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ОглавлениеSofía Casanova: una reportera española en la Gran Guerra
«Soy la única mujer española que vengo de aquellos lugares de desolación y muerte, en donde los hambrientos cavan sus fosas y en ellas se matan con sus mujeres e hijos», escribe, en una de sus crónicas de la Primera Guerra Mundial, Sofía Casanova, consciente de la singularidad de su testimonio y del triste privilegio que suponía haber tocado el horror con los ojos.
Sus crónicas le dieron tal popularidad que, en 1920, cuando el diario madrileño El Fígaro propuso a sus lectores que votaran a las diez mujeres que en su opinión deberían ser diputadas (la legislación aún no lo permitía), Sofía Casanova apareció en tercer lugar en la lista de las elegidas. Delante de ella figuraban Emilia Pardo Bazán y Carmen de Burgos. Detrás, mujeres tan relevantes como Margarita Nelken, María de Maeztu, María Guerrero, María Lejárraga o Margarita Xirgu.
Pacifista, conservadora, humanista, Sofía Casanova (A Coruña, España, 1861-Poznan, Polonia, 1958) fue reportera de guerra en un tiempo en que las mujeres o eran pioneras y transgresoras o estaban abocadas a vivir como simples espectadoras. Ella no se resistió a contar lo que veían sus ojos. Mujer inclasificable, era conservadora de ideas e innovadora en la acción. Sus crónicas de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de Octubre para ABC la convirtieron en la segunda española corresponsal de guerra. La primera, como se ha indicado, fue Carmen de Burgos.
La Gran Guerra supuso para ella, paradójicamente, una oportunidad para labrarse una merecida fama como reportera. En parte porque estaba allí, en el escenario bélico. Pero, sobre todo, porque era escritora y articulista, hablaba cinco idiomas y ante el estallido de la Gran Guerra no se limitó a cuidar heridos. Sabiendo que se encontraba en Polonia, ABC le encargó que narrara su experiencia sobre el terreno, por lo que su testimonio tiene el valor añadido de contar la guerra que ella misma vivía.
Sofía Guadalupe Pérez Casanova (su nombre completo) dejó a los catorce años su tierra gallega para estudiar música y declamación en Madrid y ser presentada en la Corte, siguiendo los deseos de su abuelo. Cumplió las expectativas familiares y se casó a los veinticinco años con el escritor y filósofo polaco Wincenty Lutoslawaski. Un matrimonio que cambió su destino y que le uniría para siempre a Polonia, desmembrada y repartida desde 1795 entre Alemania, Austria y Rusia. De joven fue actriz, pero luego optó por la poesía y las tertulias literarias donde conoció a Emilia Pardo Bazán y a Blanca de los Ríos. En esas tertulias se sentía en territorio propio. Había nacido en una familia atípica: su madre, Rosa Casanova Estomper, se casó, pese a la oposición paterna, con Vicente Pérez Eguía, de quien estaba embarazada. Sofía fue la primogénita, pero a la llegada del tercer hijo, el padre se marchó a hacer las «Américas» y no volvió. La madre de Sofía tuvo que volver al redil paterno para sacar adelante a sus hijos y fue así como el abuelo, de clase media, pero de economía desahogada, tomó las riendas de la educación de los nietos y decidió que Sofía obtendría en Madrid el progreso social que merecía. Para conseguirlo la familia se instaló en un barrio popular de la capital y removió influencias para que la joven fuera recibida en los salones de la aristocracia. Aunque ella prefiriera la bohemia a la Corte. Al firmar sus poemas y artículos, prescindió del apellido paterno, anodino y tal vez poco añorado, y optó por el más sonoro y breve nombre de Sofía Casanova.
Ramón de Campoamor, que la había introducido en las tertulias literarias, fue también quien le presentó a su marido, un noble terrateniente polaco, diplomático y filósofo, que había venido a Madrid a estudiar el pesimismo en la literatura española. Campoamor los presentó por sus afinidades poéticas, pero Wincenty Lutoskawaski se fijó en la mujer y apostó por un matrimonio que, para Sofía Casanova, supuso una ruptura con su mundo anterior. Un reciente documental sobre su vida lleva el acertado título de A maleta de Sofía. Había pasado a ser una viajera y una nómada.
En 1887, recién casada, se trasladó a Polonia con su marido, acompañada de su criada Pepa, una gallega que se convirtió en su sombra y hasta en su compañera de aventuras periodísticas. Su marido, unas veces en calidad de diplomático y otras como profesor y conferenciante, se desplazaba a menudo tanto por los territorios polacos como por otros Estados europeos. La vida no era igual en las regiones polacas bajo control ruso, alemán o austriaco. Mientras que en la parte rusa se alentaba la asimilación, en la zona austriaca se gozaba de más autonomía política y de una mayor vitalidad cultural. Así ocurría en la región de Galitzia (curiosamente, su fonética, Galicja, recordaba a la Galicia natal de Casanova). En 1889 su marido comenzó a trabajar en la Universidad Jaguellónica de Cracovia, «así que Sofía pudo ver y comprender de cerca el fenómeno cultural de Galitzia, de la “otra Galicia”», escribe el profesor Grzegorz Bak en «La atormentada Polonia de Sofía Casanova», texto incluido en el libro Vida e tempo de Sofía Casanova (1861-1958), coordinado por Antón M. Pazos.
Wincenty Lutoskawaski tuvo otros destinos, uno de ellos en la universidad de Kazán, en la Tártara Rusa, un apartado lugar al que el matrimonio llegó en época invernal y en trineo. Casanova relató esta odisea en Sobre el Volga helado.