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2. Enmendar los errores Holland
ОглавлениеChloe me despierta a la mañana siguiente con su máquina de coser. Gruño y me cubro con las sábanas; siento los músculos tan pesados que me cuesta horrores moverme. Además, me palpitan las sienes por culpa del ruido.
—Apaga ese chisme de una vez —gimoteo.
—Ayer me vomitaste en los zapatos. Púdrete.
De pronto, la habitación empieza a dar vueltas y me entran náuseas. Las sábanas se me enredan en las piernas cuando me levanto a toda prisa para correr hasta el baño. Me dejo caer de rodillas frente al retrete y vomito hasta que me quedo con el estómago vacío.
Alguien me sujeta el pelo para que no se ensucie. Chloe. Me entran ganas de llorar. Soy patética. Me siento en el suelo y apoyo la cabeza contra la pared fría. Procuro no hacer movimientos bruscos, pues lo que menos me apetece en este momento es volver a vomitar. Es un desastre. Yo estoy hecha un desastre.
—Si hubiera sabido esto, no te habría dejado beber tanto. —Aunque está en todo su derecho de enfadarse, más bien parece preocupada por mí. Me tiende un trozo de papel higiénico para que me limpie la boca.
Así que anoche bebí. Eso explica por qué mis recuerdos están borrosos. Ni siquiera sé cómo conseguí volver a la residencia. ¿Chloe me trajo? Cierro los ojos e intento recrear lo que pasó cuando nos marchamos del pub, pero no puedo pensar con claridad cuando me duele tanto la cabeza.
—¿Tienes una aspirina? —carraspeo. Tengo la boca pastosa y estoy sedienta.
Ella asiente y vuelve unos segundos después con una pastilla y un vaso de agua.
—Bebe —me ordena con seriedad.
—Eres demasiado buena conmigo.
Obedezco y me seco la boca con la mano. Si es verdad eso de que anoche vomité en sus zapatos, debería estar muy cabreada. Chloe suspira mientras se pone de pie.
—En otras circunstancias te habría cantado las cuarenta, pero ayer no dejabas de llorar.
En cuanto termina de hablar, me asaltan todos los recuerdos de la noche anterior. Me veo parada frente al escenario y escucho una melodía. Una voz. Su voz. Alguien intenta besarme sin mi consentimiento y un grupo de personas interviene. Salgo corriendo del bar a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Chloe me encuentra poco después en el exterior del local. Le prometo que estoy bien y nos vamos a otro sitio.
No recuerdo nada más. Solo que la cabeza me daba vueltas. Porque los vi. A Alex y a los chicos.
Él me vio a mí.
Me apoyo sobre el retrete y vomito otra vez.
—Por el amor de Dios, Holland —gimotea Chloe—. Muy bien. Vas directa a la ducha. Levántate.
No tengo fuerzas como para discutir. Sale del baño y cierra la puerta. Necesito un instante para coger aire y secarme las lágrimas. Odio que me haya visto así. Anoche perdí el control. De no ser por ella, no sé cómo habría acabado. O dónde. Se supone que tendría que haber aprendido la lección después de lo que pasó en Mánchester, pero ayer tiré todas mis convicciones por tierra y ahora doy vergüenza.
Me desnudo con lentitud porque me duele el cuerpo entero. Cuando me meto en la ducha, el agua fría me congela las venas. Me enjabono el cuerpo y también me lavo el pelo. Acto seguido, me paso unos dolorosos segundos frotándome los labios para borrar cualquier rastro de lo que ocurrió anoche.
Cuando unos minutos después salgo del baño envuelta en una toalla, Chloe está terminando de arreglarse. Me siento en la cama y cojo un cepillo.
—Menos mal. Empezaba a pensar que esa cara de zombi te duraría para siempre —comenta al verme.
Para variar, mi pelo también está hecho un desastre. Decido desenredarlo por partes para que duela menos.
—¿Te vas? —pregunto.
—Organizan un mercadillo benéfico por aquí cerca los domingos. Tenía planeado ir a echarle un vistazo a la ropa. ¿Te importa? ¿Estarás bien?
Como decía, es demasiado buena conmigo. No soporto la idea de quedarme a solas con mis pensamientos, pero tampoco quiero ser una carga para ella.
—Sí —miento—. No te preocupes por mí.
—¿Seguro? Puedo quedarme, si quieres.
