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1. 3. A.M. Holland

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Una de las cosas que me gustan de este lugar es que está cerca de la facultad.

Alzo la mirada hacia el edificio. La residencia de estudiantes en la que me alojo tiene todo lo necesario para que una persona como mamá la deteste. Las paredes son de ladrillo, de forma que se integra con el resto de bloques de apartamentos, y las puertas son pesadas y de madera desgastada. Mi parte favorita es el interior, que está pintarrajeado con colores extravagantes.

Este lugar no se parece en nada a nuestra vivienda en Newcastle y, sin embargo, me siento como en casa.

Antes de mudarme a Londres, tuve que negociar con mis padres una serie de condiciones. Que viviese en una residencia era su segunda prioridad, inmediatamente después de que me «comportara como una Owen». La idea no me entusiasmaba al principio y quizá habrían cedido si me hubiera negado, teniendo en cuenta cómo estaban las cosas por entonces, pero no quise tentar a la suerte.

Cualquier estudiante de clase media habría optado por alquilar una habitación en las afueras. Es la opción más barata y por la que se decanta la mayoría. Y era también lo que estaba en mis planes, pero mis padres tenían una opinión muy clara al respecto. Pueden permitirse pagar cualquier residencia. Supongo que, cuando me pidieron que escogiese la que más me gustaba, que mencionase esta era lo último que esperaban.

—Has vuelto a buena hora del paseo. Muy bien.

Dolly me recibe sentada en el mostrador, como todos los días, mientras hojea distraída una revista. Tiene el pelo corto y cano y la cara llena de arrugas. Junto a su marido regentan el establecimiento desde sus inicios. Alojan a más de doscientos estudiantes, así que tienen que ser bastante estrictos para que no se desate el caos.

—Tengo clase mañana —respondo y canto victoria cuando la veo sonreír con aprobación. Que me considere una alumna responsable hará que, a la hora de la verdad, me tenga menos vigilada.

Subo por las escaleras hasta el tercer piso. Las paredes están cubiertas de pintura de pizarra y los estudiantes podemos escribir lo que queramos, así que están llenas de frases, dibujos y colores. Tomo el primer desvío a la derecha y, en un recoveco, encuentro la habitación trescientos seis.

Abro de golpe y sin llamar.

—De acuerdo. Nueva regla: vuelve a darme un susto así y te meto una percha por el culo.

—Hola a ti también, Chloe.

Sonrío y cierro la puerta con más cuidado esta vez. Solo llevo unos días aquí, pero hemos hablado tanto porWhatsApp durante las últimas semanas que ya estoy más que acostumbrada a las constantes amenazas de mi compañera de habitación.

Si tuviera que definir a Chloe en una palabra diría que es explosiva. Me mudé a la residencia con la esperanza de estar rodeada de artistas y no podría haber elegido mejor. Chloe estudia Diseño, se pasa el día haciendo bocetos y combinando estampados que me dan dolor de cabeza. Aunque no compartamos horario, vamos a la misma facultad, lo que es toda una suerte. Hemos intimado mucho desde que llegamos, básicamente porque es incapaz de aguantar callada más de treinta segundos.

—¿Lo has terminado? —Señalo el vestido que cuelga de la puerta del armario.

Se levanta de un salto y esboza una gran sonrisa.

—Aún le faltan unos retoques. ¿Te gusta?

Se trata de un vestido de encaje negro con un escote muy pronunciado. No me veo capaz de ponerme algo tan atrevido, pero encaja con la personalidad de Chloe. Lleva el pelo oscuro recogido en una coleta alta y se sobrepone la prenda para que pueda hacerme una idea.

—Es superbonito.

Asiente, orgullosa, mientras se mira al espejo.

—Podría negarlo, pero, vamos, las dos sabemos que soy alucinante.

Sonrío y me dejo caer en mi cama. A diferencia de la mía, su parte del cuarto está muy desordenada; tiene trastos y trozos de tela tirados por el suelo. Yo ordené mis útiles de dibujo sobre el escritorio nada más llegar y no los he tocado desde entonces.

—Me apetece salir esta noche. —La apunto para dejar claro que está incluida en el plan—. Así podrías estrenar tu nueva obra de arte.

Cuelga el vestido de la percha, no muy convencida.

