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«Dejad que la mujer se manifieste como es»

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La diputada Campoamor logró formar parte de la Comisión Constitucional (y de la de Trabajo y Previsión), el escenario donde se iban a dirimir los artículos de la Carta Magna relacionados con el sufragio femenino. Aunque el derecho al voto para ambos sexos figuraba ya en el borrador, en los primeros debates salieron a la luz las reticencias de algunos diputados. Clara Campoamor intervino por primera vez el 2 de septiembre de 1931 para desactivar los prejuicios de sus compañeros: «Dejad que la mujer se manifieste como es, para conocerla y para juzgarla; respetad su derecho como ser humano […]. Dejad, además, a la mujer que actúe en Derecho, que será la única forma que se eduque en él, fueran cuales fueren los tropiezos, y vacilaciones que en principio tuviere», pidió a la Cámara. Rechazaba que se retocara el artículo que iba a consagrar la igualdad entre hombres y mujeres, añadiéndole un sorprendente matiz: «Se reconoce, en principio, la igualdad de derechos de los dos sexos». ¿Por qué «en principio»? Esa cautela, inspirada en la Constitución de Weimar, no figuraba en la primera redacción y sobraba. El argumento más extendido entre los diputados reacios aludía a la escasa formación política de las mujeres y a su dependencia del confesor. Campoamor recordó que ya en Reino Unido se esgrimió esa excusa en sentido contrario, al vaticinar que ellas votarían a los laboristas. «Poneos de acuerdo, señores, antes de definir de una vez a favor de quién va a votar la mujer; pero no condicionéis su voto con la esperanza de que lo emita a favor vuestro. Ese no es el principio». Y recordó, citando a Stuart Mill, que la desgracia de la mujer «es que no ha sido juzgada por normas propias, tiene que ser siempre juzgada por normas varoniles».

Aunque tanto el PSOE como el Partido Radical de Clara Campoamor apoyaban el derecho al voto femenino, en sus filas afloraron resistencias. Indalecio Prieto fue uno de los socialistas relevantes que mostró su rechazo. El día de la votación abandonó el hemiciclo para no secundar a su partido y afirmó que conceder el sufragio femenino era «una puñalada trapera» a la República. De aquellos escarceos dialécticos nacería la aversión que Campoamor manifestaría hacia Prieto en La revolución española vista por una republicana. Pero también había disidentes en su propio grupo. Los partidos republicanos, incluido el de Azaña, eran los más reticentes, a excepción de los pequeños grupos republicanos progresistas y la Agrupación de Defensa de la República, además de la Esquerra Republicana de Cataluña, que votaron a favor. Las derechas apoyaron también el sufragio, y no por defender un inexistente feminismo en sus filas, sino por estimar que el voto femenino les sería favorable.

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