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3. Prender la mecha Alex
ОглавлениеTodavía no me acostumbro a componer con la guitarra.
Me echo hacia atrás en el sofá y pruebo unos acordes con la mirada perdida en el techo, pero no doy con nada que suene bien. Normalmente, cuando me siento a escribir ya tengo una idea de cómo será la canción. A pesar de que a veces la música toma el control y termino creando algo muy diferente a lo que esperaba, por lo general, la inspiración está presente desde el principio.
Ahora no, ya no queda rastro de ella.
Resoplo frustrado. Tumbado en el sofá contiguo, Mason aparta los ojos de su móvil para mirarme. Se ha pasado las últimas dos horas criticando todas mis ideas. Su sinceridad no me molestaría si al menos pusiese algo de su parte, pero ni siquiera ha cogido la guitarra. Como siempre, soy quien se ocupa de la parte más complicada de estar en una banda.
Charlar con los fans, firmar autógrafos y recorrer escenarios le gusta a todo el mundo, pero ¿estrujarse los sesos para componer? Eso ya es otra historia.
—Suena como «Insomnio» —comenta, sin dejar de mirar su teléfono, cuando por fin doy con una combinación que me gusta.
—Son imaginaciones tuyas.
—Son los mismos putos acordes, Alex.
Lo peor es que tiene razón.
Gruño y dejo de presionar las cuerdas. Si no le tuviera tanto aprecio a la guitarra, la lanzaría a la otra punta del sofá. Los chicos me la regalaron por mi cumpleaños. Mason estaba empeñado en comprarme una eléctrica, pero Blake sabía que la acústica me gustaría más. Se pasaron una semana discutiendo y, evidentemente, ganó ella.
Intento concentrarme para pensar en un comienzo. Estoy convencido de que, una vez que tenga algo, aunque solo sean unos versos, lo demás saldrá solo. Sin embargo, todo lo que se me ocurre ya existe. Todas nuestras canciones suenan igual. Transmiten lo mismo. No consigo encontrar algo diferente y eso me frustra porque sé lo que significa.
He perdido la chispa.
No sabría decidir cuál de nuestras composiciones me gusta menos. «Mil y una veces» me parece básica ahora que la veo con perspectiva. «Es tuyo» podría ser catalogada como una tortura auditiva. ¿«Insomnio»? Pasable. La tocamos a menudo porque hace bailar al público. No sé por qué «Sigue latiendo» y «Cántame al oído» entusiasman tanto a la gente. Se han escrito miles de baladas sobre corazones rotos. No hacen falta más.
Necesito innovar y crear una melodía radical que cale en quien la escuche. Ahora tenemos fans que nos mandan cartas y se saben de memoria nuestras canciones. Cada día me da más miedo no ser lo suficientemente bueno. Decepcionarlos. De algún modo, tengo que demostrarles que estoy a la altura.
Los chicos no saben lo mucho que me preocupa el tema. Suficientes problemas tenemos ya como para que ahora descubran que su vocalista tiene crisis existenciales. A veces me pregunto si de verdad sirvo para esto. Puede que solo tuviera suerte en el instituto. Quizá escribí todas esas canciones porque las llevaba dentro y ahora me he quedado vacío.
¿Y si soy una de esas promesas que se hunden después de sus quince minutos de fama? ¿Y si estoy destinado a caer en el olvido? ¿Y si, después de todo, la música no es lo mío?
Porque si lo es, ¿por qué no puedo componer?
—Tómate un descanso, ¿quieres?
Me apetece contestarle que cierre la boca, pero me callo por no discutir. En el fondo, sé que cuando me presiono no me sale nada bien. La última canción que escribí así fue «Encontrarte» y fue un gran fracaso. Tres minutos de ruido que nadie soporta. Otro golpe más para mi autoestima, supongo.
Dejo la guitarra en el suelo y me estiro al levantarme. Llevo tanto tiempo sentado que tengo los músculos engarrotados. Cojo el móvil para ver mis mensajes.
—Hazme un favor y no le respondas a Jeff —me pide Mason. Se refiere a nuestro representante, que nos presiona continuamente para que le mandemos nuevas canciones.
—Soy un experto en ignorar a Jeff.
En efecto, aunque me ha mandado varios mensajes, ni siquiera los leo. Paso directo a los que me interesan. Cuando entro en nuestro chat, veo que me ha enviado una fotografía en la que aparece ella sujetando una cámara de fotos.
Megan
Ocupada. Otro día.
—Megan no vendrá esta noche —digo tras bloquear la pantalla.
—Qué pena.
—Al menos podrías fingir que te cae bien.
—¿Para qué? Todos sabemos que no es así. Ella incluida.
—Puede que por eso no quiera venir.