—Depende. ¿A dónde vamos a ir?

—No lo sé. ¿Qué tal el pub de la última vez?

—Paso. Demasiados niños con dinero y sin cerebro. He descubierto que me dan alergia.

—Vale, pues tú eliges. Seguro que conoces algún sitio que merezca la pena. —Me doy la vuelta sobre el colchón y hago un puchero—. Por favor —insisto.

Finge pensárselo, aunque estoy convencida de que aceptará. No solo porque le encanta salir a bailar, sino porque adora tener cualquier excusa para arreglarse. Es una persona tan abierta y espontánea que me intimidó un poco cuando nos conocimos, pero ahora creo que su amistad es justo lo que necesito.

Me ayuda a olvidar lo que llevo a cuestas. Por eso tengo que salir esta noche.

—Regla número uno. —Alza un dedo y la interrumpo porque ya me la conozco.

—Llegamos juntas y nos vamos juntas.

—Bien. Y número dos. —Arqueo las cejas, expectante, y esboza una sonrisa burlona—. Vas a dejar que te busque un tío esta noche.

Pongo los ojos en blanco, aunque no puedo evitar sonreír. Tan considerada como siempre.

—Sus deseos son órdenes.

—Así me gusta.

Decido dejarme el pelo suelto. Me lo corté hace unos meses y ahora me cae en ondas rojizas hasta los hombros. Chloe, que también es una fanática del maquillaje, insiste en experimentar conmigo. No me aplica base para no cubrirme las pecas, pero me ahúma los ojos y me pinta los labios de color granate porque, según dice, me ayudará a sentirme poderosa. Me enfundo unos vaqueros y un top ajustado negro y sin mangas y, después de ponerme los tacones, me miro al espejo.

La Holland que me devuelve la mirada no se parece a la chica que era en el instituto. Ahora parece más fuerte. Más segura de sí misma. Verme de ese modo me recuerda la época que pasé en Mánchester y lo que ocurrió allí, pero enseguida borro esos pensamientos de mi mente. Estoy segura de que, si los ignoro lo suficiente, desaparecerán.

He intentado hacer lo mismo con él desde hace más de un año y no ha funcionado.

Llamamos a un taxi que nos deja en la puerta del pub que Chloe ha escogido. Está guapísima. Lleva ese vestido de marca propia que se ajusta a sus curvas y el pelo echado sobre un hombro. Va mucho más maquillada que yo, pero le sienta bien. De todas formas, es Chloe. Con esa actitud podría darle estilo a cualquier cosa.

Nos adentramos en un local de música en directo que está a rebosar porque es sábado por la noche. Chloe me agarra del brazo para evitar que nos separemos y la sigo tambaleándome sobre los tacones. Hace calor y la música suena a todo volumen. Nos abrimos paso sorteando a la gente y dando algún que otro empujón. Aunque este sitio es asfixiante, me gusta. No puedo pensar cuando hay tanto ruido. Es precisamente lo que busco.

Encontramos una mesa libre delante del escenario. Un poco más atrás se encuentra la barra y bajando unas escaleras llegaríamos a la pista de baile. Echo un vistazo a los músicos que tocan esta noche mientras Chloe rebusca en su bolso. El vocalista es un chico rubio con una voz ronca que le pondría a cualquiera la piel de gallina.

No funciona conmigo, pero sí con Chloe, a la que le falta poco para hiperventilar.

—Me lo pido —anuncia, sin dejar lugar a discusiones.

—Todo tuyo. —Miro hacia otra parte con desinterés—. Los músicos no me van.

—En ese caso, me los pido todos.

Sonrío y los cuento mentalmente. Cinco en total.

—No tienes tantas manos —discrepo.

—Si piensas que es un inconveniente, es porque aún me queda mucho por enseñarte. —Pongo los ojos en blanco, riéndome, y me guiña un ojo—. Voy a por algo de beber. Invito yo. Espérame aquí, ¿vale?

Asiento y se marcha. Me quedo en la mesa y tamborileo distraída con los dedos siguiendo el ritmo de la canción. Miro de nuevo a la banda. No han tocado nada especialmente bueno, aunque tampoco son un desastre. Además, físicamente no están nada mal. Ahora entiendo por qué Chloe parecía tan entusiasmada.

