quería dejar la universidad.

—¿Por eso ahora estás aquí? —inquiere y asiento con un nudo en la garganta.

No he querido dar más detalles ya que no soportaría que supiera lo ingenua que fui. Y tampoco que confié en quien no debía porque estaba desesperada por olvidarlo y que, aunque las consecuencias podrían haber sido mucho peores, ahora me cuesta horrores salir de noche sin pensar en que podría pasarme lo mismo.

—Me dijeron que, si lo hacía, a partir de entonces no se ocuparían de mí. Me dejarían completamente sola. Y estuve de acuerdo —continúo—. Volví a Newcastle y busqué trabajo, pero nadie quería contratar a una chica joven sin experiencia. Acabé de camarera en un bar bastante denigrante. Odiaba trabajar allí. Una noche, mi madre fue a recogerme y vio con sus propios ojos cómo era ese lugar. Arremetió contra mi jefe y me sacó de ese antro de inmediato. En ese momento supe que había ganado.

De nuevo, hay cosas que decido guardarme. Mientras que la familia de papá suele ir a casa en Navidad y otros festivos, no mantengo ninguna relación con la de mamá. Es hija única y su padre falleció hace unos años. Desde entonces, fue mi abuela materna quien dirigió el bufete de abogados que da reconocimiento a nuestro apellido. Su relación con mi madre estaba tan rota que juraría que nunca las había visto juntas. De hecho, la única vez que mamá me habló de ella fue el verano pasado, para comunicarme que había fallecido y que ahora el bufete estaría en sus manos.

Por supuesto, yo tampoco estaba muy unida a mi abuela, pero, aun así, me dolió perderla. Y también me hizo replantearme muchas cosas. Escuché a mamá llorar varias noches en su habitación durante esa época. Que se mostrara más permisiva conmigo puede que, en parte, tuviera que ver con la muerte de su madre. Pasaron los últimos años de su vida distanciadas porque no se soportaban.

Y nosotras íbamos por el mismo camino.

No se lo cuento a Alex puesto que me parece retorcido e inapropiado. Cuando lo miro de reojo, está completamente tenso.

—Bill te habría contratado —dice.

Supongo que ambos sabemos por qué no acudí a él. Siempre he sido una cobarde.

—Esa noche mis padres me ofrecieron un trato —prosigo, ignorando su comentario—. Estudiaría Bellas Artes durante un año, en una especie de periodo de prueba. Si mis notas no eran excepcionales, tendría que volver a casa y retomar la carrera de Derecho. De alguna forma, creo que esperaban que no pasara la prueba de admisión.

—Pero la pasaste.

Sus ojos conectan con los míos. Intento no pensar en lo rápido que me late el corazón.

—Sí. —Necesito más justificaciones, así que añado—: Londres tiene el mejor programa de Bellas Artes del país. Por eso vine aquí. Era una buena oportunidad.

Silencio.

Hay otra cosa que no le he contado. Me arrepiento profundamente de las decisiones que tomé. Si hubiera enfrentado a mis padres en su día, no me habría ido a Mánchester, sino que me habría mudado a Londres con ellos. No habría tenido que despedirme de mis amigos. No le habría roto el corazón.

Y, por consiguiente, tampoco a mí misma.

Pensarlo hace que me entren ganas de llorar. Eso no ocurrió y ahora debo asumir las consecuencias, y son que los he perdido. A todos.

—Me alegro de que hayas decidido dedicarte a lo que te hace feliz, Holland —admite, tras unos minutos en silencio.

Holland. Es imposible que no me resulte extraño como suena ese nombre en su boca.

Pestañeo para contener las lágrimas.

—No tienes por qué hacerlo.

—¿Qué?

—No tienes por qué fingir que te alegras por mí.

—Me alegro por ti. Sabes que siempre he pensado que valías para esto.

Evito mirarlo para no derrumbarme.

—Sé que hubieras preferido no volver a verme. Me pediste que saliera de tu vida y lo hice. Esto no ha sido cosa mía. Lo último que esperaba era que ayer nos encontráramos.

Aún recuerdo esa noche, cuando rompió conmigo con la excusa de que no era buena para él. Creía que estaríamos mucho mejor separados. Por eso, no entiendo por qué me reprocha que rompiese el contacto, si es lo que esperaba de mí. Es muy injusto, porque con toda seguridad ya ha pasado página mientras yo sigo atascada en los recuerdos.

—No te pedí que salieras de mi vida.

—No, solo me dejaste porque creías que te merecías a alguien mejor. Y después te fuiste sin más. Ni siquiera te despediste. Supongo que es mucho más fácil escribir una canción ocho meses más tarde para parecer arrepentido y sentirte mejor contigo mismo, ¿no?