—Estoy muerta de sueño. Estaba a punto de regresar a la cama. —Tras estudiarme durante unos segundos, asiente, aunque no parece muy convencida. Se gira para coger su bolso y yo me muerdo el labio—. Siento mucho lo de anoche. No sé en qué estaba pensando.
Fue nuestra primera fiesta juntas y acabó de este modo. Prefiero no pensar en qué estado me trajo a la residencia. Se portó muy bien conmigo, a pesar de la mala impresión que seguramente le di. Solo llevo aquí unos días y ya he metido la pata. ¿Es que no pienso cambiar nunca?
Sin embargo, Chloe me mira con seriedad y niega con la cabeza.
—El tío de anoche era un capullo. No fue culpa tuya.
Mi estabilidad se tambalea. No recuerdo habérselo contado.
—¿Así que lo sabes? —pregunto con la voz temblorosa.
—Hablas mucho cuando estás borracha. Lo único que hiciste mal fue no darle una patada más fuerte en las pelotas.
Eso me hace reír entre lágrimas. No sé cuándo he empezado a llorar. Sorbo por la nariz y se acerca a darme un abrazo. Cuando se aleja, me seca los ojos con los pulgares.
—Yo también he tenido el corazón roto. Te prometo que, aunque ahora pienses que no hay salida, acabarás superándolo.
Siento una punzada en el pecho. Parece que es más obvio de lo que creía.
—Es una larga historia —contesto, incómoda.
—Lo sé. Espero que me la cuentes algún día, porque pienso patearle el culo al imbécil que te haya hecho esto.
Me obligo a sonreír. Ella me abraza una última vez antes de dejar la habitación.
Ahora que estoy sola, mi sonrisa se desvanece. Me recojo el pelo mojado en una coleta y me enfundo unos vaqueros y una sudadera ancha y cómoda. He mentido a Chloe. Es imposible que vuelva a pegar ojo. En busca de una distracción, me tumbo en la cama y enciendo el móvil. Da igual que no haya revisado mis mensajes desde anoche; no tengo ninguna notificación. El número de personas a las que les importo actualmente se reduce a cero. O a una, si consideramos a Chloe. A tres, si tenemos en cuenta a mamá y a papá.
Vamos a dejarlo en una.
En Mánchester tampoco era muy popular. Aunque tuve amigos, no me abrí lo suficiente. No tenía la intención de conectar con nadie. Ahora miro atrás y me alegro de no haberles dado una oportunidad, pese a que en ese entonces no sabía el tipo de persona que eran y lo que me harían. No han vuelto a ponerse en contacto conmigo desde entonces, y menos mal. Me pregunto si Alex y los chicos también se habrán topado con personas a las que desearían no haber conocido.
La curiosidad me puede. Entro en Instagram y busco 3 A. M. Antes ni siquiera tenían una cuenta oficial para la banda y ahora cuentan con casi medio millón de seguidores. ¡Guau! Echo un vistazo a las publicaciones. En la más reciente aparecen Alex y Mason riéndose en un ascensor. Tiene miles de «me gusta» y de comentarios de fans que no pueden decidir cuál de los dos les mola más. Siento un pinchazo de celos e inmediatamente me lo reprocho, porque está fuera de lugar.
Alex ha contestado a algunos comentarios desde su cuenta personal. Me muerdo el labio y entro en su perfil. Los bloqueé a todos cuando nos despedimos en el aeropuerto hace un año y medio, por lo que solo puedo ver que tiene miles de seguidores y su descripción. «Vivo para la música. Vocalista en @3AM_oficial».
No me lo pienso dos veces. Lo desbloqueo.
De pronto, todas sus publicaciones e historias destacadas comienzan a estar visibles. Lo último que ha compartido es un retrato hecho por un fan en el que aparece riéndose, con el pelo revuelto cayéndole sobre la frente. Alex etiqueta al artista y le da las gracias en la descripción. Sin duda, está mucho mejor que los que hice yo.
Miro el resto de sus fotografías con un nudo en la garganta. Conforme encuentro los perfiles de los demás, también los desbloqueo. Alex es el vocalista, pero Sam tiene muchos más seguidores, seguramente porque es bastante más activo en las redes sociales. No paso demasiado tiempo revisando sus cuentas para no torturarme. En su lugar, busco de nuevo la de la banda y le doy a «seguir».
Dejo el móvil y lo tiro sobre la cama, con el corazón acelerado. No sé qué pretendo con todo esto. No me he atrevido a seguirlos en sus perfiles personales porque sería más probable que lo vieran. Sé que tarde o temprano tendré que enfrentarlos, pero aún no estoy lista.