De pronto, la mirada del vocalista se cruza con la mía. Esboza una sonrisa coquetona y me guiña un ojo. Genial.

Solo espero que este no me escriba canciones.

Cuando Chloe regresa unos minutos después, acepto la copa que me ofrece y señalo el escenario con la cabeza.

—El rubio no dejaba de mirar en esta dirección. Creo que estaba esperando a que volvieras.

Mi amiga parece encantada. Se vuelve hacia el chico, le dedica una sonrisa sugerente y él pronuncia los últimos versos de la canción sin apartar los ojos de ella. Me doy mentalmente una palmadita en la espalda. Todos contentos.

—¿Crees que me presentará a sus amigos?

—No pierdes nada por intentarlo.

—¿Por qué dices que los músicos no te van?

La escucho con claridad porque ya no suena la música. De repente, noto una presión en el pecho. Cojo mi vaso y doy un trago. Hago una mueca cuando el alcohol me quema la garganta. A mi lado, Chloe suelta un silbido.

—Vale, lo pillo, mejor no pregunto.

—No es nada —miento—. He oído que los músicos son muy intensos. No me gusta el drama.

Quería que dejásemos el tema, pero ahora siente más curiosidad. Espera a que añada algo más y, como no lo hago, se encoge de hombros.

—No me importaría soportar un poco de drama con tal de que me escriban canciones.

—Yo no quiero que me escriban canciones.

Debo sonar muy seca, ya que no insiste. Todavía no hemos sacado el tema de los exnovios, pero me prometo que se lo contaré algún día. He aprendido que guardarme las cosas que duelen no me hace ningún bien.

—Mientras sean intensos en todos los ámbitos, estaré conforme —añade y, de pronto, me estoy riendo.

Me gusta Chloe. Como he mencionado antes, creo que podría convertirse en la amiga que necesito.

Mientras intercambia miraditas con el vocalista, echo otro vistazo al local. Hay varios grupos de amigos riéndose en las mesas de alrededor, pero no les presto mucha atención. Miro hacia la barra y, como si el destino supiera que necesito dejar la mente en blanco, por fin encuentro a mi distracción de esta noche.

No tendrá más de veinte años. Tiene el pelo oscuro y corto y la mandíbula marcada, y lleva una camiseta que se le ajusta a los bíceps. Es atractivo y, a juzgar por cómo se apoya remolonamente contra la barra, lo sabe. Me gusta. De hecho, me recuerda a uno de los novios que tuve en el instituto.

En concreto, al único con el que mantengo un mínimo de contacto.

Este chico podría llamarse Gale Fullman sin ningún problema. Seguro que fue capitán de equipo en el instituto. Es un cliché andante, pero eso no le resta atractivo. Desde luego, es mi tipo. O, al menos, como quiero que sea mi tipo: buen cuerpo, alto, guapo. Con suerte no hablará mucho. Apuesto a que tiene demasiadas pretendientes detrás como para querer algo serio. Nada de compromisos.

Es justamente lo que busco.

Dejo que nuestras miradas se encuentren. Me hace un repaso descarado. Sin embargo, no me hace sentir incómoda porque sé que le gusta lo que ve. Después, me lanza una de esas sonrisas irresistibles que seguro que cree que funcionan. Hago esfuerzos por no rodar los ojos. En definitiva, es un chico de manual.

—Te espero aquí —canturrea Chloe, que ha notado nuestro intercambio de miradas.

Me acabo de un trago lo que me quedaba en la copa y la levanto.

—Voy a por otra —anuncio.

—Claro. A por una con sabor a lengua.

No contesto porque ya me estoy alejando. Camino hacia él y me apoyo en la barra, a su lado, antes de llamar al camarero. Noto su mirada sobre mí mientras espero.

Sé cómo funciona esto. En Mánchester lo hice muchas veces. Descubrí que el secreto no está en el físico, sino en la actitud. Otros te verán guapa si tú crees que lo eres. Tardé bastante en darme cuenta, pero, desde entonces, me veo de otra manera. La experiencia me ha demostrado que le gusto a los chicos. A la mayoría, y ellos me gustan a mí, siempre que sea para rollos casuales. No pienso volver a arriesgarme tanto como la última vez.

