Читать книгу Inspiración y talento - Inmaculada De La Fuente - Страница 19
Corresponsal en el frente polaco
ОглавлениеEn 1904, con cuarenta y tres años, vuelve a España, reactiva sus antiguas relaciones e inicia sus colaboraciones en prensa. En 1906 fue elegida miembro de la Real Academia gallega. Aunque seguía residiendo en Polonia por temporadas para estar con sus hijas. En 1913 su amigo Pérez Galdós llevó a escena su comedia La Madeja. Como poeta había entrado en una etapa de sequía: «He vivido veinte años entre España y Polonia, educando a mis tres hijas, enfermera de un marido enfermo, y cultivando la literatura con intervalos de años», se justificaba. Pero quizás fueran sus intermitentes ausencias las causantes de su tibieza ante los debates ideológicos por los que transitaban las españolas. En La Madeja rebatía el enfoque feminista. Ella traía en sus maletas otros afanes: el pacifismo, la conciencia europea y el nacionalismo polaco.
Al estallar la Primera Guerra Mundial se encontraba en Polonia visitando a una de sus hijas en la hacienda familiar de Drozdovo. La propiedad fue invadida por los alemanes y la familia se dispersó; ella misma se quedó aislada y sin recibir noticias de España. A partir de ahí, su vida dio un vuelco. Se involucró en el cuidado de heridos, tanto en los hospitales del frente como en los de la retaguardia y colaboró con la Cruz Roja en diferentes misiones, algunas bastante arriesgadas: acudió en tren a la ciudad de Skierniewice con otras enfermeras para recoger a 700 soldados heridos. Los campesinos ya les habían advertido que en el trayecto podían caer en manos alemanas. «Por el lado izquierdo aparecía todo el horizonte enrojecido por el intensísimo fuego, que no cesaba ni un instante, por el lado derecho la Rusia blanca y silenciosa… Y por fin llegamos a Skierniewice. ¡Cómo estaba aquello, Dios mío! Heridos, muertos, terror», relató.
Gracias a su estilo directo, la autora se convierte en una cronista fiable que presta sus ojos a los lectores españoles. Sus cartas y crónicas transmiten credibilidad. Naturalmente, tanto el ABC como otros periódicos contaban con otras informaciones, pero Casanova escribía los hechos desde dentro, al recoger los daños de la guerra en la población civil.
Próxima a los aliados, en De la guerra. Crónicas de Polonia y Rusia (1916) manifiesta su extrañeza ante la existencia de «tantos germanófilos en España». Aunque reconoce que la prensa española «sometida a las influencias de unos y otros luchadores» es la que mantiene al menos «más ecuanimidad». Lo que no impide que sea consciente de que las agencias de noticias incurren en tergiversaciones, algo que a ella, testigo directo, le indigna: «Combato las noticias escritas, discuto los hechos que me comunican, indago, deduzco, doy ejemplos de la barbarie de todos… de los raros casos magnánimos en unos u otros soldados», escribe en De la guerra. Crónicas de Polonia y Rusia. «Y me duele la confusión, el recelo, el dolor de todos y el esfuerzo que hago equilibrándome, buscando el punto de apoyo de la verdad de la vorágine de nombres, cifras, muertes, martirios, sangre y llamas…».
Pero la guerra no solo era una maquinaria de muerte. Potenciaba el hambre y la desesperación. Así describió el triste balance de finales de 1915, cuando «la ola de hambrientos, de famélicos, de extenuados, no nos dejaban curar a los cuatro o cinco mil heridos que recibíamos a diario», relató al recordar el triste balance de finales de 1915. Ella y su familia se alimentaban de pan negro amasado con paja.
Calificada de «notaria de la realidad», algunas de sus crónicas se reproducían en otros medios españoles y extranjeros. Su labor en los hospitales durante la contienda fue reconocida y el zar Nicolás II la condecoró con la Medalla de Santa Ana. Esta proyección internacional facilitó que su nombre sonara en 1925 como candidata al Nobel.
Casanova era pacifista, aunque no parece probable que se sintiera próxima a las posturas antibelicistas que representaban Virginia Woolf y sus amigos del grupo Bloomsbury. Sería aventurado igualmente deducir cierta sintonía con las ideas de la pacifista y aristócrata austriaca Bertha von Suttner. De haber tenido alguna influencia teórica, podría haber venido más bien del pensamiento pacifista de Tolstoi, autor que Casanova conocía bien. Había llegado al pacifismo desde el convencimiento de que la guerra era innecesaria para el desarrollo humano, al equiparar a los hombres con las bestias. En su opinión no existían razones que justificaran el enfrentamiento bélico y toda la suerte de calamidades que desencadenaba. Pensaba que los conflictos bélicos son «asesinatos colectivos legales». Ya había expresado su horror ante las soluciones belicistas años antes, al escribir sobre la guerra de Marruecos, pero en las crónicas enviadas desde Polonia y Rusia se detecta un planteamiento más elaborado.
Sus ideas pacifistas podrían haberle aproximado a posiciones políticas menos intolerantes en otros campos, pero la escritora gallega apenas varió sus planteamientos ideológicos. Como mujer culta que era, le horrorizaban la violencia y los extremos, pero en cuestiones políticas apostó por las opciones conservadoras, las que entrañaban para ella mayor estabilidad. Su experiencia directa en la Revolución de Octubre de 1934 fue determinante. Aunque al principio consideró que se trataba de un movimiento revolucionario de tipo burgués, el golpe de Estado bolchevique y, posteriormente, la violenta invasión de Polonia por parte del «terror rojo», según sus palabras, fomentaron su anticomunismo.