Fue un error no ponerme en contacto con ellos durante el verano. No soportaba pensar que estaban aquí, cumpliendo sus sueños, mientras yo me apagaba. Puede sonar egoísta, sin embargo, ver sus fotografías solo hacía que los extrañara todavía más. Me convencí de que necesitaba pasar página y los saqué completamente de mi vida: me dolía demasiado tenerlos solo a medias.
Cuando me di cuenta de que mi error, ya era demasiado tarde. No podía pretender recuperar el contacto después de haberlos ignorado durante tanto tiempo. Necesitaba hablar con ellos en persona. Ayer tuve la oportunidad, pero no me atreví. Espero que, cuando los llame en unos días, una vez me sienta preparada, no me cuelguen el teléfono.
Vuelvo a coger el móvil y entro en YouTube. Hace mucho que no lanzan nuevas canciones. La más reciente se llama «Encontrarte». La publicaron hace cuatro meses y tiene menos reproducciones de lo normal. Solo la he escuchado una vez porque no es de mis favoritas. Después del videoclip, únicamentehan subido un vídeo titulado «¿Quién es más probable que…?». En la miniatura aparecen los cinco apretujados en un sofá.
Estoy a punto de verlo, pero de pronto mi móvil se pone a sonar. Llamada entrante, número desconocido. El corazón me salta con tanta fuerza que me mareo.
Es imposible que sean ellos porque sigo teniendo sus números bloqueados.
Es imposible, ¿verdad?
—¿Hola? —mascullo cuando me llevo el teléfono a la oreja.
—¿Cuándo pensabas decirnos que estás en Londres?
No sé a quién esperaba escuchar, pero me cuesta horrores encontrar algo que decir. Abro y cierro la boca, bloqueada. Como no rompo el silencio, decide seguir hablando:
—Estabas guapa anoche. Nuevo estilo, ¿eh? No te habría reconocido de no ser porque Alex volvió más pálido que un frigorífico y eso solo podía tener una explicación. En efecto, parece que HollandOwen vuelve a las andadas. —Chasquea la lengua y por su tono deduzco que sonríe—. Mándame un mensaje con tu dirección. Te recojo en diez minutos.
¿Quiere que nos veamos ahora? ¿Va a fingir que no ha ocurrido nada o tiene intenciones de arreglar las cosas? Porque no estoy lista, mucho menos si ello implica ver de nuevo a Alex. O a Sam. Primero tengo que pensar en lo que voy a decirles. Dudo que un «lo siento» sirva de mucho a estas alturas.
—No creo que sea una buena idea —contesto, y la línea se queda en silencio. Estoy dispuesta a inventarme una buena excusa, cuando lo escucho suspirar.
—¿Así que vas a seguir ignorándome ahora que estás en la ciudad?
Eso me sienta como un puñetazo en el estómago. Tiene razón; no dejo de cometer los mismos errores. ¿Y si esta es la única oportunidad que tengo de solucionarlo?
—Ahora te mando mi dirección —cedo y, otra vez, me da la impresión de que sonríe.
—Genial. Te recojo en diez minutos.
Finn cuelga el teléfono.
Suelto el aire que retenía en los pulmones. Dios santo. Vale.
Agendo su número nuevo y le envío mi ubicación por WhatsApp. Responde con un sticker de un perro bailando que me habría hecho gracia en cualquier otra ocasión, pero ahora mismo lo único que puedo pensar es que dentro de diez minutos tendré que enfrentarme a ellos, cara a cara, tras haberlos ignorado durante año y medio. Quizá tenga suerte y Finn venga solo. Por mi bien, espero que así sea.
Me calzo unas deportivas y me seco el pelo. Cojo las llaves, el móvil y algo de dinero, por si acaso, y envío un mensaje a Chloe para avisarla que voy a salir. Después me siento en la cama y espero, inquieta, hasta que un claxon suena en la calle. Bajo al vestíbulo, me despido de Dolly con una sonrisa y salgo de la residencia.
No había pensado en que para recoger a alguien se necesita un vehículo y que eso significa que Finnsabe conducir. Cuando bajo los escalones del porche, me encuentro con una camioneta negra aparcada frente al edificio. Parece que va a caerse a pedazos. La pintura está desgastada y, en un lateral, el logo de 3 A. M. destaca en letras mayúsculas de color rojo, rodeado de notas musicales. Es tan poco discreto que no puedo evitar preguntarme si no es un poco peligroso que sus fans sepan que esta camioneta pertenece a su banda favorita.
