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Madrid, tierra de promisión
ОглавлениеEn junio de 1901 tomó posesión de su plaza como profesora de Letras en Guadalajara y se instaló con su hija en Madrid, su tierra de promisión. No era la primera vez que visitaba la capital. Años antes se había afiliado al Ateneo de Madrid: fue la tercera mujer que obtenía el carné de socio, tras Emilia Pardo Bazán y Blanca de los Ríos. El traslado implicaba la separación de facto de su marido. Como si de una estratega se tratara, a comienzos de curso solicitó una Comisión de Servicios en el Colegio Nacional de Ciegos y Sordomudos de Madrid que le evitara continuos desplazamientos a Guadalajara. Se alojó provisionalmente en casa de su tío Agustín de Burgos, senador y persona influyente en el reino. Pero la convivencia fracasó al insinuarse el tío a la joven y pasar de la protección al cortejo. Al abandonar la casa, la sobrina mandó imprimir tarjetas de visita con el nombre de su tío para recomendarse a sí misma en los variados asuntos que lo requirieran. Un ajuste de cuentas tan práctico como literario. Eran las armas de una superviviente que buscaba un lugar en la capital de la cultura. A pesar de lo mucho que amaba la enseñanza, su vida iba a estar ligada al periodismo.
El año de su llegada a la capital vio la luz Notas del alma, un libro que recogía varias coplas y poemas que habían aparecido ya en Madrid Cómico, una publicación que dio cobijo a los poetas del modernismo, con Rubén Darío a la cabeza. Y en la que Leopoldo Alas, Clarín, firmaba su palique semanal. En el número del 14 de julio de 1901, una recién llegada Carmen de Burgos firmaba en la misma página en la que aparecía el emblemático artículo de Leopoldo Alas, evoca Concepción Núñez en su biografía sobre la escritora. Madrid, a pesar de sus muchos escritores y poetas, no iba a ofrecer resistencia a una luchadora tenaz como Carmen de Burgos. A pesar de la falta de tradición, existían algunas oportunidades latentes para las escasas mujeres que se atrevieran a buscarlas.
Amplió sus colaboraciones en La correspondencia de España y en El Globo y comenzó a utilizar diversos seudónimos para diferenciarse: Marianela, Raquel, Honorine… Y el más conocido, Colombine, a raíz de su ingreso en el Diario Universal. Firmaría también como Gabriel Luna (en honor del protagonista de La catedral) en sus artículos políticos para El Pueblo, publicado en Valencia. Más tarde utilizó Perico de los Palotes para firmar su crítica literaria en El Heraldo. Aunque algunos malintencionados añadieran por su cuenta el sobrenombre de La Divorciadora por atreverse a pedir una ley del divorcio y otros la señalaran como La Roja, por sus ideas sociales. No tenía prejuicios y, al final de su vida acabó siendo, como los prohombres de la época, Gran Maestre de una logia masónica.
Precursora del feminismo, Carmen de Burgos tiene afinidades con los escritores de la Edad de la Plata y la generación del 27. Pero se encontraba en la madurez profesional cuando los jóvenes del 27 empezaron a darse a conocer. Su trayectoria intelectual hunde sus raíces en el regeneracionismo del 98, pero su insobornable vocación de pionera la lanza al siglo XX. Su figura fue una fuente de inspiración para las relevantes mujeres de la Segunda República, pero vivió su emancipación personal y social en solitario, sin apenas contar con modelos en los que mirarse en el espejo. La gran Emilia Pardo Bazán, su maestra en muchos aspectos, era ya una escritora consagrada; Sofía Casanova o Blanca de los Ríos, con las que coincidía en tertulias o en el Ateneo, no siempre compartían sus teorías.
Sus primeros años en Madrid no carecieron de cierta improvisación. Sus cambios de domicilio fueron frecuentes. En 1903 consiguió un puesto fijo de redactora en el recién creado Diario Universal y una columna diaria, «Lecturas para la mujer», en la que alternaba temas de opinión, como el sufragio femenino, con cuestiones de moda y perfumes. Décadas después Josefina Carabias sería la primera mujer en incorporarse a una Redacción con funciones similares a las de sus compañeros y sin otra dedicación que el periodismo. Pero antes que ella Carmen de Burgos ya obtuvo el carné de periodista (sin abandonar la enseñanza). Fue el director de Diario Universal, Augusto Suárez de Figueroa, quien apostó por el seudónimo de Colombine. Sonaba bien y tenía cierto aire europeo, pero más de un observador comentó que era sorprendente que una mujer de aspecto recio y de carácter nada frágil tuviera un nombre tan volátil. Aun así, Colombine acabó siendo para ella una segunda identidad intercambiable, tanto para citarla en otras publicaciones como para invitarla a actos sociales.
Muy pronto publicó Alucinación, un volumen de cuentos, y empezó a formar parte de la tribu cultural. Había dejado de ser una advenediza. De forma simultánea, se lanzó a promover iniciativas a favor de la educación de la mujer a través de la Unión Ibero-Americana, organización a la que pertenecía también Pardo Bazán. O a manifestarse contra la pena de muerte y otras causas sociales, como la reivindicación de los judíos sefarditas. De Burgos buscaba crear opinión con sus artículos y encarnaba un periodismo comprometido. Bastantes años antes de que un grupo de mujeres notables creara en 1926 el Lyceum Club Femenino en Madrid, ya mantenía contacto con las dirigentes de foros europeos similares. Aunque al principio eludió identificarse como feminista. Tal vez porque pensó que más que hablar de feminismo urgía llevar a cabo sus ideas.
El 20 de diciembre de 1903 inició una audaz campaña en favor del divorcio, al anunciar en su columna:
Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un «Club de matrimonios mal avenidos», con el objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras.
Un reclamo para reconocer días después que el anuncio había desencadenado «una tempestad» entre hombres y mujeres y lanzar la pregunta sobre la conveniencia del divorcio en España a lectores, intelectuales y políticos. Unamuno, Azorín, Baroja, Pérez Galdós, Giner de los Ríos, Pardo Bazán (que se excusó de contestar arguyendo que no había estudiado el tema), Blasco Ibáñez, Antonio Maura o Francisco Silvela fueron interpelados y dieron su opinión. Un caudal de respuestas con un apoyo todavía minoritario al divorcio que la autora convertiría en libro. Ese órdago al matrimonio de por vida le valió la crítica de los medios conservadores. Como ella misma contó al periodista de La Esfera, E. González Fiol, en 1922, el periódico ultraconservador (de signo carlista) El Siglo Futuro «se metió conmigo en forma muy desabrida». Indignada por su tono, se presentó en la redacción de El Siglo. «Pregunté por el director. Salió el redactor jefe, y como se negó a darme explicaciones y a rectificar, le di de bofetadas. Dimos el mitin, como se dice ahora». Lejos de dar por zanjado el tema, De Burgos escribió al director asegurándole que, si El Siglo no rectificaba, le esperaría en la puerta de la Redacción con una zapatilla y le correría por la calle a zapatillazos. Hubo rectificación.
En sus inicios frecuentaba la tertulia de Marqués de Riscal, convocada por Antonio de Hoyos, en la que coincidía con personajes de la aristocracia y la farándula, aunque de vez en cuando asistieran figuras de peso como Pardo Bazán o Blanca de los Ríos. Años después ella misma inauguró en su casa de la calle Eguilaz las tertulias de Colombine a la que acudían jóvenes poetas y promesas de la literatura. La anfitriona ejercía sobre ellos un suave magisterio cultural y vital.