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¡A viajar!

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El primer consejo que daba la cronista a sus admiradores era claro: «¡A viajar!». Así que se lo aplicó a sí misma y volvió a París en el verano de 1910. En esta nueva estancia en París, el crítico y diplomático Enrique Gómez Carrillo, casado con la escritora Aurora Cáceres (y más tarde con Raquel Meller), propuso a Rubén Darío que Colombine colaborara en Mundial Magazine y se encargara de la edición de Elegancias, una revista destinada a la mujer que necesitaba introducir artículos de mayor calado. Gómez Carrillo y Aurora Cáceres solían ser sus anfitriones en la capital francesa y Carmen de Burgos empezó a colaborar en Mundial Magazine, pero no hubo tiempo de concretar su participación en Elegancias. Además de hacer acopio de material para futuros libros, sus crónicas parisinas no faltaron en su cita en El Heraldo. A sus colaboraciones habituales sumó, desde 1911, una nueva columna en Nuevo Mundo: en ella, bajo el título de Mundo Femenino, volcaría sus impresiones viajeras y el estilo de vida de los países que visitaba. Con razón Gómez de la Serna escribiría de ella en el número XXXV de Prometeo: «Carmen de Burgos, esa admirable mujer que trabaja a todas horas». Y la evocaría en sus memorias como el complemento perfecto de una soledad enclaustrada y productiva: «Ella de un lado y yo del otro de la mesa estrecha escribíamos y escribíamos largas horas y nos leíamos capítulos, crónicas, cuentos, poemas de la prosa». Hasta que finalmente, tras el enclaustramiento compartido, «iban cayendo las cuartillas en los cajones de la mesa».

Sus vivencias en Bélgica, Holanda y Luxemburgo quedaron plasmadas en Cartas sin destinatario (1912). Pero alimentaron también su vuelta a la narrativa en Siempre en tierra (sobre un París ahíto de novedades en el que los primeros vuelos de aviones concitaban numeroso público) y La indecisa, centrada en una mujer abocada a elegir entre un gran amor ideal y su propia carrera, un dilema que la escritora vivía en carne propia. «¿Libros? Muchas traducciones, muchos prólogos, muchos arreglos… muchos… trabajo de hojarasca para ganar el sustento», se sincera en la autobiografía enviada a Ramón Gómez de la Serna para el número X de Prometeo. «Baste decir solo que hasta que he recibido todas las lecciones de la vida y llevo tantos años de escritora no me he atrevido a escribir mi primera novela», añade. «Miro la novela con miedo. Es la diosa de la Literatura».

A la vuelta de las vacaciones estivales le esperaban nuevos cambios de domicilio en Madrid. Se había mudado recientemente a la calle de la Madera y de esta pasó a la de Divino Pastor, todas ellas dentro del barrio de Maravillas. Como si a pesar de su fama y su productividad sintiera que pisaba arenas movedizas y no encontrara el hogar definitivo. Los años de destierro en Toledo, sin embargo, quedaron atrás, al conseguir el traslado a Madrid. Su hija tenía ya 14 años y, aunque pocas jóvenes de su edad contaban con un bagaje cultural y viajero como el suyo, la madre quiso que fuera a estudiar al innovador Instituto Internacional.

En 1913 viajó a Argentina, primera etapa de un periplo de seis meses a América, pensionada por la Junta de Ampliación de Estudios. De este viaje trufado de conferencias y encuentros con otras mujeres avanzadas, surgieron los escenarios de nuevas tramas narrativas: Malos amores, ambientada en un barco que hace la travesía España-Buenos Aires, y Sorpresa, el retrato de una pareja poco convencional que contiene claves de su propia relación con Gómez de la Serna. En el viaje de vuelta hizo escala en Canarias y sus conferencias a favor de la educación y los derechos de la mujer tuvieron un eco destacable. Se había convertido en un referente de la emancipación femenina.

La generación del 14, con Ortega a la cabeza, representaba un punto de inflexión en el terreno de las ideas. El modernismo quedaba atrás, y se imponía la estética novecentista. Colombine no fue inmune a esa atmósfera, pero sin dejar atrás sus anteriores influencias. Dentro del ciclo dedicado a Rodalquilar, en 1914 publicó Frasca, la tonta (y en 1918, El último contrabandista y Venganza). Escritora y periodista versátil, en 1914 inició su colaboración en una publicación que acababa de salir, La Esfera, con Mundanidades. Sus nuevos compromisos no le impidieron emprender ese verano un ambicioso viaje a los países nórdicos y Rusia que acabará siendo accidentado. Visitó hasta los recónditos paisajes noruegos y admiró su organización social, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial frustró sus planes de llegar a Rusia. Viajando en un tren alemán, al enterarse de que la escuadra rusa en el Báltico había sido aniquilada, pecó de imprudente y manifestó su pena por razones humanitarias, pero otros pasajeros se sintieron molestos. Ella y su hija sufrieron su rechazo y en un cambio de tren fue acusada de espía rusa. Consiguieron salir de Alemania, no sin dificultades, en el mercante español Ciscar con otros compatriotas, pero las peripecias no terminaron hasta llegar a Londres, desde donde, ya a salvo, regresaron a España. La aventura fue narrada en El Heraldo y La Esfera y acabaría registrada en un nuevo libro.

Si años antes la columna encarnaba su principal discurso, ahora el vehículo elegido es la novela corta —inspirándose en realidades o ambientes conocidos—. En Ellos y ellas, o ellas y ellos aborda la homosexualidad en una atmósfera mundana y nocturna. En El abogado muestra la parálisis de la justicia ante una mujer que demanda a su amante, tras ser abandonada, para que reconozca la paternidad de su hijo. Pero el amante soborna al abogado de ella y entre ambos dilatan los plazos. Esta ficción le valió que un amigo abogado se querellase contra ella por sentirse retratado. Por fortuna, la escritora demostró ante los tribunales que no se basaba en él. De sus viajes en 1916 a Londres y 1917 a París (acompañada por Ramón) para tomar el pulso a la Europa en guerra, nacieron Pasiones, una novela antibelicista, y El Permisionario, sobre la forzosa separación de una pareja cuando a él se le agotan los días de permiso para volver a la guerra. Sus propias vivencias de viajera las volcaba a sus tramas novelescas para darles mayor verosimilitud: «[…] tuvieron que pasar toda la noche, mezclados todos los pasajeros, en una inmunda sala de la estación de Tarascon, alrededor de una estufa medio apagada». Aunque la Carmen de Burgos novelista no ocultaba su propósito literario, lo real, lo inmediato y lo urgente se filtraban en sus historias.

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