Alguien abre la puerta del copiloto desde dentro, sacándome de mis pensamientos. Finn está sentado frente al volante. Lleva unos vaqueros, una camiseta con un logo en el pecho y unas gafas de sol. Me hace un gesto con la cabeza para invitarme a entrar.
—Súbete a mi Volvo, nena.
Esto no va a salir bien.
La camioneta es bastante alta, de forma que tengo que impulsarme para alcanzar el asiento. Cuando compruebo que estamos solos, se me escapa un suspiro de alivio que Finn no pasa por alto. Agarra con fuerza el volante. Me pongo el cinturón y me dedico a rehuir su mirada mientras espero a que arranquemos, pero no enciende el motor.
Me vuelvo hacia él y descubro que me observa. Lleva el flequillo, que antes solía ser muy rebelde, peinado hacia arriba. Este último año y medio le ha sentado bien. Tenía la cara llena de imperfecciones en el instituto, pero ahora tiene la piel lisa y los hombros más anchos.
—¿Qué? —demando, claramente a la defensiva.
Se encoge ante mi tono, como un niño pequeño.
—No tenías por qué venir, ¿sabes? Nadie te obliga a estar aquí.
Trago saliva e intento relajarme, aunque me resulta muy difícil.
—Quiero estar aquí, pero la situación me parece un poco incómoda. Nada más.
—Es incómoda porque te empeñas en fingir que no me conoces. Llevo esperando a que me des un abrazo desde que subiste a la camioneta.
No me lo pienso dos veces y aprovecho que el vehículo es espacioso para lanzarme a sus brazos. Finnme estrecha contra sí y noto que me tiembla la respiración cuando suspira en mi cuello. Acabo de darme cuenta de lo mucho que lo he echado de menos. De pronto, tengo unas ganas asfixiantes de echarme a llorar.
Hay personas que nunca dejan de formar parte de ti; incluso aunque os separe la distancia, siempre encuentran la forma de seguir contigo. Finn era uno de mis mejores amigos en el instituto. Era el que siempre tenía algo bueno que decir, el que conseguía hacernos sonreír aun en los momentos más tensos. El del corazón noble. Quizá no me merezco este recibimiento después de cómo lo he tratado, pero quiere darme la oportunidad de hablar. Y puede que también esté dispuesto a perdonarme.
Tal vez no esté todo tan perdido como creía.
—Gracias por llamarme —digo con sinceridad.
Cuando me ve a punto de llorar, el muy desgraciado se echa a reír. Gruño para mostrarle mi descontento, aunque no puedo enfadarme con él. Todavía se ríe cuando tira de mí para volver a abrazarme. Acto seguido, me empuja para mandarme de nuevo a mi asiento.
—Más te vale haber traído dinero, porque llevas casi dos años sin hablarme y vas a recompensarme invitándome a desayunar. —Arranca el motor y maniobra para salir a la vía. Me mira de reojo y sonríe—. Bienvenida a Londres, Hollie.
Conduce durante lo que parecen horas. Enciendo la radio en busca de una distracción y una canción pegadiza comienza a sonar por los altavoces. Enseguida reconozco la voz de Alex cantando «Mil y una veces». Finn cambia rápidamente de emisora.
Aparcamos junto a una cafetería en la que nunca antes había estado. No he comido desde anoche, así que estoy famélica. Ahora que la aspirina ha hecho efecto, no me duele la cabeza. Cuando nos bajamos de la camioneta, Finn echa el seguro y me guía al interior. Huele tan bien que me rugen las tripas. Nos sentamos en una mesa escondida en un rincón y ojeamos la carta en silencio hasta que se acerca el camarero. Es un chico con el pelo castaño que no tendrá más de veinte años. Me dispongo a pedir primero, pero no me está mirando.
Su atención está centrada exclusivamente en Finn, que todavía no se decide. Se aclara la garganta, nervioso.
—Tío, espero que no te moleste, pero me encanta vuestra música. Llevo mucho escuchándoos.
Finn alza la mirada, sorprendido, pero se recompone enseguida y sonríe. Le da las gracias y bromean cuando el chico le cuenta que le dedicó «Mil y una veces» a su actual novia para declararse. Aunque no se conocen de nada, Finn se muestra cercano con él, como si fueran amigos desde hace años. Todavía no he salido de mi asombro cuando me dan un teléfono para que saque una foto. Hago varias por si acaso y después se lo devuelvo al camarero, que, emocionado, nos lo agradece. Finalmente, apunta nuestra comanda y se marcha sin dejar de sonreír.