—¿Qué te sirvo? —El camarero me saca de mis pensamientos. Míster Musculitos se acerca hasta que nuestros brazos se rozan.

—Dos chupitos de tequila. —Me mira de reojo—. Yo invito.

—Paso —respondo. Me vuelvo hacia el camarero y el chico añade:

—Algo más suave para ella, entonces.

Asiento para dar mi aprobación y no pierdo de vista mi bebida mientras la preparan. La cojo rápidamente cuando el barman la coloca sobre la barra. Doy un trago y el alcohol me raspa la garganta. Cuando dejo la copa, me aseguro de taparla con la mano, por si acaso. He aprendido que es mejor ser precavida. El desconocido aprovecha que parezco desatenta para mirarme con descaro. Se bebe su chupito en un abrir y cerrar de ojos.

—No tenías pinta de ser de las que se acobardan —comenta para atraer mi atención.

Juego con mi vaso, distraída, sin mirarlo.

—No lo soy.

—Ya. —Sonríe de forma engreída y me mira de arriba abajo—. Esperaba que me ayudaras a comprobar mi teoría. He oído que las chicas sois aburridas hasta que estáis borrachas.

Menuda estupidez.

—No debes haber conocido a muchas chicas, entonces.

—¿Cómo te llamas, guapa? —Me pone una mano en la cintura para girarme hacia él. No me gusta su exceso de confianza y me aparto para demostrárselo, aunque no retrocedo.

—Holland. —No paso por alto que no me mira a los ojos, precisamente—. ¿Tú?

—Sean.

Su sonrisa decae ante mi desinterés. Busco a Chloe con la mirada. Sean pierde su atractivo en cuanto abre la boca. No hemos hablado demasiado, pero sí lo suficiente como para darme cuenta de que su personalidad deja mucho que desear. Pensándolo bien, no sé por qué diablos sigo aquí.

Sin embargo, una voz diminuta en mi cabeza me recuerda que no me importa que los chicos sean unos imbéciles. De hecho, lo prefiero. Podría enrollarme con él, olvidarme de todo durante una noche y jamás volver a verlo. Lo he hecho varias veces, siempre con un mismo propósito. El problema es que nunca lo he conseguido. Sé que esto no vale para nada y que solo procuro engañarme a mí misma.

Debería dejar de buscarlo en otras personas.

Aun así, a estas alturas, no voy a echarme atrás.

—He venido con una amiga —continúo la conversación—. Me apetecía salir a divertirme.

—Has encontrado al chico adecuado.

Se acerca con una sonrisa. Señala la pista de baile y levanto mi copa.

—Deja que me la termine.

Me la arrebata y se la bebe de un trago. Pestañeo, incrédula. Dios santo.

—Debería denunciarte por eso —le digo, y él amplía su sonrisa y da una palmada.

—A bailar, nena.

No me gusta ese apodo ni ese tono autoritario. De todas formas, dejo que me guíe entre la multitud. No me sorprende que me señale con disimulo y guiñe el ojo a sus amigos cuando pasamos junto a ellos. Bajamos las escaleras que conducen a la pista de baile, donde hay tanta gente que apenas podemos movernos.

Sean me pone las manos en la cintura. Huele a una mezcla de colonia y alcohol. Comenzamos a bailar y me doy cuenta de que no se le da nada mal, lo que le hace ganar puntos. Podrá ser un imbécil de manual, pero es atractivo y tampoco es que vaya a verlo después de esta noche. Así que le sonrío cuando pega su cuerpo al mío y simplemente me dejo llevar.

—Parece que sí sabes cómo divertirte —comenta, con voz sugerente, aprovechando que el local se ha quedado en silencio.

La banda del vocalista macizo que ha intercambiado miraditas con Chloe ha dejado de tocar. Estoy demasiado concentrada en Sean como para mirar hacia ninguna otra parte, hasta que, de pronto, una voz conocida y nostálgica suena por los altavoces.

—Hola. Eh, buenas noches a todos.

El corazón me salta con tanta fuerza que casi se me sale del pecho.

No puede ser.

—¿A dónde vas? —me pregunta Sean a gritos cuando me zafo de su agarre y me pierdo entre la multitud. No puedo ver el escenario desde la pista de baile.

