Читать книгу Inspiración y talento - Inmaculada De La Fuente - Страница 38
Una liberal a su aire
ОглавлениеEn la carta de dimisión a Lerroux, manifiesta su decepción por la polarización del partido.
De error en error camina hacia simas de responsabilidad el Partido Radical. De espaldas a su programa y a la misma vitalidad de la República. Con mi actitud yo he procurado advertir el peligro y llamar a la reflexión. Todo fue inútil. Me restaba plantear el caso democráticamente en la Asamblea del Partido. Mas a estos efectos el Partido no existe.
Este final abrupto, aunque coherente con sus ideas, iba complicar su futuro.
Acostumbrada a tomar sus propias decisiones, no analizó sus consecuencias ni supo anticipar que la marcha del Partido Radical iba a suponer su muerte política. Su espacio ideológico era el republicanismo liberal y centrista, aunque este sea un concepto fronterizo, y sabía que, para sobrevivir, tenía que ir hacia la izquierda moderada, tras el fiasco sufrido con el Partido Radical. A pesar de tener buenas relaciones con muchos socialistas, desconfiaba de algunos de sus líderes casi tanto como de la CEDA. No hay que olvidar que el PSOE, nacido como partido obrero y de clase, aunque atrajera muy pronto a la burguesía culta y contara con un ala moderada que representaba Julián Besteiro, ocupaba en la práctica la izquierda del hemiciclo (el PCE era minoritario y había surgido de una escisión radical del propio partido fundado por Pablo Iglesias Posse). Por su trayectoria, Campoamor era muy sensible a la cuestión feminista, pero, a pesar de ser una luchadora y de ser consciente de que venía de abajo, no se identificaba necesariamente con la clase obrera, sino con la pequeña burguesía en apuros. En cierto modo era una desclasada. Sus señas de identidad política eran eclécticas. Se desconoce si llegó a sopesar si la aceptarían en el PSOE, teniendo en cuenta su anterior militancia en el partido de Lerroux. Lo cierto es que decidió llamar a la puerta de su antigua organización, Izquierda Republicana (las nuevas siglas del partido azañista). Para ella era volver a los orígenes, ya que tenía buena relación con algunos antiguos compañeros. Solicitó el ingreso a través de Santiago Casares Quiroga y este le aconsejó que desistiera, ya que no contaba con suficientes apoyos en la organización. Su marcha al partido de Lerroux y sus críticas a Azaña por su actitud ante el sufragio femenino no se habían olvidado. Aun así, mantuvo su petición. Segura de sí misma y combativa, consideraba que tenía derecho a volver, dado que las circunstancias habían cambiado. Su solicitud fue desestimada por 183 votos en contra frente a 68 a favor. A pesar de su buena reputación como parlamentaria, aquellos varones republicanos recelaban de su independencia de criterio. Estaba sola. Republicana sin partido, en Mi pecado mortal, el voto femenino y yo, publicado en junio de 1936, unas semanas antes de que estallara el golpe militar, sostiene que defender los derechos femeninos, siendo mujer, era un deber indeclinable y que pagó un alto precio por ello. «Defendí esos derechos contra la oposición de los partidos republicanos más numerosos del Parlamento, contra mis afines [...]. Finada la controversia parlamentaria con el reconocimiento total del derecho femenino, desde diciembre de 1931 he sentido penosamente en torno mío palpitar el rencor», escribió. Y al evocar el histerismo de los diputados que se opusieron al sufragio femenino en aquellos días, ironizó: «Pobres hombres políticos, aferrados a la esperanza de que nada se transformara en el país, a que nada evolucionara, a que nada ni nadie se despertara espiritualmente y caminara hacia el porvenir».