Mi asombro debe de ser muy evidente, porque Finn comienza a reírse en cuanto nos quedamos a solas.
—¿Qué, tú también quieres un autógrafo?
—¿Estás de broma? Ha sido alucinante. —Señalo al fan con el dedo, sin disimular—. Ese chico sabía quién eras, Finn. Es una pasada.
Sonríe al verme tan emocionada. Se encoge de hombros para restarle importancia.
—Tenemos muchos seguidores en Instagram y casi un millón de suscriptores en YouTube. Me habrá reconocido de alguno de nuestros vídeos. Aquí entre nosotros, me extrañaría no ser el favorito de la mayoría de nuestros fans.
—Me alegro de que os vaya bien con la banda —admito. Si las circunstancias fueran otras, le habría soltado un buen «¡te lo dije!».
—Ahora tenemos representante, ¿sabes? Se llama Jeff. No somos su prioridad porque lleva a bandas mucho más famosas, pero siempre saca tiempo para tocarnos las narices. —Otro camarero nos trae nuestros cafés y un par de dulces y Finn espera a que se marche para continuar—: Hay una discográfica que podría estar interesada en firmar con nosotros. Jeff quiere que les presentemos un nuevo álbum antes de marzo.
Estoy a punto de escupir el café. Demasiada información de golpe. Abro los ojos de par en par y Finnvuelve a reírse.
—Júrame que no me estás tomando el pelo —exclamo en un susurro. No responde, así que me dejo llevar por la emoción—. ¡Eso es increíble! Todo es increíble. Dios santo, Finn, ahora sí quiero que me firmes un autógrafo.
Que perdiésemos el contacto no significa que no me sienta orgullosa de ellos. Hace dos años estaban tocando el «Himno de la alegría» en el sótano del instituto sin coordinación y dentro de nada podrían firmar con una discográfica. Viví con ellos su primer concierto, escuché los acordes de su primera canción antes que nadie y celebramos juntos el primer medio millón de reproducciones que «Mil y una veces» obtuvo en YouTube. Siempre supe que llegarían lejos y ahora están a las puertas de algo grande.
Sé que conseguirán todo lo que se propongan y me alegro inmensamente por ellos, aunque no haya estado ahí para verlos crecer.
Mi sonrisa decae con lentitud. Puede que hayamos pensado en lo mismo, porque de pronto él también parece incómodo. Se aclara la garganta y busca una forma de continuar la conversación.
—¿Qué hay de ti? ¿Qué haces en Londres?
—Estudio aquí. Bellas Artes. Conseguí una plaza en la universidad.
Hablar de esto con él, con alguien que conoce mi pasado, hace que me sienta un tanto avergonzada.Finn sabe que he perdido un año de mi vida porque no me enfrenté a mis padres a tiempo. Sin embargo, no hace ningún comentario al respecto. Solo amplía su sonrisa.
—Tenía más que claro que lo conseguirías.
—No es para tanto. Cualquiera habría pasado las pruebas de admisión.
—Sabes que eso no es verdad. Más te vale estar preparada porque dentro de poco serás tú la que firme autógrafos.
Esbozo una sonrisa tímida y bajo la mirada hasta mi café. Aunque es evidente que exagera, es reconfortante que piense eso de mí. La realidad es que no me veo llevando una vida como esa. La fama es para ellos. Yo me conformaría con tener un estudio pequeño y acogedor en el que encerrarme a dibujar. No me haría falta mucho más.
Pensar en autógrafos y en famosos hace que me acuerde de algo. Miro dramáticamente a nuestro alrededor.
—¿Debería preocuparme por si aparece algún paparazzi y piensa que estamos saliendo? —pregunto de broma.
—No te ofendas, pero nuestros fans nunca se creerían que salgo con una pelirroja.
—¿Qué problema tienes con las pelirrojas? —Arqueo las cejas.
—Si te vistes de verde, parecerás un semáforo.
—Muy gracioso.
—Gracias. Después de ser extremadamente guapo, ser gracioso es lo que mejor se me da.
Pongo los ojos en blanco y se echa a reír.