—Siempre me dan el micrófono, así que supongo que me toca presentar. Otra vez. Estos son Blake, Mason yFinn. Decid hola, chicos. —Hace una pausa—. El del fondo es Sam. Para las y los interesados, sigue soltero y dispuesto a lanzarse a los brazos de cualquiera que le dé una oportunidad. —Se oye un gruñido, seguramente de parte de Sam, y el público se ríe. Cuando Alex vuelve a hablar, su voz suena más profunda—. Somos 3 A. M. y esto es «Mil y una veces».

No puedo respirar.

Subo las escaleras tropezándome con los tacones. Cuando reconozco la melodía, noto una dolorosa presión en el pecho. Su voz entona los primeros versos de la canción que escribió para mí cuando estábamos en el instituto. Es una versión nueva, con más ritmo. Me abro paso entre la multitud hasta que alcanzo la valla que nos separa del escenario y me apoyo contra ella, jadeando.

Aunque he subido solo para esto, no estoy preparada cuando alzo la cabeza y los veo.

Después de tanto tiempo, están aquí.

Alex está aquí.

Su presencia me deja sin oxígeno. No ha cambiado nada y, a la vez, parece una persona completamente diferente. Se mueve con soltura sobre el escenario con una guitarra en las manos. Su voz atraviesa mi pecho, se cuela entre mis pulmones y pone en funcionamiento unos engranajes que llevaban congelados tanto tiempo que ya se estaban oxidando. Me he pasado quince meses intentando sacármelo de la cabeza y, de repente, aquí está. Desequilibrando todo.

No es justo.

He buscado esto en otras personas. En Mánchester estuve con varios chicos. No pretendía que me quisieran. Solo sentirme llena. Eran una distracción. Siempre tuve cuidado, me aseguraba de acordar con ellos previamente ciertos términos. No quería nada serio y dejaba claras mis intenciones para ahorrarme problemas. Nada de sentimientos ni compromisos.

Ahora todas mis defensas se han venido abajo.

No puedo dejar de mirarlo. Alex sonríe mientras canta y se pasa una mano por el pelo, que está más corto que antes. Sus ojos brillantes se pasean por la multitud, pero no llegan a verme. A sus espaldas, Mason y Finnsaltan sobre el escenario con el bajo y la guitarra. Blake toca la melodía en el piano y Sam aporrea la batería para marcar el ritmo. El corazón se me aprieta dentro del pecho.

Me mudé a Londres con la esperanza de volver a verlos, aun sabiendo que era posible que ya no quisieran saber nada de mí. Durante estos últimos quince meses, lo único que han recibido de mi parte ha sido silencio. Ni una llamada. Ni un mísero mensaje. Cometí errores en el pasado que solo podían arreglarse en persona. Por eso no me atreví a decirles que vendría.

La canción termina y pestañeo para luchar contra las lágrimas. Los chicos dan las gracias al público y Masonrecuerda que pueden seguir a 3 A. M. en sus redes sociales y en su canal de YouTube. Cuando se bajan del escenario, tengo un nudo en la garganta que no me deja respirar. Necesito salir de aquí.

Un rostro se cuela entonces en mi campo de visión.

—Eh, nena, ¿ocurre algo?

Menos mal que estamos a oscuras, porque no quiero que Sean vea que estoy a punto de echarme a llorar. Asiento con rapidez y lo rodeo para dirigirme a la barra. Si quiero encontrar a Chloe, tengo que alejarme de la multitud. No soy tan egoísta como para obligarla a volver conmigo a la residencia, pero no puedo irme sin avisarla.

—¿Qué pasa? —Sean viene pisándome los talones. Hago oídos sordos y sigo buscando a mi amiga—. ¡Eh! —insiste, impaciente, y me agarra para que lo mire a los ojos.

—Me voy a casa.

Rehúyo su mirada e intento zafarme de su agarre, pero no me lo permite. Suelta una risotada amarga que me manda un mal presentimiento.

—¿Me estás jodiendo?

Lo miro confundida.

—¿Qué?

—¿Esto es lo que te va? ¿Calentar a los tíos y después dejarlos tirados? No pensé que fueras tan zorra.

Cuando vuelvo sacudir el brazo para que me deje ir, sus dedos se me clavan con más fuerza en la piel.

—Suéltame —ordeno, sin dejar de moverme—. He dicho que me voy a casa.