Suelta una risita irónica que me saca de mis casillas.
—Si pensar eso te hace sentir mejor…
Pongo los ojos en blanco.
Mason la detesta desde que se la presenté. No creo que tenga ningún problema con Megan en sí, sino que, más bien, está en contra de la relación que tengo con ella. A mí me gustaría que por lo menos intentaran tolerarse, pero se ve que es mucho pedir. Él no puede mirarla sin poner mala cara y, con el tiempo, Megan ha acabado tratándolo de la misma forma.
Cuando vuelvo a desbloquear el móvil, Mason resopla. Lo ignoro y le escribo un mensaje a Meganpara decirle que no me importa que no venga esta noche, aunque es mentira. Después le pregunto si le apetece que nos veamos mañana. Se pone en línea sin contestar.
—Podríamos escribir una canción sobre todos los peces que hay en el mar. Así dejarías de empeñarte en perseguir a una lombriz.
—No empieces. —Suspiro con cansancio, pero no se rinde.
—Vamos, Alex, cualquier chica se volvería loca por salir contigo.
—Ya, claro.
—¿No has leído los comentarios que te dejan en Instagram?
—No me conocen de verdad —le recuerdo, dejándome caer en el sofá.
—¿Y Megan sí? No me jodas. No se sabe ninguna de nuestras canciones.
—Perdóname por querer salir con alguien que me trata como una persona normal. No es mi problema que tú seas un egocéntrico.
Lo que más me molesta es que tiene razón. No me muestro como soy en las redes sociales. Interpreto un papel y me guardo todo aquello que prefiero que nuestros fans no sepan. No me conocen realmente y creo que estoy con Megan por lo mismo. Al igual que ellos, no tiene interés en saber mucho sobre mí. Se conforma con lo que decido contarle.
El ambiente se ha vuelto opresivo. Ya no estoy de humor para coger la guitarra, de forma que entro en Twitter y en Instagram para responder algunos comentarios. Tras unos minutos en silencio, Mason se levanta.
—Está bien, haz lo que quieras. Solo asegúrate de tener un cuaderno a mano cuando vuelvan a romperte el corazón. Así al menos tendremos nuevas canciones.
Pongo los ojos en blanco. Gilipollas.
—Megan no va a romperme el corazón.
—Si tú lo dices…
—Me gusta, ¿vale? Y yo le gusto a ella. Métete en tus asuntos.
Me pongo de pie. Quiero largarme antes de perder los estribos, pero Mason me detiene estampándome una mano en el pecho.
—No eres capaz de enrollarte con una chica sin sentir nada por ella. Megan solo quiere usarte para pasárselo bien. No va en serio contigo porque quiere tirarse a otros. No estáis en la misma onda y, como sigas engañándote, acabarás jodido. Soy el único que es sincero contigo y, si quieres cabrearte por eso, adelante.
Me sacudo para que me suelte, molesto.
—No soy yo quien está jodido por una chica, Mason.
No tiene ningún derecho a opinar sobre mi vida. No después del daño que le hizo a mi hermana. Ahora la situación de la banda es un completo desastre y es culpa suya. Actúo como si las cosas fueran bien entre nosotros para ahorrarnos problemas, pero no lo aguanto más. Me saca de quicio. No sabe cómo funcionamos Megan y yo porque ya no hablamos sobre ello.
Ni sobre nada, en realidad.
Por eso no sabe que Megan es justo lo que necesito. Puede que al principio me molestase que saliera con otros chicos, pero acabé acostumbrándome; a fin de cuentas, fue lo que acordamos. Técnicamente, yo también podría liarme con cualquier otra chica, pero no quiero estar con nadie más. Sería demasiado arriesgado. Megan es simpática y no muestra demasiado interés por mi vida o mi música. Me va bien con ella. Punto.
Al escucharme, Mason me taladra con la mirada, aunque, como siempre, se achanta al ver que no rompo el contacto visual. Cuando se deja caer en el sofá, no distingo si está dolido o cabreado. Seguramente ambas. De todas formas, me da igual. Cojo la guitarra y, como si no hubiera pasado nada, de nuevo intento componer.
Media hora después, se abre la puerta. Sam está en Newcastle y Blake se ha ido a trabajar, por lo que no me sorprende que sea Finn quien entra en el salón.
—Eh —saluda, quitándose la chaqueta.
Mason se concentra en su teléfono. A mí hacer el vacío no se me da tan bien.
—Hola —respondo.
—¿No vais a preguntarme dónde he estado?
—¿Y a nosotros qué coño nos importa? —gruñe Mason.
Si a Finn le afecta su tono hostil, lo disimula bien. Suspira dramáticamente.
—Una pena. Holland os envía saludos.