Política sin partido, no perdía ocasión de salir fuera y participar en foros jurídicos o feministas internacionales. Se encontraba en Londres cuando se produjo el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Gobernaría de nuevo la izquierda, lo que demostraba que las mujeres en su conjunto no habían sido las responsables directas de los resultados electorales en el 33. Antes de las elecciones había intentado participar en la coalición del Frente Popular representando a Unión Republicana Femenina, pero al no ser admitida, se desligó de la campaña y los resultados. El 11 de junio de 1936, el periódico El Sol anunciaba un folleto dedicado a la sufragista al que se había adherido una importante representación de mujeres de todas las ideologías, desde María de Maeztu y Concha Espina, a María Lejárraga, Elena Fortún, Victorina Durán, Josefina Carabias, Magda Donato, Matilde de la Torre, Trudy Graa de Araquistain, Luisa Carnés y María Teresa León. Gran parte de las socias del Lyceum Club, más sus compañeras Matilde Huici y Concha Peña y su amiga Benita Asas Manterola. No estaban Victoria Kent y Margarita Nelken. Ese mismo mes escribió para El Sol un artículo de tipo jurídico, El derecho de la mujer, por lo que el homenaje promovido por el periódico podría estar relacionado con su presencia en sus páginas. Otro artículo en la misma línea lo redactó para la Revista de Derecho Constitucionalista en Francia. Fue un mes prolífico en que se concentraron diversas publicaciones, como si la abogada cerrara sin saberlo una etapa. La misma editorial donde editó Mi pecado mortal, el voto femenino y yo recopiló en un volumen sus conferencias de los últimos años, entre ellas una que alertaba sobre la incapacidad jurídica de la mujer casada con un título expresivo y nítido: «Antes que te cases (El derecho privado)».
Al estallar la sublevación militar de julio de 1936 que, al no triunfar en todo el territorio ni ser sofocada completamente, derivó en Guerra Civil, Campoamor fue consciente de que no contaba con apoyos personales explícitos dentro de la legalidad ni menos aún en el bando de los sublevados. En esas fechas tenía entre manos un libro sobre los logros de las mujeres, pero lo abandonó ante aquel presente sin certezas, tenebroso. Desde el Madrid sitiado por las tropas franquistas, presenció o escuchó excesos por parte de los comités revolucionarios que, aunque apoyaban al Gobierno, mantenían unas cuotas de poder y discrecionalidad extremas que debilitaban a la España republicana. Decidió marcharse fuera de España con su madre, octogenaria, y su sobrina Consuelo, de 14 años, hija de Ignacio, a finales de agosto. Pero no consiguió billetes en el buque argentino previsto y en septiembre de 1936 tomaron en Alicante un barco de bandera alemana que iba en dirección a Italia, desde donde continuarían a Suiza. El viaje en barco estuvo lleno de complicaciones: unos pasajeros de simpatías falangistas la reconocieron y tras sopesar atentar contra ella (por haber defendido la ley de divorcio de 1932) e incluso tirarla al mar, decidieron no actuar durante el viaje por deferencia al capitán y denunciarla por radiograma al comité español fascista y a la policía italiana. Retenidas al llegar a Italia, Campoamor desplegó su dialéctica y argumentó que, si bien no era fascista (ni comunista), confiaba en que no fuera obligatorio abrazar el fascismo para atravesar Italia rumbo a Suiza. Las dejaron libres a las pocas horas. Tras hacerse eco de este episodio (en La revolución española vista por una republicana), Campoamor remite al lector a una información aparecida en diciembre de ese año en el periódico carlista El pensamiento navarro, firmado por Anjubad (o Anjubar), que detalla las vicisitudes de su viaje en barco y las aviesas intenciones de atentar contra ella de algunos pasajeros. El vespertino La Voz del 15 de diciembre y al día siguiente La Libertad y La Vanguardia se hicieron eco de la información aparecida en El pensamiento navarro. Probablemente, Campoamor se enteró a través de alguno de estos periódicos madrileños o a través de sus amigos.
En Lausana les acogió la familia de la abogada Antoniette Quinche. A pesar de su hospitalidad, la española decidió explorar la posibilidad de afincarse en Argentina. Lo que no imaginaba es que acabaría viviendo allí diecisiete años, desde 1938 a 1955.