—Te he invitado a una copa, así que de eso nada.

Intenta atraerme hacia sí y le pongo las manos en el pecho para mantener las distancias. Mala idea. Las agarra y tira de ellas para pegar mi cuerpo al suyo.

—Déjame en paz —mascullo, y muevo la cara para que no me bese. Me hace retroceder hasta que nos escondemos junto a la pared, donde es más difícil que nos vean.

—Vamos, no te hagas la difícil.

Me va a estallar la cabeza. Parece que la habitación entera da vueltas y no puedo respirar. Soy perfectamente consciente de que estoy a punto de sufrir otro ataque de ansiedad y eso tan solo empeora la situación.

—Suéltame —le exijo, pero mi voz suena débil.

—Calla.

Intenta presionar su boca contra la mía. Me resisto tanto como puedo y, recurriendo a mi última esperanza, lo piso con todas mis fuerzas y subo la rodilla para darle en la entrepierna. Sean se aparta con un chillido estrangulado. No siento ni una pizca de lástima. Mi mente trabaja a tanta velocidad que no sé qué hacer. No puedo lidiar con esto yo sola. Necesito encontrar a Chloe. Me alejo lo más rápido posible, pero no he reaccionado a tiempo.

Una mano me agarra del brazo y casi me echo a llorar.

—Déjame en paz —le suplico, pero Sean no me escucha.

—¿De qué coño vas?

—Si una chica te dice que la dejes tranquila, tú le haces caso y te largas. Adiós, campeón.

El corazón me da un vuelco. Si bien no puedo verlo porque está detrás de mí, no me hace falta. Reconocería su voz en cualquier parte.

Alex.

—Fuera —exige otra persona, a la que enseguida identifico como Blake.

Sean afianza su agarre en torno a mi muñeca.

—Meteos en vuestros putos asuntos —les espeta.

—Vete antes de meterte en problemas, tío.

Se me rompe el corazón. Sam.

Frente a mí, Sean mira a los chicos con la mandíbula apretada. Cuando por fin me suelta, me toco la muñeca de inmediato. Arde. Me ha agarrado con tanta fuerza que estoy convencida de que me habrá dejado una marca. Aunque eso es lo que menos me importa ahora mismo. Les lanza una última mirada de odio antes de volverse hacia mí.

—De todas formas, tampoco estabas tan buena.

Se marcha sin decir nada más y me deja sola con ellos. Con él.

—Por cosas como estas me gustaría ser lesbiana —comenta Blake con un suspiro.

—No todos los tíos somos así —se queja Mason.

—Algunos, como Mason, son un poco más imbéciles que otros —canturrea Finn.

—Cierra la puta boca —responde él.

Sam resopla con impaciencia.

—¿Es que no podéis pasaros tres minutos sin discutir?

Sus voces cada vez se oyen menos porque ya me estoy alejando. Tendré que enfrentarme a ellos tarde o temprano, pero no será ahora, cuando me cuesta respirar. Necesito salir y tranquilizarme para que mi corazón lata de nuevo con normalidad. Me cuesta incluso mantener el equilibrio sobre los tacones. Encuentro la puerta trasera y salgo a la calle. No me doy cuenta hasta entonces de que alguien me sigue.

—¿Necesitas ayuda? Puedo prestarte mi móvil si… —Su voz rompe el silencio y hace que se me detenga el pulso. Intento seguir andando, pero me agarra del brazo para impedirlo.

En cuanto me toca, doy un respingo. Alex lo nota y se aparta enseguida. Me vuelvo a mirarlo sin pensar en las consecuencias y parece que todo se detiene a nuestro alrededor cuando me ve.

—¿Owen? —pregunta, como si no se lo creyera.

No me detengo a pensar en lo mucho que extrañaba oír mi nombre en su boca. Me giro y desaparezco en la parte trasera del edificio. Me escondo en un recoveco a oscuras, apoyo la frente contra la pared y me concentro en respirar profundamente. Cuento en voz baja. Hasta veinte, treinta y cuarenta, y sigo hasta que el corazón se me ralentiza y el mundo deja de dar vueltas.

No esperaba que Alex me siguiese. Por eso siento tanto alivio cuando transcurren unos minutos y compruebo que, en efecto, no lo ha hecho.

Dimelo cantando

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