Me da un vuelco el corazón.
Mason parece tan sorprendido como yo. Pestañea y, como si creyera que poseo todas las respuestas, se vuelve hacia mí.
—¿Holland?
—Holland —confirma Finn alegremente. Señala a Mason con la cabeza, mirándome—. Vamos, no me digas que no se lo has contado.
—¿Contarme qué?
—Anoche vio a Holland. En el pub. Era la chica a la que libramos de ese capullo. —Alterna la mirada entre nosotros y hace una mueca—. Vaya, ¿en serio no sabía nada? Qué incómodo.
Así que no fueron imaginaciones mías. Realmente, era ella.
—¿Está hablando de esa Holland? —demanda Mason, mirándome—. ¿De tu ex?
—La misma que le rompió el corazón y lo hizo escribir un álbum entero. Holland Owen, en carne y hueso. Qué chica, ¿verdad? —Finn sigue sonriendo, entretenido con la situación.
Mientras tanto, yo todavía intento procesarlo.
Anoche no quise darle importancia porque creía que era imposible que, después de tanto tiempo, estuviera ahí. Estoy seguro de que habría sido capaz de reconocerla en cualquier parte, pero temía que mi mente estuviera jugándome una mala pasada. De forma que me pasé el resto de la noche intentando convencerme de que no había sido real.
Pero lo fue. Holland está en Londres. Y ayer se marchó sin dirigirnos la palabra.
—¿Por qué has ido a hablar con ella? —le espeto a Finn, que se sobresalta ante mi tono.
Dejo la guitarra en el sofá y me levanto. Que haya sido el primero en recuperar el contacto me molesta más de lo que debería. Si está en la ciudad, ¿por qué no nos avisó? Ni una sola llamada. Ni un mísero mensaje.
Nada desde que me monté en el avión.
—Es mi amiga —argumenta, encogiéndose de hombros—. Está guapa, ¿sabes? Se ha cortado el pelo.
—No me interesa —contesto, aunque evidentemente no es verdad.
—Estudia Bellas Artes. La aceptaron en la universidad. Ahora vive en una residencia de estudiantes cerca de allí. Dice que superó las pruebas de admisión porque eran muy fáciles, pero todos sabemos que…
—¿Es que no te cansas de intentar jodernos a todos? —lo interrumpe Mason.
Entonces, Finn parece darse cuenta de que esto no me está sentando nada bien. Vuelvo a acomodarme en el sofá y trago saliva. Siento la boca seca. Casi parece que vaya a echarse atrás, pero me mira y dice:
—La he invitado a venir esta noche.
Mason reacciona antes que yo. Se pone de pie, hecho una furia.
—¿Cuándo coño vas a darte cuenta de que está estropeándolo todo? —me espeta y señala a Finn, que se encoge ante su tono—. Él y su egoísmo van a acabar con la banda y tú tendrás parte de culpa por no abrir los ojos a tiempo.
—Mason… —empiezo a decir. Me interrumpe con un resoplido.
—Bien. Iros a la mierda.
Se marcha sin decir nada más.
Miro a Finn, que observa la puerta en silencio. Por mucho que intente esconderlo, sé cuánto le duele la situación. Antes eran inseparables. Desde que discutieron, Mason arremete contra él siempre que puede. Todos estamos más tensos ahora que no se ríen ni bromean juntos. Tengo la sensación de que, en cualquier momento, alguien prenderá la mecha que nos hará saltar por los aires.
Holland podría ser esa chispa y no me gusta nada.
—¿Por qué lo has hecho? —pregunto.
Espero que se arrepienta o que me dé una buena explicación, que me demuestre que aún es ese buen amigo que tuve en el instituto. Que solo hace lo que cree que es mejor para nosotros. Que tiene buenas intenciones.
Sin embargo, vuelve a mostrarse como esa persona petulante que últimamente me saca de mis casillas. Me mira con desinterés.
—Me apetece pasar tiempo con Holland. Pensé que no te haría gracia que nos fuéramos a mi habitación.
—¿Estás tonteando con ella? —Sueno mucho más molesto de lo que me gustaría.
Finn junta las cejas.
—Tú estás con Megan, ¿no? ¿Qué más te da?
—No me extraña que Mason crea que eres un capullo.
Esto sigue afectándome y ser consciente de ello me enfada aún más. Me levanto y lo rodeo para irme a mi habitación. Mientras antes lo pierda de vista, mejor.
—Asegúrate de coger un cuaderno. Tienes canciones que escribir —canturrea, burlón.
No respondo. Subo las escaleras y me encierro en mi dormitorio con un portazo. Mason tiene razón en una cosa más. No sé por qué sigo negándome a admitirlo. Finn está destruyendo la banda.