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El origen de los cuentos de hadas

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Autores como Carl Gustav Jung y Marie-Louise von Franz nos dicen que los cuentos de hadas proceden de experiencias individuales que toman como punto de partida eventos de especial significación por su impacto o trascendencia en la vida de una persona o una comunidad. El motivo inicial, la experiencia individual en la que se basan, experimenta transformaciones de carácter mágico, inspiradas en la creatividad y en las características psicológicas profundas del ser humano (inconsciente e inconsciente colectivo). El relato adquiere así cualidades metafóricas y trascendentes, dando lugar a narraciones con gran poder catártico y estético, guardadas y enriquecidas por diversos creadores, los contadores de cuentos, que las han transmitido de generación en generación. Por otra parte, al igual que los mitos, los cuentos de hadas se colorean con esa dimensión especial de lo lúdico, la de expresar y simbolizar por el puro placer y sentido que ello conlleva.

Pero al mismo tiempo, estos relatos muestran siempre algún contenido del inconsciente colectivo y transmiten experiencias con un carácter numinoso —numen significa ‘fuerza sobrenatural’ en latín—, lo que explica la impresión de sagrado que generalmente acompaña la aparición de una imagen arquetípica. Jung y Von Franz consideran que los cuentos de hadas hunden sus raíces en esa dimensión numinosa y trascendente del inconsciente colectivo del que surgen los arquetipos. Se trata de un espacio «ejemplar» e iniciático en el que se pueden recrear, simbólica y metafóricamente, las experiencias y hallazgos clave de la especie humana en su conquista del significado.

Por otra parte, otros autores como Vladimir Propp y Mircea Eliade, nos dicen que los orígenes remotos de los cuentos de hadas se relacionan con los rituales iniciáticos de las culturas primitivas de clan, de los que aún guardan vestigios, y con los relacionados con el culto a los muertos. Estamos por lo tanto ante dos grandes dimensiones. Por un lado, la dimensión iniciática, que se refiere a las distintas etapas de la vida humana y sus experiencias fundamentales: nacimiento, niñez, pubertad, emparejamiento, paternidad y maternidad, madurez, vejez y muerte; por otro, la dimensión del culto a los muertos, es decir, la conciencia de la condición mortal del ser humano que es inherente a todas las culturas.

La respuesta a los interrogantes primigenios de la condición humana nos iguala en un espacio de emociones intensas, de búsqueda de significado, de necesidad de construir y legar una sabiduría, una cultura y unos valores.

Los cuentos incorporan, por lo tanto, estructuras antiquísimas relacionadas con la iniciación, que guardan una relación muy directa con la muerte, pero no con la muerte física, sino con la muerte considerada como un viaje. En este viaje el iniciado muere de una manera simbólica para resucitar tras el proceso iniciático. Muere el niño y resucita convertido en un adulto, como si se tratara de un segundo nacimiento. Este es el paradigma de la iniciación.

Ya hemos visto que desde los comienzos de la especie humana se han creado ficciones. El juego del como si ha estado presente desde el mismo nacimiento de la especie simbólica, en aquellos tiempos inmemoriales en los que, en el seno de las primeras organizaciones sociales, las llamadas culturas primitivas de clan, existían ceremonias iniciáticas para los varones en las que se desarrollaban aprendizajes que los capacitaban para desenvolverse como adultos. Se trataba de rituales destinados a los adolescentes de la comunidad, que eran recluidos en cabañas aisladas en el bosque cuyo acceso simulaba las fauces de un animal; así, mágicamente, permanecían en el seno del mismo, en un espacio oscuro. Hay que tener en cuenta la precaria diferenciación entre fantasía y realidad y el dominio de la magia en el pensamiento de estos grupos sociales. En ese lugar escondido se le revelaban al joven conocimientos fundamentales de la historia de la comunidad y secretos religiosos. Tal iniciación era además potenciada por las sustancias alucinógenas que se ingerían.

En lo esencial podemos entender estos rituales como la gran iniciación paradigmática que tiene lugar en el paso de la infancia a la vida adulta a través del periodo adolescente. Mircea Eliade explica cómo se produce un salto cualitativo desde tales ceremonias a la realización simbólica de los diferentes momentos de tránsito a lo largo de la existencia. Lo que llamamos iniciación coexiste con la condición humana, toda existencia está constituida por una serie de muertes y resurrecciones. Crecer y cumplir determinados hitos del desarrollo de la persona se convierte en un reto muy difícil, que no puede ser contemplado únicamente como adquisición de las normas sociales y culturales, sino que requiere la transmisión de una sabiduría oculta, profundamente significativa. Esta sabiduría está contenida en los cuentos de hadas, que repiten, en otro plano y con otros medios, el escenario iniciático ejemplar.

Por lo tanto, los cuentos de hadas prolongan la iniciación al nivel de lo imaginario. Nacen de ese salto gigantesco hacia la ficción y la imaginación. Una de sus características más destacables es la abundancia de protagonistas femeninas que realizan su recorrido a través de una iniciación simbólica. En este sentido, podemos decir que estas narraciones transgreden la ley patriarcal según la cual solo los varones son iniciados, como ocurre en las culturas primitivas de clan. Ni siquiera en civilizaciones tan avanzadas como la griega y la romana las mujeres eran consideradas ciudadanas de pleno derecho; su aprendizaje estaba absolutamente limitado al espacio privado, como guardianas del hogar y madres ocupadas en la crianza de los niños.

Sin embargo, en muchos cuentos de hadas, las mujeres son las protagonistas y en algunos muy prototípicos asistimos al despertar y la liberación de la mujer dormida o encerrada en reinos en los que su presencia ha sido excluida. Nos referimos a esos relatos que comienzan con un monarca que tenía tres hijos varones y en los que no aparecen ni reina, ni hijas, ni hermanas. O también a esos otros cuya protagonista cae en un largo sueño de cien años, o muere a causa de una manzana envenenada, y en los que se presenta un príncipe que busca en otro reino aquello de lo que carece en el suyo. El príncipe encuentra a la protagonista, que justamente se despierta y vuelve a la vida, bien porque se han cumplido los cien años del maleficio, bien porque ha expulsado el trozo de fruta envenenada. Ha sido necesario arrojar esta manzana con la que ya en el episodio del Génesis la mujer es tentada y condenada a un papel secundario y de sufrimiento. Blancanieves escupirá la manzana envenenada del patriarcado que, paradójicamente, le había dado su madrastra, es decir, la mujer patriarcal, para así renacer y hablarnos de una mujer nueva, que puede vivir su propio guion, amar y disfrutar de la vida. La maldición de la manzana queda anulada.

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