—Si esperas que te diga que me arrepiento de haber terminado lo nuestro, Holland, creo que te vas a llevar una decepción —declara, con firmeza—. Lo que teníamos no era sano ni bueno para ninguno de los dos. Teníamos que madurar mucho. Y creo que, en el fondo, tú también eres consciente de ello.

Tiene razón. Lo soy. Pero eso no significa que su sinceridad no me siente como un puñetazo en el estómago.

—Al menos podrías haber dicho adiós —insisto.

—Tú también, y no lo hiciste.

—¿Así que toda la culpa es mía? Vaya, ¿por qué no me sorprende? —De pronto, estoy molesta. Me dejo guiar por el orgullo y añado—: Repito que no estaba en mis planes que nos cruzáramos anoche. De hecho, estaba pasándomelo bien hasta que llegasteis.

—¡Venga ya! Cuando te vi con ese tío, parecías de todo menos entretenida. ¿De verdad vas a decirme que no era un capullo?

Por mucho que intente mentirle, no servirá de nada; Alex me conoce demasiado bien. Además, será imposible que me crea, considerando cómo nos encontraron.

—No tendríais que haber intervenido —respondo finalmente—. Sé cuidar de mí misma.

—Nadie ha dicho lo contrario.

Que sea tan amable conmigo me saca por completo de mis casillas.

—¿Qué te hace pensar que no estamos juntos? —le espeto.

—Honestamente, que parecía un gilipollas.

—No sé por qué te sorprende, teniendo en cuenta mi historial.

Capta la indirecta enseguida y esboza una sonrisa burlona.

—Esté donde esté, seguro que Gale se ha sentido ofendido.

—Me refería a ti.

—Faltaría más. —Pone los ojos en blanco, divertido. Tras unos segundos, su sonrisa decae y analiza mi expresión con detenimiento—. ¿Por qué saliste corriendo?

Desvío la mirada, incómoda. No puedo seguir enfadada si suena tan preocupado.

—Estuve a punto de sufrir mi primer ataque de ansiedad en meses. —Suena muy dramático, así que intento restarle importancia—: La situación me superó, pero conseguí reaccionar a tiempo. Podría haber sido peor. Aun así, estoy bien. Ha pasado mucho desde la última vez que tuve uno. Es buena señal.

—Lo es. —Lo miro de reojo y sonríe, esta vez con sinceridad—. Me alegro de que te esté yendo bien,Holland.

Sus palabras inciden directamente sobre mi corazón, que se pone a latir con fuerza. Al parecer, había olvidado lo mucho que sufrí por su culpa. Era fácil mantener mis sentimientos a raya cuando estaba a cientos de kilómetros. Ahora que está aquí, solo puedo pensar en las ganas que tengo de que se acerque y me estreche entre sus brazos.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —añade, tras unos segundos—. Dices que no esperabas encontrarnos en el pub anoche, pero si hubieras sabido que estaríamos allí, ¿habrías ido?

Me quedo bloqueada. Pese a que intento decir algo, no lo consigo, ya que ni siquiera yo conozco la respuesta. Aunque me alegro de haber recuperado mi amistad con Finn, no quiero ni imaginarme lo duro que será enfrentarme a los demás.

Y luego están Alex y todos esos sentimientos que me tienen aterrorizada. Se suponía que lo nuestro ya estaba superado, pero al verlo he tirado todas mis convicciones por tierra. Nunca tuvimos un final. No nos dijimos adiós. Se marchó dejando miles de temas pendientes y creyendo que no era el momento para estar conmigo, pero ha pasado bastante tiempo desde entonces y ahora me muero de ganas por saber si piensa que ese momento podría haber llegado ya.

¿Todavía cree que soy la indicada o ha vuelto a enamorarse? ¿Alguien habrá ocupado mi lugar? ¿Sería capaz de volver a quererme? ¿Podría yo volver a quererlo?

Puede que, en realidad, Alex tampoco esté preparado para descubrir la respuesta. Interpreta mi silencio como un no porque nos dará menos problemas. Me mira y sacude la cabeza, como si estuviera dándose una reprimenda por haber hecho una pregunta estúpida.

—Parece que no ha cambiado nada, ¿eh? Sigues huyendo de tus problemas en lugar de hacerles frente. —Suspira y se gira para marcharse—. Olvídalo. Estoy cansado de esto.

El pánico me invade contra reloj. ¿Qué?

—Alex… —intento detenerlo, pero no me escucha.

—Está bien. No debería haber preguntado. —Me mira por encima del hombro—. Que disfrutes de la fiesta, Holland.

Baja las escaleras y me deja sola en la azotea.

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