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3 Aprendiendo la lengua de los símbolos

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The imagination is not a state: it is the Human Existence itself.

WILLIAM BLAKE

Desde la más temprana infancia el niño crea el universo del como si, una dimensión que le acompañará toda la vida, y que es también la que encontramos en los albores de la especie humana y nos hace afirmar que estamos ante una nueva especie, la especie simbólica.

Esta dimensión que nos permite jugar al como si se inicia con la creación del objeto transicional1, del que nos habla Winnicot, con el que el bebé, totalmente indefenso y dependiente, puede conformar un trasunto de la figura cuidadora y primigenia, generalmente la madre, que le permita permanecer íntegro y vinculado en ausencia de esta. Así los seres humanos van a experimentar de manera universal su gusto por las ficciones, por las historias, por el arte, como santuarios en los que vuelven a conectar con aquel poeta original que creó el mundo cuando aún no entendíamos las palabras.

Sabemos que los hechos de la vida humana no son reversibles y están sujetos a las leyes de la realidad. Pero al mismo tiempo, el ser humano es el único que ha creado desde sus orígenes la dimensión del como si, de la ficción, de manera que su vida no está limitada únicamente por lo acontecido, sino que puede transformarse a través de nuevas y creadoras narrativas sobre ello.

Además de este gusto profundo, toda persona está dotada de una capacidad de originalidad y creatividad que le permite expresarse en esta dimensión de la imaginación, de lo simbólico. El ser humano posee la potencialidad innata de expresarse a través de símbolos, y lo hace de manera espontánea, mediante los sueños, y de manera más elaborada, a través de producciones de enorme intensidad emocional y de significado, como por ejemplo los mitos, los cuentos de hadas y las obras de arte.

Los símbolos son la expresión humana que conecta en mayor medida con la dimensión inconsciente y, por tanto, poseen capacidad para evocar los contenidos relativos a él. El verdadero crecimiento psíquico involucra la dimensión inconsciente, cuya importancia capital revela el psicoanálisis de Freud y que, con la Psicología profunda analítica de Jung, cobra un nuevo sentido como el sustrato de todo nuestro conocimiento. Jung señala que no podemos abarcar nuestro destino únicamente a través de la voluntad y la intención consciente. Es decir, no es posible convertirnos, por ejemplo, en personas generosas solo con tener la voluntad de ser así. En la psique humana existen fuerzas enormemente poderosas, de carácter fundamentalmente inconsciente, que están determinando nuestra personalidad y nuestras elecciones vitales.

En la concepción junguiana, la conexión con el universo inconsciente es esencial para el desarrollo de un proceso vital auténtico y personal, es decir, para atravesar la vida de manera significativa, a través de nuestras propias elecciones y afrontando los conflictos, los retos y las contradicciones, los dilemas e incluso las paradojas de la compleja arquitectura de nuestra propia casa, nuestra identidad y nuestro guion existencial.

El ser humano va haciendo su recorrido, como especie e individualmente, a partir de un universo lleno de tinieblas en el que se encuentra a merced de las fuerzas poderosas de la naturaleza y del cosmos. De esa gran oscuridad irá surgiendo un espacio iluminado con el descubrimiento del fuego y con la luz de los astros que desde siempre han acompañado las travesías de los individuos. El fuego es el primer paso hacia otros descubrimientos y avances hasta alcanzar esta era de enorme desarrollo científico y tecnológico.

Sin embargo, los grandes hitos de conocimiento y sabiduría que se dan en todos los campos científicos no se corresponden con un nivel de progreso y evolución en el desarrollo social, ético y personal. Basta un pequeño ejemplo para ver esta abismal disociación: se puede salvar la vida de alguien mediante un trasplante de un órgano vital, mientras los océanos se mueren inundados de basura. En el plano del autoconocimiento, de la evolución personal, el ser humano se encuentra en un estadio muy rudimentario. Por ello, resulta vital el desarrollo psicológico individual, de cada uno de nosotros, para unificar esta grave disociación. Se ha producido un progreso ingente de la conciencia, priorizando la dimensión racional, pero una atrofia de otras capacidades.

El individuo es la creación más avanzada de la especie humana. Es un gran misterio y un gran logro que la dimensión individual haya podido florecer. En este sentido, la aportación de la psicología ha contribuido al buen desarrollo del yo, de la conciencia y de las capacidades de mentalización.

Así como el universo está formado en su mayor parte de materia y energía oscuras, así la conciencia es una parte ínfima del inconmensurable universo inconsciente. En esa oscuridad insondable de lo desconocido surgieron los símbolos, como fogonazos de luz, como luces de estrellas infinitamente lejanas que brillaban en la inmensidad del cosmos. Esos fogonazos, esas luces, nos guían en el recorrido de humanización de la especie y de evolución personal.

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1 «En mi opinión, el objeto transicional deja lugar para el proceso de adquisición de la capacidad de aceptar diferencias y semejanzas. Creo que se puede usar una expresión que describe la raíz del simbolismo en el tiempo, que describe el viaje del niño, desde lo subjetivo hasta la objetividad, y me parece que el objeto transicional es lo que vemos de ese proceso de viaje hacia la experiencia». Winnicott, pág. 23.

El regalo del lobo

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