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La mujer que revolucionó las cárceles

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Su imagen dio la vuelta al mundo. Era un cargo inusual en una mujer, pero ella estaba dispuesta a reformar las cárceles desde una posición humanista y modernizadora. Llamó la atención de la prensa internacional su propósito de introducir «los más modernos conceptos» penitenciarios en un sistema atrasado en el que todavía se encadenaba a determinados reos. Renovó los viejos camastros de las celdas por nuevos jergones y desterró grilletes y cadenas. Una vez retirados, cadenas y grilletes se apilaron y los mandó fundir con otros metales para hacer un busto a Concepción Arenal, la Visitadora de Cárceles, en la que se inspiró para llevar a cabo los cambios. Visitó el Penal del Dueso, uno de los más peligrosos, donde los funcionarios decían que los presos acumulaban objetos punzantes y otras armas, y se dirigió a ellos para pedirles que los depositaran en el patio. Les habló en nombre del Gobierno de la República en un tono persuasivo y didáctico y les advirtió que las autoridades tenían medios para arrebatárselos, pero que era conveniente que los dejaran por propia voluntad. Fuera por la novedad del discurso o por su elocuencia, uno a uno los presos fueron dejando una montaña de navajas y de otros objetos cortantes en el patio.

Su filosofía sobre la reinserción del preso era clara: o se cree que «nuestra función sirve para modificar al delincuente o no lo creemos». En ese caso, de poco servirán las mazmorras y el repertorio entero de castigos. Estableció un sistema de permisos entonces novedoso y mandó construir, en Ventas (Madrid), una moderna cárcel para mujeres, recluidas hasta entonces en un convento en condiciones calamitosas. Creó de nuevo cuño el cuerpo femenino de prisiones en sustitución de las religiosas, que no estaban capacitadas para la tarea, y puso en marcha el Instituto de Estudios Penales, que dejó en manos de su querido profesor Jiménez de Asúa. Fue un tiempo en el que Victoria Kent supo lo que era el poder y la celebridad. Su nombre apareció en el popular chotis El Pichi, que se representaba en la revista Las Leandras, protagonizada por Celia Gámez: «Anda y que te ondulen / con la permanén / y pa suavizarte que te den / cold-crem. / Se lo pues pedir a Victoria Kent, / que lo que es a mí / no ha nacido quién».

Pero también conoció la crítica desde las filas gubernamentales. Sus métodos se consideraban demasiado suaves y se encontró sin apoyos cuando trató de reformar el cuerpo de prisiones masculino, lo que precipitó su dimisión en mayo de 1932. La versión cruel y machista de Azaña, en su diario sobre su cese, asume que el Gobierno lo provocó:

El Consejo de Ministros ha logrado ejecutar, por fin a Victoria Kent. Victoria es generalmente sencilla y agradable y la única de las tres señoras parlamentarias simpática; creo que es también la única correcta. Pero en su cargo de Directora General ha fracasado. Demasiado humanitaria, no ha tenido, por compensación, dotes de mando. El estado de las prisiones es alarmante. No hay disciplina. Los presos se fugan cuando quieren.

Un balance descriptivo de la dura experiencia vivida por la jurista.

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