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Apoyo a Franco

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Sofía Casanova no vivió la llegada de la Segunda República en España con las expectativas de otras mujeres más jóvenes como María Zambrano. Ni con la alegría de su veterana amiga Carmen de Burgos. A la intermitencia de sus ausencias se unía su distanciamiento del ideario de la República. Por el contrario, tras la sublevación militar de julio de 1936, dio su apoyo a los franquistas. Antes de marcharse a Varsovia, en diciembre de 1938, declaró a La Voz de Galicia que la sublevación traería elementos de desarrollo y esplendor a España. Confiaba en el caudillo, a pesar de su pacifismo. La gran paradoja es que desconfiaba profundamente de los alemanes, aliados y valedores de Franco en la contienda española. Aun así, su anticomunismo era más fuerte. Si en el pasado había defendido sus ideas con brillantez, algunos de sus últimos escritos acabaron teniendo un tufo panfletario.

Su mundo se derrumbó al iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Le tocaba más de cerca y la sufrió en sus propias carnes, al encontrarse de nuevo en el epicentro del desastre. Su querida Polonia, que había conseguido ser un Estado libre tras la Gran Guerra gracias al juego de alianzas y recompensas de las grandes potencias, volvía a convertirse en un bocado apetecible para el expansionismo nazi y soviético. No en vano la invasión alemana de Polonia fue el detonante que forzó a Inglaterra y Francia a declarar la guerra a Hitler.

Sofía Casanova se acercaba ya a los ochenta años, pero se apresuró a mandar sus primeras crónicas sobre la invasión. Tenía problemas con la vista, pero se esforzaba en escribir con el afán de los viejos reporteros que nunca dejan de serlo. Lo que no se esperaba es que el director de ABC prescindiera de ella. Sus artículos, escritos desde el dolor de quien es testigo y víctima, corrían el riesgo de sufrir mutilaciones: el director del periódico le aclaró que no pensaba publicar nada contra los alemanes. La España franquista, formalmente neutral, respiraba al unísono con la Alemania nazi. No podemos saber si ese veto le hizo comprender que en la España de la victoria no existía libertad de expresión, pero al margen de su interpretación política, la noticia le causó una gran desazón. Se le cerraban las puertas.

La octogenaria Sofía Casanova compartió con otros polacos los terribles días de septiembre de 1939 y los que sucedieron: el terror, las deportaciones, el hambre como exterminio. Unas vivencias que recogió en El martirio de Polonia, firmado con Miguel Branicki y publicado en 1945:

Me estremece el grito de la sirena. ¿Dónde van a sembrar la muerte esas «bombas» que se aproximan? Tengo que correr al sótano. Es la consigna del comité de vecinos. Bajo y subo cinco pisos muchas veces desde que amanece hasta que se hace de noche, y esto me rinde. No es posible dormir ni descansar en continuo sobresalto.

La victoria aliada trajo la paz, pero Polonia volvió a ser repartida entre las potencias vencedoras. Los líderes nacionalistas iniciaban de nuevo un largo camino para recuperar sus fronteras y su condición de Estado. Dentro del tablero de ajedrez mundial, Polonia quedó bajo el paraguas del Pacto de Varsovia y tardaría muchos años —tras diferentes acuerdos con la República Federal alemana primero en 1970, y más tarde, en 1990, con la Alemania reunificada—, en recuperar sus fronteras. Sofía Casanova, prácticamente ciega, sobrevivió hasta 1958, cuando su país de adopción inauguraba un proceso de destalinización y esperanza. Falleció de un cáncer de hígado en casa de su hija Halina, en la zona rusa de Poznan, precisamente donde una mítica protesta obrera había contribuido al deshielo de 1956. El viento atlántico de sus paisajes gallegos quedaba lejos, pero moría en su amada tierra polaca.

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