Antes de partir a Buenos Aires, dejando a su madre al cuidado de la familia Quinche, que la acogería hasta su muerte, publicó en francés en 1937 La révolution espagnole vue par une republicana (La revolución española vista por una republicana), un libro muy crítico con los errores y divisiones en el seno del bando republicano. Posiblemente, había llevado consigo algunas notas redactadas en las semanas del verano del 36 que vivió en Madrid y terminó de escribirlo y pasarlo a limpio en Lausana. Aunque debió traducirlo ella misma al francés al escribirlo, contó con la supervisión de Antoniette Quinche, que figura como traductora. Es un libro apresurado, escrito sobre la marcha y con algunos errores y reiteraciones que, pese a todo, se lee con facilidad por el estilo vibrante de la autora. Es también un texto lleno de dolor e impotencia, una justificación vital que le permite a ella, republicana fuera del poder, analizar de forma implacable las vacilaciones y equivocaciones de sus antiguos compañeros en su camino hacia el desastre. Se considera que La revolución española vista por una republicana es uno de los primeros textos de literatura memorialista sobre la Guerra Civil y los desaciertos y desmanes producidos en el lado republicano. Escrito desde la frontera y la encrucijada personal, la autora no se reconoce en los prohombres de la República que fueron sus compañeros y, aun sabiendo que los sublevados la consideran su enemiga, aflora en ella el sentimiento de no pertenencia a la clase dirigente. Al contrario que Elena Fortún que, en 1943, pasada la guerra, escribe el borrador de Celia en la revolución, un libro que se nutre, desde el filtro literario, de su experiencia en la retaguardia madrileña (similar a la de Campoamor), y decide no publicarlo debido a su dureza (aunque finalmente saliera a la luz en los años ochenta del siglo XX), Campoamor necesitaba compartirlo ya, dar la voz de alarma sobre lo que sucedía y podía ocurrir. La revolución española vista por una republicana es un testimonio con hallazgos lúcidos, pero en cierto modo inacabado al centrarse en los primeros meses de una guerra que duró tres años. Sus críticas a la imprevisión política de los gobernantes y a la falta de técnica al enfrentarse a los sublevados parecen atinadas, pero intercala ajustes de cuentas con políticos que la marginaron como Azaña o que, como Prieto, se mostró beligerante en el Parlamento. De Casares Quiroga recuerda su apodo de Civilón con sarcasmo, y salva a los moderados, como Diego Martínez Barrio, por su propuesta del 20 de julio de hacer un gobierno de conciliación. La republicana aborda una cuestión crucial, la entrega de armas al pueblo amenazado para combatir a los sublevados y defenderse de los civiles emboscados en zona republicana. No hay duda de que distribuir armas o consentir que miembros de comités o sindicatos las portaran provocó que hubiera eslabones de poder que escaparon al control del Gobierno. Pero no analiza, porque ese no es su objetivo, cuál podría haber sido la alternativa ante unos sublevados dispuestos a ir hasta el final. Aunque tiene presente que la situación de guerra creada en España parte de la sublevación militar de julio de 1936, en la introducción del libro que hace la traductora, Antoniette Quinche, no se alude al golpe militar, tal vez por darlo por sabido, y se ciñe a la revolución que bulle en el lado republicano. No sorprende que, a pesar del valioso punto de vista que aporta, el libro supusiera un mazazo para muchos republicanos derrotados que se tropezaron con él en Francia o supieron de su existencia en América. Amigos suyos o defensores de la causa republicana se sintieron dolidos, interpretando que achacaba a su torpeza su posterior derrota. Otros no entendieron cuál había sido su propósito al publicarlo. Entre ellos su admirada amiga y sufragista Paulina Luisi, la socialista uruguaya con quien había estado en Madrid y Sevilla y cuya correspondencia se interrumpió tras manifestarle ella su malestar. Esta y otras reacciones le hicieron meditar a su autora sobre el alcance del libro y su eco en el exilio y, aunque no se arrepintió de haberlo publicado, en Argentina optó por no citarlo entre sus libros publicados. Tampoco se planteó traducirlo de momento al castellano.
La primera edición en español de La revolución española vista por una republicana, traducida del francés, se publicó en España décadas después en el Servicio de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y luego en Renacimiento, ya en 2007, con anotaciones de Luis Español Bouché, su traductor. En 2018 ha vuelto a reeditarse con nuevas aportaciones de Español Bouché sobre Clara Campoamor a partir de la biografía canónica de Concha Fagoaga y Paloma Saavedra.