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Louise Crane, amiga y mecenas
ОглавлениеVictoria Kent y Louise Crane, a la que los amigos españoles de la abogada llamaban Luisa (e incluso Luisita), mantuvieron la edición de Ibérica gracias a la generosa contribución de esta última. En algunas etapas la edición neoyorquina alcanzó los 20 000 ejemplares, pero no era rentable. Además de su labor de editoras, Kent y Crane fundaron el Consejo Ibérico, una asociación de carácter más político, abiertamente antifranquista, que movilizó a diversas personalidades, desde Américo Castro y Juan Marichal a Víctor Alba (seudónimo de Pedro Pagés), pasando por intelectuales estadounidenses como Arthur Miller y Mary McCarthy. Convocaban movilizaciones y protestas puntuales, bien fuera contra la detención de los políticos españoles que asistieron al Congreso de Múnich o como rechazo a la visita del secretario de Estado, Dean Rusk, a España. Esta plataforma de opinión floreció en la etapa Kennedy, un político que entusiasmaba a Kent, y luego fue perdiendo fuerza.
En Nueva York, Victoria Kent tenía su propio apartamento, mientras que Louise Crane vivía con su madre en la lujosa residencia familiar de la Quinta Avenida. No obstante, la familia Crane tenía diversas casas de vacaciones y una de ellas, la de Redding, en Connecticut, fue uno de los refugios preferidos de Victoria Kent cuando acompañaba a Louise. A la muerte de Josephine, la madre de Louise Crane, Kent se trasladó a vivir con ella en la mansión neoyorquina. Ambas experimentaban ya los achaques previos a la vejez y necesitaban cuidados mutuos. En las relaciones afectivas de Victoria Kent el compañerismo era una pieza esencial. Muchas españolas, fueran las exiliadas Chacel o Carmen de Zulueta, o quienes como Ana María Matute, Carmen Conde o Soledad Ortega iban de visita a Nueva York, encontraron siempre la hospitalidad y ayuda de Victoria Kent y Louise Crane.
Victoria Kent realizó un primer viaje a España en 1977 con Louise Crane y, posteriormente, en 1978, regresó para presentar su libro Cuatro años en París, editado por Bruguera con una introducción de su amiga Consuelo Berges y un muevo título: Cuatro años de mi vida. El entonces director general de Prisiones, Carlos García Valdés, le presentó el libro. Le emocionó ver que era recordada y querida y que los nuevos responsables de Prisiones y del primer gobierno Suárez la agasajaban como si fuera una leyenda. Llegó a escribirle a Suárez haciéndole ver que el estado de las prisiones era el termómetro de la sociedad, que había que estar atento… Pero comprendió que representaba el pasado para aquellos jóvenes reformistas: era venerada como una reliquia, pero no tenía sitio en la nueva democracia. Se produjo la paradoja, además, de que, aunque el Gobierno en el exilio decidió disolverse tras las primeras elecciones democráticas, Victoria Kent mantenía viva la llama del ideario republicano y simpatizaba con Acción Republicana y Democrática Española (ARDE), el único partido que no fue legalizado para las elecciones del 15 de junio de 1977. El empeño en mantener la palabra republicana en sus siglas dificultó y alargó el trámite: ARDE fue legalizado finalmente en agosto de 1977. Pero Kent criticó esta demora y dijo que las elecciones de junio no habían sido del todo libres. Porque Victoria Kent, que se despojó de tantas cosas y que abjuró de algunas otras de carácter secundario, no dejó de ser nunca republicana. Era su fe principal. La Segunda República se lo dio casi todo. Y ella le fue fiel. Murió en Nueva York en 1987. Neoyorquina, española, y un poco extranjera en todas partes. Una lápida en Redding la recuerda. En ella, debajo del nombre, aparecen las fechas 1897-1987, y su lectura provoca cierta perplejidad: Kent siguió manejando en Estados Unidos que nació en 1897 mientras sus biógrafos mantienen la fecha de 1892. Cinco años de diferencia que encierran un pequeño misterio: o estudió demasiado deprisa si nació en 1897 (obtuvo el título de maestra en 1911) o deliberadamente eligió nacer cinco años después de su alumbramiento.