Desayunamos entre risas y anécdotas. Hablamos sobre la universidad y me entero de que estudia Diseño y Programación de Videojuegos. Yo le explico cómo es la vida en la residencia. También me cuenta que trabajó durante varios meses para comprarse la camioneta, que es de segunda mano, y que lo primero que hizo nada más recogerla fue personalizarla con el logo de la banda. Se nos da tan bien esquivar el tema que casi parece que no llevamos un año y medio sin vernos.
Cuando terminamos, una camarera acude para limpiar la mesa y nos sumergimos en un silencio incómodo. Me distraigo mirando lo que nos rodea, nerviosa, mientras espero a que sea el primero en hablar. Nos guste o no, ha llegado el momento de enfrentarnos a la realidad.
—Casi dos años —dice, y es más que suficiente. La culpabilidad me oprime los pulmones.
—Lo siento mucho.
—Sam y yo discutimos con Alex cuando nos bloqueaste. Pensamos que había sido culpa suya.
—No tuvo nada que ver —le aseguro, aunque no sea del todo cierto. No soporto pensar en que se pelearon por mi culpa—. Ha dejado de escribir, ¿verdad?
Finn clava sus ojos en los míos, como si buscase entender cómo he llegado a esa conclusión, pero no tiene mucho misterio. Conozco a Alex. No puede dejar de lado la música y, si 3 A. M. lleva tanto tiempo sin lanzar nuevas canciones, tiene que haber una buena razón.
—Todo es un desastre, Holland —confiesa finalmente—. Jeff lleva meses esperando a que le entreguemos algo que no tenemos. No entiendo por qué no es capaz de sentarse en una silla y componer. Los demás lo hemos intentado, pero no somos tan buenos como él.
—¿No podéis presentar vuestras antiguas canciones? A mí me gustaban.
—Lo haríamos si nuestro vocalista estuviera dispuesto a cantarlas. Alex está convencido de que no son lo suficientemente buenas. Anoche tocamos «Mil y una veces» por primera vez en meses y solo porque el dueño del pub nos amenazó con echarnos si volvíamos a tocar «Insomnio». Llevábamos dos semanas con la misma canción.
Las escribió para mí y ahora no solamente se niega a tocarlas en público, sino que, además, piensa que no están a la altura.
—¿Cómo está? —pregunto, aunque no estoy segura de querer saber la respuesta.
—En general, creo que bien. Si quieres saber cómo se quedó después de verte ayer, no tengo ni idea. No hemos hablado esta mañana.
—¿Así que no sabe que estás aquí?
—No, he venido por mi cuenta. Soy quien lleva las redes sociales de la banda. Me tomé que nos siguieras como una indirecta. Di por hecho que querías solucionar las cosas.
—Y quiero —aclaro rápidamente.
—Que Alex no pueda escribir no es el mayor de nuestros problemas. Cada vez vamos a peor. A este paso nunca firmaremos con la discográfica y no será por falta de canciones, sino porque no tendremos banda. —Posa sus ojos sobre los míos—. Te he llamado porque necesito que me ayudes a arreglarlo.
—¿A qué te refieres con que no tendréis banda? —pregunto, mientras siento que el pánico me invade las entrañas.
Me pasé un año en Mánchester creyendo que tenían una vida perfecta, ¿y ahora resulta que no es así? ¿Cómo de insostenible debe de ser la situación para que Finn crea que este podría ser el final de 3 A. M.?
Necesito que me dé explicaciones, pero se limita a negar, sin dejar de mirarme.
—¿Me ayudarás? —insiste.
—No creo que sea buena idea. No sé si los demás querrán volver a verme.
—Unos amigos dan una fiesta esta noche. Los chicos estarán allí. Creo que deberías venir. —Más que como una sugerencia, suena como una súplica—. Fuiste la primera en creer en nosotros. Necesito que me ayudes. Por favor. Prometo no dejarte sola.
Me muerdo el interior de la mejilla. No tengo ni idea de qué ha ocurrido entre ellos y dudo mucho que mi presencia sea de ayuda, pero no puedo dejarlos tirados otra vez. No cuando Finn parece tan desesperado.
—Está bien. Pensaremos en algo. Los dos.
Al escucharme, suelta un suspiro de alivio y se apresura a asentir. Después, esboza una sonrisa triste.
—Bienvenida de nuevo a nuestras vidas. Por el bien de todos, vamos a intentar no cagarla esta vez.
Aunque me cuesta, también sonrío. Decido tomármelo como una promesa. Ha llegado la hora de recuperar a mis amigos.